El Ing. Roberto Symonds es un referente no solo por los cargos que desempeñó a lo largo su fecunda tarea gremial tanto dentro de fronteras como en destacados foros en el exterior, sino por su eficiente actuación como empresario rural. Desde joven, apenas recibido de ingeniero agrónomo, supo apuntar a los dos tópicos fundamentales que trababan el despegue del agro uruguayo: el mejoramiento de las pasturas -en particular de invierno- y la necesidad de apuntar a la diversificación, es decir aprender a alternar agricultura con ganadería. Su elección como presidente de la Asociación Rural del Uruguay al finalizar el siglo pasado marcó un importante hito en la gremial fundada por Domingo Ordeñana. Sin descuidar la importancia de las razas animales y su genética puso el foco de su aguda inteligencia en el potencial agrícola de nuestro campo. “Bobby” Symonds recibió en su casa a La Mañana y nos habló sobre su extensa trayectoria.
¿Cómo fue su infancia y juventud?
Yo me crié básicamente en el campo. Mis primeros años de niño vivía en la estancia. Mi madre era suiza, conoció a mi padre en un viaje, se casaron en Punta Arenas y recién después vinieron a Uruguay. Fueron a dar al departamento de Río Negro, en una época donde había muy malos caminos. Mi primer maestro fue un ex cura católico suizo-francés, que había dejado los hábitos, que fue el tutor que nos enseñó en esos años que hice en el campo. Después empecé la escuela en Montevideo, el liceo, preparatorios en el Seminario y la Facultad de Agronomía. Allí tuve muy buenos profesores como Rovira, Carámbula, Azzarini y Van Belzen.
“Antes se manejaba la ganadería y la agricultura como dos rubros separados. Nosotros lo que intentamos fue integrarlos como un sistema de producción mixto”
¿Cuáles fueron sus primeros pasos profesionales?
Cuando me estaba por recibir de agrónomo, en ese momento no sabía muy bien qué hacer pero no quería volver a la estancia, por esas casualidades viene un día uno de mis compañeros de facultad en Paysandú y me dijo que había un concurso para un trabajo en el Ministerio. Era para el CIAAB, el Centro de Investigaciones Agrícolas Alberto Boerger, que después pasó a ser el INIA. Había poco trabajo para los agrónomos en aquel entonces, en 1969. Éramos 70 para 5 cargos.
El Ministerio había logrado un convenio con el BID que había logrado reestructurar el centro. Se contrató al agrónomo Héctor Albuquerque, que venía de hacer un doctorado en Virginia, un tipo muy inteligente que creó el Programa Nacional de Pasturas, en el que se dividió al país en cinco zonas y se resolvió hacer una revisión de toda la información que había e instalar ensayos de pasturas de todo tipo. Yo entré y me tocó el litoral, fue una buena escuela.
¿Qué aprendió durante esa experiencia?
En Río Negro me relacioné con algunos productores de la Sociedad Rural del departamento y terminamos fundando lo que fue la Unidad Experimental de Young, que sigue existiendo hasta el día de hoy. Intentamos generar un concepto que en aquel momento no existía, porque teníamos el productor que era ganadero o cabañero y el agricultor que generalmente era el chacrero. Se manejaba la ganadería y la agricultura como dos rubros separados. Nosotros lo que intentamos ahí fue integrarlos como un sistema de producción mixto. Ahí empezamos a hablar de rotación, un concepto que no era muy usual.
Logramos durante diez años una producción promedio de 500 kilos de peso vivo, o sea unos 270 kilos de carne promedio por hectárea, muy bueno para la época. Nos ocurría que muchos investigadores son a veces un poco líricos entonces yo medio en broma decía “a veces estudiamos la inmortalidad del cangrejo”. A estas cosas que funcionaban había que ponerle números. Y contactamos por casualidad a un técnico americano que a la postre terminó siendo el director del programa de economía de la Universidad de Texas. Se interesó en esto y trabajó con nosotros.
Del CIAAB al INIA, ¿cómo se da ese paso?
A partir del primer gobierno de Sanguinetti se empezó a discutir la ley del INIA, que absorbió lo que era el CIAAB y se convirtió en persona pública no estatal. A mí me invitaron con delegado de ARU a discutir cómo tenía que ser y cómo se iba a administrar. Fue una discusión larga porque había una presión grande de la comunidad científica y me refiero sobre todo a la UDELAR. Nosotros pensábamos que una junta directiva con mucha gente no iba a funcionar. Me acuerdo que con Danilo Astori tuvimos grandes discusiones en su momento. Finalmente se resolvió hacer una junta de cuatro miembros con sus alternos.
“Como son los mercados en el mundo no tenemos más remedio que diversificar. Somos tomadores de precios”
Al comienzo del gobierno de Lacalle se inauguró el INIA y hasta el día de hoy ha crecido enormemente. El tema era cómo se financiaba esto y la propuesta vino de los propios productores que propusieron un impuesto por el que estaban dispuestos a aportar un adicional del IMEBA con una contrapartida equivalente del Estado. La cifra ha crecido enormemente porque afecta la venta forestal, los granos, la soja, la carne e incluso los productos hortícolas. Nosotros al principio priorizamos la formación de posgrados, hoy tenemos un porcentaje muy alto de técnicos con maestrías o doctorados y se crearon una cantidad de programas nuevos. Cuando trabajábamos en el CIAAB poníamos plata propia para trabajar, usábamos los vehículos propios y pedíamos ayuda a los productores. Trabajábamos por amor al arte, eso ha cambiado bastante ahora.
¿Qué discusiones lo marcaron de ese tiempo?
Con un economista agrícola una vez tuvimos una larga discusión en la que me decía “nosotros no debemos diversificarnos, somos mucho más eficientes si nos especializamos en una cosa”. Y yo le decía que como son los mercados en el mundo no tenemos más remedio que diversificar porque un año te va muy bien con la agricultura, otro con la ganadería, otro baja, etc. Somos tomadores de precios. En esa discusión él no me convenció y yo no lo convencí a él. Pero años más tarde tuvo la dignidad de llamarme y me dijo “tenés razón, en este país no se pueden poner todos los huevos en la misma canasta”.
Recientemente se firmó el acuerdo Mercosur-Unión Europea tras casi veinte años de negociaciones. ¿Cuál es su opinión?
Yo trabajé mucho en asuntos internacionales y un día, hace unos cuantos años, armamos una reunión en Madrid con las gremiales de productores del Mercosur y los europeos. Sugerí que le pidiéramos a Carlos Pérez del Castillo, que estaba de embajador frente a la OMC en Ginebra, que nos acompañara. Nos reunimos con las gremiales de todos los países que están sobre el Mediterráneo, los griegos, los italianos, los franceses, los españoles y los portugueses con la idea que poder pactar algo y que entendiera la posición nuestra. Con los franceses y los italianos fue insoportable, no terminamos a las piñas de casualidad. El otro día cuando escuchaba que se iba a firmar este acuerdo que me parece bárbaro pensé que va a haber un problema grande con los productores y ya el presidente francés está buscando excusas con el tema de los incendios y Bolsonaro.
Viendo el crecimiento de la forestación en los últimos años. ¿Qué reflexión le merece la ley forestal?
La ley forestal estableció los suelos que son de prioridad forestal. El tema es que tiene una trampita metida en el medio. Hoy antes que se autorice un proyecto hay que pasar una serie de trámites, pero se empezó a autorizar un porcentaje más agrícola. Además, en el momento que se estableció la ley forestal la soja no existía y esto cambió todo. Muchos suelos del cretácico, por ejemplo, tienen un potencial para soja excelente. Y hay una realidad, hoy es más rentable arrendamientos con empresas forestales sin hacer nada que producir ganado de cría. Lamentablemente hay muchísima área forestada. En el Río Negro se han forestado muchos suelos con un potencial agrícola-ganadero enorme.
“El acuerdo UE-Mercosur me parece bárbaro, pero va a haber un problema grande con los productores y ya el presidente francés está buscando excusas con el tema de los incendios y Bolsonaro”
¿Considera que es un rubro que tiene proyección?
Le veo en el mediano plazo un buen futuro al papel porque es degradable, aunque si mañana inventan algún producto sintético basado en el petróleo u otra cosa. Por otro lado, tenés los contratos con las empresas forestales que son a 10 y 20 años, y esto hace que sea atractivo. Comparto que me da lástima que se foresten suelo que tienen otro tipo de potencial, pero hay suelos pedregosos o arenosos donde está bien que se foreste.
¿Cómo ve Ud. la actualidad de la actividad agropecuaria?
Hoy estamos pasando por un buen momento ganadero, con buenos precios y hoy es rentable. En el tema agrícola venimos arrastrando un serio problema que son los costos de producción, sobre todo de la energía. No somos competitivos. Éste que fue un año excelente en producción de soja y trigo, sin embargo, no cierran los números. Y en los fletes también; supongamos con un trigo de USD 200 desde Paysandú a Nueva Palmira que ronda los USD 40. Sacando la cuenta es el 20% del valor bruto del producto, es inviable. Esto sumado a un sistema impositivo en el que el productor paga algunos fijos por hectárea sin importar la situación, fundido o endeudado. A los que les va mal con alguna cosecha se van. En la zona mía no queda ni uno. En los últimos diez años desapareció hasta el último productor que yo tenía de vecino, no sobrevivió ni el agricultor ni el ganadero. La mayoría de los campos se vendieron a extranjeros, porque debían a los bancos o por distintas razones.
“Hay una realidad, hoy es más rentable arrendamientos con empresas forestales sin hacer nada que producir ganado de cría”
¿Le preocupa el ambientalismo político?
A los ambientalistas yo le tengo un poco de miedo. Eso no quiere decir que yo no entienda que hay que cuidar el medio ambiente, sin lugar a dudas. En el caso de la Amazonia no sé qué versión hay que creer porque los brasileños plantean estadísticas donde dicen que hay menos incendios de los que había antes. Esto se está usando con fines políticos sin duda. Creo que el medio ambiente lo tenemos que cuidar, que hay calentamiento global. He pescado en distintas partes del mundo y he visto en el Pacífico cerca de Panamá a 50 km de la costa una cadena de basura de unos 200 metros de largo que se perdía en el infinito con las corrientes, donde venía de todo. En el barco había que ir haciendo zigzag entre el plástico y la basura. Pero veo que a los ambientalistas fanáticos a veces se les va un poco la mano. Ni tan tan, ni muy muy.
El duelo con Daniel Scioli en las carreras naúticas
Mi padre de chiquilín nos enseñó a usar herramientas, hacía carros con rulemanes para andar. Aprendí carpintería y empecé a hacer cosas en el torno. Cuando tenía 17 años conseguí unos planos americanos y me hice una lancha en el fondo de casa. La usé un tiempo hasta que vino la fibra de vidrio y la vendí. Pero siempre me gustó la madera.
Después empecé a correr en lancha, que mi hermano había corrido. Primero mucho tiempo en Argentina y Uruguay en hidroplano y gané cuatro campeonatos nacionales y dos sudamericanos.
Años más tarde Daniel Cassarino me vino a buscar y me dijo que iban a usar una lancha con el diseño de un ingeniero argentino y me preguntó si me animaba a correrla. Yo ahí ya tenía treinta y pico de años y le dije que sí. Estuve corriendo en Argentina donde gané varias carreras al punto que ahora pidieron la lancha para ponerla en el Museo Náutico de allá. La lancha se llamaba “Bellaco” y llegaba a ir a 150 km por ahora.
Luego me propusieron correr en offshore, que era otra cosa, y participé en el 94-95 donde salí segundo porque me ganó Daniel Scioli y luego primero, cuando Scioli dejó de correr (risas). A mí me auspició primero el Astillero Chaco y después ANCAP.
La afición por los barcos a escala
Lo empecé como hobby sobre todo en los años en que estaba en el campo en invierno. De chico me gustaba armar modelitos de plástico, con aviones y me divertía con eso. Después un día armé un barco en plástico. Hasta que un día empecé a averiguar y conseguí los planos y maderas para armar barcos chicos y luego más complicados y el primero fue Le Soleil Royal de Luis XIV que me llevó ocho años.
Hoy debo tener como diez barcos, como el Sovereign of the Seas que fue un barco inglés del siglo XVII, tal vez el más caro en la historia y que fue muy polémico al punto que se creó un impuesto que se llamaba Ship Money para costearlo. También tengo hecho el Victory, que fue el barco insignia de la flota durante la batalla de Trafalgar, el Agamenón y toda su historia con Nelson, y el español San Felipe, entre otros.