Se graduó de contador público muy joven, con 24 años. ¿Qué fue lo que marcó su rumbo para seguir hacia las finanzas y posteriormente a la economía del conocimiento?
Cuando yo era estudiante, finanzas acá no existía. Al estar próximo a recibirme vinieron unos profesores de Naciones Unidas a dar un cursillo sobre esa materia, que fue corto pero suficiente para que me adentrara en el tema y me gustara; percibí que era una cosa importante que estaba faltando. Yo trabajaba en el Ministerio de Economía y obtuve una beca para ir a estudiar a Estados Unidos. Estuve seis meses estudiando finanzas ahí, que era donde estaba la fuente del asunto. En el nuevo plan del 66 se creó la Cátedra de Finanzas, pero no había nadie [preparado para dar esa materia]. Al volver, yo ya era docente de la facultad, y un día veo que sale un llamado [para esa Cátedra]. Todo el mundo se había enterado de que yo había hecho ese curso y de que publicaba algunas cosas de finanzas en revistas científicas en Buenos Aires.
¿Enseguida supo que debía presentarse, pese a su corta edad?
Yo era muy joven (26 años), pero se hizo el concurso y nos presentamos dos; el otro era un señor mayor que yo, que no tenía actividad académica pero era muy buen profesional en una empresa multinacional en la parte de finanzas. El concurso constaba de una parte de méritos, que era tu trayectoria y un documento en el cual decías qué ibas a hacer con el curso, el programa, la bibliografía, la orientación, y después venían las pruebas docentes. En ese momento yo era representante de la facultad en la Comisión Honoraria de Contralor de Medicamentos, cuyos principales miembros eran de la Facultad de Medicina; la presidía el profesor Estable y eran todos grandes profesores, con enorme trayectoria –yo era un chiquilín-. Desde un principio me acogieron con gran simpatía, y cuando salió el concurso les comenté. Me dijeron que no me preocupara por la edad y les mostré el documento que había hecho. De finanzas no sabían nada, pero sí de ciencia y de academia. Lo leyeron, y a la semana siguiente me dijeron: “Lo que hiciste no sirve para nada”, pero con cariño y me trajeron la presentación a la Cátedra del profesor Francisco Soca que fue un fenómeno. Cuando vi aquello les escribí a las grandes universidades del mundo que enseñaban finanzas, y al tiempo me enviaron un material con programas, bibliografía, metodología docente. Así me puse al día de cómo estaba el mundo y todo eso lo plasmé en mi documento nuevo.
¿Todavía no había presentado el anterior?
No, había hecho un borrador, tenía tiempo.
Y terminó presentando el mejor trabajo.
Primero se lo di a ellos a ver qué les parecía. Quedaron muertos, emocionados, porque además habían dejado una semilla; les gustó la impronta. Entonces presenté eso junto con mis méritos, que eran bastante buenos, y saqué una cantidad de puntos pese a mi edad. Después hice las pruebas y hubo un debate en el consejo. Los estudiantes me apoyaban, el orden de egresados no tenía problema, los docentes tampoco, menos uno, que le parecía que yo tenía una extrema juventud. Un consejero dijo que había un caso en la universidad de la misma edad; era Enrique Iglesias que había sido profesor mío. Y hubo uno más joven, en la Facultad de Medicina, que fue el que creó la Cátedra de Neurología: el profesor Américo Ricaldoni, a los 24 años. Finalmente fui designado pese a la edad, y hasta ahora sigo. Años después fundé la primera maestría y el primer posgrado en Finanzas del país.
“Es fundamental definir para dónde va a ir el país. ¿Vamos a seguir en una economía de cantidades o vamos a ir hacia una economía del conocimiento?”
Justamente, estuvo gran parte de su vida y sigue hasta hoy vinculado a la docencia. ¿Qué encuentra en ella?
Sí. En el año 2015 yo cesé por edad, entonces me nombraron profesor emérito de la facultad, que es la máxima distinción académica que hay, pero con la condición de que siguiera dando clases. Cuando vos te dedicás a eso tenés que sentir que estás dando lo mejor de ti; si lo hacés por otra índole no es que esté mal, pero tenés que estar estudiando todos los días.
¿Cómo fue virando del área de las finanzas a la economía del conocimiento?
Cuando estaba en el BCU, en un momento determinado precisábamos 500 millones de dólares para las negociaciones por la deuda externa. Escribí un télex a un montón de bancos, diciendo que Uruguay era un país lleno de dificultades –estábamos saliendo de la dictadura-. A los 15 días teníamos la mitad de la plata, la había puesto un solo banco, el PostiPankki de Finlandia –era una caja de ahorro postal-. Enseguida le mandé un télex agradeciéndole y, tiempo después, como tenía que ir a Europa, fui a Helsinki para agradecer personalmente. Luego de hacerlo, una funcionaria del gobierno me acompañó a recorrer la ciudad. Ella tendría 30 y pocos años y era la número cuatro de la Cancillería. Tomamos un café en un museo y le dije: “la felicito, tan joven en esta posición tan alta en un ministerio”. Me contestó: “muchas gracias, pero yo soy una perdedora; mi vocación no es ser diplomática, era ser maestra, y acá en Finlandia para ser maestro hay que dar un examen de ingreso que es el más difícil de todas las facultades, y yo no pude entrar”. Seguimos hablando y noté que estábamos en las antípodas, me empezó a explicar que se estaban reconvirtiendo, que iban hacia una economía del conocimiento.
¿Hasta ese momento no había tenido vínculo con ese tema?
No así, tan frontal, que una persona tan joven y con un cargo como ese dijera que era una frustrada.
“La clase media va disminuyendo y eso trae malestar porque hay gente que se siente desplazada del sistema”
Usted analizaba la situación comparándola con la realidad de nuestro país.
Sí, claro. Acá hubiera sido imposible que una mujer lograra eso. Ahí me metí a estudiar la innovación, que integra la economía del conocimiento. Toda esta revolución comienza a partir del año 71, cuando Intel desarrolla el primer microprocesador. Ahí empieza a desarrollarse el conocimiento y en 50 años creamos más conocimiento que en 500. Hoy no hay ningún país desarrollado que no haya entrado en la economía del conocimiento. Con una economía de cantidades, commodities, y no cosas creadas, de la innovación y el conocimiento, el país no sale adelante, y en general es lo que le pasa a toda América Latina.
¿Cree que en Uruguay hay conciencia de eso, de la importancia de ir hacia una economía del conocimiento?
No sé, creo que se han hecho muchas cosas: la ANII, la UTEC.
Ya de grande, se adentró en ese tema con un doctorado.
Yo tenía 60 años y me enteré que en Barcelona había un doctorado en Sociedad de la Información y del Conocimiento. Fueron cinco años fantásticos de estudio de la economía del conocimiento. ¿Yo qué vi? Que las finanzas tienen patas cortas; yo puedo arreglar un tema y mejorar las cosas con las finanzas, pero si la sustancia económica no funciona bien, se te va a morir enseguida, no llegás a la otra orilla.
Es decir que tiene sus límites.
Sí, y sus límites hoy están dados por la economía del conocimiento. Eso requiere de consensos nacionales. Nunca dejé las finanzas, las sigo enseñando, pero explicándoles a los chicos que yo puedo arreglar financieramente un país o una empresa, pero si ese país o esa empresa no son productivos, al poco tiempo se agotan. Uruguay ha avanzado, pero para saltar a eso se precisa un gran consenso.
¿A nivel político?
Ni hablar, y después que permee a todos los niveles; empresariales, sindicales.
¿Y cuán cerca estamos de lograrlo? Le preguntaba si hay conciencia al respecto.
Es un tema cultural. Acá se habla de innovación y se hace un uso indebido de la palabra. Innovación es la explotación exitosa de una nueva idea, como hacer un celular; ahí es cuando los países crecen. Estados Unidos por año registra 56.000 patentes de innovación, China 53.000, Alemania 18.000, o sea, cosas nuevas.
¿Acá se le llama innovación a algo que no lo es?
Sí, y no hemos entrado en la economía del conocimiento.
¿Eso es lo que determina que un país crezca?
Claro. Vamos teniendo un rezago cada vez más grande y es peligroso.
¿Hubo un retroceso en Uruguay en ese sentido?
Relativo, en el sentido de que crecés pero por otros motivos, entonces eso se va viendo después en temas como la salud, la educación, el desarrollo. Uruguay dentro de todo tiene muchas virtudes. Tener un déficit fiscal en línea es fundamental, pero ya ni se discute; igualmente un país no se va a hacer rico por no tener déficit.
¿Cuáles son los desafíos que hoy enfrenta Uruguay para poder llegar a eso?
Básicamente, que esto permee, que se entienda que es así.
Hablaba de la necesidad de un cambio cultural.
Sí, es fundamental. El desafío arranca primero por una definición, y cuando queremos, lo hacemos. Yo lo viví en mi primera gestión del BCU: los líderes de ese momento lograron coincidir.
Momentos en los que se necesitaban consensos políticos porque el país salía de la dictadura.
Exacto, entonces a mí se me hace duro tener que tener un golpe para lograr un consenso; la democracia estaba muy débil, el país destruido. Tuvieron que pasar 13 años de dictadura, pero estaban tan unidos los líderes que la gente empezó a tomarnos confianza, incluso amigos que me habían dicho que eso era inarreglable, de distintos partidos. Yo nunca hice gran distinción de los partidos, siempre tuve mis preferencias pero por encima de eso primó lo humano.
Hoy desde muchos partidos se están impulsando acuerdos interpartidarios en distintas áreas.
Sí, mi consejo sería ese.
Por ejemplo, ¿en qué temas sería necesario acordar?
Es fundamental definir para dónde va a ir el país. ¿Vamos a seguir en una economía de cantidades o vamos a ir hacia una economía del conocimiento? ¿Cuál va a ser la inserción internacional? ¿Seguimos en el Mercosur languideciente o nos abrimos más? Y la educación es muy importante, a todos los niveles. El país está pidiendo consensos en algunas áreas en las que nos hemos quedado, porque si no, nuestros hijos se van a ir y va a ser un país de viejos.
¿Cómo analiza el avance de la revolución tecnológica y su incidencia en el mercado laboral?
La revolución tecnológica cambió la vida de la gente y de la economía; la inteligencia artificial, el big data, la analítica, la robótica, el internet de las cosas. Es un tema muy delicado, hay que tener claro para dónde va el mundo y cómo te vas colocando, porque la gente se está quedando sin trabajo. La clase media va disminuyendo y eso trae malestar porque hay gente que se siente desplazada del sistema.
Un artista que nunca dejó de crear
La academia y el arte siempre fueron sus dos únicos “amores”. Tan es así, que fue difícil convencerlo de asumir como presidente del BCU. Era el año 84 y se empezó a sentir su nombre para ese puesto. Pero él no quería, no le gustaban los cargos políticos ni eran su objetivo, al punto de que abandonó el país. Finalmente, la insistencia por parte de algunos actores del gobierno entrante lo hizo volver, y tras la llamada del ya electo presidente Sanguinetti, entendió que debía servir al Uruguay, lo que terminó haciendo “con mucho gusto”.
Muchísimo antes, incluso de niño, había empezado su afición por el arte y la pintura. “Yo no sabía escribir y ya dibujaba”, afirma con seguridad. Al descubrir ese talento, su madre lo mandó a clases de arte.
Si bien no estuvo en sus planes dedicarse por tiempo completo a esa materia, nunca dejó de crear. Aunque sí hubo un parate que fue, justamente, al presidir el BCU, lo que le asumía mucho tiempo. Pero en el año 89 “no aguanté más y le comuniqué al presidente que iba a empezar a ir al taller de Nelson Ramos, que era un gran maestro”, recuerda.
Allí estaba “lleno de gurises” que lo miraban como si fuera “un marciano”. Es que era una figura del gobierno que tenía la tarea nada menor de sacar la economía adelante. Y en sus ratos libres, era un artista más participando del taller.
Años más tarde, Ramos lo incentivó para que hiciera su primera exposición, y reservó una fecha en la Alianza Cultural Uruguay-Estados Unidos. No se imaginaba que cuando llegara el momento de exponer, en mayo de 1995, estaría nuevamente en el BCU, ocupando el mismo lugar por segunda vez.
Estando en el banco, en abril lo llamaron para confirmar que al mes siguiente haría la muestra, pero con el “lío” que tenía por esos días, ni
siquiera se acordaba. “Argentina estaba muy complicada, podíamos tener un efecto de rebote acá en cualquier momento”, rememora.
Con cierto temor por la repercusión que podía llegar a tener en el ámbito político que el mismísimo presidente del Banco Central dedicara su tiempo al arte en instancias tan complejas, le consultó a Sanguinetti, quien transitaba su segundo mandato. El presidente, “muy atento”, le dijo: “¿Y cuál es tu duda? ¿Tenés duda de tu obra?” y acto seguido lo alentó a llevar a cabo la exposición. “Fue un éxito, por suerte”, cuenta Pascale. Además de esa primera muestra, el año anterior, cuando ni sospechaba que volvería al BCU, también se había comprometido para hacer otra obra en Buenos Aires para octubre de 1995, y cumplió.
Posteriormente lo llegaron a convocar a la Bienal de Venecia, “que es lo más fuerte que hay en arte”.
Su presente en esta materia sigue siendo igual de cargado. Actualmente se encuentra preparando dos exposiciones que hará hacia fines de este año en Francia. Una será en una sala en París, y la otra en una iglesia a las afueras de la ciudad. Esta última, admite, representa un desafío, porque implica introducir su obra “en un lugar que tiene su historia y su simbolismo religioso”.
El escultor dice estar muy contento, “con más ideas que tiempo”. Inclusive, está terminando un libro sobre Uruguay para presentar después de las elecciones. La publicación versará acerca de la evolución, y cómo el país se fue separando de los países más desarrollados y se empezó a estancar a mediados de los 50. “No es que no crezca, pero perdimos velocidad; se va haciendo una brecha cada vez más grande, un rezago relativo”, explica. Por último, opina que lo peor que les puede suceder a los jóvenes es carecer de perspectivas. “Nosotros teníamos un futuro, conseguíamos trabajo enseguida, teníamos ilusiones; hoy me preocupan los chicos que están desorientados”, lamenta.
Ricardo todo un ejemplo de una persona que es un agente de transición. Gracias por despertar la inspiración que llevamos dentro se cada uno de nosotros!
un Maestro en todo sentido.