Laicidad significa “neutralidad del Estado en materia religiosa”. Este concepto surgió con el objetivo de terminar con las «guerras de religión» que asolaron Europa en los siglos XVI y XVII, aunque no es ocioso aclarar que el motivo de dichas guerras, generalmente fue el dinero, y la religión, la excusa. La idea era que los Estados, desde una posición neutral, no afiliada a religión alguna, garantizaran la libertad de cada persona a profesar su religión.
El laicismo vino después, y se caracteriza por procurar el destierro de Dios y de las religiones de la vida pública. Como ideología que es, ni es neutral, ni es libertaria: implica una toma una posición contraria a toda manifestación religiosa en el ámbito público, y por ello, es contraria a lo expresado en el Art. 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye (…) la libertad de manifestar su religión (…), individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
En los últimos años, hemos observado reacciones de tipo «laicista» que estimamos fuera de toda lógica. Por ejemplo, cuando el Obispo de Canelones, Mons. Alberto Sanguinetti, visitó algunas escuelas públicas; cuando la Directora de un liceo público autorizó una conferencia sobre el aborto; cuando la Junta Departamental de Montevideo se negó a instalar una imagen de la Virgen en la Rambla; cuando el Comandante en Jefe del Ejército, Gral. Manini Ríos, reconstruyó la capilla del Hospital Militar, organizó una Misa en la Catedral para celebrar el Día del Ejército, y envió un mensaje de Navidad a su tropa recordando “el verdadero significado de esta fiesta: el recuerdo de aquel, que vino al mundo con un mensaje de paz, y cuya muerte en la cruz, marcó un antes y un después en la historia de la humanidad”. Tres «pecados» capitales, a los ojos de algunos…
Más de un siglo atrás, Rodó se refería a esta versión corrupta de la laicidad del siguiente modo: “¿Liberalismo? No: digamos mejor «jacobinismo». Se trata, efectivamente, de un hecho de franca intolerancia y de estrecha incomprensión moral e histórica, absolutamente inconciliable con la idea de elevada equidad y de amplitud generosa que va incluida en toda legítima acepción del liberalismo, cualesquiera que sean los epítetos con que se refuerce o extreme la significación de esta palabra”. (José Enrique Rodó, Diario «La Razón», 5 de julio de 1906)
Pensamos que es hora de dejar el laicismo atrás y volver al concepto original de laicidad. La neutralidad del Estado en materia religiosa, no debería ser un obstáculo para que toda persona sea realmente libre de manifestar sus propias convicciones y creencias, siempre y cuando no procuren imponerlas a los demás. Paradójicamente, es lo que hacen quienes no tienen creencia religiosa alguna, cuando pretenden borrar del ámbito público, todo rastro religioso. Es necesario a nuestro juicio, ir hacia una laicidad positiva, defensora de la libertad de todos y promotora de la cooperación «religión – estado». Habrá que ver si los orientales somos capaces de levantar la cabeza y mirar hacia el futuro, o si preferimos cerrar los ojos y quedar rehenes de un estéril jacobinismo decimonónico.