La bioprospección es un tipo de investigación a través de la que es posible elaborar fármacos extrayendo principios activos de plantas. En Uruguay la actividad encuentra dificultades legislativas y económicas para culminar el objetivo, según dijo a La Mañana Manuel Minteguiaga, doctor en Química e investigador del Pedeciba.
El empleo de plantas medicinales a lo largo de la historia fue, con el tiempo, desarrollando de tal manera que, en la actualidad, alrededor del 39% de los principios activos de los fármacos existentes en el mercado provienen de plantas medicinales, ya sea de productos naturales en sí mismos o de sintéticos derivados de los primeros.
Teniendo en cuenta que las plantas son una fuente importantísima de fármacos es que surge la necesidad de hacer bioprospección, es decir, la búsqueda de actividad en las plantas, tanto en sentido farmacéutico como no.
La idea de la bioprospección es buscar moléculas líderes y conocer la química de las plantas, sus interacciones bióticas y abióticas. Cada planta tiene una química particular propia que, además, depende del ecosistema. Por eso no es lo mismo una planta de jardín que en su ecosistema natural.
Las plantas tienen compuestos que son constitutivos, es decir que los produce siempre; pero también tiene compuestos que se inducen por el ecosistema, por interacción biótica con insectos, polinizadores y otras plantas, pero además por interacciones abióticas. Por esto no es lo mismo cultivar que buscarla en su ambiente natural donde cumple su función biológica.
“Hay que tener en cuenta que las plantas no sintetizan los compuestos para nosotros, lo hacen para sus propios fines. A nosotros nos interesa estudiar las interacciones biológicas para tratar de usarla a nuestro favor”, dijo a La Mañana, Manuel Minteguiaga, doctor en Química e investigador del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba).
El investigador comentó que cada 10.000 moléculas que se estudian, solo una llega al mercado, y es un proceso que lleva unos 20 años y varias centenas de millones de dólares.
Aseguró que el ejemplo cumbre es el desarrollo de la artemisinina, que es un antimalárico. Se aisló de una planta llamada Artemisia annua que es nativa de China. Hay reportes de uso desde el 200 a.C., y muchos investigadores en China contribuyeron al aislamiento, la caracterización estructural y la evaluación biológica de sus compuestos para crear el fármaco. En el 2015, la investigadora Tu Youyou, ganó el premio Nóbel de Fisiología y Medicina por este hecho.
“Los fármacos sintetizados vienen de afuera”
En la búsqueda de plantas con compuestos activos se pueden tomar varios enfoques, el más efectivo y el que se ha adoptado en Uruguay es el etnofarmacológico, basado en el uso tradicional de las plantas que ya viene de generaciones. “Por ser un país muy chico, no tenemos desarrollada una industria farmacéutica; básicamente lo que se hacen son formulaciones, pero los fármacos sintetizados vienen de afuera”, aseguró Minteguiaga.
En nuestro país existe una comunidad de unas 50 personas que directa o indirectamente se dedican a estas investigaciones. Se buscan las plantas en la naturaleza, se extraen los compuestos, se estudian químicamente y se busca la actividad in vitro e in vivo.
El entrevistado ha trabajado con modelos de actividad antiofídica, es decir, contra el veneno de serpientes. Otros trabajan con modelos de actividad antimicrobiana, antioxidante, antiviral, entre otros. Primero se estudia la actividad in vitro, en modelos que se tienen optimizados en el laboratorio y donde se buscan las plantas más activas (screening).
Después de eso, las más prometedoras pasan a ensayos in vivo en modelos animales, proceso en el que muchas veces se atascan, ya que después de esos estudios alguien tiene que tomar la posta de seguir adelante en la fase clínica, y generalmente debe ser una empresa farmacéutica por el alto nivel de inversión requerido.
Formación de investigadores
En general, quienes se vinculan a este ramo han partido del mismo lugar: la Cátedra de Farmacognosia y Productos Naturales de la Facultad de Química. La farmacognosia es el conocimiento de los fármacos y es normal conocerlos por la caja y que sean sintéticos, pero durante mucho tiempo fueron vegetales, entonces la “droga vegetal” fue lo que impulsó este desarrollo.
Por esta Cátedra han pasado muchas personas y hay quienes trabajan en este tema en otras instituciones por fuera de la Universidad de la República. Desde 2015 existe un grupo de investigación en Tacuarembó (Cenur Noreste, Udelar) compuesto por profesionales surgidos de la Cátedra. “No somos muchas personas y no todos se dedican, luego de sus posgrados, a la investigación, porque además el tema presupuestal es una limitante”, explicó Minteguiaga.
Según el investigador, en Uruguay existe falta de legislación y de reconocimiento de la rama vinculada a plantas medicinales. “Está por fuera del ambiente médico tradicional. Quienes recetan plantas medicinales se asocian a la medicina alternativa y no suelen estar asentados en una clínica”, opinó. A su vez no se cuenta con una farmacopea uruguaya –documento donde están todos los métodos farmacéuticos y las drogas vegetales y sintéticas que se utilizan en terapia–.
El país posee un decreto del MSP del año 1957 (N° 445) que todavía nos rige. En esa época ya se hablaba de 250 especies autorizadas para venderse en herboristería, pero la limitante es que en aquel documento las plantas se nombraron con su nombre común, por ejemplo, carqueja; pero en realidad hay 35 especies conocidas como carqueja. Entonces el decreto está desactualizado.
Hubo una actualización en 2016 con un decreto del Ministerio de Salud Pública, (N° 403), que da un marco legal para la venta de plantas medicinales, especialidades vegetales terápicos. El decreto incluye una lista de 234 plantas que no se pueden usar para fines medicinales porque son tóxicas. Aunque algunas se siguen utilizando, como el paico, está prohibida para uso medicinal por ser tóxica. Otra es el palán palán, que crece en pretiles y está prohibido por lo mismo.
“Hoy tenemos esa ambigüedad: una lista de permitidos sin nombre científico, y una lista de prohibidos, que muchos se utilizan en la medicina popular, pero no se deberían vender al público”, resumió Minteguiaga.
Estudios de la carqueja y la marcela
De la leyenda popular surge que la carqueja es “el viagra criollo” y la fuente son las personas que repiten la historia. Pero en realidad, a través de estudios en condiciones in vitro, se ha visto que la carqueja es un vasodilatador, permitiendo un mayor flujo de sangre. Esto da cuenta de la vinculación con el uso que se le atribuye.
Otro ejemplo es la marcela, de la que una empresa nacional (Actenz) llegó a desarrollar un preparado fitofarmacéutico dermocosmético. El Instituto Clemente Estable comprobó que tenía poder antioxidante, regenerativo de neuronas y protector celular, y se llegó a una reformulación para aplicación en piel.
“Fue lo más cerca que llegamos a un preparado que se utilizaba de manera comercial proveniente de una planta medicinal nativa. Lo que sucede es que en Uruguay aplicamos mucho las plantas exóticas, como boldo, ginko biloba, menta o manzanilla, que se consumen por la tradición europea y, muchas veces, se controla con esa farmacopea”, explicó el investigador.
Existe un trabajo que se hizo en la Cátedra, por el profesor Álvaro Vázquez, que fue una prospección sistemática del bosque galería del Río Uruguay. Tomaban las plantas de la naturaleza y les hacían extractos para evaluar su potencial antimicrobiano y así ir seleccionando las más promisorias. Fue una de las experiencias más grandes de bioprospección en el país.
Por la regulación de la investigación genética
Alicia Aguerre, integrante de la Comisión para la Gestión de Riesgo del Sistema Nacional de Bioseguridad (SNB), dialogó con La Mañana y explicó el estado de situación actual del país en materia de libertades para investigaciones vinculadas a la bioprospección que toman muestras genéticas, hecho que se regula a través del Protocolo de Nagoya.
Este protocolo (2014), es un acuerdo complementario al Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) que tiene como objetivo la participación justa y equitativa de los beneficios derivados de la utilización de los recursos genéticos. Proporciona una base sólida para una mayor certeza y transparencia jurídicas, tanto para los proveedores como para los usuarios de recursos genéticos.
Actualmente, Uruguay está tratando de llevar la normativa al campo nacional. La primera norma que tuvo el país en ese sentido fue una resolución ministerial en el 2017, y se sigue trabajando a través de un proyecto que, con 24 países, busca el desarrollo de marcos legales.
Se elaboró esta normativa, que hoy está en etapa de discusión y de ajuste a través del Ministerio de Ambiente. “Estamos actualizando la forma de las regulaciones y los formatos para que los investigadores –cuando van al exterior y toman muestras–puedan contar con un certificado de que han cumplido con la normativa de origen”, relató Aguerre.
Explicó que se lanzará un registro nacional de investigadores en recursos genéticos para facilitar a quienes trabajan en temas de innovación. “Tenemos solicitudes de acceso a investigación comercial, pero es muy pronto para dar cifras. Sabemos que hay mucha investigación, pero la tenemos que llevar a cifras para que los tomadores de decisiones puedan implementar políticas”, detalló.
La entrevistada dijo que la norma es restrictiva y se necesita tener la agilidad que el mundo requiere. “Es un tema muy dinámico y con la digitalización se pasa información en tiempo real. A veces los ministerios no podemos estar tan ágiles por los marcos legales que tenemos que cumplir”, puntualizó.
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