Empezó en radio Sarandí hace más de 20 años, en un espacio para publicitar los productos que vendía en la reconocida empresa de electrónica Fablet & Bertoni, donde trabajaba junto con su padre. A partir de ahí se fue abriendo camino en los medios, tanto en materia de espectáculos como de información en general. Hoy, además de trabajar en “Las cosas en su sitio” en la emisora, integra el programa “Buen día” de Canal 4. Entrevistado por La Mañana, rememoró sus inicios en la comunicación y habló de su presente como empresario, además de sus grandes pasiones: la navegación y el motociclismo.
¿Cómo surgió su interés por la comunicación?
Yo iba a un colegio en Carrasco y ahí me pasaba una cosa rara. Muchas veces, cuando familias que no son ricas mandan a sus hijos a colegios caros, pasa que quedan muy justos. Ahora que soy viejo lo tengo mucho más claro. Es decir, los chicos de familia de guita tienen programas y formas de vivir fuera del colegio que son de otro nivel. A modo de ejemplo, las vacaciones de mis compañeros eran en Bariloche o en Europa, pero yo no iba a ninguno de esos lugares, a mi viejo le daba justito para pagar el colegio.
Entonces, tenía que buscarle la vuelta para tener otras virtudes o atractivos que no pasaran por la guita, porque por ese lado no jugaba. Y creo que siempre me destaqué por tener un poder de comunicación o algún dote histriónico un poco mejor que el de la media, por lo menos dentro de mi grupo de amigos. Eso no es que te haga popular, pero sí hace que te acepten, y viéndolo ahora en perspectiva, hay un esfuerzo de llamar la atención de una forma distinta que no sea la del viaje, la de tener un auto, una moto u otros bienes.
Hoy pasa mucho eso con las familias que mandan a sus hijos a colegios caros y termina siendo una cagada porque no pueden seguirle el ritmo al resto. Ahí hice mucho el ejercicio de ser atractivo en el sentido de tener algo más, ser un loco divertido, ser interesante a la hora de contar algo, ponerles el IVA a las cosas.
¿Cómo fue a parar a los medios? ¿En qué medida eso repercutió en sus inicios como comunicador?
A partir de ahí, de poner en práctica esa forma de contar las cosas, hace ya como 30 años, cuando hablé por primera vez con Nacho Álvarez y le empecé a contar que quería hacer un poco de publicidad en la radio, él me preguntó: “¿Qué es lo que querés?”. Se lo empecé a contar y me dijo: “¿Por qué no lo hacés vos? Es mucho más divertido que lo cuentes vos como me lo estás contando ahora, que hacerlo yo”.
Así empecé a hacer radio, pagando, o sea, iba y promocionaba los productos que quería vender. Ya trabajaba en Fablet & Bertoni, entonces tenía que vender teléfonos, por ejemplo, e iba y hacía el chivo. Teníamos un espacio medio tecnológico donde yo contaba lo que vendía. Después, Nacho consiguió que me quedara en Sarandí haciendo un espacio, y con el tiempo fui evolucionando y yendo a otros lugares tanto del espectáculo como de información en general, como lo que hago hoy, que es cualquier cosa, no está bien definido. Es más, no me puedo comparar con nadie ni decir “soy parecido a este”, porque es un disparate lo que hago, no tiene ningún asidero.
¿Cómo conoció a Nacho Álvarez?
Lo busqué yo, de cholulo. Yo conocía al padre, que me dijo: “andá a hablar con él de mi parte”, y fui.
Y se fue abriendo camino en los medios.
Me fui haciendo muy amigo de radio Sarandí, que es una cosa tan especial para mí, es lo máximo. Es una radio por la que ha pasado todo el mundo, y soy de los más viejos que está ahí; una vergüenza, porque es una radio de periodistas, de gente seria (risas).
Hoy está en radio Sarandí y en Canal 4. ¿Cómo acompasa esos dos roles?
Es medio cansador, pero lo necesito. Se te vuelve como una especie de adicción. Me acuerdo de que cuando Maradona hizo el programa “La noche del 10”, donde andaba bárbaro, Rial en un momento dijo: “cuando este loco no pueda hacerlo más, se va a perder”, porque la tele es adictiva y te genera una adrenalina que es fundamental para la vida de los tipos que allí aparecen. Y dicho y hecho.
Es difícil hoy para mí imaginarme un escenario sin la radio. Sin la tele capaz que es más fácil. La radio es magia, porque te imaginás lo que la persona está imaginando mientras escucha. Eso es muy divertido, podés armar un show, personajes, decir pelotudeces.
¿Cómo se lleva con la política?
Yo he hecho mucho humor político, hace muchos años que lo hago. En determinado momento era más complicado, estaba más jodido, porque la gente se sentía más dolida, pero de a poquito creo que el hecho de que haya varios que hacen más o menos lo mismo, hizo que el político se acostumbrara. Cuando estás en política, jodete, o sea, si sos una persona pública, pueden decir cualquier cosa de vos, entonces, no es que sea una patente de corso, pero ellos tienen una espalda para bancar. Al principio estaba jorobado, te venían a buscar a la radio para que la terminaras. He hecho horas y horas de humor político pegando palos, feo, pero sin perder el personaje.
¿Qué piensa de los periodistas que deciden abandonar la carrera para dedicarse a la actividad política?
Ese es un camino de ida, es una gran macana. Gerardo Sotelo es un caso, un tipo bárbaro que se fue a la política y capaz que le resulta difícil la vuelta a los medios, con lo que a él le gusta el periodismo. Generalmente pasa eso, pero es una cosa curiosa, porque en el mundo tenés periodistas deportivos que todo el mundo sabe de qué cuadro son y periodistas que se sabe que son votantes de equis partido y, sin embargo, tienen su espacio. O sea, la gente ya sabe a quién votan y hacen campaña y no tienen problema en admitirlo. Acá es todo un tema, se piensa que es mejor que no se sepa a quién vota el periodista. Eso me parece medio choto. Lo mismo pasa con el periodista que se va a la política y después quiere volver. “No, ya perdió credibilidad”, dicen. Una chotada.
El periodismo es un oficio y punto. Y, además, es tratar de acercarle lo más próximo a la verdad a la gente que te está escuchando, lo puede hacer cualquiera… que tenga oficio. Son pocos los que tienen oficio. Buenos periodistas no hay muchos, pero pienso eso. Y a muchos periodistas me imagino que les gustaría pasarse a la política, pero no es redituable. Es mucho mejor negocio seguir en lo que están haciendo –lo cual me parece lo más sensato– que pasarse a la política, que es una lotería.
¿Qué análisis hace de los medios de comunicación hoy en Uruguay?
Creo que la “torta” se ha fragmentado muchísimo, donde hay dos medios que son fuertes, uno que realmente viene con todo, que es el Grupo Magnolio, que tiene una fuerza importante, ha comprado muchos medios y convoca a muchos comunicadores y periodistas. Y el otro es Sarandí. Pero se ha polarizado muchísimo.
¿Le preocupa que haya tanta concentración de medios?
No. Me llama la atención, es curioso. Me parece infernal la cantidad de plata que hay ahí. Yo trabajo en un medio donde se cuida la guita, se trata de hacer un producto digno, pero los medios no son negocio hoy, los números están muy justos. Y hay grupos que realmente hacen una apuesta importante en todo, en la contratación de figuras, en la infraestructura. Ojalá que les vaya bárbaro.
¿Es difícil competir con las grandes plataformas que vienen ganando terreno?
A mí me preocupa mucho eso, porque soy un gran consumidor del streaming, y veo que en el mundo es cada vez más grande, y la capacidad de guita que tienen (las plataformas) es infinita. Yo veo que va a haber un cambio enorme en los medios y en la televisión abierta más que nada. A mí me llama mucho la atención lo que pasa en España, donde la televisión abierta está cada vez mejor, cada vez hay más guita y se mueve mejor. Depende mucho del lugar capaz. Pero el streaming es muy revolucionario, va a haber cambios significativos en el entretenimiento. La tele se ha convertido en una usina generadora de todo.
¿Cambios en qué sentido?
Cambios en la forma de comunicar, en las plataformas. Ya el tema de poder ver las cosas cuando vos querés… antes, hace muy poco tiempo, veías las películas cuando la tele te decía que las iba a pasar. Capaz que estabas en una reunión y decías: “me voy porque a las 22:30 empieza tal película”. Eso no existe más, la ves cuando vos querés; ese es un cambio radical. Y después, el hecho de que los estrenos se estén dando en Netflix es una señal: convoca mucho más Netflix que ir al cine.
De todas formas, creo que sigue teniendo mucho interés lo local, eso es bien de Uruguay; somos tan aldeanos, que igual nos siguen generando curiosidad los programas que hablan de nosotros, y por ahí puede haber una esperanza. Pero en cuanto al entretenimiento, entre Netflix y las otras plataformas que hay, tenés un catálogo de series, documentales, películas, que es interminable, y en Youtube también.
¿Cómo es su vínculo con los oyentes, con los televidentes?
Los comunicadores que funcionan en Uruguay son queridos y populares, esa la definición del éxito. Lo raro de mi caso es que yo no soy ni popular ni querido.
¿Por qué lo dice?
Porque es así, conozco mucho a la gente y sé lo que tanto la audiencia de radio como de tele piensa de mí. Lo que me hace funcionar es que no me va la vida en los medios. Para muchos comunicadores, periodistas y gente de la televisión o de la radio, es su trabajo y tiene que cuidarlo porque con esa plata mantiene a su familia. En mi caso, no pasa tanto eso, entonces, por eso, sumado a que soy viejo, me puedo dar el lujo de hacer algunas moñas más, que no hace el tipo que está al aire.
Es una combinación de ser viejo y que no le tengo miedo al ridículo ni a ser políticamente incorrecto. Es más, si hay alguien que no es políticamente correcto, soy yo. Algunos lo ven como algo auténtico y otros me odian, pero mal. Yo perfectamente podría tener un personaje que fuera querible, pero no me interesa. Las muy pocas veces que me han dicho “bajá un poquito los cambios, no seas tan sorete”, no puedo. O sea, eso de ser querible y popular, no funciona conmigo. Hay muchos que son queribles y populares y además yo los quiero, pero no es lo que me pasa a mí.
¿Siente que le reprochan el no ser políticamente correcto?
Hay veces que te dicen: “por favor, ojo con lo que vas a decir de esto”, y lo termino diciendo, y después viene el: “te dije que no lo dijeras”. Pero convengamos que nunca entro en lo burdo y grosero. Mis idas al pasto son más que nada con cosas que muchos pensamos, pero que no se dicen, entonces, ahí aparece el que se identifica conmigo, el que dice: “eso es justo lo que yo pienso y la bestia esta se anima a decirlo”. Y a veces hace daño o provoca fastidio y a veces genera empatía.
Además de la televisión y la radio, dirige dos empresas de electrónica y tecnología. ¿Cómo es ser empresario en Uruguay?
La empresa es riesgo y hoy lo es más que nunca. Es complicado ser empresario, tenés al Estado como socio que te acompaña en las buenas, pero en las malas no lo hace o lo hace muy poco. Es una linda mochila el Estado, te lleva el 25% de las utilidades que puedas tener, que es mucho. Hay que andar muy clarito para hacer plata.
Hoy, las dos empresas de las que formo parte me han superado, sobre todo en la última, porque es muy técnica y está manejada por ingenieros, y me supera totalmente lo que es el conocimiento. Es bravo ser empresario y más en este rubro. Los tipos que están en el asunto tienen que estar muy al día y tenés grandes chances de perder mucha plata. Y como te decía, el Estado en las malas te suelta la mano. Eso es de siempre, no es de ahora.
¿Ha impactado en el negocio la rápida evolución de la tecnología que ha tenido lugar en los últimos años?
Totalmente. En este rubro todo tiene una obsolescencia rapidísima, donde algo que valía 10, al mes vale cero, así nomás, o vale uno o no lo quiere nadie, entonces, te llenás de clavos de manera muy fácil.
En lo que respecta a la importación, ¿se sienten los efectos de la crisis logística internacional?
Sí. Es terrible. Nosotros tenemos importación desde China, y los contenedores que valían US$ 1.500 pasaron a valer US$ 15.000, o sea, o traés algo muy caro o no te vale la pena traer nada.
¿De dónde nace su interés por la navegación?
De mi viejo, que era un navegante de verdad, yo soy un mamarracho. Él navegaba mucho, a vela y en océano; yo navego en ríos y con motor. No es porque no me gusten el océano y la vela, me encantan, pero me entusiasmé mucho con el Río Santa Lucía, que lo tenemos cerquita, disponible. Muchas veces tenés todo el río para vos, y es un placer enorme, es divino, es interminable, todos los días es distinto.
Y como tiene mucho de mecánica, la parte náutica, el motor, me entusiasma, me sigue gustando mucho. Es divino navegar, es un programa bárbaro. Si bien cuando vas con alguien queda totalmente fascinado, nunca repite, no sé por qué, es rarísimo, o es mentira que le gustó (risas). Pero invitás a alguien y te dice: “qué programa espectacular”, lo invitás otra vez, y nunca más. Me pasa con parientes, con amigos. Te terminás quedando solo. Lo más práctico es tener un barco bien chiquito para que puedas navegar solo y no necesites a nadie, y que tengas la posibilidad de pasarla bárbaro solo.
Su otro gran hobby es el motociclismo.
Sí. No sé cómo definirlo… ya estaría en edad de dejarme de joder con las motos, pero estoy cada vez peor, ando todo el día en moto. Tengo auto, pero no lo uso, ni en invierno lo usé, con un frío de morirse. La moto me resulta muchísimo más cómoda para estacionar, es mucho más rápida para llegar a todos lados y no gasta nada. Sin embargo, sé que es muy peligrosa y trato de tener las mayores precauciones. No se la recomiendo a nadie porque llevás todas las de perder, no solo corrés el riesgo de matarte, sino de quedar hecho pomada y ser una carga para tu familia, pero no hago caso a lo que pienso.
De la mecánica automotriz a las motos y los barcos
Martín nació en Montevideo. Creció en Pocitos y más tarde se mudó a Carrasco. Proveniente de una familia de clase media, se crio prácticamente como hijo único, a pesar de que tiene una hermana por parte de madre –que es mucho más grande que él–. Recuerda haber tenido una infancia divertida. Su madre era ama de casa y su padre era ingeniero y se dedicaba a arreglar televisores, pero luego montó junto a su socio la empresa Fablet & Bertoni, que sigue funcionando hasta el día de hoy, y a partir de ahí fue “más empresario que ingeniero”.
Cuando era chico, Martín no tenía una vocación definida. Rememora que le gustaba mucho la mecánica automotriz y de motos, en parte, influenciado por su papá, aunque no pensaba en la posibilidad de ser mecánico. “Mi padre también era muy fierrero, pero cuando vio que me empezó a entusiasmar mucho el tema de las motos, no le gustó tanto, por un tema de miedo”, contó. “Mis pasiones son las dos nenas que tengo, las motos y los barcos”, aseguró a La Mañana.
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