En la adolescencia empezó a interesarse por la psicología, pero siempre soñó con ser escritor. Tras muchos años de ejercer como psicólogo clínico, comenzó a escribir libros, que tuvieron gran recepción en la gente, tanto a nivel nacional como internacional. De esa manera, a través de las publicaciones, pasó a dedicarse a un área que considera fundamental mejorar: la prevención. En diálogo con La Mañana, Alejandro De Barbieri explicó que la pandemia puso el foco en problemas que ya estaban presentes, como la depresión y el suicidio, y planteó posibles soluciones para combatirlos.
Proviene de Lascano, Rocha. ¿Cómo recuerda su niñez?
Yo nací en Rocha –ni siquiera había sala de maternidad en Lascano- y soy el mayor de cinco hermanos. Tengo recuerdos muy lindos de mis abuelos, vivíamos muy cerca de su casa. Tenían una barraca que era como un almacén de campo donde vendían de todo. Mi abuelo era director de una escuela y mi abuela trabajaba en el almacén con él.
Me acuerdo de haber ido al jardín allá, a la escuela, y después vine a Montevideo en tercer año. Mi padre siempre estuvo vinculado al campo y consiguió un trabajo en un escritorio rural que tenía sede acá; aparte querían darnos una mejor educación, así que nos vinimos. En las vacaciones volvíamos a Lascano.
¿Qué quería ser cuando fuera grande?
No lo tenía muy claro. No es que siempre quise ser psicólogo. En realidad, yo hice sexto de Medicina, quería hacer esa carrera, pero ahí ya me empezó a gustar la psicología, comencé a leer a Freud y otros autores vinculados a eso. Siempre tuve una sensibilidad humana, empatía. Me decían que era tranquilo, que me gustaba escuchar a la gente, y luego arranqué Psicología en la Universidad Católica.
Mi pasión es la literatura. A mí me gusta mucho más cuando me identifican como escritor o autor de libros; como psicólogo también, pero yo me dedico a lo preventivo, no tanto a la terapia. Disfruté mucho la carrera porque me encanta leer, pero disfruté mucho más cuando pude cambiar mi rol como psicólogo hacia lo preventivo, porque durante muchísimos años fui un psicólogo clínico, que es mi formación básica, de atender pacientes.
De hecho, ha publicado varios libros que han sido un éxito editorial. ¿Cómo se volcó a ese rubro? ¿Qué aprendizajes se llevó?
Yo empecé a escribir por impulso de mi esposa, que es psicóloga, y de varios amigos. Siempre me gustó escribir, soñaba con ser escritor, pero lo veía como algo lejano. Tenía muchos pacientes, y un día Marcela me dijo: “¿Por qué no te quedás en casa a escribir, si es tu sueño?”. También me llamaron de una editorial, Fin de Siglo, con la cual escribí mi primer libro, “Economía y felicidad”. Después salió con otra editorial. Ese libro vendió 15000 ejemplares, que es una locura en Uruguay, que por lo general podés vender 1000.
Ese es mi libro más técnico, más académico, por más que la logoterapia, que es la corriente que difundimos nosotros, sea un enfoque muy llano, muy directo, que en general a la gente le gusta, es decir, no tiene un léxico tan complicado. Fue publicado en 2012, cuando yo ya recorría el país dando charlas.
Más tarde, me llamó una editora de Penguin Random House, Virginia Sandro –que no está más allí-, y me dijo: “Ale, leí tu libro ‘Economía y Felicidad’; en este libro hay cuatro libros”, porque tenía un capítulo para padres, uno de empresas, estaba dividido. Me dijo que quería que escribiera un libro para padres y educadores, y ahí salió “Educar sin culpa” en 2014, que fue un boom. Fue el libro que me cambió completamente la manera de trabajar. Lleva vendidos más de 30000 ejemplares.
¿En qué sentido le cambió la manera de trabajar?
Porque ahí dejé de tener pacientes. Yo hago consultas como psicólogo, pero más bien de orientación; no hago terapias semanales hace años. En el Celae (Centro de Logoterapia y Análisis Existencial, que Alejandro dirige junto a su esposa) tenemos un equipo de más de 15 psicólogos para eso. A mí me gusta mucho la prevención y cada vez confirmo más que tenemos que seguir trabajando en esa línea.
“Educar sin culpa” es un libro que fomenta el rol de los padres, de los docentes, y la editorial lo publicó también en Argentina, Chile, Colombia y México. Al tener ese desarrollo en otros países, me empezaron a pedir de todos lados que diera conferencias, y es lo que más disfruto. En estos últimos dos años, por la pandemia, han sido por Zoom, pero antes lo que más me gustaba era agarrar la camioneta y recorrer el país dando charlas cada semana en centros culturales, colegios, escuelas. El gran sentido de mi vida siempre fue llevar la psicología a la gente.
Después pasaron cuatro años hasta que publicó su siguiente libro.
Sí, en 2018 llegó “La vida en tus manos”, que es un libro para todo público al que le fue muy bien también: vendió 18000 ejemplares en un año. Yo demoré mucho porque luego de “Educar sin culpa” no quería quedarme como un psicólogo que escribe libros para padres. Como le había ido tan bien a ese libro, todas las editoriales me llamaban para que escribiera otro para padres, y yo por suerte dije que no, porque quería ampliar mi camino, entonces, “La vida en tus manos” es para todo público. Es bien amplio y por suerte tuvo muy buena recepción.
Tengo otro libro editado por nosotros que se llama “Lo que cura es el vínculo”, que lo tenemos que editar de nuevo, y uno para niños titulado “Un día complicado”, que es de Penguin también, que es un libro-álbum, una colección con otro psicólogo, para trabajar las emociones en los niños.
Decía que a lo largo de su carrera tomó la decisión de dedicarse a la prevención. Concretamente, ¿qué busca prevenir?
Prevenir depresión, intentos de suicidio, adicciones. El libro “Educar sin culpa” tiene una cita de mi maestro, Viktor Frankl, que dice: “yo trabajo para que haya menos pacientes, no para que haya más”.
Hace dos semanas nos reunimos en una comisión de prevención del suicidio que se está armando en el Parlamento, y todos los psiquiatras que estaban ahí fueron claros en que el sistema de salud mental está colapsado, es decir, vos precisás un psicólogo o un psiquiatra, y tenés que pagártelo en forma privada, pero no todo el mundo puede pagar de 1000 a 2000 pesos por una sesión, y eso pasa hace muchos años. De hecho, “Educar sin culpa” es una denuncia a ese sistema.
¿Y cuál es la alternativa?
El libro lo que plantea es: más padres presentes, menos chiquilines en terapia. No quiere decir que la terapia no haga bien, lo que quiere decir es que está colapsado el sistema y cuanto más trabajemos con padres y con educadores para que cumplan su rol de padres, que (los hijos) puedan frustrarse, trabajar las emociones, afrontar el dolor, las pérdidas, trabajar en la resiliencia, todo eso, de alguna manera, va a prevenir las enfermedades que puede tener un adolescente.
Como los padres están en la luna de Valencia y tienen mucho trabajo y a veces no les dedican tiempo a sus hijos, van creciendo las patologías. Cuanta menos atención a los chiquilines, más problemas de ansiedad y de depresión.
Por suerte, en esta reunión en el Parlamento yo quedé súper emocionado, porque confirmé lo que venimos planteando hace 10 años, o sea, que si no se hace prevención seguirán creciendo los pacientes.
¿Con qué objetivos se hizo ese encuentro?
Había varias organizaciones, como Último Recurso, Cazabajones, representantes del Ministerio de Salud Pública, del Codicen, del INJU, senadores, diputados. Lo convocó la senadora Graciela Bianchi. Fue una primera reunión donde hicimos una lluvia de ideas y ella nos pidió que le mandáramos un mail con propuestas concretas. Luego veremos si hay recursos o no. Lo bueno es que es gente que está trabajando hace años en esto, entonces vamos a sumar la experiencia de todos y ojalá se implemente algo.
¿Qué propuestas tiene pensado plantear?
Mis propuestas van a ser talleres para padres y para docentes en el sentido de cuidar a los que cuidan, estrategias de autocuidado, manejo de la resiliencia, cómo trabajar las emociones con los más chicos. Con los niños hay que hablar del proyecto de vida, las emociones, y con los adolescentes, que ya están en otra realidad, hay que hablar clarito, con información básica, y entrenar a los docentes para que puedan detectar cuando sus alumnos estén deprimidos.
Usted se especializó en logoterapia, y recién dijo que es la corriente que busca difundir. ¿De qué se trata exactamente esta disciplina?
La logoterapia es una terapia que ideó Viktor Frankl, un psiquiatra que estuvo en los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial. Hoy, la psicología positiva y muchos otros enfoques toman el aporte que él hizo, que es, básicamente, que todos precisamos vivir una vida con sentido. Más que buscar la felicidad, que a veces se la asocia al placer personal, el sentido tiene que ver con tus dones, tu trascendencia, la apertura al mundo, el otro, salir del individualismo, hacer lo que te apasione, tu proyecto de vida.
La logoterapia enseña que todos tenemos un propósito en nuestra vida, y que cuando no lo encontramos, enfermamos. A esa enfermedad, Frankl le llamó “vacío existencial”, que es cuando lo que hago no pega con lo que soy, cuando me siento triste, cuando estoy cansado.
Hablando de la prevención del suicidio, hay muchas estadísticas: la gente que no tiene trabajo, los varones, los que estuvieron en la cárcel, el colectivo LGTB. Si no tenés apoyo social, hay un montón de factores que pueden hacer que sientas que le falta sentido a tu vida y estés más vulnerable a un intento de suicidio, que es la crisis de sentido más grande, la desesperanza. La logoterapia trata de ayudar a que las personas busquen y encuentren un sentido de vida, sus capacidades, sus virtudes, para desarrollar sus talentos.
Durante muchos años se dedicó a la docencia. ¿Qué se llevó de esa experiencia?
Fue espectacular. Por muchos años di clases en la Universidad Católica y en el Celae, formando psicólogos. Cuando vino la pandemia tuvimos que suspender esa formación, pero suponemos que la vamos a retomar. Yo despunto el vicio en las charlas, que tienen mucho de docente.
Siempre me encantó la docencia, porque charlar con jóvenes te permite ser creativo, innovar, te ayuda a ver su realidad. Di muchísimos años clases en la universidad con Lucas del Valle, que era sacerdote dominico, psicólogo, y fue un gran maestro para mí, fue con el que aprendí la terapia existencial.
“Educar sin culpa” se lo dediqué a mi abuelo materno, que era director de escuela, y a mi abuela paterna, que era profesora de dibujo, en honor a ese ADN de docente.
Hoy hablaba de un sistema de salud mental colapsado desde hace años, pero, ¿qué impactos tuvo puntualmente la pandemia en esta materia?
La pandemia lo que hizo fue poner una lupa en problemáticas que ya estaban desde antes, como la depresión y el suicidio. Hacer cuarentena es antinatural para el ser humano, que precisa del otro, de los vínculos, entonces, tener que aislarnos, físicamente genera riesgos. Ahora la OMS no recomienda más la cuarentena obligatoria que se hizo en otros países, justamente, por el riesgo de salud mental, porque aumentaron los suicidios en adolescentes.
El “quedate en casa” para ellos fue quedarse en el cuarto encerrados mientras los padres hacían teletrabajo, sin salir con amigos, sin poder ver a sus pares, a su pareja, a su equipo de fútbol. Así, van perdiendo su sostén anímico, se van aislando. La pandemia ha legitimado la salud emocional y lo importante que son los vínculos, pero a su vez puso el foco en las cosas que tenemos que mejorar, como la prevención.
¿Qué debates deja para la psicología la experiencia social de la pandemia?
Es fundamental incorporar el tema del proyecto de vida, el futuro, en las currículas. Después, quedó demostrada la importancia del teletrabajo, donde por suerte muchos psicólogos pudieron capacitarse para hacer terapia a distancia.
También hay que agradecer la cantidad de psicólogos que están trabajando en forma honoraria en el 0800 1920, que están atendiendo vía telefónica la problemática de suicidio, de depresión, de violencia de género, o sea que hubo mucha solidaridad.
Uno de los desafíos es trabajar de forma grupal con pacientes que sufran el mismo problema, o grupos de ayuda mutua, porque los abordajes individuales desgastan mucho al psicólogo y al paciente.
En la misma línea de lo que usted planteaba, el psiquiatra Ricardo Bernardi dijo a La Mañana que “hoy no hay una atención rápida, eficiente y monitoreada en salud mental”.
A Bernardi lo conozco, es un crack. Lo que dice es así, exactamente. Por eso debemos hacer un esfuerzo por la prevención. La vacunación fue un éxito porque el sistema de salud ya estaba pronto, pero para otras cosas, como tener más pacientes haciendo fila para atenderse con un psicólogo por depresión, el sistema no estaba preparado.
Por lo tanto, es muy importante la prevención, que es donde los psicólogos tenemos más trabajo para hacer. Eso implica generar redes con otras organizaciones sociales, y luego, que haga terapia el que lo requiera y el que lo pueda pagar, y que las mutualistas sigan dando la psicoterapia que necesita nuestra gente. La terapia es fantástica cuando la precisás. Lo que estamos analizando es que hay una suerte de exceso de consultas, por lo que el psicólogo y el psiquiatra terminan desbordados.
Tenemos 10 intentos de suicidio por día en Uruguay y 80% de suicidios en varones. Por un lado, debemos facilitar el acceso a la salud mental, pero, por otro lado, psicoeducar para que se pueda prevenir lo que sea prevenible. Hay un montón de familias que están en duelo, que hicieron de todo por sus hijos, que fueron a psiquiatra, a psicólogo, y que no los pudieron ayudar. No es que todos los casos sean prevenibles, pero muchos sí, y es importante llegar a tiempo.
Redes de voluntarios para prevenir el suicidio
El 17 de julio fue el Día Nacional de la Prevención del Suicidio. Consultado acerca de las posibles soluciones que se pueden implementar para combatir este flagelo, el experto contó que está investigando experiencias de otros países y haciendo cosas nuevas en Uruguay.
En esa búsqueda, armó una red de psicólogos voluntarios por Instagram, que se identifican con un lazo naranja con una mano que abraza a otra en su foto de perfil. Eso quiere decir que están disponibles para ayudar respondiendo al chat. “No todos llaman por teléfono a un 0800 para pedir ayuda. Si sos joven, estás en las redes”, explicó.
También está difundiendo un WhatsApp al que se puede acceder a través del sitio www.aquiestoy.chat, que es un apoyo mediante mensajes de la aplicación brindado por argentinos para toda Latinoamérica.
Además, el grupo Helpers Uruguay tiene voluntarios que dan apoyo emocional a personas mayores de edad en todo el país.
“Tenemos que difundir estas cosas para que la sociedad se despierte, y trabajar cada uno con su entorno, ver si alguien está triste, identificar la depresión, y desarrollar herramientas de afrontamiento del dolor”, agregó el especialista.
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