Emilia Zavaleta dialogó con La Mañana luego de uno de sus talleres literarios Mulanas, dedicado a las poetisas latinoamericanas Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, a quienes calificó como pioneras. Hija de una de las Trillizas de Oro, Emilia complementó el arte con la actividad de su padre polista, por la que recorrió el mundo y vivió rodeada de naturaleza. En una charla amena, cuenta su pasión por la historia, la literatura y la cultura latinoamericana, de la cual se siente parte y llamada a trasmitir de muchas maneras. Compartimos un extracto del encuentro de La Mañana con Emilia en Buenos Aires.
¿Cómo surge tu interés por la que hoy es tu actividad: la escritura y la literatura?
Empezó hace mucho, cuando era chica. La vida me fue formando con las estructuras del estudio de la universidad, del trabajo. Con el tiempo ese interés se interrumpió un poco, y después lo retomé, entonces es como que tengo dos comienzos. El original es que siempre me gustó la literatura fantástica. Me gustaban mucho los cuentos de terror que tenían un mundo mágico. Dormía sola en los lugares donde vivíamos, porque viajamos mucho por el trabajo de papá. Generalmente, tenía un cuarto para mí sola y era como un mundito. Ahí tenía mis cositas, me gustaba comprar piedras, minerales, piedras preciosas, tenía unos animalitos de granja y libros de cuentos. Me acuerdo de haber leído Drácula. Siempre me gustaron esos mundos mágicos y paralelos, imaginarios, aunque por otro lado también me gustaba leer, por ejemplo, Mujercitas. Leía en muchos idiomas, me gusta mucho leer cuentos. Escribía, siempre tenía algún diario, todos los días escribía algo muy básico: “Hoy fui a las caballerizas…”. Me gustaban muchos los caballos, iba a las caballerizas y personalizaba a los caballos con algún nombre y era como que armaba algo con eso, como si fueran personas.
Escribía también mucho sobre la naturaleza, porque solíamos vivir rodeados de ella. En el caso de Francia, llegamos a las afueras de París, un lugar que tenía bosques, casas muy antiguas. Todo tenía que ver con la historia, entonces me empapé mucho de la historia europea y general. Después, cuando vine a acá y hacía el colegio el interés por la historia cambió un poco, ya no tenía esta sustancia de poder vivirla en persona.
¿Cómo fue tu despertar a los temas históricos y, sobre todo, a la historia latinoamericana, que hoy está tan presente en tu trabajo?
Con la historia argentina o regional, no sé si tuve la mejor experiencia, nunca me pareció muy divertida o tan interesante como la historia que yo había disfrutado o leído de Europa o Estados Unidos, donde también pasábamos mucho tiempo. Me gustaba mucho la cultura norteamericana: las películas, ir al cine, las lecturas en inglés, las novelistas. Todo eso estuvo muy presente. Papá y mamá eran lectores, entonces yo también veía que leían.
Después me decidí por la carrera de Relaciones Internacionales, creo que un poco por viajar, porque necesitaba continuar con esa vida, aunque de hecho no fue así, porque no hice la carrera diplomática. Después del posgrado, que fue una maestría en Integración Latinoamericana, entré a trabajar en Cancillería. Estaba la idea de entrar a la carrera diplomática, pero me desencanté un poco. Y después empezó la vida familiar, me casé, tuve hijos. No es que hubiera abandonado por completo todo ese mundo mágico, porque seguía estando de alguna manera, pero me volqué más a los informes políticos, que era lo que yo hacía en Cancillería: estudiar los conflictos internacionales, los temas que se trataban en los organismos internacionales, muy interesante, pero siempre me faltaba la cultura, porque siempre me apasionó la cultura del mundo. Soy una curiosa insaciable: si viajo a tal lugar, quiero saber qué pasó en ese edificio, en ese lugar, en tal época, con tal cosa y no paro hasta descubrirlo, y así con todos los viajes que hacía por placer o por vacaciones, siempre quería saber todo de ese lugar y también de la naturaleza.
Me acuerdo de haber hecho un viaje a Colombia y comenzar a descubrir de a poco algo que no estaba dentro de mi mundo: la historia regional, la historia prehispánica y la Conquista, todo ese encuentro con la naturaleza salvaje me fascinó. Fue varios años después de trabajar en Cancillería que tuve este otro despertar.
El autor americanista uruguayo José Enrique Rodó suscitó un movimiento que tuvo ecos en muchos escritores. Se dirigió a la juventud de América, transmitiendo el sentir de hermandad y de ser parte de una misma patria con una historia común, con lazos culturales que nos unen. ¿Cómo fuiste descubriendo esta unidad, más allá de las divisiones políticas de la veintena de países en que nos convertimos en América Latina?
Más que un descubrimiento, fue un encuentro con esa realidad. Yo venía de ese pasado que conté. Después empecé a encarar este proyecto [Mulanas], que arranca más que nada con una biografía de una mujer. Yo estaba pasando por un duelo muy fuerte, entonces conecté con el dolor de una mujer que sufrió muchísimo y es la gran heroína de la historia. Y también con la historia, con esa historia que estaba toda apelmazada, porque nuestra historia, la de Argentina, es igual a la de Bolivia, a la de Perú, es igual a la de Chile. Así empecé a encontrar un hilo conductor entre todos los países y lo que es la gran región de Latinoamérica. Siempre se buscó más las diferencias que las similitudes, aunque hemos tenido una historia en común, aun antes de la Conquista. Tenemos una historia prehispánica, que implicaba distintos imperios, o tribus, o alianzas que fueron formando estos pueblos que tenían una cosmovisión bastante similar. Entonces me surgió la idea de que hay mucho más de lo que sabemos, de lo que conocemos. Hay mucho más para unir que para diferenciar. ¿Por qué siempre nos sentimos más unidos a una historia europea? Que claramente nos marcó a partir de las revoluciones, de las ideas del positivismo.
Pero antes tenemos una cantidad de mezclas culturales, que hoy permanecen en lo que comemos, en cómo vestimos, en cómo hablamos. Un montón de símbolos que, si viajamos al norte argentino, por ejemplo, vemos que la vestimenta, incluso en las paredes, aparece la chacana, esa cruz cuadrada que hemos visto millones de veces. Cuando empecé a entender qué era ese símbolo me sorprendí, había una cosmovisión que permanece. Ya desde mi historia familiar venían todas esas palabras del quechua, por ejemplo, que eran parte de una cultura común que llegó incluso a Buenos Aires, el Río de la Plata, a Montevideo, de la misma manera que todo lo que llegaba a las costas iba para adentro.
Eso hace que podamos ver en esa mezcla, cuando destapamos la olla, que, en realidad, las fronteras fueron una cuestión necesaria para establecer estructuras, control para poder marcar independencia, soberanía. Era muy importante, pero después podemos borrar fácilmente las fronteras y hay una unión. Somos un pueblo, por decirlo de algún modo, un pueblo latinoamericano, muy conectado con la naturaleza, o lo éramos, aunque creo que eso está volviendo. Tenemos mucho en común.
¿Cómo fue tu formación en la maestría en Integración Latinoamericana que realizaste en la Universidad Tres de Febrero?
La maestría la elegí porque en realidad quería hacer algo cultural. No encontré ninguna carrera en que pudiese hacerlo, así que me fui por el lado de Latinoamérica. Cuando estudié la maestría empezó el declive de la integración latinoamericana, toda esta cuestión de que el Mercosur tenía muchas fallas. Después estaba la Unasur, que también estaba llegando a su fin. Ninguna de estas organizaciones integradoras de la región estaba llegando a buen puerto, tenían muchas falencias.
Cuando terminé la maestría y me puse a trabajar en Cancillería, no hice la tesis. Me dije que esa integración era una ilusión, una fantasía, que era muy difícil que se concretara esto de la Patria Grande, y lo solté. Años más tarde, en el Instituto de Servicio Exterior, un profesor que trabajaba conmigo me dijo que aprovechara toda la información que tenía ahí, a mi alcance, e hiciera la tesis de la maestría. Entonces me decidí, le dije que me ayudara y fue mi tutor. Hice la tesis de la maestría, pero tuve que recursar. Estaba embarazada de mi hija más chica y tuve que recursar porque algunas materias se habían desactualizado. Rendí la tesis embarazada de ocho meses, la defendí y ya estaba empezando con mi proyecto Mulanas y entonces dije: “Claro, acá está. Por esto elegí esta maestría”, y me decidí a darle un cierre formal a algo por lo que había apostado bastante.
¿Sobre qué trató la tesis?
Eso fue en 2018. Hice una continuación de la tesis de grado, que había sido sobre la relación entre Brasil y Argentina en el marco del Mercosur. Cuando hice la tesis de postgrado tenía todo un trabajo realizado en Cancillería, que era a través de los discursos en Naciones Unidas de todos los gobiernos argentinos, cómo se proclamaron, cómo se pararon frente a cuestiones que tenían que ver con la integración regional. Era un estudio comparativo de si había o no una política de Estado respecto a la integración regional desde el gobierno argentino. Entonces, a medida que fui comparando todos los discursos que se daban en Naciones Unidas y los discursos de la apertura de sesiones del Congreso de la Nación, fui viendo cómo se proclamaban los gobiernos, sin importar el color político, frente al tema de la integración.
En cuanto a Malvinas y el reclamo por la soberanía, ¿ha estado presente, se ha mantenido?
La política sobre Malvinas es la única política de Estado que Argentina sostiene, siempre. He estudiado mucho el State Department de Estados Unidos y el Foreign Service, del lado británico. Siempre hay lo que llamo “postales”, esas políticas de Estado que no pueden ser modificadas. Mantienen una política de Estado que no se mueve. Nosotros tenemos una y es Malvinas.
El lema de la Universidad Nacional Autónoma de México dice “Por mi raza hablará el espíritu”. ¿Te expresa esa convicción de que esta raza nueva que se gestó en América está llamada a generar una tendencia cultural nueva, que tenga una esencia espiritual y, sobre todo, libre?
Cuando empecé con el proyecto literario, le encontré ese nombre: Mulanas, que es un invento mío: “Mujeres en la historia latinoamericana”, y lo registré. Hace referencia a mujeres del pasado, del presente y del futuro.
A partir del proyecto, ciertos conceptos se me hicieron patentes desde la emoción, desde el alma, como esto de la libertad, la mujer, la naturaleza. Todas cosas son mucho más que conceptos y atravesaban toda la historia regional y lo siguen haciendo. Desde el inicio, o desde lo que tenemos como registro del inicio, está esto de la libertad, de la conexión con la naturaleza y está –aunque no lo esté– el tema de la mujer. La gran pregunta es: y la mujer, ¿dónde está en todo esto? Porque los registros cuentan la historia desde acontecimientos importantes, análisis y críticas hechas por los hombres, porque las mujeres no tenían la preparación para hacerlo.
Estas grandes cosas resonaron mucho en mí, tal vez porque yo estaba viviendo algo muy personal, muy fuerte, que tenía que ver con esto de ser mujer, con la libertad, con la historia y mi historia, con mi esencia, porque Mulanas quiere también valorizar esa esencia latinoamericana, también como algo mío.
Destacas mucho el lugar de la mujer en la historia y la literatura latinoamericana, ¿consideras que las mujeres maternan y cuidan esa experiencia de pertenencia, de abrazar una identidad?
Patria viene del latín pater, pero es la patria, en femenino. En esa concepción hay una dualidad: lo femenino y lo masculino. Ahí hay algo de la mujer en la historia. Cuando llegan estos conquistadores lo hacen solos, no vienen mujeres en los primeros viajes. Las mujeres con las que ellos se van a cruzar son las nativas de estas tierras, con quienes van a tener hijos, quienes también van a ser en muchos casos estas grandes diplomáticas, mediadoras que van a aprender la lengua española, que las van a someter en la mayoría de los casos para que aprendan la lengua española, como sucedió, por ejemplo, con la india Catalina, gracias a quien se fundó Cartagena de Indias, una india que fue españolizada, luego secuestrada, después la volvieron a buscar para usarla como mediadora. Lo mismo ocurrió con Malinche. Estas mujeres de alguna manera gestaron todo esto, porque también fueron las primeras que tuvieron hijos mestizos.
Como esa raza cósmica de la que hablaba José Vasconcelos, esa fusión del encuentro de dos culturas.
El 12 de octubre, al que después, por suerte, le cambiaron el nombre, de Día de la Raza o Descubrimiento de América, en realidad es algo más relacionado con la diversidad cultural, es justamente por esa gesta, que se da a través de la dualidad. Fueron las mujeres de acá las que la hicieron, después llegaron las otras mujeres y también tuvieron que integrarse. Había mujeres que tenían familia con los primeros mestizos, con esos hombres españoles, portugueses y de otros reinos, que tuvieron que adoptar esos niños, porque había que criarlos bajo la doctrina de la Iglesia católica. También había que integrar a estas mujeres que estaban acá, aceptar esto que venía de todos lados. Ellas aceptaron esa diversidad, ese choque, tratando en muchas ocasiones de que no fuese tan dramático. Un poco inevitable, pero estas facilitadoras de alianzas podemos decir que evitaron más derramamiento de sangre. Con su cuerpo, con su sufrimiento.
Esas mujeres, después, un siglo y medio más tarde, cuando empezó la gesta de la patria, también tuvieron mucho dolor. Fueran las que estaban en el medio entre un bando y otro. Ellas cuidaban, el rol de cuidadora permaneció y permanece.
¿Está presente en tu proyecto la unión de la América hispano-lusitana, que se entrelaza por esos dos grandes ríos del continente: el Amazonas y el Plata?
Sí, por eso en Mulanas incluyo a Brasil. Si hablamos de Argentina y Uruguay, por ejemplo, conocemos muy poco la historia. De este lado, solamente sabemos que hubo guerra con Brasil por la Banda Oriental, y que los invasores ingleses primero anclaron en Montevideo y después cruzaron. Eso es todo. Pero no, la historia que tenemos de los ríos y los exploradores, hasta los conquistadores, cuando llegaron a fundar Asunción pasaron por los ríos que hoy supuestamente dividen Uruguay con el litoral argentino. Hay cruces por el Río de la Plata constantes. Hay una historia maravillosa y después ahí tenemos que incluir la historia con Brasil, con los luso-brasileños, con el Imperio, posteriormente, de Brasil.
Visité el fuerte de Santa Teresa y me reveló que hay una historia impresionante, que los brasileños llegaron hasta Colonia del Sacramento, y después retrocedieron porque avanzaban los que venían por el Río de la Plata o el virreinato. La historia de los frentes. Cuando Fernando VII fue tomado prisionero, por ejemplo, su hermana era la mujer del rey de Portugal, que se instaló en Brasil y acá tuvimos una cantidad de hombres que eran carlotistas, porque Carlota tenía intenciones de quedarse con las colonias que eran de su hermana. Estamos hablando de Brasil, Uruguay. La historia tiene mucho más para unirnos que para diferenciarnos.
La cultura también, en Río Grande hay gaúchos como acá. Cuando pensamos en Brasil, lo hacemos en los cariocas y el norte, pero el norte también tiene cosas en común con nosotros. Tuvieron sus derivas, fueron un imperio, pero el sur de Brasil es lo más parecido a Uruguay que se pueda encontrar. Entonces, estas cosas, si las contás en un relato y como algo familiar, te hace entender un montón de cosas.
El poema de Rubén Darío “A Roosevelt”, habla de nuestra América “que tiene sangre indígena que aún reza a Jesucristo y habla en español”, como una identidad que nos une también desde la religiosidad popular, que se expresan por ejemplo como las advocaciones a la Virgen de Carupé, de Itatí, Aparecida o de Guadalupe…
La Virgen de Guadalupe, de hecho, es una continuación de la diosa Tonantzin, a la que adoraban en el mismo cerro donde se apareció luego la Virgen de Guadalupe a un indígena, Juan Diego. En ese cerro del Tepeyac adoraban a la diosa Tonantzin, la diosa madre de todos los dioses. La basílica de la Virgen de Guadalupe tiene un montón de símbolos que vienen de los pueblos mexicas. Desde las estrellas en el manto, que tienen que ver con esos grandes astrólogos de la historia precolombina, hasta los colores, la simbología que está a los pies de la Virgen de Guadalupe, que es ella misma mestiza.
Se trata del sincretismo, que después se mezcla con la llegada de los africanos. Ese sincretismo hace la cultura muy específica que tenemos y que es importante que se conozca, porque siempre estamos mirando hacia afuera. Tenemos que mirar un poco más tierra adentro.
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