En entrevista para La Mañana, la doctora Zelmira Bottini de Rey, médica pediatra argentina, compartió su perspectiva sobre diversos temas relacionados con la infertilidad, la postergación de la maternidad, las tecnologías de reproducción asistida, el aborto y la educación sexual integral.
Dada su experiencia en pediatría y bioética, ¿cómo percibe los desafíos actuales que enfrentan las parejas en relación con la infertilidad?
En los últimos años han aumentado las consultas de parejas que no logran un embarazo, así como de mujeres sin pareja que desean ser madres, algo que hasta hace unas décadas era menos frecuente. Uno de los factores clave en la infertilidad femenina es la edad. Actualmente, muchas mujeres forman relaciones estables y buscan un hijo a edades más avanzadas sin tener en cuenta que la edad impacta en su fertilidad. La mujer no es fértil toda su vida, su ciclo reproductivo comienza con la menstruación y se extiende hasta aproximadamente los 50-52 años. Además, dentro de cada ciclo, existe una “ventana de fertilidad”, es decir de días en los que son fértiles. A medida que pasan los años, la ventana de fertilidad se modifica, alrededor de los 37-38 años, disminuye drásticamente, coincidiendo con el momento en que muchas mujeres deciden buscar un hijo.
Otros factores influyentes incluyen el estrés, la carga laboral y el ritmo de vida acelerado, que afectan la frecuencia y la calidad de la actividad sexual. En el acompañamiento de matrimonios y de parejas, actualmente se verifica que la actividad sexual está bastante o muy acotada por distintos motivos. Si bien una mujer de menos de treinta años suele tener hasta siete días fértiles en un ciclo, con el paso del tiempo, esta ventana puede reducirse a uno o dos días. Este hecho, unido a la baja frecuencia de encuentros sexuales, disminuye la posibilidad de embarazo.
Por todo lo expresado, es importante que toda mujer, a partir del momento en que empieza a menstruar, aprenda a reconocer sus días fértiles. Esto no solo le permitirá conocer sus posibilidades tanto de concebir como de o evitar un embarazo, y también comprender cómo los ciclos influyen en su estado físico y emocional. En algunos programas de educación sexual se enseña a las adolescentes a identificar estos signos antes de terminar la escuela, lo que les brinda herramientas útiles para toda la vida. En el caso de parejas con dificultades para concebir, es esencial evaluar a ambos miembros. Además, el reconocimiento de las distintas fases del ciclo puede aportar información clave. Por ejemplo, saber si ovulan o si a pesar de ovular tienen una fase postovulatoria demasiado corta que impide la implantación del embrión. Antiguamente, se realizaban seguimientos con curvas de temperatura para determinar el momento de ovulación, pero hoy, con el avance tecnológico, muchas mujeres son derivadas directamente a tratamientos de fertilización asistida sin considerar primero estos aspectos básicos.
Teniendo en cuenta que actualmente se tarda mucho en la planificación de un embarazo, ¿qué piensa de congelar óvulos?
Tanto los óvulos como los espermatozoides son células muy particulares, se las llama células germinales. Son las únicas células haploides del organismo ya que tienen 23 cromosomas. Cuando se unen óvulo con espermatozoide, se genera una nueva vida, un embrión unicelular con 46 cromosomas. Merece una consideración especial justamente por su vinculación con la vida. Habría que analizar y reflexionar sobre cuál es el objetivo de congelar óvulos. ¿Tener un hijo en el momento de la vida que le resulte más adecuado?, ¿Ser madre sola recurriendo a un banco de esperma? ¿Formar una familia con dos mamás? ¿Donar o vender esos óvulos? La tecnología actual permite casi cualquier cosa… Pocos piensan en el niño, en su dignidad intrínseca, en su derecho a ser concebido por una mujer y un varón dispuestos a darle la vida.
Ante el incremento de programas de reproducción asistida, ¿cuáles son los riesgos y las ventajas que identifica en la implementación de estas tecnologías y cómo podrían abordarse para garantizar el respeto a la dignidad de todas las partes involucradas, incluyendo al niño según lo que menciona?
Yo creo que hay que hacer una distinción entre técnicas simples y técnicas complejas, es decir, de baja y alta complejidad. Una cosa es realizar una inseminación en el momento adecuado, donde el óvulo y el espermatozoide se encuentran de forma natural en el lugar adecuado: la trompa de Falopio. Se realiza cuando, por ejemplo, hay alguna dificultad en la vehiculización del semen; no merece comentario ético. Pero esta técnica simple también la puede utilizar una mujer que elige ser madre sola y seguramente cabría realizar una consideración ética. Muy diferente es un procedimiento complejo como la inyección de un núcleo de espermatozoide directamente en un óvulo, técnica de altísima tecnología. En este caso, el embrión comienza a desarrollarse en una probeta y luego se transfiere al útero. Son temas complejos por lo que no es posible hacer generalizaciones. Son temas complejos, con muchos aspectos a considerar sobre los que hay que ser muy prudentes. Lo fundamental es no olvidar que está en juego la dignidad intrínseca de cada ser humano.
¿Cree que estas tecnologías constituyen un avance al permitir que las parejas que no pueden concebir de forma natural o mediante inseminación puedan tener un hijo?
Hay que ver cada caso. Hoy la tecnología tiene una fuerza arrasadora. Se pueden lograr cosas hasta no hace tanto impensadas. Sin embargo, merece plantearse que, porque algo sea posible no necesariamente será correcto.
¿No lo considera ético?
No se puede dejar de lado que una nueva vida surge del encuentro entre un varón y una mujer. Lo maravilloso es que a partir del encuentro entre un varón y una mujer surge una nueva vida humana. El sentido unitivo y procreativo del acto sexual no es una banalidad. La relación sexual humana no es igual que el coito animal, y no es lo mismo fertilizar a una mujer que a una yegua, son dos cosas bien distintas, por lo menos tendría muchos reparos.
Existe una tendencia creciente en la postergación de la maternidad por diversas razones, ¿cuáles son los riesgos de esta tendencia para las mujeres y la sociedad en general?
Ya sea por realización personal o profesional, hoy todo se posterga, incluso los varones también postergan. Si hoy una mujer anuncia su casamiento a los 20 años, muchos se escandalizan y les parece muy prematuro, cuando biológicamente es el momento más adecuado para tener un hijo. Es una cuestión cultural. Mi abuela tuvo hijos a los 16 años y formó una linda familia. Cuando yo estudié medicina, hace más de cincuenta años, los libros de obstetricia calificaban a la mujer que tenía su primer hijo después de los 30 años, primípara añosa. Hoy, en cambio, tener un hijo a los 30 años es lo más frecuente, e incluso a edades mayores. Es una cuestión cultural que también está relacionada con el alargamiento de la vida. Sin embargo, creo que la postergación de la maternidad tiene consecuencias, porque hay un tiempo para cada cosa. Criar a un hijo es una gran aventura, es hermoso, pero también requiere energía y capacidades. A los 50 años, un niño tiene más un abuelo que un padre, y esto está ocurriendo cada vez más.
En nuestro país se ha evidenciado una tendencia a la baja de la natalidad, ¿qué mecanismos o garantías se pueden dar a las familias en general, y a las mujeres en particular, para fomentar la natalidad?
También nos está pasando a nosotros, está descendiendo abruptamente la cantidad de nacimientos, se están cerrando maternidades de toda la vida. Esto es un fenómeno global en el mundo occidental. En el mundo oriental está sucediendo algo similar, por ejemplo, en Corea y Japón la natalidad es bajísima y hay gran preocupación al respecto. Lo mismo sucede en China o la India. Se ha observado que, una vez que la tasa de reposición cae por debajo de cierto punto, por más políticas públicas que se implementen, revertir la situación se vuelve casi imposible. Como consecuencia, el lugar comienza a ser ocupado por inmigrantes, lo que transforma la sociedad.
¿Qué se puede hacer para fomentar la natalidad o contrarrestar la postergación de la maternidad y la paternidad?
En este momento enfrentamos algo aún más preocupante que se está imponiendo o poniendo de moda, el no kids, es decir, directamente no quieren tener hijos, no solo deciden postergarlo. Hoy en día, es común encontrar jóvenes universitarios que afirman: “No quiero tener hijos porque va en contra de la ecología, porque implica no poder viajar, porque supone un gran sacrificio, porque no puedo hacerme cargo”, entre otras razones que, en muchos casos, son bastante banales. Llama mucho la atención cómo se va eclipsando el deseo natural de trascender a través de un hijo. Se trata de un fenómeno cultural difícil de revertir. Si bien las políticas públicas pueden contribuir, creo firmemente en la importancia del trabajo desde las bases, desde cada individuo. Por eso, es fundamental que desde muy pequeños se les enseñe a los niños el valor de la vida, de la trascendencia, lo que significa tener un hijo y la importancia de asumir la responsabilidad de otro ser humano. En definitiva, de educar para que logren hacerse cargo de la generación que sigue, es decir, para que ejerzan la maternidad/paternidad. En este sentido, la educación sexual integral bien impartida juega un papel clave.
¿Cuáles considera que son los desafíos más significativos en la implementación de una educación sexual en el contexto educativo actual?
Estoy absolutamente de acuerdo con la educación sexual, siempre que esté fundamentada en una antropología personalista que considere a la persona en todos sus aspectos: biológicos, psicológicos, intelectuales, espirituales y sociales, con la integralidad que eso implica, que la Educación Sexual Integral (ESI) sea personalista, personalizante y personalizada. En nuestro país, al menos, la educación sexual integral tiene como telón de fondo la ideología de género y sus resultados están a la vista. No obstante, considero fundamental que toda institución educativa cuente con un proyecto de educación sexual integral, y que ese proyecto esté alineado con el ideario de la institución. Dentro de nuestra ley (Programa Nacional de ESI) existe un artículo que estipula el reconocimiento, la aceptación y el respeto, sobre todo hacia las distintas posturas. Este artículo garantiza la libertad de enseñanza. El primer desafío es que cada institución desarrolle su propio proyecto, algo que generalmente no se hace. Normalmente van a los saltos, tapando agujeros, por decirlo de forma coloquial.
La segunda cuestión es que, una vez que se ha estructurado el proyecto educativo, se logre implementarlo correctamente. Puede ser un proyecto excelente sobre el papel, pero si los docentes no saben cómo bajarlo en el aula, no servirá de nada. En Argentina, por ejemplo, los docentes tienen enormes vacíos y temores sobre cómo abordar la educación sexual integral, lo que a menudo termina diluyendo la efectividad del programa. Otro aspecto fundamental es establecer una sinergia entre la familia y la escuela, como ocurre en todos los aspectos de la educación. La escuela no puede ser la única responsable de esto, ya que los educadores primarios son los padres, la familia. No se los puede dejar de lado. En las capacitaciones docentes siempre les digo a los directivos y profesores que es importante que, cuando los padres inscriben a sus hijos en el colegio, sepan cómo se manejan las materias como matemáticas o computación, pero también cómo se lleva adelante la educación sexual integral. De esta manera, los padres sabrán a qué atenerse y podrán tomar una decisión informada, lo que facilita un acompañamiento y una sinergia. Si esto no se logra, todo el proceso se vuelve muy complicado.
Como miembro del Instituto de Bioética y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, en relación con los derechos del niño por nacer y los desafíos éticos que presenta este tema, ¿cuál es su visión sobre el aborto?
Ante un embarazo imprevisto, puede aparecer un conflicto de intereses. Por un lado, están los intereses de la madre y, por otro, los del no nacido, que no tiene voz ni voto, que es inocente, que no pidió existir y que no puede defenderse, por lo que debe ser tenido muy en cuenta. Hoy en día, todo el peso y la valía se inclinan a favor de los intereses de la madre, lo que conduce a promover el derecho al aborto, un tema que ya está profundamente enraizado en la sociedad.
Se presenta la posibilidad del aborto como un hecho más en la vida de la mujer, casi como sacarse una muela. Sin embargo, en la realidad no es así. Dicen que es más fácil sacar a un hijo del útero que del corazón. Decidir sobre la muerte de un hijo siempre impacta, y ese impacto se reflejará en distintos momentos, a veces inmediatamente, otras veces no tanto. Las secuelas psicoafectivas del aborto son reales, y la persona que lo vive tendrá que realizar un proceso de sanación por lo vivenciado. Abundan los trabajos científicos que muestran que las mujeres que han abortado suelen presentar síntomas de ansiedad, depresión, intentos de suicidio, consumo de drogas y otros problemas que no se les informan previamente. Actualmente, gracias a las leyes vigentes no se les puede mostrar ni ofrecer otras alternativas diferentes al aborto. Se las desanima a decidir continuar con el embarazo. Una joven embarazada que acude a un centro de salud público en Argentina suele recibir como única opción el “aborto seguro”. Se realizan permanentemente abortos químicos con pastillas de misoprostol o mifepristone. Los abortos en el domicilio pueden tener complicaciones y la mujer en cuestión suele vivir el proceso en soledad. Se reafirma aquello de que el aborto tiene dos víctimas: el niño no nacido y la madre.
Zelmira Bottini de Rey es vicepresidenta del Instituto para el Matrimonio y la Familia de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) desde 2015, profesora ordinaria en la misma universidad desde 2010 y miembro del Instituto de Bioética de la Facultad de Ciencias Médicas de la UCA desde 1995. Además, fue directora del Instituto para el Matrimonio y la Familia de la UCA entre 2005 y 2014, es académica de número de la Academia del Plata desde 2013 y miembro del Instituto de Bioética de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas desde 2007.
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