Nacido en Baracaldo en 1970, es uno de los escritores y críticos literarios más destacados de España. Con apenas 26 años ganó el premio Planeta por su novela La Tempestad y fue elegido por la revista The New Yorker como uno de los seis escritores
jóvenes europeos más importantes. Licenciado en Derecho, con intensa actividad periodística, hoy se dedica de lleno a la actividad literaria con la publicación de varias novelas. En entrevista exclusiva para La Mañana desde Madrid, Juan Manuel de Prada nos abre su espíritu lleno de matices.
Sabida es su admiración por la obra del jesuita argentino Leonardo Castellani, cuya lectura le produjo un gran impacto. Quiero empezar con un agradecimiento, en nombre de muchos compatriotas, por haber puesto en relieve la importancia del autor y promovido la edición de alguno de sus libros en España.
Sí, yo descubrí a Castellani estando en Buenos Aires, a instancias de un amigo argentino. Yo en ese entonces era un escritor muy joven y exitoso. Castellani me alumbró un mundo nuevo y rompió el cristal en el que yo vivía. Transformó mi vida. Digamos que “me reformateó”.
Logré que se publicaran en España alguno de sus libros, pero no hubo continuidad, lo cual para mí fue muy decepcionante. También es verdad que su heredero, o presunto heredero, lo debe poner muy difícil. Lo cierto es que no ha habido interés genuino por Castellani. En España el mundo católico no lee. Y el poco mundo católico que hay es antitradicional, por lo que un escritor como Castellani no gusta. Resulta demasiado crítico, demasiado cáustico.
Es una tristeza que, en su patria, uno de los mayores escritores argentinos del siglo XX no sea reconocido y que en España, donde hay tantos autores de séptima fila que son ensalzados y venerados, sea absolutamente desconocido. El propio Castellani explica el silenciamiento de su obra, para el que confluye la maldad de los enemigos, es decir el mundo anticristiano, que en el ambiente cultural es lamentablemente hegemónico, con la desidia de los “buenos”, que a mi juicio no lo son tanto.
El “mundo” católico es muy podrido, muy corrupto, muy entregado al mundo, muy deseoso de halagarlo para sentirse “perdonado”. Y Castellani es dinamita. Es curioso, porque hay otros escritores también muy a la contra del espíritu de la época, pero infinitamente menos valiosos literariamente, como el colombiano Nicolás Gómez Dávila, que sin embargo han tenido más eco porque no resultan tan disolventes, tan marcadamente cáusticos. Porque Castellani tiene la peculiaridad de que, además de arremeter contra el mundo moderno, arremete contra el mundo católico que se ha puesto de rodillas ante el primero, y eso lo torna mucho más incómodo.
¿Qué otros autores han sido, en lo literario, sus referentes, o suscitaron su admiración?
Sin duda que Miguel de Cervantes, es el escritor que más me ha marcado porque su lectura me ha acompañado siempre. El Quijote está presente, sigue siendo un ejemplo moral, una vía que nos conduce hacia una vida más plena. Como todo clásico nos sigue interpelando, el paso del tiempo no le hace mella, a pesar de los cambios accidentales de la historia. Accidentales, porque la naturaleza humana sigue siendo la misma.
Hubo muchos otros autores que en distintos momentos de mi vida han sido muy importantes para descubrir distintos aspectos de mi vocación. A la edad de once o doce años me impactó mucho la lectura de Edgard Allan Poe y seguí leyendo a ese autor durante mi adolescencia. También los grandes novelistas Dostoievsky y Marcel Proust, que me enseñaron mucho de la literatura, en la que es muy importante la voz del creador.
En mis primeros años de carrera literaria, cuando sobre todo me dediqué a escribir cuentos, me influyeron mucho Borges y Cortázar; fueron mis maestros. En mi primer libro de cuentos hay mucha influencia de un escritor uruguayo que me encanta: Felisberto Hernández. Siempre me ha gustado muchísimo, crea unas atmósferas únicas, el realismo de lo cotidiano, podríamos decir. Luego vino el descubrimiento de Chesterton, que me va a marcar muy profundamente, cuya obra tiene alguna relación con la de Castellani. Aunque Chesterton es mucho menos ácido, ambos tienen un estilo vibrante, llenos de delicias formales.
Chesterton es un escritor muy valorado por la intelectualidad argentina. Borges lo admiraba y lo cita muchas veces en su obra.
Sí, pero la de Borges es una admiración hemipléjica. Referida solo a lo literario. De todos modos, la admiración de Borges sirvió para que Chesterton haya “pasado las aduanas” del pensamiento hegemónico, una dictadura ideológica cultural monolítica, como la que hoy padecemos. Mucha gente ha leído a Chesterton sin darse cuenta de su trasfondo católico, o percibiéndolo en forma muy difusa.
No sé si está enterado que el jurista y embajador argentino Miguel Ángel Espeche Gil fundó y preside la sociedad chestertoniana, que se ha sumado a la solicitud de iniciar el proceso de beatificación de Chesterton. ¿Qué le parece esa iniciativa?
Sí, estoy enterado de ese intento de beatificación y creo que he llegado a escribir algún artículo sobre ese tema. Pero creo que ya fue denegado. A mí la iniciativa me parece bien, lo que pasa que no cumple los criterios que tiene la Iglesia para una beatificación, como lo de haber hecho un milagro. A través de la lectura de Chesterton miles de personas se han convertido. El haber contribuido a la conversión de mucha gente es algo que puede considerarse milagroso. ¿Qué es más milagroso? ¿Curar a un enfermo o convertir a miles de personas? El propio Chesterton ha hecho en una de sus obras esta reflexión: ¿Qué es más milagroso, curar a un leproso o conseguir que unos pescadores analfabetos y absolutamente cerriles abran su mente y se produzca en ellos una transformación absoluta?
De todos modos, no creo que sea beatificado. Estaría muy bien que lo fuera, pero no me parece importante. No cabe duda de que no todos los canonizados son santos y que muchos que han sido santos no fueron canonizados. Es llamativo que casi todos los papas, desde el Concilio hasta ahora, hayan sido declarados santos… No me lo creo. Estos reconocimientos de santidad que hace la Iglesia, que en otras épocas pueden haber sido serios, ahora no me lo parecen.
En “Ariel”, el escritor uruguayo José Enrique Rodó, de quien acabamos de celebrar los 150 años de su nacimiento, alerta sobre los riesgos de una democracia igualadora que desconoce las diferencias legítimas y cita a Charle Morice cuando habla de los “Prudhommes, que tienen por lema la palabra mediocridad y están animados por el odio a lo extraordinario”. ¿Cree que estamos asistiendo a una decadencia de la cultura como valor?
Lo que creo es que la democracia inevitablemente tiende a halagar los bajos instintos de la gente. Para gobernar en democracia necesitas una mayoría y para conseguirla debes tenerla contenta y eso a menudo significa darle lo que no merece. Tocqueville, el gran apóstol de la democracia en América, alerta de que la democracia lleva dentro el veneno de la igualdad y que ese veneno va a alentar las más bajas pasiones.
Miguel de Unamuno decía que la democracia había convertido la envidia en virtud cívica. La democracia se fundamenta en la envidia: que el feo pueda ser como el guapo, que el torpe sea igual que el hábil y que el idiota sea igual que el inteligente. De algún modo eso está destruyendo las sociedades occidentales; se percibe muy claramente en el ámbito educativo y en el profesional y ese igualitarismo nos está conduciendo a una situación realmente penosa.
Cada vez leo menos los periódicos, la mayoría de los que escriben no tienen ni cultura, ni talento, ni nada, tienen la mente formateada por los principios del sistema. Se escriben paparruchas, que, si hubiera un público lector exigente, las rechazaría, pero son paparruchas que están dirigidas a gentes cada vez más degradadas.
Y no hablemos de la televisión…
No. La televisión ya no la veo, lisa y llanamente.
Volviendo a Rodó, él decía que el sentimiento de lo bello, también se relaciona con la percepción de lo bueno.
Sí, ese era el concepto de lo bello según la filosofía clásica. Pero es un tema inabarcable. Esas categorías: lo bello, lo bueno, lo verdadero han sido dinamitados por las ideologías, por las doctrinas filosóficas hijas del racionalismo. Son categorías que entre sí están comunicadas. Una sociedad que ya no reconoce la verdad, ¿puede reconocer la belleza? Una sociedad que no reconoce lo que es bueno o malo. ¿puede reconocer la belleza? Me temo que no. Para esos niños, formateados por el pensamiento único, un templo religioso no es algo que haya que proteger.
Hay una pérdida del sentido de la belleza pero que está ligada a la pérdida del sentido de la vedad y del sentido del bien. En esta época se ha producido un oscurecimiento de la belleza de tal magnitud que es inevitable que haya una pérdida de la sensibilidad artística. Cuando te obligan a apreciar mamarrachadas, llega un momento en que pierdes la sensibilidad artística. Hoy se exalta la pacotilla, la bazofia, cualquier mamarracho seudoartístico, hay una subversión completa de las categorías morales, estéticas y filosóficas.
¿Cree que su condición de católico en cierto modo hace que algunos de algún modo lo marginen?
Sí, sin duda, es algo que tengo muy claro desde siempre.
¿Dónde nota esa marginación? Supongo que su obra no es objeto de esa discriminación. Nadie puede dudar de su excelencia como escritor. Tiene muchísimos premios importantes. Supongo que se refiere a que no lo invitan a tertulias o no lo tienen como una figura popular.
A tertulias sí me invitan. Pero yo no quiero ir. La marginación la noto en mi consideración como escritor. Los premios los gané en los comienzos de mi carrera literaria. Cuando era escritor joven y todavía no me habían ubicado. A medida que mi pensamiento iba cristalizando y se iba expresando de una manera más nítida, lo fueron conociendo. La marginación se muestra en que no me publican, no me traducen, a pesar de que sigo vendiendo bastante, mucho más que algunos autores aplaudidos y encumbrados.
¿Es una lacra de nuestro tiempo el mezclar la ideología de un artista, y hasta sus condiciones morales, con la valoración de su obra?
En otro tiempo ha podido pasar. Siempre ha habido delirios iconoclastas, motivados por diversas razones, casi siempre por motivos religiosos. Claro que en este caso se trata de una nueva religión, aunque muy confusa, que condena a Gauguin porque tenía relaciones con menores, pero permite que a los niños se les hormone y se les mutile para que cambien de sexo. Es una religión enferma, sicopática, absolutamente demente. Es una ideología. Una seudoreligión monstruosa que nos va a conducir a la autodestrucción.
Sí, pero ese “purismo” retrospectivo, no se había producido en las últimas décadas. También acá en España he escuchado cosas muy raras. Por ejemplo, que habría que cerrar el Museo del Prado, mientras no se expusiera el mismo número de cuadros de pintoras que de pintores…
Lo que hoy puede parecernos demencial, dentro de unos años será lo normal. Esas cosas las veo con esperanza, porque pienso que toda esta deriva provocará el colapso y la autodestrucción de esta civilización y de ahí podrá surgir algo bueno. Estamos asistiendo al crepúsculo o a los estertores de la modernidad. Pero lo que ha caracterizado la modernidad, más allá de estos delirios y fases terminales, es el odio al cristianismo. Después de haber destruido la religión cristiana hay un gran caos de sectas que pelean por los despojos de un mundo enfermo. Lo vemos constantemente en ciertos colectivos, donde se multiplican luchas feroces que se diversifican. Las feministas tradicionales contra tales o cuales. Los transexuales contra tales otros. En esta fase terminal cuando ya el orden cristiano no existe, o solo subsiste de forma clandestina o muy precaria, se dedican a despedazarse entre sí.
En las últimas décadas ha habido una proliferación de los talleres literarios, a los que muchos concurren tal vez animados por esa conocida frase de que cada persona debería “escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol”. ¿Qué opinión le merece esa especie de democratización de la creación literaria?
Esto es fruto de lo que hablábamos antes. De la fiebre igualitaria. También pasa con las otras artes, pero la literatura es muy barata. No tienes que comprar materiales. Con un papel y un bolígrafo puedes ser escritor. La visión igualitaria según la cual todos pueden hacer todo es una negación de la donación divina de los dones, que bien sabemos, no es democrática. El odio cainita. Que todo el mundo puede ser escritor. Una visión un poco blasfema que niega la inspiración divina del arte. Es algo monstruoso, pero muy típicamente democrático.
¿Qué valor le da al aprendizaje de las técnicas literarias?
En todas las artes hay un componente de técnica. Hay que adquirir una técnica y desarrollarla. El auténtico artista, una vez que domina las reglas, lo que hace es transgredirlas. La evolución del arte es la asimilación de esa técnica y encontrar la forma de transgredirla. Solo de la tradición puede surgir la originalidad. Un escritor tiene que saber lo que es una metáfora, debe tener un dominio de la sintaxis, pero después tiene que olvidarlo. Ese bagaje que acumula tiene que utilizarlo para crear algo propio.
Usted dijo “las civilizaciones se fundan a partir de religiones y desaparecen con ellas”. ¿Estamos ante una irreversible crisis de la civilización occidental?
No ha habido ninguna civilización que sobreviva sin una religión que le dé cauce, le dé forma. La civilización occidental va a correr el mismo destino que Roma. Es un mundo que perecerá. ¿Se transformará en otra cosa? No lo sabemos. ¿Será reducida a añicos? Tampoco lo sabemos. Depende de la religión que llene el hueco. Veamos lo que pasó en el norte de África, una de las regiones más latinizadas del mundo y el islam arrasó con todo. El cristianismo en cambio decidió conservar el legado latino. Hay un intento de creación de una civilización laica, no religiosa, que indudablemente ha fracasado.
¿Será una minoría capaz de preservar nuestra civilización, como ocurrió con los monjes benedictinos que en el pasado guardaron y transmitieron el legado grecolatino?
Esa es una visión romántica y un poquito falsa. No hubieran podido hacerlo sin el apoyo de Carlomagno. Eso lo explica muy bien Hilaire Belloc en Europa y la fe. Lo que pasó es que Roma, en su descomposición, ya no tenía capacidad de control sobre las guarniciones que tenían en distintos lugares de sus dominios. Esas guarniciones se van rebelando. Los francos, los visigodos, eran personas muy latinizadas y eran sobre todo las elites de esos territorios que Roma solo quería para saquear y para exprimir. Lo que ocurre es que la conversión de esos “bárbaros” fue algo natural. En un imperio que se estaba desmembrando y se estaba pudriendo, el cristianismo es lo que nutre y llena esa decadencia. Esos pueblos “bárbaros” eran hijos de Roma.
Los monjes estaban apoyados por el poder político. A la orden fundada por San Benito (Los Benedictinos) lo protege Carlomagno. No lucha contra un mundo totalmente hostil. Lo apoya el caudillo de los francos. En ese sentido, las visiones románticas de una religión que triunfa porque hay unos pocos que la promueven no condice con la realidad. La religión cristiana se extiende gracias al apoyo político. Primero por Constantino, gracias al edicto de Milán y después de la decadencia y caída del Imperio romano, a través de esos pueblos “bárbaros”.
Yo pienso que un renacimiento cristiano de Europa puede producirse a través de un cambio de naturaleza política. Evidentemente Dios puede obrar milagros: que la gente decida abandonar esa forma decadente y podrida y haya una conversión, pero fundamentalmente pienso que esa transformación sería solo posible a través de un cambio político.
Esas ideas un poco tontitas al interpretar las palabras “las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”, no significa que se trate de una Iglesia triunfante. Será triunfante después de la segunda venida de Cristo, pero antes, si bien no desaparecerá, será muy pequeña, reducida a unos pocos fieles. Será mucho más duro que a los inicios. San Agustín dijo que la persecución será terrible, porque a los cristianos no los perseguirá un hombre cruel sino el mismísimo Anticristo. Yo no puedo hacer elucubraciones de cómo será, pero todo esto está perfectamente explicado por San Pablo y por el mismo Cristo. “Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la Tierra?”. También lo vemos en el Apocalipsis. La Iglesia se verá reducida por la apostasía y por una persecución monstruosa. Los signos de los tiempos es de lo que nos están hablando.
¿Puede haber un reverdecer? ¿Una nueva primavera de la Iglesia? Claro que sí. Pues claro que puede haberla. Debe haber un cambio político muy fuerte y allí se podría producir. Y también a través de un fenómeno sobrenatural, un fenómeno milagroso. Pero si miramos lo que fue la evolución de la Iglesia desde la reforma protestante, ¿qué vemos? Durante el reinado de Carlos V hubo batallas y enfrentamientos, que se salvaron por un empate. Pero después de eso no han sido más que derrotas, con períodos de una cierta recuperación, pero siempre con una Iglesia más postergada, más reducida. El saldo histórico fue hacia una Iglesia cada vez más hostigada y en los siglos XIX y XX se ha ido acelerando. Y esto no es pesimismo, solo realismo histórico.
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