Silvana es una hermana de esta congregación, oriunda de la ciudad de Reconquista, en la provincia de Santa Fe, Argentina, que vive con otras tres en Montevideo, en un asentamiento de Bella Italia, realizando trabajo social junto a colaboradores y voluntarios para sostener y apoyar espiritualmente a la comunidad de este lugar. En conversación con La Mañana, contó cómo fue la experiencia de consagrarse, vivir desde la fe y el trabajo que hacen en nuestro país.
La Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús es una congregación de hermanas fundada el 21 de noviembre de 1800 en París por la francesa Magdalena Sofía Barat (1779 – 1865), quien junto a cuatro compañeras adoptó un modo de vida religiosa que combinaba la contemplación y el apostolado. Una de sus fuentes de espiritualidad es la ignaciana (Barat era hija espiritual de los jesuitas). Hoy tienen por misión “comunicar el amor del Sagrado Corazón de Jesús y la educación de las niñas, niños y jóvenes”.
Desde el comienzo Magdalena Sofía, quien luego fue canonizada, vivió una vida fuertemente contemplativa, sin que por ello haya pensado en constituir una vida de tipo monástica. A partir del Concilio Vaticano II (1962 – 1965 con Juan XXIII y Pablo VI), cuando se adoptó la opción preferencial por los más pobres, estas hermanas fueron a vivir en comunidades insertas. En la actualidad son 1600 religiosas que se encuentran desplegadas en 43 países.
En 1967, la Sociedad fundó una comunidad en Reconquista, la ciudad donde nació Silvana. Tenían una capilla en su barrio y de chiquita iba a misa allí. De adolescente fue catequista y formó un vínculo con una de las hermanas de esta congregación, que inspiró su vocación. El tiempo pasó, Silvana ya tenía su profesión y empleo (es licenciada en trabajo social), pero estaba en una búsqueda personal y se preguntaba para qué la quería Dios.
“Me daba cuenta que estaba bien, que tenía todo, pero había algo dentro que no me dejaba quieta, que buscaba algo más”, contó. “Cuando empecé a conversar esto que sentía con algunas de las hermanas, haciendo un camino de discernimiento, reconocí que cada vez me iba sintiendo más plena, que la felicidad que tanto había buscado a lo largo de mi vida la estaba encontrando ahí. Experimenté una alegría interior que no me la ha dado otra cosa. Ese ‘contento interior’ –le decimos así– se mantiene. Hace 22 años que estoy. Nunca tuve dudas”.
Antes de hacer los votos definitivos, las hermanas de esta congregación tienen una experiencia internacional. Silvana fue a la India en 2011 porque le interesaba conocer la espiritualidad oriental, el silencio y la oración. “Quería aprender su manera de rezar. Estuve en una localidad a ocho horas de Mumbai, en una casa de nuestra comunidad que tiene una escuela y un hostal donde las niñas pobres que no tienen recursos pueden estudiar primaria y secundaria”.
“Para mí fue una gran novedad contrastar lo que me imaginaba con lo que me encontré allá. En India la gente vive, come y hace sus necesidades en la calle. Su religión, el hinduismo, es muy fuerte. Es un pueblo muy espiritual, pero me hace un poco de ruido la desigualdad de derechos que mantienen con las mujeres. Todavía hay lugares donde los padres eligen con quién se van a casar sus hijas”.
La vida y el trabajo en Uruguay
Las congregaciones se dividen en provincias. Argentina y Uruguay es una sola provincia para ellas. Silvana tuvo su primera experiencia en Villa Jardín en Buenos Aires y después hizo la formación inicial en Ituzaingó. Luego de sus primeros votos se vino a vivir a Salto, Uruguay, del 2005 al 2007.
Sobre su experiencia en Salto dijo que mantiene una amistad con las personas de allí. “Nos encariñamos, estamos compartiendo la vida, los sueños y dolores. En estos tiempos donde cuesta mucho la escucha, escuchamos a las personas que sufren y eso va creando vínculos con la gente. Son parte de nuestra familia”, expresó la religiosa.
Cuando cerraron la misión en Salto se mudaron a la periferia de Montevideo. Desde 2013 tienen dos casitas, una en Bella Italia y otra en Piedras Blancas, en un asentamiento donde llevan adelante una obra social que trabaja con otras organizaciones y grupos de jóvenes, como los Castores del Colegio Seminario, o de la Udelar. Los sábados tienen una olla, y los colaboradores y vecinos ayudan a picar las verduras, realizan tareas de limpieza de la cuneta de una plaza y reciben a niños con actividades recreativas y merienda en la Capilla “Jesús Buen Pastor”.
Los lunes organizan un grupo de apoyo para las mujeres del barrio. “Lo que hacemos es habilitar la palabra para que puedan contar su historia en un escenario de confianza, confidencialidad, intimidad, ternura y cariño”, explicó Silvana, “y así tejer una red de sostén emocional que las ayuda a atravesar los procesos y que también las empodera, porque ven todo lo que han podido sobrevivir. Esta es la mejor herencia que le pueden dejar a sus hijos e hijas, porque el dinero va y viene, pero la fortaleza, la lucha y la fe no se mueven con nada”.
Cuando llegaron al barrio ofrecieron apoyo escolar en el salón comunal. “Es una necesidad muy sentida y nos vinculó especialmente con las madres, que están al pie del cañón con los niños”. Trabajaron durante seis años con jóvenes voluntarios de la Universidad Católica, pero con la irrupción de la pandemia lo suspendieron y empezaron con la olla. Ahora tienen un grupo de apoyo escolar más pequeño de tres o cuatro niños en su casa, donde también asiste una profesora de matemáticas que ayuda a varios adolescentes.
Pocas, pero buenas
En los últimos años la Sociedad ha disminuido notoriamente en cantidad de hermanas consagradas. “Cuando yo comencé hace 18 años éramos 5000, en 2018 pasamos a ser 3600, ahora somos 1600”, dijo Analía, encargada de la misión en Uruguay, a La Mañana. Señaló que la opción por la vida religiosa es desafiante y contracultural para el mundo de hoy. “Vivir en comunidad es un don que requiere trabajo”, señaló. En esta provincia no tienen mujeres en formación, sin embargo, entienden que hay muchas maneras de vivir un servicio. “Nosotras no trabajamos solas, tenemos colaboradoras, si no, no podríamos sostener todo lo que sostenemos”, agregó.
Las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús son una comunidad con proyectos, discernimiento y bienes económicos en común. “Vivimos como vivían las primeras comunidades cuando empezaron con Jesús, donde había gente que ponía sus bienes al común de todos y a nadie le faltaba nada. Para tomar las decisiones también, no es que se tenga que pedir permiso, es que lo conversamos y vemos que es lo mejor para una o para otra”, explicó Silvana.
También realizan retiros con la comunidad global, asambleas presenciales y virtuales para encontrarse y definir el rumbo a seguir. “Ahora estamos viendo qué nuevo modo de organizarnos queremos como sociedad internacional y es una búsqueda de la que participan las comunidades de todos los países y también los laicos que trabajan con nosotras”, contó la religiosa.
Cuestión de fe
Las hermanas compartieron que las personas van teniendo diferentes imágenes de Dios a lo largo de sus vidas. “A veces creemos en un Dios castigador, o en un Dios que está como juez del bien y el mal y la vida la pasamos por ahí”. También señalaron que hay mucha desinformación y mala interpretación. “Venimos de mucha doctrina y Jesús vino a traer otro mensaje”, dijeron. “Tenemos que aprender que Dios nos amó primero y no mirar todo aquello que nos aleja, sino establecer un camino personal de vínculo con Jesús, que es lo esencial”.
“La fe es un proceso. Hay personas que ponen semillitas dentro nuestro y eso va creciendo”, compartió Silvana. Define la oración como un encuentro donde una también puede expresar cómo se siente y cómo está con el que la “trajo hasta aquí” y que no la “abandonó en ningún momento”.
Sobre los milagros dijo: “Los grandes milagros son cotidianos. Es ver a los niños sonreír o ver que personas que conocemos y con las que conversamos se van poniendo de pie; eso es un milagro para nosotras. Es sentir la gratitud, acompañar a los niños para que puedan estudiar y luego verlos de adultos y que siguen con los mismos valores, que laburan, que son personas de bien, eso también es un milagro. Vamos rezando los unos por los otros y ocurren milagros”.
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