Greta Thunberg es la profeta de una nueva religión que se extiende por todo Occidente. Llamémosle climatismo. Como cualquier religión digna de su nombre, viene con su propio catecismo (qué creer) y escatología (cómo terminará el mundo).
La biblia de la adolescente de Estocolmo es el último informe del Grupo de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), que nos da doce años para salvar la civilización tal como la conocemos.
Los culpables son los adultos, que nos han “mentido” y nos han dado “falsas esperanzas”. Pero su cruzada adolescente nos va a demostrar el camino hacia la redención.
Pero por supuesto Greta Thunberg no salió de la nada, y como señala Gerard Baker en el Wall Street Journal, “se trata de una historia inspiradora que es muy efectiva para ofrecer modelos de conducta y propender a la fe”, ayudada por una aceitada máquina de relaciones públicas que respalda a Greta todo el tiempo.
Pero a diferencia de la antigüedad, estos modernos profetas de la fatalidad están armados con suposiciones, modelos y datos. Es así que nos dicen que los hielos que se derriten elevarán el nivel del mar y borrarán costas e islas. Lo que quede de las inundaciones será devastado por sequías o huracanes. Y si no preservamos el Amazonas nos moriremos colectivamente por asfixia.
Claramente resulta fundamental evitar que el miedo y la fe dividan al mundo entre discípulos y herejes. Si la religión del cambio climático triunfa sobre la conversación civilizada, el mundo no se volverá más inteligente. Karl Popper escribía que “los que deciden que las proposiciones científicas son definitivas deben retirarse del juego”, ya que la ciencia no es nunca un “libro cerrado”.
Los partidarios de este climatismo rara vez toman en cuenta los costos de sus soluciones, que terminan pagando los más pobres. ¿Quién pagará por el descarte de las baterías de los coches eléctricos, que son altamente contaminantes? ¿En qué barrios se ubicarán los basurales? ¿Qué pasará con los molinos eólicos una vez que se vuelvan obsoletos?
Nos podremos convertir en veganos, pero eso implicaría talar bosques para hacer espacio a millones de hectáreas de cultivo, que a su vez requerirán fertilizantes… ¡que esperamos no sean sintéticos! ¿Cuál es el beneficio para la población de generar energías renovables subsidiadas con altos precios, que pesan asimétricamente sobre los más pobres?
La fe puede mover montañas, pero la política se trata de costos y consecuencias.
Josef Joffe, profesor de la Universidad de Stanford, en Commentary Magazine
Europa esta demasiado cansada para defender su cultura
Europa se está suicidando. O al menos sus líderes han decidido suicidarse. Si los europeos deciden aceptar esto es, naturalmente, otra cuestión… Hoy en día, Europa tiene pocas ganas de reproducirse, de luchar por sí misma, o incluso de defender su posición en una discusión.
Cuando mueran las personas actualmente vivas, Europa no será Europa y los pueblos de Europa habrán perdido el único lugar en el mundo al que podíamos llamar “casa”. En los hechos, ya es un lugar diferente (…). Al mismo tiempo (que hemos tenido este influjo de inmigrantes), Europa ha perdido la fe en sus creencias, tradiciones y legitimidad.
Europa se encuentra profundamente cargada de culpa por su pasado. Y también existe el problema del cansancio existencial y el sentimiento de que quizás para Europa la historia se ha agotado y se debe permitir que comience una nueva historia.
En este contexto, una cosa extraña ha surgido en la que terminamos definiéndonos por nuestros peores momentos. La otra cara de la moneda es que miramos a todos los demás solo por sus mejores momentos. En los últimos años, por ejemplo, hemos oído hablar mucho de los neoplatónicos islámicos: el mundo islámico está mejor representado por los neoplatónicos, mientras que Europa está supuestamente mejor representada por Auschwitz.
Douglas Murray, autor de “La extraña muerte de Europa: identidad, inmigración, islam”, en entrevista con Peter Robinson para el Hoover´s Digest
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