Una vecina de 71 años, Matilde Fernández Alfaro, baja cada día a la costa de la Ciudad Vieja a recoger desechos plásticos con el fin de colaborar a paliar la contaminación del mar y salvar la vida de aves y especies marinas, generando conciencia.
Se trata de una problemática cada vez más contundente en el mundo. Cada año, más de ocho millones de toneladas de plástico terminan en los océanos, contaminando costas y afectando a más de 700 especies marinas que confunden la basura con alimento o se enredan en ellos. La contaminación marina es considerada por la Organización de las Naciones Unidas como una de las principales amenazas globales al medioambiente. De hecho, en el mundo existen distintas “islas” de basura que flotan por los océanos.
En Uruguay, especies autóctonas se ven amenazadas por el plástico de los mares. Dentro de ello, las tanzas de pesca que quedan en las costas afectan gravemente a las tortugas, provocando ahogamiento, pérdida de aletas y hasta su muerte. También se ven afectadas aves y peces. Dirigidos a frenar esta situación, varias organizaciones realizan movimientos de concientización y recolección de basura en las playas. En esto, claro está, todo granito ayuda. Es que la colaboración de la sociedad civil es tan importante como la institucional. Levantando un plástico del mar, uno nunca sabe a qué especie marina estará salvando.
Así lo pensó Matilde Fernández Alfaro, que cada mañana baja a la costa de la Ciudad Vieja a levantar las tanzas dejadas por los pescadores. Matilde es jubilada de la música. Toca el violonchelo y estuvo toda su vida en orquestas sinfónicas, incluso también dando clases. “En realidad, mi profesión es la música”, admite en conversación con La Mañana, y agrega que el tener más tiempo le permite colaborar mejor con la sociedad.
El viento de principios de abril se hace sentir. El sol calienta la rambla y varias son las personas que bajan a la costa a disfrutar la tarde. Matilde es una de ellas, pero su presencia allí no es un paseo, sino una responsabilidad social. Con un carrito se inclina cada pocos pasos para recoger tanzas, anzuelos, basura. Con su pinza toma un trozo de una cuerda plástica y expresa: “esto es un arma para un pez”.
Cuenta que comenzó a interesarse mucho en la conservación de los mares y de los daños que se realizan a través de los plásticos en ellos, las tanzas y las redes, que no pueden disolverse en el agua. “No podía estar viendo un problema donde yo podía hacer alguna cosa, porque mi idea es que en el metro cuadrado donde te movés, si hay algo para hacer por la comunidad, hay que hacerla, porque redunda en nuestro propio beneficio. Somos todos habitantes de la Tierra”, reconoce mientras camina por la rambla montevideana con ojo atento.
Comenzó a tomar esta acción en agosto del año pasado. Aún con un frío invierno, bajaba cada día al mar. Lo sigue haciendo. Su trayecto lo realiza con un carrito que ella misma construyó para recoger los deshechos. Se trata de una chismosa con ruedas donde coloca una canasta de ropa. Se ayuda de una pinza que adquirió en una ferretería. “Esta es bárbara porque agarra mejor las tanzas más chiquitas”, explica. También confiesa: “me quiero equipar mejor, pero voy poco a poco. A mí lo que me interesa es que las personas se concienticen primero en no tirar las cosas al mar, en llevar sus desperdicios en bolsas o tirarlas en algunos de los tarros de basura que están distribuidos a lo largo de la rambla”.
Señala que trata de bajar lo más que puede, aunque indica que el momento ideal para hacerlo es la mañana, porque es cuando queda la basura de la jornada anterior. “Es impresionante la cantidad de rollos de tanzas (algunos con anzuelos), bolsas de nylon, tapabocas, cajas de cigarros, y envases de todo tipo que quedan”. Su recorrido incluye desde la calle Colón hasta la escollera Sarandí -contando los espacios verdes que hay frente a ellos- una distancia de aproximadamente 12 cuadras en total ida y vuelta, en donde le lleva una hora recoger los desechos de la pesca. “Antes iba para más arriba, pero me di cuenta que es más que nada este tramo donde se concentra la basura.
Durante sus recorridas, le consultan si pertenece a alguna organización o por qué realiza esa labor desinteresadamente. “Lo hago como una invitación a otras personas a tomar conciencia”, responde. Matilde apela a que se incremente la educación en este sentido. “A veces muchos me preguntan si lo que recojo es de interés propio, como para realizar alguna manualidad con ello. Cuando les explico me responden: ‘usted no puede estar sacando lo que otros tiran’, pero para mí eso no importa”, comenta. En el último tiempo ha logrado que varios de los pescadores que comúnmente dejaban sus desperdicios en el lugar, comiencen a llevárselos en una bolsa.
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