Es arquitecto y pintor, y fue uno de los protagonistas del accidente aéreo de 1972 en los Andes. Esta historia, que cumple 50 años en 2022, ha sido definida como una tragedia por algunos y como un milagro por otros, pero Strauch eligió otra palabra para describirla y explicó por qué. Además, nunca se imaginó que después de cinco décadas seguiría generando tanto interés a nivel mundial. En una larga charla con La Mañana, rememoró los momentos más importantes de esa dura experiencia en la cordillera y contó qué aprendizajes le dejó para el resto de su vida.
¿Siempre supo que quería estudiar arquitectura?
Desde que tengo uso de razón supe que iba a ser arquitecto. Siempre le pedía a mi viejo que me llevara a ver casas y yo me metía en obras si podía. Fue algo natural, mi vocación fue naciendo de esa forma.
¿Cómo nació el arte plástico en su vida?
Fue curioso, porque empecé a tener necesidad de pintar de muy chico, y fueron pasando los años, pero recién hace unos 20 años (José Luis) “Coche” Inciarte (sobreviviente de los Andes) justo estaba yendo a un taller de pintura y me empujó a que fuera. Ahí me di cuenta de que tenía miedo de agarrar un pincel y que no me saliera nada, por eso pasó tanto tiempo. Disfruto un montón la pintura, en esta etapa de mi vida es una de las cosas bárbaras para tener como hobby.
O sea que el arte ocupa un lugar muy importante en su vida.
Absolutamente. En realidad, me gustan casi todas las cosas, el arte, la naturaleza, los animales. Ahora estoy viviendo todo el tiempo en el campo, estamos haciendo un parque, me encanta la jardinería, así que tengo muchos intereses, pero el arte siempre estuvo muy presente. Disfruto mucho todo lo estético y la armonía.
Se cumplen 50 años del accidente en los Andes y es algo que sigue muy latente entre los uruguayos, pero también a nivel mundial. ¿Por qué cree que despierta tanto interés?
Nunca nos imaginamos que 50 años después iba a seguir habiendo este interés en todo el mundo por nuestra historia. Al principio se difundió mucho y despertó mucha curiosidad, sobre todo, por la parte del canibalismo, que es una cosa muy impresionante, muy shockeante. Pero a medida que fue pasando el tiempo, por suerte se fueron dando cuenta de lo apasionante e interesante que es nuestra historia desde otros puntos de vista como el sociológico, médico, hasta político.
Ahora hay mucho interés en lo que ha sido toda esa experiencia humana de cómo pudimos cambiar ese horror y sufrimiento por cosas positivas y cómo logramos constatar el poder brutal que tenemos en nuestras mentes, que desconocemos hasta que llegamos a un momento así, el límite entre la vida y la muerte. Eso se fue dando cuando creamos esa sociedad de la nieve, ese trabajo en equipo, fue todo muy espontáneo y natural.
¿Qué le genera esta fecha?
Es muy impresionante el tema del tiempo, lo misterioso que es, porque esto pasó hace 50 años, que es un montón, y a la vez se sigue sintiendo muy cerca todo eso que vivimos. Me genera muchos sentimientos de nostalgia, siento que me conecto de vuelta con el momento y el lugar, me acerco mucho a mis amigos que se murieron, a mi íntimo amigo Marcelo (Pérez del Castillo), que falleció en la avalancha. Siento mucha emoción y gratificación por los mensajes de todas partes del mundo que estoy recibiendo estos días.
Hay quienes definen a esta historia como una tragedia y también están los que hablan de milagro. ¿Cómo la describiría usted?
Para mí, la forma más adecuada de nombrar nuestra historia es “odisea”. Vivimos todo eso y lo trajimos a la sociedad. Realmente fue una odisea, donde hubo mucho sufrimiento, en ese momento y después, porque hay gente que sigue sufriendo, madres que todavía viven, hermanos, familiares de los que murieron.
¿Cuál diría que fue su aporte en esos 72 días de supervivencia en los Andes?
Junto con mis dos primos —éramos cuatro, uno por el lado Urioste que se murió en el accidente, Daniel Shaw Urioste, y sobrevivimos los otros tres— conformamos una especie de liderazgo de a tres, cuando el capitán del equipo que era Marcelo fue dejando ese lugar vacío. Él empezó a deprimirse y a perder las esperanzas, y naturalmente fuimos tomando ese lugar. Fue muy útil ser tres y apoyarnos y cambiar ideas entre nosotros antes de largarlas al grupo. Fue un papel importante que jugué. Además, como éramos los mayores, porque teníamos 25 y casi todos andaban alrededor de los 19, me acuerdo de que tuve un poco el rol de padre, los chicos se acercaban a preguntarnos cosas, a tratar de recuperar la esperanza, que a veces se perdía.
¿Usted llegó a perder la esperanza o siempre supo que iban a volver?
Era fundamental tener esperanza y nos dimos cuenta enseguida de que no podíamos perderla porque era muy peligroso. Si eso pasaba, te ibas en un tobogán hacia la muerte, te empezabas a deprimir y aflojabas las ganas de vivir, que fue una lucha muy dura por 72 días. En muchos momentos tuve ganas de morirme, era la mejor solución, lo más fácil. En la avalancha creí que estaba muerto.
¿Cómo fue ese momento, donde fallecieron ocho pasajeros?
La avalancha nos tapó con una nieve que nos presionó y quedamos como adentro de un cubo de hielo. Yo estaba tratando de dormir, con mucho estrés, especialmente esa noche, porque sentíamos ruidos extraños y había una tormenta, y de repente entró ese alud y nos tapó. Yo estaba entre Marcelo y mi primo Adolfo (Strauch) y me quedé sin oxígeno, tuve todo ese proceso hacia la muerte. En esos segundos me pasó mi vida en imágenes, sentí pánico, terror, una pena terrible de dejar esta vida con todos los proyectos que tenía, y el dolor de hacer sufrir a mis viejos. Después empecé a sentir un tremendo placer, algo magnético que me llevaba todo mi ser físico, espiritual y mental, imposible de transmitir, y llegó un momento donde dije “estoy muerto”. Sentí que ya había pasado hacia el otro estado, feliz de que se había acabado el sufrimiento, y de repente Adolfo, que estaba a mi derecha, se empezó a mover y me entró una bocanada de oxígeno. A los pocos segundos de estar vivo otra vez me vinieron unas ganas de seguir luchándola, cada vez estaba más seguro de que íbamos a sobrevivir y a lograr salir. Teníamos el único objetivo fuerte de llegar a nuestras casas y abrazar a la gente que queríamos.
¿Qué cree que habría pasado si Parrado y Canessa no hubieran tenido éxito en su expedición?
Nos habríamos muerto todos. Teníamos pensado salir al otro lado, pero estábamos muy débiles, ya no teníamos equipamiento, así que probablemente hubiéramos muerto. Habían pasado 10 días y estábamos casi seguros de que aquellos se habían muerto en el intento de llegar a la civilización. Escuchábamos la radio todos los días, pero no teníamos ninguna noticia.
¿Cómo fue el rescate?
Fue de los días más impresionantes. Salimos con mi primo Daniel (Fernández Strauch), como todos los días, a ver si escuchábamos alguna noticia, y empezamos a escuchar los nombres de Canessa y Parrado con muchas interferencias, pero no entendíamos, no sabíamos si era porque estaban nombrando a los muertos o qué. De repente, moviendo el dial, comenzamos a escuchar el Ave María. Para mí fue la confirmación de que habían llegado, y así fue. Escuchamos la noticia completa y fue como volver a la vida. Les fuimos a avisar a todos los demás que estaban en el fuselaje y les cambió la cara, esas caras cadavéricas, algunos incluso estaban a punto de morirse. Ahí empezó este proceso de conectarnos de vuelta con la civilización, nos peinamos y tuvimos la necesidad de agarrar objetos del avión para llevarnos.
¿Qué se llevó usted?
Yo me agarré el cartel de “exit” que me acompañó todas las noches, era lo único que quedaba iluminado y lo miraba por su significado (“salida” en español) y pensaba que íbamos a salir. Luego empezamos a oír los sonidos del helicóptero, ese sonido que tantas veces nos habíamos imaginado. ¡Qué melodía tan linda! Sentí una felicidad plena que nunca más tuve en mi vida. Cuando partimos tuvimos una sensación inesperada como de nostalgia y tristeza de irnos, pensando que nunca más íbamos a volver a ese lugar donde habíamos vivido esa experiencia tan fuerte, donde habían quedado nuestros amigos muertos. Nunca me imaginé que iba a volver 17 veces más. He ido con gente de otras partes del mundo, es una experiencia increíble. Me he hecho verdaderos amigos en la montaña.
¿Qué siente cada vez que vuelve?
Me sorprende lo relativo del tiempo, como te decía, y siento tremenda emoción. Me siento muy cerca de aquellos días en los que se murieron mis amigos. Puedo llorar, que antes no podía porque nuestra mente nos bloqueaba cualquier posibilidad de pérdida de líquido, porque estábamos viviendo con el mínimo posible. Es notable cómo la gente que va conmigo se impresiona y emociona mucho.
Los primeros años después de que volví a la civilización tenía mucho trabajo, ganaba mucho y estaba muy obsesionado con trabajar de lunes a domingos, y un día me di cuenta de que me estaba alejando de todas las enseñanzas que me había dejado la odisea de los Andes. Ahí pegué un frenazo, traté de incorporar todas esas cosas, e ir a la cordillera todos los años me refresca eso; es una especie de retiro espiritual, vuelvo liviano, sin la contaminación de la civilización.
¿Qué aprendió de su vivencia en los Andes? ¿En qué lo cambió?
Yo soy el mismo, pero con un plus, me he enriquecido mucho en esa odisea. Independientemente de todo el dolor y sufrimiento de tantos, y las muertes, prefiero haberlo vivido, porque me sirve un montón saber la capacidad mental del ser humano. He tenido otros momentos difíciles en mi vida y he usado mi mente sabiendo el poder que tengo y me ha resultado increíble. He aprendido a disfrutar pequeñas cosas. Cuando la muerte te ronda durante 72 días, estar vivo es algo para agradecer y valorar, cosa que hago todos los días. Valoro cada vez más el amor a los seres que quiero, a la vida, a la naturaleza. Son pocas las cosas que me han hecho mucho más feliz. Algo que también me dejó fue valorar el tiempo: ahí no sabías si tenías media hora, 15 minutos o una vida por delante, entonces siento una especie de desesperación por no perder el tiempo, hacer cosas, crear, me encanta plantar árboles. Escribí el libro “Desde el silencio” para dejar ese legado y también pinto sabiendo que van a quedar cosas mías en esta tierra.
A muchos les llevó bastante tiempo procesar lo que habían vivido. ¿Cuál fue el clic que hizo usted para salir a contar su verdad?
Yo siempre tuve las cosas muy claras, jamás tuve ningún cargo de conciencia por haber vivido gracias a que comí la carne de nuestros amigos. Algunos estaban esperando a ver qué decía la Iglesia, el papa, sobre lo que habíamos hecho, pero a mí me importaba un pepino lo que dijeran, tenía mi mente absolutamente clara y tranquila. Siempre me encantó hablar de la historia. Hasta el día de hoy siento que estoy haciendo una especie de autoterapia. Nunca necesité ayuda psicológica, pero todo esto me ha hecho muy bien y lo hice desde el principio. Lo que nunca me imaginé fue la importancia que iba a tener para otras personas.
¿Cuándo tomó conciencia de eso?
Yo había estado con el actor que hizo mi papel en la película “¡Viven!” y terminé siendo como un padrino de su casamiento. Cuando fuimos a Nueva York para el lanzamiento, me llevó a su grupo de teatro, donde había unos 25 chicos estudiando. Me pidieron que les contara la historia, estuve una hora y pico hablando, y después se me arrimaron todos, muy emocionados, me agradecían y me hacían más preguntas. Ahí fue cuando yo pensé: “¿Qué está pasando? Esta historia no me la puedo guardar para mí solo”. Unos meses después, en un seminario de curas jesuitas en Argentina me pidieron que diera una charla y pasó lo mismo. Me di cuenta de que es muy importante transmitir nuestra historia y ha ayudado a mucha gente a superar problemas. Inclusive, hemos tenido más de un caso de gente que se iba a suicidar y cambió el rumbo. Ahí empecé a dar charlas por todo el mundo.
¿Qué lo llevó a escribir el libro?
En un momento me di cuenta de que cuando me fuera de este mundo esto iba a desaparecer y empecé a sentir una ansiedad de escribir el libro. Después de buscar, encontré a una escritora ideal, Mireya Soriano, y estuvimos más de un año trabajando en el libro. Nos reuníamos en su casa por horas, ella anotaba dos o tres líneas, nunca me grabó, y como es noctámbula me pasaba todo el trabajo que había hecho de noche. Allí abrí todos mis sentimientos. Estoy encantado con el libro, he tenido respuestas muy lindas de gente de todo el mundo, y se sigue leyendo y se sigue vendiendo. También está en inglés y este año se va a editar en checo y en lituano.
¿Cómo es el vínculo hoy entre los sobrevivientes?
Tenemos un vínculo indestructible. Al inicio teníamos esa necesidad desesperante de vernos, después cada uno fue haciendo su vida y nos veíamos siempre cada 22 de diciembre y alguna otra vez en cumpleaños o algún casamiento. Ahora nos reunimos varias veces al año. Tenemos un vínculo muy cercano, muy fuerte.
¿Mantienen relación con los familiares de los que fallecieron?
Eso también fue todo un proceso. Al principio muchas de las familias nos recibieron con los brazos abiertos, los padres, con tremendo amor y cariño, como los Nicolich (padres de Gustavo, quien falleció en la avalancha) y les hizo muy bien. Otras familias no pudieron superar vernos, como la familia de mi querido amigo Marcelo, cuyo padre se había muerto ya, pero a la madre le costaba mucho verme a mí solo y no con Marcelo, como nos había visto desde que nacimos, entonces, fue todo un proceso y al final nos hemos reencontrado todos y nos queremos mucho.
La película más esperada
Hace ya 40 años se empezó a hablar de hacer una película que relatara esta historia y fue así que se filmó “¡Viven!”, dirigida por Frank Marshall. En un principio existía una gran intriga y dudas de qué iban a mostrar de esta experiencia tan difícil de contar, sobre todo, para alguien que no la vivió.
Consultado por el resultado de ese trabajo, Strauch recordó que “fue muy emocionante y divertido ir a la filmación, pero terminó siendo una película muy al estilo Hollywood, muy deformada, inclusive la parte visual, puesto que los actores nunca adelgazaron, estaban gorditos, lindos, prolijos”. Además, dijo que se generó una especie de Superman en torno a la figura de Parrado y de Canessa, y el resto quedó de “telón de fondo”.
Para el entrevistado, ese film tiene cosas “muy buenas”, como los efectos especiales, que son “muy precisos”, pero siempre anhelaron que un latino pudiera contar su historia. Esto pudo lograrse con Juan Antonio Bayona, director reconocido internacionalmente que está trabajando hace años en esto y está terminando la filmación. La película, que se titulará “La sociedad de la nieve”, está basada en el libro homónimo de Pablo Vierci. “Estoy seguro de que va a ser la película que siempre esperamos. Va a ser con actores rioplatenses que hablan en español-uruguayo, así que por fin la historia va a estar bien contada”, destacó.
TE PUEDE INTERESAR