¿Qué lo llevó a elegir la profesión de economista?
Un primo mío se inscribió en economía y me cautivó un poco la idea. Siempre recuerdo que cuando le dije a mi padre que iba a estudiar eso, me miró sorprendido, se preocupó, porque en esa época era más o menos como decir que quería ingresar a la NASA. Después, en la carrera, las materias que eran propiamente de economía me resultaban muy interesantes y fui viendo que finalmente podía tener futuro. Es algo que me gusta mucho. Leo y me mantengo lo más actualizado que puedo.
¿Cuándo comenzaron sus primeros vínculos con la política?
Hubo un período “fermental” que fue el plebiscito del año 80. Un grupo de jóvenes nos acercamos para ver de qué se trataba lo que Tarigo predicaba y fue cautivante. Luego tuvimos diferencias entre nosotros y de ahí surgieron dos grupos: Libertad y Cambio, que fue el mayoritario, y la Corriente Batllista Independiente. Yo entré a trabajar fuerte en el año 82; participé de la instancia de la reforma constitucional, más que nada como alguien que asistía a charlas, pero militaba. En el 83 empecé a trabajar en la Comisión de Programa del Partido Colorado (PC), que la dirigían Fernández Faingold y Aquiles Lanza. Más tarde, en marzo del 85, ingresé a la Subsecretaría del MEF, en el primer gobierno de Sanguinetti.
¿Cómo recuerda esa experiencia, en medio de una transición diferente, dado que culminaba un período dictatorial? ¿Cuáles fueron los desafíos que tuvieron que sortear?
Estábamos retornando a la plena vigencia de la Constitución del año 67, con independencia de poderes, libertad de prensa, el regreso de las Fuerzas Armadas a sus funciones constitucionales, el funcionamiento de todos los partidos y grupos políticos que habían estado proscriptos. La amnistía permitió la liberación de todos los presos políticos, lo que tuvo como correlato la conocida Ley de Caducidad de Pretensión Punitiva del Estado para los delitos cometidos por militares y policías. En el año 85 se creó la comisión para estimular la vuelta al país de los exiliados. Fueron aproximadamente 16.000 las personas auxiliadas en ese período. También se creó una comisión para reparar a los funcionarios públicos destituidos por la dictadura. A la función pública retornaron más de 9.000 personas y más de 3.000 se acogieron a la jubilación. Todas estas cosas fueron cuestiones que después se olvidaron, pero requirieron un gran esfuerzo. Eso habla muy bien de la forma en que la transición hacia un gobierno constitucional pleno se pudo llevar a cabo.
¿A qué problemas se tuvieron que enfrentar en el plano económico?
La crisis del 82 fue muy dura; el país tenía necesidades de mediados de los 80, con posibilidades de los 70, o sea, era muy difícil. Había una necesidad de refinanciar a todos los sectores productivos fuertemente endeudados, mayoritariamente en moneda extranjera. Hubo un gran retroceso, una contracción económica muy fuerte para una transición. En el año 85 se aprobó una ley de refinanciación de los sectores productivos cuyas tratativas políticas insumieron muchísimo tiempo. Era una ley absolutamente inconstitucional porque el Estado se metía a toquetear contratos entre privados, entre los bancos y particulares, y diciendo “vamos a dar estas condiciones o a flexibilizar de tal forma”. Todos queríamos sacar el tema para adelante, o sea, ningún banco puso el recurso de inconstitucionalidad a la ley. Afortunadamente eso se sacó adelante y fue muy bueno para que el país pudiera recomponer todo su aparato productivo.
¿Cómo se resolvió el problema del endeudamiento externo existente en ese momento?
Hubo una refinanciación en el 86 y otra en el 88. El entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos era Baker y nos acogimos a las facilidades del Plan Baker, que fue el antecesor del Plan Brady, al que Uruguay ingresó en la administración siguiente que fue la del Dr. Lacalle. Para dar una idea de lo que significaba el peso de estas renegociaciones con acreedores del exterior, las tasas de interés eran de dos dígitos, eran muy elevadas. Era realmente imposible poder sostenerlo. Se pudo hacer todo ese proceso de renegociaciones y con el Plan Brady en el período siguiente las cosas quedaron bastante mejor aspectadas. En esos años también se heredó una situación muy delicada en varios bancos, entonces hubo que hacer frente a eso para evitar la quiebra de los mismos. Entre ellos estaban el Banco Comercial, el Banco Pan de Azúcar, el Banco Italia, Ubur, el Banco La Caja Obrera.
Sin embargo se logró un equilibrio y se volvió a poner la economía en pie ya en ese período.
Era muy difícil llegar al equilibrio, pero en ese quinquenio se pudo crecer un 20% a una tasa promedio próxima al 4%, se pudieron reactivar todos los sectores y hubo posibilidades de mejoras relevantes en lo social. En ese período el salario real creció casi un 30%, se restablecieron los Consejos de Salarios y el diálogo social. Además, hubo una reducción muy fuerte de la pobreza, que del 46% cayó al 26%. Creo que eso forma parte de la sustancia de la convicción que como batllistas nos anima, es decir, que cualquier consideración en el plano económico debe tener un norte social, y en ese sentido se hicieron muchas cosas.
También fueron años donde hubo inversiones importantes. En maquinaria y equipo, por ejemplo, se creció un 12% en promedio anual, o sea que la reactivación se dio en todas las ramas. Al mismo tiempo se aprobó la Ley Forestal y la Ley de Zonas Francas. Levantando restricciones y creando condiciones para que la gente invirtiera, se invertía. Se creció, excepto en el año 89, cuando se internó toda la crisis argentina. En ese año el presidente Alfonsín se vio obligado a retirarse del gobierno y darle posesión del cargo a Menem mucho antes de lo previsto, porque estaban verdaderamente en una situación calamitosa.
Decía que uno de los grandes temas fue la refinanciación, por haber recibido empresas y bancos quebrados. ¿Cuáles fueron los puntos que se debatieron en su momento a favor y en contra de la solución que mencionaba? ¿Cómo fue ese proceso?
Generalmente son temas que llevan a que en política se procure la obtención de resultados y a veces jugando con cosas complicadas. Los bancos estaban en una situación muy delicada, entonces tenían que capitalizarse para hacer frente a períodos de recuperación de esos créditos más largos. Por supuesto que lo hacían, porque de otra forma no iban a recuperarlos. Pero una vez que hubo intromisión en el sentido de abrir el tema a la discusión en el Parlamento, había quien pedía topear las tasas, mayor extensión de plazo de gracia. Ese tipo de cosas son propias de una discusión política que no estaban muy disciplinados para realizar, es decir, el Parlamento se restableció recién en el 85, entonces hubo gente que hizo de eso una oportunidad propicia para hacer un poquito de populismo.
Profesionalmente todo fue muy bien arreglado y se acordaron con el Partido Nacional (PN) los términos. Eso supuso la creación de la Corporación Nacional para el Desarrollo (CND), que fue una condición exigida por Wilson Ferreira Aldunate. Él creía que una institución muy importante como esa, que ya existía en varios países, iba a servir para fomentar cierto tipo de emprendimientos o apuntalar a las empresas privadas. Una vez que entre los partidos tradicionales lograron establecer las bases del acuerdo, la ley salió. Se creó la CND, se discutió cuánto debía ser su capital inicial, en qué condiciones operar y siguió para adelante.
¿Qué reflexión le merece el esfuerzo que hizo la Conapro? ¿Fue útil para la transición?
Fue un buen ejercicio de diálogo social porque permitió, por lo menos, marcar ciertas coordenadas sobre las cuales se iba a actuar en la siguiente administración. De ahí en más, cada vez que se habla de coalición, hay una instancia previa con variantes que pasa a ser de alguna forma “fermental”. Pensemos simplemente en la reciente noticia del anteproyecto de ley de urgencia que ya está a consideración de todos los sectores que de manera coaligada van a ser gobierno a partir del 1º de marzo. Aquello fue el prolegómeno. Fue, luego de una dictadura, el esfuerzo que se hizo para habituarnos a tener instancias de diálogo. Después hubo períodos posteriores de coparticipación y de coaliciones que tenían como antecesora a la Conapro. Yo asumí como ministro de Economía en marzo del 95 y en toda la instancia previa hubo muchas reuniones en el área económica con representantes del PN, y se aprobó un documento donde se decía lo que íbamos a hacer en la materia en el período.
El eslogan de Sanguinetti para las elecciones del 84 era “el cambio en paz”, un concepto que volvió a reflotar en la campaña electoral del año pasado. ¿Se podría hacer un paralelismo con esa época?
Todos queríamos salir de la dictadura de la mejor forma posible. La Ley de Caducidad fue uno de los costos para que esa transición se lograra. Sin esa ley, la salida democrática no habría sido la misma. No hubo ningún tiro, percance ni revuelta, como entonces se podía percibir en Argentina con total claridad. Ahora, el paralelismo no va tanto por el cambio en paz porque afortunadamente el país está en paz; no tenemos guerrilla ni enfrentamientos con ningún sector radical de derecha como puede ser un gobierno militar. El país tiene estabilidad institucional. Luego de 15 años de administraciones de otro signo, hay que procurar que la transición se haga de la mejor forma y el modo de hacerlo es con un gobierno de coalición.
¿Son comparables en algún punto los problemas que dejó el gobierno militar con los que va a dejar ahora el FA?
No. Aquello fue muy duro. Hoy no tenemos un sistema financiero con instituciones al borde del colapso ni dificultades en el frente externo con la agenda de pagos; está bien estructurada la deuda, las tasas de interés internacional son muy bajas y lo van a seguir siendo por un buen tiempo. Si bien hay problemas de competitividad en los sectores productivos, se van a ir solucionando sin necesidad de extremar medidas como aquella ley de refinanciación de la que hablábamos. Lo que hay ahora es un problema serio en la parte fiscal. Se están tomando correctivos en la ley de urgencia y hay disposición para que eso se pueda encarar a la brevedad posible.
Recordaba que en el 95 volvió al MEF como ministro. ¿Cómo fue ese retorno cinco años después, tras el gobierno de Lacalle?
En los cinco años de gobierno de Lacalle habíamos formado una consultora económica con algunos que habían sido compañeros míos en la función pública, entre ellos, Ariel Davrieux, Enrique Iglesias, el contador Capote, el hijo de Davrieux y otros destacados economistas. Yo seguía de cerca lo que ocurría en la coyuntura económica. Cuando Sanguinetti ganó la elección, me llamó. No fue una decisión fácil. Yo tenía entonces 42 años. Son ese tipo de decisiones complicadas, porque habíamos formado una consultora donde nos iba muy bien y debía dejarla para retornar a la función pública, de la que uno nunca sabe en qué términos va a salir. Hay cosas que uno hace de muy joven o cuando ya tiene una posición económica y familiar resuelta, pero a los 40 y pocos años uno habitualmente no tiene ni una cosa ni la otra, y ese era mi caso.
¿Qué lo hizo aceptar la propuesta?
Me alentó el hecho de que yo no me embarcaba solo en esa nave. Estaba Ariel Davrieux, que era amigo, socio en los años de actividad privada y uno de mis mejores docentes; Juan Alberto Moreira, que estaba muy vinculado a la Cátedra de Macroeconomía con Davrieux; Isaac Alfie y otros economistas como Gustavo Michelin, Horacio Bafico, Teresa Chaves. Había un grupo excelente que venía desde la creación del Mercosur para llevar a cabo una política comercial, con García Peluffo al frente. Había gente merecedora de total confianza y pudimos integrar un equipo solvente en distintas áreas.
¿Cuáles son las perspectivas que tiene a futuro? ¿Hay lecciones para compañeros de su equipo económico? Justamente nombraba a Alfie. ¿Cómo lo ve para este nuevo gobierno de coalición?
Siempre fue inteligentísimo, bien formado y preparado, pero el Alfie que yo conocí con 30 y pico de años no es el mismo de ahora, con 57. Yo diría que este Alfie, aparte de ser más maduro, tiene mucha experiencia política. Fue senador además de ministro de Economía y ahora va a ir a la dirección de la OPP, o sea que creo que está en el punto óptimo para llevar adelante una gran gestión. No tengo ninguna duda de que lo va a hacer. De hecho me honra con la amistad hace tiempo y hablamos de muchos temas. Él cuenta conmigo. Hay un grupo de gente con la que nos reunimos y a quienes les podemos sugerir sobre la conveniencia o no de llevar a cabo tal o cual acción. Él no precisa ninguna cuestión en términos de opciones de política económica; sí lo podemos ayudar quienes tenemos ya 10 años de experiencia en algo tan complicado como el MEF.
¿Estaría dispuesto a integrar el gobierno?
En los términos en los que estoy hablando, por supuesto que sí. Pero no estoy dispuesto a asumir ningún cargo de administración. Llegó el tiempo de otra generación.
¿Qué recomendaciones podría hacer con respecto a cómo articular la propuesta económica del nuevo gobierno, considerando que serán cinco partidos los que deberán llegar a consensos?
En materia de medidas de política económica, si se parte de un diagnóstico común, no va a haber diferencias en cuanto a los correctivos a aplicar. Yo conozco a quien va a ser la ministra, Arbeleche; la oigo, he tenido oportunidad de intercambiar impresiones con ella y tiene muy claro hacia dónde caminar. Está al lado de Alfie además, o sea, desde ese terreno no tengo muchas sugerencias para hacer.
Un aficionado a la percusión, el soul y el jazz
Lo caracteriza la sensatez y le da un gran valor a la amistad y a la familia. Dedica no menos de dos horas diarias a la lectura de temas que le interesan, sobre todo, los económicos. Es buen aficionado al deporte, pero mal deportista, asume. Además de su actividad profesional y partidaria, tiene interés por las cuestiones atinentes a lo político y lo social.
Lleva 44 años casado y más de 50 en pareja con Gabriela, con quien tiene una hija, María Pía, que le dio “tres nietos fantásticos”.
Como hobby disfruta mucho de la música y dice ser un percusionista frustrado. Tiene batería y todos los instrumentos de percusión que uno se pueda imaginar. Aunque sus sobrinos lo quieren adentrar en el mundo de Spotify, admite que es de la vieja guardia y nunca pudo deshacerse de su enorme colección de CDs. También atesora muchos conciertos en DVD de los géneros que más le gustan: el soul y el jazz.
Ese pasatiempo lo complementa con el cine y series en cable y en Netflix. Solía concurrir con frecuencia a la cancha pero ya no, aunque cuando puede mira fútbol. Es hincha de Nacional y de Trouville.
Luis tiene cinco hermanos y guarda los mejores recuerdos de su infancia. Rememora que jugaban mucho en el gran fondo de su casa, que tenía árboles, parra y parrillero. Era una vieja casona ubicada en el Barrio Sur, propiedad de su abuelo, el fundador de Mosca Hnos S.A.