Fernando Ordóñez posee extensos trabajos de investigación en tecnología y educación, derechos humanos, educativos y una activa vida en el ámbito de la enseñanza. Es docente del Departamento de Letras Modernas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad de la República, y director del Colegio Punta Carretas de educación inicial y primaria. En diálogo con La Mañana opinó acerca de los procesos educativos en Uruguay.
Usted publicó un libro en coautoría titulado Estudios Socio-religiosos en el Uruguay, un proyecto de investigación sobre Modernidad y Utopía en las Reducciones Jesuíticas del Paraguay. En este contexto ¿Cómo podemos dibujar una línea entre el pasado de las misiones jesuíticas y el presente?
En el momento en que nacen las misiones, tiempo que podemos llamar barroco, había una crisis en la sociedad y también sucedía el ensayo de una utopía alternativa, visto en aquel momento que la utopía del Renacimiento no iba a funcionar. Creo que hoy estamos en un tiempo parecido, solo que sin utopía. La equivalencia en los tiempos tiene que ver con esta idea: la sociedad en crisis. Quizá la característica es que la crisis también incorpora los mecanismos con los que aprendemos. En aquel y en este momento, son tiempos de ensayar utopías, ya que al final la historia es o debería ser una construcción colectiva.
¿Qué nos dejan, entonces, las misiones con tantos cambios y reformas?
Ahí hay un concepto: los jesuitas tenían una utopía, un proyecto. Entendieron, por un lado, que había caducado el modelo ético, moral y político que representaba el caballero medieval. Habían entendido que ocurría el nacimiento de algo nuevo, pero no querían seguir el espíritu del protestantismo, que depositaba en el mercader la nueva división ético-política de la sociedad. Los jesuitas intentaron, en las misiones, encontrarse con un otro de una manera diferente y generar un espacio utópico en el que la comunidad fuera el eje que permitiera el desarrollo de la gran novedad. De algún modo, se conecta ese tiempo histórico con el nuestro a través del sujeto moderno, que reclama ya no responder a determinaciones de sangre, herencia, tierra o familia, sino que quiere un proyecto propio. Si no hubiesen sido derrotadas las misiones, pudo haber habido un capitalismo diferente, de base comunitaria, que no estuviera centrado en la caridad sino en la producción del colectivo, donde hubiera una propiedad privada, pero también una propiedad colectiva. Al jesuita le preocupaba que el dinero fuera el criterio básico para determinar el valor.
¿Cómo contribuyeron las misiones jesuíticas a la cultura de los guaraníes?
Los jesuitas dieron lo mejor de sí. Te encontrás con músicos misioneros, eximios, trabajando junto a los guaraníes en pro de un proyecto político pastoral. Si bien tenían claramente el propósito de la fe, sabían que no podían actuar de cualquier manera, por lo cual codificaron el lenguaje guaraní. La misión hay que verla dentro de una geopolítica. Lo cierto es que protegieron por décadas a los indios. Entre los bandeirantes de San Pablo y el corazón del alto Perú, tan valioso para la Corona española, ahí estaba la misión de Paraguay. Ellos tenían una utopía, tenían un mapa del mundo y lo sabían interpretar. Habían entendido el eje del individuo, no era solo educar al noble, sino al colectivo, educar a una sociedad. Hoy decimos que hay que educar al ciudadano. Los jesuitas entendieron el mundo globalizado, el nacimiento del sujeto moderno y el correlato que tiene, que es el mercado. En los textos de La conquista espiritual, de Antonio Ruiz de Montoya, se encuentra que los indios cuando trabajaban tomando mate se activaban, trabajaban más. Por otro lado, incorporaron a los guaraníes al imperio y todo lo que queramos criticar, pero al mismo tiempo rescataron lo guaraní a través de la reconstrucción de la lengua y la enseñanza de todo lo que ellos sabían.
Los jesuitas tenían una estructura pedagógica muy sólida, que requería años de capacitación, una calidad educacional que llevaron a las misiones…
Sí, esto es intrínseco a su fundador, Ignacio de Loyola. Él comprendió también lo espiritual medievalista, que es más ritualista. De los Ejercicios espirituales, el ser cristianos te pone a ejecutar, a actuar y propone un método que invita a tomar conciencia en sí. Los jesuitas han entendido la psicología, en la que hay un sujeto que se reconoce a sí mismo. En la Edad Media, el hijo del herrero es herrero, condicionado por el nacimiento. Acá los ejercicios consisten en ir más allá, al sujeto, al fuero interior que se manifiesta. También tiene que ver con lo educable, la educación tiene que ver con ese proceso, que es individual, pero que conecta con la sabiduría de un colectivo. Ellos trajeron la sabiduría europea y la compartieron con los indios, recuperando la sabiduría de los indios, haciendo un esfuerzo intelectual para comprender. Era un encuentro.
En un momento de reforma educativa, ¿qué aportan otros pensadores uruguayos, como Carlos Vaz Ferreira o José Enrique Rodó?
El Estado moderno nace asociado a la escuela. La escuela hace o acompaña el derrotero de la construcción de la identidad. La escuela ayuda a construir un nosotros. En el caso uruguayo es muy fuerte, con un discurso homogenizante, de clave nacional: escuela laica, gratuita y obligatoria, y que tiene como ingrediente valeriano que el rico y el pobre compartan la misma aula. Esa era la utopía. Pero lo cierto es que el modelo que representaron Rodó y Vaz Ferreira está en crisis. De algún modo la sociedad uruguaya necesita revisar la utopía que está detrás de su proyecto educativo y plantearse las preguntas: ¿Para qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué lo hacemos? Nos faltan las preguntas orientadoras. Tengo la sensación de que el secundario está colapsado en todo el mundo. Reconozco el esfuerzo de todos, más allá de cualquier consideración, sobre todo el esfuerzo de los educadores. Pero lo cierto es que en los resultados falla. Tenemos que darle contenido o competencia. Tenemos que pensar el qué y para qué. Por ejemplo: hay muy buenas razones para dar computadoras a todos, como también hay razones para no dar tantas pantallas.
Por otra parte, hay algo que es necesario entender: la escuela es una institución que no puede educar todo. La escuela tiene algunas funciones específicas, pero los que educan son los padres. La escuela tiene una especialidad de enseñanza de algunos aspectos de un proceso mayor. La educación prepara a las siguientes generaciones para que tengan potencial en su camino a la adultez. Es una transición y hay que recuperar el rol de los docentes. Los docentes están menospreciados, no sienten que sea relevante lo que están haciendo. La sociedad no se los reconoce y luego tenemos expectativas de que nos vaya bien. No hay atajos en esto. Acá la clave es reconstruir. Hay que recuperar los nosotros. Hay que recuperar lo que nos une, más allá de lo que también nos hace diferentes.
¿Qué debemos tener en cuenta cuando reflexionamos sobre la educación?
Después de muchos años como educador, entiendo que lo que importa es el proceso por el cual cada persona va arribando a determinadas preguntas. Es acompañar a pensar, comprender cómo es el mundo, con quién y dónde estoy. En términos metodológicos, es uno de los mejores momentos para ser educador por la cantidad de recursos que contamos. Uno puede llegar a aspectos con disciplinas que aportan, como la neurociencia, por ejemplo, reforzando u optimizando las teorías que teníamos. Estas son buenas noticias, siempre que nos hagamos las preguntas correctas. De lo contrario parecería inevitable que el mundo lo determine Bill Gatea, o Elon Musk o Zuckerberg, y todo lo que podemos hacer es consumir lo que tenemos delante. Creo que no es así, si somos ocho mil millones de seres humanos debemos crear espacio para la comunidad.
¿Cómo se motiva al alumno a aprender?
La educación es comunicativa, es relacional, por lo tanto, lo primero y más importante es el rapport [fenómeno por el que dos o más personas sienten que están en sintonía psicológica y emocional]. Es por eso por lo que los educadores son importantes. En parte estudiás para tu maestro. Es verdad que todos tenemos un maestro que nos deslumbró por su pasión. ¿Qué motiva? Maestros motivados. Esa convicción de los maestros que dicen: “Yo lo voy a sacar adelante”, ¿es voluntarista? No, es relacional.
La educación no está separada de los hechos históricos y sociales. ¿Cuáles han sido, a su entender, los hechos sociales que influyeron e impactaron en la dirección de la educación de este último siglo en Uruguay?
Hay múltiples. En Uruguay, en general, lo que me gustaba del sistema educativo es que tenía como utopía central la educación, más allá de que lo lograra de manera parcial. El hito es un poquito anterior a la dictadura y tiene que ver con la ley de 1972, que generalizó el secundario. Aceptemos que, si bien en sí mismo es algo muy bueno, con buena intención, el sistema uruguayo, sobre todo en el nivel secundario, no estaba preparado. Ahí creo que hubo un impacto en la calidad, porque Uruguay tiene una larga tradición práctica, incluso exagerada, de especialistas de didáctica de la física, de la historia. Pero en 1972, para cumplir con esa expansión del sistema al tercer grado, de algún modo, se habilitó a personas no necesariamente idóneas.
También veo otros que son positivos. La reforma de Germán Rama de los años noventa extendió la obligatoriedad de la educación inicial. Ahí hubo, de algún modo, un avance importante. Pero más allá de que el sistema funciona, controlado por profesionales, que son los educadores, una mirada más crítica nos tendría que sincerar sobre la razón de ser del sistema. Quiero dar ese debate. Es una cosa que nos preguntamos los de mi generación. Antes estudiábamos cuatro horas y sabíamos más. Claro, esto tiene un poco de trampa: los jóvenes de hoy saben otras cosas que nosotros no sabíamos y que uno no puede integrar en la ecuación. Nosotros buscábamos en la enciclopedia, cambió el uso de la memoria y las funciones de lo cognitivo, pero creo que hay un problema y tiene que ver con el porqué y el para qué del sistema secundario. Un tema más filosófico. Me parece que la escuela está más ordenada en inicial y primaria.
¿Tal vez se trate de enseñar a buscar información, más que a adquirir contenidos? Mirar el proceso y el mecanismo también.
Para mí, una cosa es la información y otra cosa es el conocimiento. Uno conoce al final. El niño conoce si puede jugar y contar, porque al final conocer tiene que ver con que puedas incorporar una información, jugar y contar. Educarte no es solo manejar información. Uno no lee el Quijote para saber cómo se ataca a los molinos de vientos, sino para disfrutar de la utopía que va detrás de la locura. Hay que ayudar a los jóvenes a entender cuál es la forma de llegar a la información, aunque el verdadero desafío es cómo se convierte en narración, cómo todo lo que aprendí lo puedo contar como historia, y cómo con esa historia me cuento a partir de lo que sé. Para mí, lo central a que invita la educación actual es a que hagas experiencia, que te conozcas a vos mismo con otros, haciendo experiencia. A veces se llama física, lengua, arte. Es conocer a otros y a vos. Tal vez estudiaste algo y te diste cuenta de que te entusiasmó, algo que va con tu congruencia y que conectaste. Esa es la búsqueda individual. La escuela hace explorar con conocimiento, enseña procesos, hoy lo llamamos competencia, que también tiene que ver con los contenidos y acá está el rol central en el rapport que ayuda a construir sentido. El conocimiento es eso, cuando algo nos gusta nos vuela el tiempo, es ese libro que leíste y no pudiste parar, es igual al maestro que estaba tan entusiasmado contando, que al alumno se le esfumó el tiempo.
¿Qué cambios importantes se dieron en Uruguay aplicados a la educación inicial y primaria en la década antes de 2000 y posterior a esa fecha?
La extensión del sistema inicial. Creo que hay una comprensión más acabada y formada en entender ese tiempo educativo tan increíble hasta los cinco años, cuando se aprende perfectamente una lengua, aprendemos a caminar, etcétera. Algunos dicen que es la etapa del núcleo central que se teje de ahí. Ahora hay mucha conciencia de esa etapa. Y me motiva mucho, cuando veo la parte de la estimulación sensorial, que vamos a detalles importantes. Los docentes han ido construyendo cosas más afinadas, como secuenciar procesos.
En 2022 se aprobó un nuevo plan educativo que cambia el concepto de educación primaria y media por una nueva estructura que ubica la educación básica entre nivel tres y noveno grado, eliminando la educación media básica. Al año siguiente se aplicó el Plan de Educación Básica Integrada (EBI) ¿Cómo fue la experiencia hasta el momento?
La necesidad de cambio estaba planteada y uno acompaña. Hay elementos que están bien planteados y otros que se pueden discutir. En el área inicial y primaria es donde veo más consistente la nueva propuesta, y tengo más dudas en la educación secundaria, donde hay una distancia entre lo propuesto y lo que se puede hacer. Me preocupa la formación docente en una línea de mayor calidad. Desde aquí, Colegio Punta Carretas, estudiamos la reforma y la planteamos en nuestro propio modelo y dentro de las competencias las reconceptualizamos. Las ordenamos en cuatro megacompetencias, en las cuales están las otras, a fin de ordenar un poco. Tuvimos una linda experiencia trabajando con los maestros a pesar de que les costó entrar en esta forma y generamos un lindo acumulado de conocimiento. Del documento inicial, valoré que ubica el proceso educativo hacia una pregunta de ética, y para mí no es menor, porque a la larga es la pregunta ética antropológica de quiénes somos y quién soy en el tiempo, es decir, la forma de la persona concreta y que la escuela acompaña. Por otra parte, plantea y retoma la idea de comunidad educativa, si bien estamos lejos de llenar de contenido a esa palabra. Es muy importante.
Visto desde el aspecto de los vínculos, la contención y la parte de afectos. ¿Qué es importante destacar?
Como sociedad uruguaya perdimos el barrio, esa era nuestra identidad. Eran los vecinos, los rituales. Era lo que pasaba en tu barrio, íbamos a la escuela del barrio, había una comunidad intrínseca. Había una comunidad conformada por la familia, el barrio, los vecinos y las diferentes instituciones barriales como el club. En definitiva, había un nosotros. Hoy es la escuela. Lo que le pasa al niño en la escuela tiene el eco de lo que le pasaba al niño en el barrio. La escuela tiene que mirar con mucho más cuidado, ya que tiene que preparar a esos niños con familias desarmadas. Antes el niño tenía el barrio y de pronto no está la red de contención, por eso hay que construir la red. La escuela tiene que ser un lugar que identifique. El sentido de comunidad hay que trabajarlo también entre padres y educadores y reconstruir los vínculos desde la confianza.
Uno de los proyectos de investigación que abordó fue la educación en valores para personas en situación de reclusión, trabajo realizado desde un establecimiento de reclusión femenina de Montevideo. ¿Cómo fue la experiencia, qué aprendemos de allí?
En la vida toca lo que toca. Más allá de los conceptos y preconceptos que tengamos de la cárcel, se trata para muchos uruguayos de un horizonte. Porque para muchos niños la cárcel es su horizonte, ya que estuvo allí su padre o su tío. Es casi un elemento identitario. Lo que hacíamos era poder contar de nuevo por qué estaban allí y modificar algún aspecto de esa narrativa, para que quizás cambie la historia. Aplicábamos una metodología oral, en la que adaptábamos las preguntas. Los privados de libertad podían contar lo que les había pasado para llegar allí, y de esa forma contactar con esa misma historia y describirla desde distintos lugares. La cárcel es tan totalizadora como experiencia, que marca una identidad. Pero hay que decir también que son identidades que ya estaban dadas en los primeros años a modo de autoprofecías cumplidas. En definitiva, la educación es la praxis de volvernos personas. Nacemos personas, pero desplegamos una praxis que se desarrolla entre el bien y el mal. Iluminar lo que tenemos de valioso para volverlo a contar nos iguala, aunque seamos diferentes.
“Para mí una cosa es la información y otra cosa es el conocimiento”
Fernando R. Ordóñez Tarín es doctor en Filosofía, especialidad en Literatura y Lingüística; también es doctor en Derechos Humanos, ambos títulos obtenidos en la Universidad de Minnesota. Posee al mismo tiempo un Máster en Artes en Literatura y Culturas Hispanas y un Profesorado en Educación Media en Filosofía, realizado en Instituto Profesores de Artigas.
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