Tiempo antes de las elecciones, varios integrantes del equipo económico dedicaron tiempo a criticar a la Ec. Azucena Arbeleche, quien dijo haber conversado con las calificadoras ante el riesgo de perder la calificación de crédito. No transcurrió más de una semana de finalizada la segunda vuelta para que Fitch terminara dándole la razón a quien hoy sabemos será la titular de la cartera de Economía. Frente a la aguda advertencia de la calificadora sobre la necesidad de un ajuste fiscal, hasta el propio ministro Astori pareció haber dado un giro durante la conferencia de ACDE, reconociendo la complicada situación y la necesidad de hacer cambios.
Las autoridades actuales entregarán el 1 de marzo el comando de un Estado cuyo gasto se comporta como un tren que además de venir a alta velocidad, continúa acelerando. Las calificadoras se percatan de ello y advierten al nuevo conductor que el tren debe comenzar a desacelerar, ya que se acerca a la terminal. A este no le queda otra alternativa que aplicar el freno, solo que no sabe con qué rapidez debe hacerlo. Si se asusta y lo aplica de golpe, el tren descarrilará y puede provocar una tragedia. Si lo aplica de forma demasiado gradual, el tren colisionará al llegar a destino. Es una situación compleja que el equipo saliente para suerte nuestra, nunca tuvo que enfrentar.
En el caso del tren, el problema lo resuelve una calculadora. En la economía el dilema es complejo ya que no se conocen con certeza los parámetros iniciales y cómo reaccionará el sector privado. Lo que intentó hacer la Ec. Arbeleche en su momento fue pedir a las calificadoras un poco de paciencia, para que el frenado fuera más gradual. Esto por supuesto puede funcionar si el nuevo maquinista es creíble en su voluntad de frenar y no se comporta como el anterior, que frente a la oportuna advertencia, siguió acelerando.
Este es el desafío al que se enfrentan las autoridades económicas entrantes, y es por eso que no tendrán verano. Como en las películas, se tendrán que subir con el tren andando para frenarlo. Por eso todo lo que puedan planificar con anterioridad va a ser fundamental para asegurar un buen resultado.
El problema con las políticas de austeridad es que corren el riesgo de poner a la economía en un círculo vicioso en el que la disminución de la demanda y del empleo provocan caídas en la recaudación que pueden hacer que, contrario al objetivo inicial, el déficit fiscal suba en lugar de bajar. Existen varios casos históricos de medidas de ajuste que terminaron con grandes recesiones y hasta con depresiones.
La experiencia de los ajustes promovidos por el FMI en América Latina y el Sudeste Asiático luego de la crisis de 1997 es ampliamente conocida. Lamentablemente, a pesar de toda la evidencia empírica en contra, circula todavía la teoría de los “ajustes expansivos”, basados en el argumento que una reducción en el gasto público sirve para estimular las inversiones y el consumo del sector privado, lo que más que compensaría el efecto contractivo sobre la demanda ocasionada por el menor gasto público.
El propio FMI ha descartado estas teorías, especialmente cuando le llegó el turno a Europa de aplicarlas, luego de la gran acumulación de deuda resultante de la crisis del 2008. En su informe Perspectivas de la Economía Mundial de octubre de 2011, el FMI estudiaba los efectos macroeconómicos de una eventual “consolidación” fiscal a ser aplicada en gran parte de Europa. Ya de por sí, la sustitución de la palabra “ajuste” por “consolidación” sirve de pista para comprender que cuando le llega el turno a los países desarrollados, las recetas se vuelven más pragmáticas.
Fue en ese momento, preocupado ante la perspectiva de varios gobiernos europeos que venían programando fuertes reducciones del gasto y aumentos de impuestos, que el FMI realizó una advertencia. “Aunque existe amplio acuerdo en que la reducción de la deuda tiene importantes beneficios a largo plazo, no hay consenso sobre los efectos a corto plazo de la austeridad fiscal. Por una parte, el pensamiento keynesiano convencional sostiene que las reducciones del gasto o los aumentos de impuestos desaceleran la actividad económica en el corto plazo. Por otra, en varios estudios se demuestra que la reducción del déficit presupuestario puede estimular la economía incluso en el corto plazo. La idea de que el ajuste fiscal estimula el crecimiento en el corto plazo también se conoce como la hipótesis de las ‘contracciones fiscales expansivas’. Un factor clave que explica estos efectos es la mejora de la confianza de los hogares y las empresas. La verdad podría ser una combinación de ambos enfoques. Los efectos expansivos puedan ocurrir cuando está en cuestión la solvencia del gobierno, o cuando la consolidación se estructura de una forma que aumenta la confianza”. A su manera, el FMI reconoció que los ajustes fiscales impuestos a los países emergentes terminaron siendo recesivos.
De esto último también se desprende que para aquellos países que enfrentan un riesgo de incumplimiento más elevado, el ajuste fiscal tiende a ser menos contractivo. Esto resulta lógico, porque en presencia de dificultades de financiamiento, un ajuste fiscal ofrece más confianza a los inversores y alienta el regreso de los capitales al país. Pero este dista de ser el caso de Uruguay, en que los acreedores premian su comportamiento histórico con una reducida prima de riesgo. La contracara es que un ajuste fiscal en nuestro caso sería relativamente más contractivo.
Esta situación presenta un claro problema de coordinación entre deudores y acreedores. El mejor resultado para ambos es que el deudor se ajuste gradualmente, sin incurrir en el riesgo de entrar en una recesión. En ese caso lo óptimo para el acreedor es tener paciencia y continuar renovando vencimientos. Pero esto solo puede funcionar si hay un compromiso firme entre las partes y los acreedores confían en que se va a cumplir. A eso apuntaba la futura ministra. Por el contrario, si los acreedores desconfían, no renovarán sus vencimientos y el país se verá forzado a un ajuste mucho mayor. Alternativamente, puede darse el caso que ante el temor de que no le renueven los vencimientos, el país se precipite e implemente un ajuste superior al necesario. Estas dos últimas situaciones no son deseables ni para el país deudor ni para los acreedores.
En su reciente informe acerca de la economía uruguaya, el FMI pareciera dar un guiño a un enfoque gradualista. Destaca en el informe que el gobierno uruguayo y el FMI acordaron cambiar la medida del déficit fiscal del Sector Público Consolidado (SPC) al Sector Público no Financiero (SPNF). Con ese cambio dejan afuera al BCU y su déficit parafiscal de casi 1% del PBI; déficit que se origina en la pérdida que incurre el BCU por mantener reservas internacionales en dólares financiadas con Letras de Regulación Monetaria en pesos a tasas de 9%-10%.
Hace pocos años, Stiglitz, refiriéndose a la austeridad que Alemania intentaba imponer en Grecia, sentenciaba en una columna de Project Syndicate que “realmente, no necesitábamos otra prueba. La austeridad ha fallado repetidamente, desde el experimento inicial bajo el presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover, que convirtió un colapso del mercado de valores en la Gran Depresión, hasta los programas del FMI impuestos en el Sudeste Asiático y América Latina en las últimas décadas. Incluso todavía intentó aplicar políticas de austeridad cuando Grecia se metió en problemas. Pero hasta el FMI llegó a aceptar que las contracciones en el gasto público eran justamente eso, contractivas para la economía”.
El desafío para las nuevas autoridades es complejo, pero el objetivo es lograble con adecuada coordinación, buena comunicación y férrea determinación. Cuanto más se logren coordinar los agentes económicos, menos doloroso será el inevitable ajuste. Uruguay tiene antecedentes demostrados de amplia coordinación política en momentos de dificultades económicas, tanto en la transición hacia la democracia en 1985, como luego de la crisis del 2002. Será cuestión de recrear estas herramientas que nos han servido en el pasado.
Una buena comunicación permitirá mantener la confianza de los agentes de que Uruguay retornará al sendero de la prudencia fiscal. Un reciente informe del Banco Mundial alerta sobre el preocupante aumento del endeudamiento en las economías emergentes, que hace subir el riesgo de una crisis financiera. Esto implica que no somos los únicos en el mundo con desequilibrios fiscales, y dado el estado actual de la economía mundial, no es probable que se impongan políticas de austeridad generalizadas como solución al problema. Esto quizá nos dé algo más de tiempo para hacer los correctivos de forma más gradual.
Finalmente, necesitamos determinación para señalizar que esta vez las medidas correctivas anunciadas, se van a cumplir. Es preferible un plan más gradualista y cumplible, que uno demasiado ambicioso que arriesgue llevarnos a una recesión. De lo contrario va a ser más difícil convencer al sector privado de que se vuelva a subir al tren.
- M. Sc., Instituto Tecnológico de Massachussets, Contador Público.