¿Dónde se crio y cómo fue su infancia?
Yo soy hijo de Don Kegam y de Teresa. Mi papá era militar y estuvo destinado 18 años a San José, entonces todos veníamos a nacer acá, al Hospital Militar, pero a los tres días ya estábamos allá de vuelta. Somos cinco hermanos. Mi infancia fue en San José y tengo los mejores recuerdos. Fue un tiempo muy lindo, una vida muy tranquila en el hogar. Papá también daba clases de matemática particulares y en el liceo, porque había que alimentar cinco bocas y el sueldo de militar era incluso más bajo que hoy, y mamá era ama de casa, llevaba todo el control y la disciplina del hogar. Yo hice toda la primaria en el Colegio Sagrada Familia de San José. Además del estudio jugaba al fútbol. Cuando teníamos un ratito libre sacábamos una pelota a la calle y jugábamos, y también jugaba en el cuadro del colegio. Después, primero y segundo de secundaria los hice en el liceo público de allá, y en tercero entré al Liceo Militar.
¿De chico ya le atraía la vida militar? Tenía el ejemplo de su padre.
Claro, sí. Cuando papá estaba de guardia nos íbamos al cuartel con él, pero nunca nos impuso nada, al contrario. Cuando le dije que quería entrar a la Escuela Militar, me preguntó: “¿Estás seguro de lo que vas a hacer?”, sabiendo todo el sacrificio de la vida militar. De chiquito no tenía tan claro que quería ser militar, en secundaria me empezó a gustar mucho más, pero siempre admiré a papá y su profesión; para mí era algo muy elevado, muy lindo. Cuando entré al Liceo Militar nos vinimos para Montevideo porque a papá le habían dado el traslado para acá. Yo lo viví con mucha alegría.
¿Ahí fue afianzando la vocación por el servicio militar?
Sí, y con mis compañeros habíamos vivido lo que fue la guerra antisubversiva y todos teníamos ese ideal de que si volvía a pasar algo teníamos que defender nuestra nación. Ya en el 76 estaba todo mucho más dominado y tranquilo, pero todavía había ciertas amenazas. Los hijos de militares no pasamos muy bien, teníamos ciertos temores.
¿Por qué?
Recuerdo cosas. A pesar de que estábamos en San José, que era mucho más tranquilo que acá, llegaba el último de la escuela y mamá cerraba todo, no nos explicaba mucho por qué. Había atentados contra familiares (de militares) y amenazas. Fueron tiempos de tensión. Después yo entré al Liceo Militar con la hipótesis de que podía volver a surgir algo. Aunque estaba todo dominado, tenía ese idealismo de joven militar de que existía esa posibilidad latente de tener que defender la nación. Sin duda que era algo que estaba vivo y me motivaba. Y aunque no hubiera una hipótesis de conflicto cercana, para mí la vida militar ya era atractiva de por sí y la viví con mucha alegría. A veces me duele cuando se habla de la profesión militar como algo que es de obedecer sin razonar, gritos, maltrato, pero hay que estar adentro para hablar. Yo estuve 32 años y no viví esas cosas. Como todo grupo humano, puede haber algún exceso o alguien que tenga mal carácter, pero no es esa la vida militar. Yo la disfruté muchísimo y tengo los mejores recuerdos. Después Dios me terminó llamando al sacerdocio, pero mi profesión no se contrapuso, al contrario, yo siento que Dios me fue formando.
“Es una injusticia que se hable de los errores y de los excesos tanto del Ejército como de la Iglesia, habiendo tantas cosas buenas para hablar”
¿Cómo fue tomar esa decisión de dedicarse al sacerdocio después de tantos años de ser militar e incluso habiendo ascendido a coronel?
Hubo un cambio de mi vida enorme, pero al menos en Uruguay, uno entra en las Fuerzas Armadas con una vocación de servicio. Nuestro país no es de andar conquistando por ahí o atacando, simplemente tenemos que defender nuestras tradiciones, la familia, los principios nacionales. En Uruguay vivimos ayudando a todo el mundo, a veces en Montevideo se ve poco pero en el interior se ve muchísimo más: el ejército anda por todo el país, hay una vocación de servir a los demás. Entonces, sin duda que fue un cambio grande, pero en un proceso de vida. Mi familia era católica, respetaba la Navidad, la Semana Santa, los valores cristianos, aunque sin practicar mucho la fe. En la Escuela Militar me alejé más aún de practicar la fe. Después, mi primer destino fue Rocha, de alférez, y cuando volví a Montevideo tuve un reencuentro con Cristo. Ahí tenía 23 años, era un oficial joven. Eso fue un encuentro para siempre; descubrí el amor de Dios, la seriedad de la Iglesia Católica. Es una injusticia que se hable de los errores y de los excesos tanto del Ejército como de la Iglesia, habiendo tantas cosas buenas para hablar. Es una pena que se den a conocer solo los errores.
¿Por qué cree que sucede eso?
Porque molesta en ciertas líneas de otras filosofías o estilos de vida la sola existencia de un ejército con su disciplina, su uniforme, su espíritu de sacrificio. Y la Iglesia siempre ha tenido contras; es una lástima porque en realidad actúa en el mundo para bien de la humanidad.
Uruguay es un país menos creyente respecto al resto de América Latina y en el que la laicidad siempre está muy presente. ¿Tiene que ver con eso también?
Sí, es que se esgrime muchísimo la laicidad, el artículo quinto de la Constitución, y para mal. Es como una laicidad negativa o como un laicismo, que hace que la religión se tenga que vivir a nivel privado y personal. No puede haber manifestaciones de fe, cuando el ser humano por naturaleza es un ser religioso, es decir, estamos capacitados y creados para relacionarnos con Dios, entonces es un error que esa laicidad se transforme en un laicismo.
Parece que hay libertad para decir todo lo que se quiera en contra de la religión y nadie lo cuestiona. Se festejan otros modos de creer: “yo creo en la energía”, “yo creo en una cinta roja en la mano”, y ya aplauden. Ahora, cuando decís “yo soy católico”, te dicen “pará, no me hables de religión”. La cancha está muy flechada en contra de los cristianos y sobre todo los cristianos católicos. Parece que en vez de libertad de culto, como dice el artículo quinto de la Constitución, hay prohibición de culto. Como toda libertad, el Estado la debería promover y facilitar; al contrario, parece que todo está prohibido, incluso andar con una cruz en el pecho.
“El ritmo que tiene la vida de hoy, las preocupaciones y la inseguridad, llevan a que el ser humano termine cuidando netamente lo suyo, su hogar, sus hijos y ya está”
Toda esta laicización de nuestra nación empezó en la segunda mitad del siglo XIX, y se fue ampliando la separación de la Iglesia y el Estado. Hoy estamos reconocidos a nivel internacional como un país en que la Masonería tiene mucha influencia y ellos justamente no quieren que la Iglesia tenga esa fortaleza, que es una lástima, porque podría sumar muchísimo.
¿Cómo tomó su entorno la decisión de dejar el Ejército para ser sacerdote?
Mi reenamoramiento con Cristo fue de teniente segundo, y después Dios insistió en esto, me tuvo paciencia, me fue convirtiendo, me fue enamorando, me fue vallando el camino para que fuera cada vez más recto. Ya me conocían dentro de la fuerza como alguien católico, intentando ser coherente con la fe. Cuando dije que dejaba el Ejército para dedicarme al sacerdocio, a nadie le sorprendió. Algunos pensaron que lo iba a hacer después de que me retirase; yo me fui con 45 años y me quedaban 10 años más como mínimo.
“Se esgrime muchísimo la laicidad, el artículo quinto de la Constitución, y para mal. Es como una laicidad negativa o como un laicismo, que hace que la religión se tenga que vivir a nivel privado y personal”
¿Formar una familia no había estado en sus planes?
Yo estuve ennoviado tres años y hasta ahí pensé que lo mío era el matrimonio, incluso decía que como mínimo quería tener seis hijos. En ese momento pensé que Dios me llamaba a eso. El noviazgo fue muy lindo, muy completo, y yo me dediqué a eso, pero ya después de tres años era para empezar a hablar de casarse y yo sentía como que había otra cosa, y sin entender –porque todavía no tenía claro que me llamara a esto- lo dejé. A fines del 2003 empecé a pensar que Dios me podía estar llamando a dejar el Ejército para dedicarme a él de lleno. ¿Qué sentís? Te mueve el corazón, te da un poquito de taquicardia, alegría. Ahí me mandaron a Haití, donde estuve del 2005 al 2006 y Dios me habló más claro. En 2007 vine, hice los ejercicios de San Ignacio de Loyola con el padre Pablo Tuyá, y después no hubo dudas de que Dios me estaba llamando al sacerdocio.
¿Cómo fue empezar el camino hacia el sacerdocio?
Estando en actividad como militar yo había empezado el Trienio de Teología para laicos y tenía algunas materias adelantadas, que no las tuve que cursar de nuevo pero me hicieron dar los exámenes. Cuando ya no había dudas del llamado, nombraron al actual monseñor Arturo Fajardo, obispo de San José. Entonces me fui a la Diócesis de allá durante el 2008 y viajaba todos los días para estudiar. Después conocí al obispo armenio y me explicó que por ser descendiente de armenios, mi primer rito es el armenio católico. Me pidió que le diera lugar a Dios a ver si me llamaba como sacerdote a servir al pueblo armenio en Uruguay. Ahí me vine a la parroquia para discernir bien eso, en 2009. En agosto, tras un proceso de discernimiento, fui a Roma, porque el único seminario mayor católico armenio que hay en el mundo está allí. Ahí estuve hasta marzo de 2013 y me ordené en junio.
¿Qué tienen en común las carreras militar y religiosa?
Muchísimas cosas. El espíritu de sacrificio, es decir, son vocaciones en las que uno está para servir a los demás, está dispuesto hasta a dar la vida. Uno se prepara para enfrentar situaciones que no tiene por qué enfrentar la gente común, hasta el extremo de llegar a dar la vida. Eso está tanto en lo militar como en lo religioso. Además, hay un orden, una disciplina, un respeto a la estructura, los horarios, el estudio, la higiene, el uniforme o la forma de vestirse.
¿Cómo ha sido su experiencia como capellán de la capilla del Hospital Militar?
Buenísima, me ha hecho crecer muchísimo. Monseñor Cotugno me nombró capellán en diciembre de 2013. Es una experiencia muy humana. Uno aprende día a día con cada contacto, con cada paciente, con la familia. Es un trato muy lindo con toda la gente. Celebro cuatro misas semanales, hacemos adoración al Santísimo. Es un lugar de oración y muchas veces me dicen: “padre, yo no tengo fe, pero voy ahí y me siento tan escuchado, tan amado y en paz”. Aparte nadie está obligado a ir, entra el que quiere. Para mí es eso la laicidad; el que quiere entra y el que no, no.
En sus tiempos de militar conoció al ex comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos.
Sí. Para mí es realmente un amigo. He compartido mucho en la vida militar con él. Sé de sus grandes dotes como ser humano, como profesional y en lo cultural. Es un hombre católico.
¿De qué manera se encuentra con sus raíces como descendiente de armenios?
Sigo en un proceso de ir conociendo cada vez más, porque papá perdió a su padre cuando tenía dos años, entró a la vida militar y nunca tuvo contacto con lo armenio. Era un enamorado del Uruguay; la vida militar te lleva a amar tu patria. En mi casa no sabíamos ni decir “parev” (hola).
¿Recién cuando el obispo le planteó la posibilidad del rito armenio fue que empezó a tomar contacto con ese tema?
Sí, yo ni sabía que había una Iglesia Católica Armenia. Cuando tomé contacto con la parroquia empecé a aprender el idioma, las tradiciones, la historia. En Roma aprendí mucho y estuve dos veces en Armenia, pero siento que todavía tengo muchísimo para aprender.
Hoy me hablaba de la similitud de la vocación de servicio que hay en las dos carreras que eligió. ¿Qué es el servicio para usted?
El servicio es cuando uno desea el bien de los demás, es decir, ya no pienso en mí, no soy el centro de mi vida, sino que estoy expectante y deseoso de ayudar a los demás. No es solo esperar al que te lo pide, sino que tengo un tesoro que es el amor de Dios y el mensaje cristiano –hablando directamente de lo religioso- y no tengo derecho a guardármelo.
¿Cómo ve a la sociedad uruguaya?
El ritmo que tiene la vida de hoy, las preocupaciones y la inseguridad, llevan a que el ser humano termine cuidando netamente lo suyo, su hogar, sus hijos y ya está. Es una sociedad en la que el ritmo del mundo, los ruidos, las luces, tanta información, llevan a que no haya tiempo de razonar muchas cosas, de sentarse a pensar. Hemos perdido la capacidad de estar en silencio; si entro a mi casa tengo que prender algo que haga ruido aunque no sé ni lo que está diciendo. Uno se olvida de lo cercano, del cara a cara, el mirar, el abrazar, el estar preocupado por los otros.
¿Qué piensa de la pobreza que hay en el país?
Hay una pobreza que puede ser carencia de bienes materiales y que es muy triste. Da un dolor enorme aquel que está pasando frío, que apenas come algo, que hace un enorme sacrificio para criar a sus hijos, que se le llueve la casa, a pesar de que hace un gran esfuerzo por vivir de otra forma. Después está la pobreza en lo moral, en lo espiritual. Y parece que la pobreza tiene que estar en contacto con la delincuencia, pero no, esa es otra pobreza, que también tenemos que erradicar. El pobre tiene muchísima dignidad y Dios lo ama especialmente. La que hace mucho más daño es la otra pobreza, que lleva a no vivir plenamente esta vida y a perder la alegría de vivir y la paz.
Ser militar y sacerdote: un estilo de vida
Enamorado de Dios y del Uruguay, Genaro sostiene que le dan mucha pena las cosas que no están bien en el país. También se siente militar y resalta que su carrera fue una etapa muy linda, que lo formó y de la cual aprendió muchísimo. “Para nosotros no es un trabajo, es un estilo de vida”, esgrime. De hecho, hoy, dedicado completamente a la Iglesia, es consciente de todo lo que le enseñó la vida militar y que lo ayuda en el día a día. Además, dice sentirse feliz y dichoso por el regalo de Dios de haberle permitido ser sacerdote.
El vínculo con su familia es muy bueno. Su papá falleció en el ‘96 y recuerda que fue una pérdida grande porque al ser los dos militares eran muy amigos y cercanos. Su mamá, por el contrario, este año cumple 80, pero se encuentra muy bien; ayuda en la parroquia y va a las misas del Hospital Militar. Tiene cuatro hermanos, siete sobrinos y dos sobrinos nietos. Todos los meses hay algún cumpleaños y esa es la excusa para reunirse con ellos porque ya no tiene tanto tiempo. Incluso, cuenta que antes, como militar y soltero, iba bastante más a visitarlos, pero ahora el sacerdocio le insume mucho. “El WhatsApp ayuda; tenemos un grupo donde nos ponemos todas las novedades, las fotos”, comenta, y agrega que su familia “es un regalo de Dios”.
Solía coleccionar sellos, pero hoy siente que su hobby es ser sacerdote. El padre Tuyá le ha insistido en que es una obligación entretenerse, pero para él, ser cura es un entretenimiento. “Me gustaría tener un poquito más de tiempo para leer algunos libros, pero no siento que necesite un hobby, aunque sé que es muy bueno tenerlo”, señala.
Por último, expresa que siempre les dice a los jóvenes “que se ofrezcan, que Cristo vale la pena y no quita nada, tiene todo para darnos, así que no se pierdan de abrir su corazón a Dios”.
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