Pablo Vierci es el autor del libro La sociedad de la nieve y productor asociado del largometraje homónimo dirigido por el español J. A. Bayona, filme que a pocos días de su estreno en Netflix es lo más visto en la plataforma mundialmente. En entrevista con La Mañana, el escritor habló sobre el impacto que tuvo el accidente en su vida personal, la importancia de esta historia para inspirar a la humanidad y cómo fue el proceso de llevarla a la pantalla grande.
¿Imaginaba que la película iba a tener tanta repercusión en todo el mundo en tan poco tiempo?
Hay cosas que preveía porque estuve en el rodaje y vi lo que se sufrió. Bajamos al infierno de la locura, en plena pandemia, en la montaña, muertos de frío, con los actores perdiendo kilos cada día (porque se filmó de forma cronológica para acercarnos a lo que vivieron los chiquilines en los Andes.) Entonces sabía el calibre de lo que se estaba rodando, y sabía que esto era diferente, porque con ese sufrimiento nos acercábamos a lo que ellos vivieron, que era el objetivo. Parece como si se hubieran alineado los astros para que la película fuera lo más realista posible. Y en ese sentido sí, le tenía mucha fe, pero esto que pasó con Netflix no lo sospechaba, que en un mismo día tanta gente del planeta esté viendo lo mismo, que nos estén mandando mensajes sin parar y que casi el 99,9 por ciento sea positivo es también algo muy raro.
¿Cómo fue su rol como productor?
Como Bayona quería el máximo realismo posible, yo consultaba todos los días a los sobrevivientes y familiares. Por poner un ejemplo: les preguntaba cómo se les hinchaban los pies para que Bayona pudiera transmitir a los actores la realidad. Él parte de la base de que presentando a los actores todos los elementos de la realidad, más se acercan a la verdad, y cuanto más se acercan a la verdad, más se acercan a la esencia que les permite interpretar en forma genuina, lo cual es percibido por el espectador. Yo trataba de aportar a los actores sobre la personalidad de los personajes que conocía de la infancia y la adolescencia.
Cómo fue el proceso de transformar el libro en guion y estos ochos años de trabajo con J. A. Bayona?
Bayona es muy intenso, aborda todas las posibilidades imaginables del guion y del punto de vista. En los primeros años trabajaba en la adaptación del guion, en una cosa que se llama “el tratamiento”, que es como un guion en prosa. Después trabajé años junto a otro guionista. Te diría que recorrimos todo el esquinero, todas las alternativas posibles, pero con una especie de consigna desde el día uno: esta película tenía que ser respetuosa tanto con los sobrevivientes como con los familiares de los muertos. Por un tema de pudor, de integridad y porque esa era la verdad. Teníamos que ser respetuosos de una tragedia en la que se pautaba la generosidad y la misericordia. Entonces, podíamos hacer todo y rodar quinientas horas, pero con respeto y teniendo muy presente siempre que un día iba a ocurrir lo que ocurrió el 1º de setiembre de 2023, cuando exhibimos la película a los sobrevivientes y a los familiares de los muertos. Ese fue el día más conmovedor y emocionante de mi vida y para Bayona lo mismo.
La noche anterior a la exposición ninguno durmió. Era imposible dormir porque no sabíamos cómo cada uno de los involucrados vivió o cómo procesó lo que pasó, no obstante la aceptación fue unánime. En una entrevista posterior a esa exposición todos dijeron que sintieron paz, y que se reconciliaron con la historia y con sigo mismos. Esa fue la coronación al proyecto, y para eso fue todo el esfuerzo, por eso demoramos tanto, por eso se rodaron quinientas horas, por eso fueron 147 días de rodaje y por eso fue tan sacrificado.
¿Cómo fue la experiencia de participar en el rodaje?
Éramos un equipo de 320 personas en varios sets en la montaña de Sierra Nevada, uno al lado de Granada, a tres mil metros de altura, otro a dos mil y otro a nivel del mar. Formamos como una especie de paralelismo con la Sociedad de la Nieve. Estábamos todos imbuidos en un proyecto en el que se nos iba la vida y donde estábamos azotados por el viento y por el frío, con la pandemia del covid a pleno. De los 320 se enfermaron 315. Yo fui uno de los pocos que no me enfermé, porque como era el más veterano me cuidaba cien veces más que el resto. Después se hizo un rodaje en Los Andes, al que no fui, y se terminó de rodar en Uruguay, donde también estuve.
¿Cómo afectó su vida el accidente de sus amigos?
Fue un antes y un después. Si la gente de tu generación y de tu entorno, con quienes te criaste, con quienes tenés memoria colectiva, con quienes hacías deporte, se caen en un avión y mueren en Los Andes es un elemento que se adhiere y forma parte de tu personalidad. Yo soy quien soy por todo lo bueno que viví y por esa tragedia que sufrieron mis amigos. Cuando se mueren amigos muy jóvenes no es como que se muera un anciano después de una enfermedad, es muy injusto.
¿Consideró en algún momento acompañarlos a Chile? ¿Estuvo a punto de subirse a ese avión?
Había hecho otros viajes con ellos de chico. Íbamos a Buenos Aires a jugar al rugby. A ese viaje jamás hubiera ido porque me había cambiado de facultad por un tema personal en octubre del 72. Sabía del pasaje, sabía cuánto costaba, un montón de amigos míos iban, algunos se bajaron el mismo día del vuelo o el día anterior, otros fueron, pero yo nunca estuve por ir.
¿Cómo vivió la incertidumbre de no saber si sus amigos estaban vivos mientras los estaban buscando?
Te cuento cómo lo viví con los amigos que no subieron al avión, con quienes sigo siendo amigo desde la infancia. Como los conocíamos y éramos veinteañeros, teníamos esa sensación de inmortalidad. Para mí de ninguna manera estaban muertos, pero tampoco estaban vivos porque como no los encontraban parecía que se los había tragado algo en los Andes o en el océano, no teníamos la menor idea, se tejían cualquier tipo de elucubraciones. Se los buscó en los lugares más insólitos, incluso guiados por una adivina. Yo acompañaba eso desde la zozobra en Montevideo, pero jamás se me cerró ese capítulo, ni a mí ni a mis amigos. Era como estar en un limbo y ese limbo es una sensación indeleble.
¿Cómo fue el reencuentro con los sobrevivientes cuando volvieron a Montevideo?
Fue agridulce. Cuando escuché la lista de sobrevivientes fue el momento más imborrable de mi existencia. Nací en 1950 y nunca viví y nunca viviré algo tan agridulce. Recuerdo que estaba solo en mi dormitorio, escuchando la radio, cuando Carlos Páez Vilaró leyó la lista y yo iba contando y me acuerdo de que terminó y a mí me faltaban dedos, porque me faltaban amigos y no podía creer que tal y tal y tal, que eran inmortales, no estaban en la lista. Al mismo tiempo otros se habían salvado. Fui al colegio el 28 de diciembre cuando vinieron, como fue toda la generación a recibirlos al estrado, donde fue la conferencia de prensa. Después teníamos que ir a visitar a las familias de los que no volvieron, para contarles lo que pasó y llevarles los recuerdos, entonces eran sonrisas y llantos al mismo tiempo.
¿Qué impacto tiene en el espectador ver esta historia ya conocida, contada de esta forma tan realista?
Creo que es una historia eterna e inspiradora para todas las culturas. La película logra transportar a personas de diferentes lugares al avión para que vivan esa pesadilla y se enfrenten a los mismos dilemas que los uruguayos. Creo que ahí está el sentido de la película y el objetivo de que fuera tan realista: para que cada espectador se formule las mismas preguntas y que cada uno llegue a sus propias respuestas personales. No hay una respuesta ecuménica, es por eso por lo que esto no tiene fin. Es como una carrera de posta que empezó allá, donde nos muestran que cuando el ser humano es azotado por las peores adversidades, no surge la bestia humana, no surge la jauría, no surge eso que decía Thomas Hobbes de que “el hombre es el lobo del hombre”, sino que sucede lo contrario: surge la compasión y la misericordia.
Daniel Fernández Strauch, uno de los sobrevivientes, dijo: “Nunca fuimos mejores personas que en la montaña”. Esa antorcha se pasa de mano en mano, yo la tomé para hacer el libro, y otros también la tomaron para escribir decenas de libros más. Esto no termina y no es propiedad de nadie, nosotros siempre estamos aportando nuestro grano de arena, pero esto continúa. No reemplazamos lo anterior, no reemplazamos la película Viven, ni la anulamos, por el contrario, sumamos.
¿En qué sentido esta película presenta un mensaje positivo para los tiempos que vivimos y en qué medida es significativo para la vida cotidiana de las personas?
Como expresó el ex ministro de Salud, Daniel Salinas en un tuit sobre la película, lo que se pone de manifiesto aquí es la perentoriedad de la vida, el hilo fino que existe entre la vida y la muerte y cómo a veces perdemos de vista esa finitud, esa precariedad y nos dejamos estar. Estos chicos nos demuestran, con una enseñanza universal, que en las peores circunstancias lo que vale es perder el ego (el ego en el sentido de creernos más de lo que somos) y eso lleva automáticamente a la generosidad. Como pasó en la pandemia en Uruguay, no hay salvación individual, la salvación es colectiva. Creo que en este momento ese mensaje tiene un valor superlativo.
Hay que tener en cuenta que el accidente ocurrió en 1972, en el siglo XX, que fue el de mayores matanzas en la historia de la humanidad, con dos guerras mundiales. En ese siglo Uruguay presentó, en este aparentemente pequeño episodio con solo 45 personas en el medio de la inmensidad de Los Andes, un antídoto. Los uruguayos somos un ejemplo concreto, real y verdadero que demuestra lo contrario a lo que siempre nos quieren vender en las ficciones apocalípticas y en las distopías: que ante la adversidad lo que surge del hombre es lo salvaje y el egoísmo. Por eso esta historia te reconcilia con la vida, y con el ser humano.
Como dice Adolfo Strauch (sobreviviente del accidente), “si al ser humano le quitas todas las capas con las que se adorna y con las que se disfraza en la vida de llano, lo que surge es un hombre bondadoso”. Es una frase que me encanta. Y estos chicos, el primer gesto que tuvieron fue abrazarse, el segundo fue cuidar a los heridos y el tercero fue entregar su cuerpo para que el otro salga en su representación, atraviese los Andes con la antorcha de la vida y llegue a su familia para contarle lo que pasó. No se me ocurre algo más generoso, bueno, edificante o inspirador. Creo que lo que sucedió en estos últimos días, desde el jueves que se estrenó la película en Netflix, para que se convirtiera en tiempo récord en lo más visto del planeta Tierra, responde a que los seres humanos buscamos una fuente de inspiración en un momento en el que estamos abrumados por imágenes y noticias aterradoras.
Las pautas que surgieron en esta Sociedad de la Nieve fueron la misericordia, la generosidad extrema, el pacto de entrega mutua, el coraje, dar la vida por el amigo, como dijo Numa: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, esos conceptos que acá parecen utópicos o idealistas, fueron la verdad de allá, y eso es lo inspirador y es la verdad, no es una ficción, no inventamos nada, ocurrió de verdad, con uruguayos y tiene un mensaje muy importante para el mundo en este momento en que agarrás un diario y siempre te parece que estás al borde del apocalipsis. Ayer leí que Corea del Norte amenaza con la guerra nuclear. Bueno, tenemos el antídoto. Esa no es la verdad del ser humano. La verdad del ser humano es la que estos chiquilines nos mostraron en el 72 en los Andes argentinos y chilenos, en la Sociedad de la Nieve.
¿Se encuentra trabajando en un próximo proyecto?
Sí, siempre estoy con un proyecto. En verdad, estoy con tres, dando las últimas pinceladas a una novela que estuve escribiendo en estos últimos años y trabajando en dos proyectos de guion, pero nada que ver con esto, ni siquiera son para Uruguay.
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