Proveniente de Rocha, arribó a Montevideo en sus años de juventud, donde llegó a tener una “intensa” actividad política a partir del plebiscito de 1980. Posteriormente pasó a tener un perfil técnico, destacándose, sobre todo, su larga trayectoria en el BPS. Participó de la reforma previsional del 95 y hoy, 25 años más tarde, se prepara para liderar el proceso de transformación de la seguridad social que este gobierno se puso al hombro, desde la comisión de expertos aprobada en la ley de urgencia. En entrevista con La Mañana, explicó por qué es tan necesario este cambio.
¿Cómo fueron sus inicios en la abogacía?
Mi vocación jurídica era absolutamente nula. Yo podría haber estudiado cualquier cosa. De hecho, entré en la Facultad de Derecho porque era la única que me permitía trabajar siete horas y estudiar. Siempre pensé que estudiar Derecho era de las cosas más aburridas del mundo. El primer año di los exámenes, salvé las cuatro materias y me pareció horrible (risas).
En segundo año tuve un profesor que acaba de fallecer, Jorge Gamarra, de Derecho Civil II: Obligaciones. De 100 que la daban, salvaban cinco o 10 –uno de sus alumnos destacados era Ope Pasquet-. Un amigo de entonces me dijo que en verdad ese era el corazón del derecho y yo le dediqué todo el año a estudiar esa materia. Agarré una pasión por el derecho, me di cuenta de que no era esa cosa aburrida que yo creía, sino que era algo con un gran rigor lógico y metodológico.
¿Por qué se dedicó al trabajo y la seguridad social?
Creo que tiene que ver con que me gustan mucho las cosas sociales y las humanidades. De hecho, la primera facultad a la que entré cuando me vine, fue esa. Allí hice un año y después me di cuenta de que si bien me gustaba me iba a morir de hambre, no iba a lograr ser García Márquez escribiendo (risas).
Cuando Gamarra recibió su doctorado honoris causa, tuvo la deferencia de mencionar a algunos alumnos y me nombró. Él siempre me decía: “Y, Saldain, ¿cuándo se va a dedicar al derecho y va a dejar eso? Él despreciaba el derecho laboral, porque tiene mucho de política, de cosas no estrictamente lógicas.
¿Siempre estuvo vinculado a la política, al Partido Nacional?
Mi madre siempre tuvo mucha actividad política en Rocha y yo, de chiquilín, desde allí, también. Me vine a Montevideo en el 76, y ya por el 80, cuando empezó a haber actividad política, sobre todo relacionada con el plebiscito, comencé a tener una vinculación fuerte, que se acentuó en el 82.
Yo era candidato de ACF, la lista de Por la Patria y el Movimiento Nacional de Rocha. En el 82 me procesó la Justicia Militar por escarnio a las instituciones constitucionales, por un discurso en un acto, y estuve 45 días en Cárcel Central. Tuve una actividad política bastante intensa en el período del final de la dictadura.
“En 1950, por cada persona mayor de 65 años, había ocho en edad de trabajar; en el 2000 eran cinco y en 2050 se prevé que sean tres o menos”
Enseguida pasé más bien a un perfil técnico; no tengo el fuego ese que hay que tener para dedicarse a la política. Estuve en la Conapro, donde representaba al partido en la Comisión de Seguridad Social. Era muy chico, tenía 27 años. Luego, en el 85, entré a la (extinta) Dirección General de la Seguridad Social como subdirector general.
¿Cómo fue a parar a esa dirección?
Por un mandato expreso de Wilson Ferreira. Él consideraba que uno de los temas centrales del país era la seguridad social y quería que durante la administración de Sanguinetti alguien se especializara en eso para el siguiente período, ya que, según su proyecto, él iba a ser el presidente de la República –falleció poco antes-.
Después siguió su camino en el BPS, primero como director, en la gestión de Sanguinetti, y después como presidente, en el gobierno de Lacalle Herrera. ¿Qué importancia tuvo para usted esa experiencia?
Para mí fue un camino bastante natural. Estuve nueve años en el Directorio y fue una experiencia que me marcó como un antes y un después, fue muy enriquecedora. Me hizo cambiar algunos proyectos vitales que tenía. Yo pensaba irme a hacer un posgrado a Estados Unidos, ya tenía prevista beca, pero cuando Lacalle me planteó eso, me quedé.
Fue uno de los redactores de la reforma previsional del 95, que se implementó en el 96, la cual creó el sistema mixto con las AFAP. Hoy hay una nueva reforma en puerta. ¿Es comparable la situación actual con lo que le tocó afrontar en esa época?
Esta circunstancia es mejor que aquella en una serie de aspectos. El plebiscito del 89 incorporó –en el artículo 67 de la Constitución- una norma por la cual las jubilaciones se ajustan automáticamente por el Índice Medio de Salarios cada vez que aumentan los salarios de los funcionarios públicos.
Esa norma implicó algo así como entre tres y cuatro puntos del PBI de mayor gasto, de un año para otro, en materia jubilatoria. Eso generó la necesidad muy perentoria de abordar la reforma de la seguridad social, en un contexto donde había muy poco conocimiento acumulado, que es fundamental para lograr un buen proceso de reforma.
“No hubo ninguna reforma hecha en Europa en los últimos 20 años que no haya incluido un ajuste de las edades jubilatorias mínimas”
En aquel momento trabajamos con el Instituto de Estadística de la Facultad de Ciencias Económicas, con un modelo de simulación. Su conclusión principal fue que, si no se tomaban medidas, el sistema iría camino a una crisis irresoluble al ingresar en la primera década de este siglo, pero igual no había suficiente madurez.
El contexto actual es bien distinto, porque lo que en aquel momento era una intuición –con evidencia, pero no dejaba de ser una intuición- sobre la dinámica demográfica del país, hoy es una realidad inocultable. La demografía manda en esto de la seguridad social.
¿Qué datos en concreto demuestran esa realidad, por ejemplo?
En 1950, por cada persona mayor de 65 años, había ocho en edad de trabajar; en el 2000 eran cinco y en 2050 se prevé que sean tres o menos. La tasa de natalidad en Uruguay viene en un descenso terriblemente abrupto. En el 96, cuando se hizo la reforma, nacían 58.000 niños por año; el año pasado nacieron 37.000.
Por otro lado, desde el 96, la esperanza de vida crece a razón de un mes y medio por cada año que pasa. Es un crecimiento importante. Es también una buena noticia, porque es producto de que nos cuidamos más, vivimos más y mejor.
Todo eso es un combo que lleva a que de aquí a 20-30 años, una población en edad de trabajar estable –que no crece-, tendrá que hacerse cargo –si vamos a hablar de un sistema de reparto- de una población de mayor edad muchísimo más grande.
El tema demográfico imagino que debe ser uno de los desafíos más importantes en ese sentido.
Totalmente. En América Latina, Uruguay es un país pionero en eso, porque empezó el proceso de envejecimiento demográfico muy tempranamente, pero en el mundo otros países ya lo han venido pasando y vale la pena mirar qué es lo que han hecho.
Por otro lado, a nivel nacional hay una conciencia bastante extendida de que el sistema tal como está no puede seguir y que hay que tomar algún tipo de medida. En el diagnóstico no vamos a tener mayor problema, veremos qué sucede cuando lleguemos al punto de las propuestas de cambio.
¿Cuáles son esos países a los que uno puede mirar y qué han hecho? ¿Qué se puede tomar de esos ejemplos para enfrentar ese desafío?
Los que vienen sufriendo un proceso de envejecimiento más marcado son Japón y los países europeos en general. Algunos han resuelto razonablemente bien esa situación y otros todavía están en el debe.
Por ejemplo, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, tienen un esquema de protección de su gente avanzado, un muy buen sistema jubilatorio, y son más viejos que nosotros. Sin embargo, su nivel de gasto público es más chico y pagan mejores jubilaciones.
¿Cuál es la lógica que tiene eso? Que ellos tienen, desde hace décadas, sistemas mixtos donde lo que se paga vía transferencias intergeneracionales, es decir, el sistema de reparto que se financia con el aporte corriente de los trabajadores, es una parte pequeña –la minoritaria del total de la jubilación-. La mayor cantidad de la jubilación proviene de ahorros acumulados a lo largo de décadas y décadas por la gente.
“En el siglo XXI la seguridad social tiene un rol de tratar de acompañar a quienes sean perdedores o se rezaguen en este proceso de cambio”
El sistema es mixto porque una parte va vía transferencias intergeneracionales y otra parte va vía capitalización completa. Esos países tienen aproximadamente dos veces su PBI en ahorro previsional. Uruguay, con las AFAP, tiene cerca de un 30%. Ese es el camino: esquemas mixtos donde una parte sea con cargo a transferencias intergeneracionales y otra parte vía capitalización completa –la más grande-.
¿Qué tan lejos estamos?
Estamos lejos. Nosotros empezamos en el 95 con un proceso de ese tipo, que fue complicado; no tuvo el suficiente consenso social y tenía problemas de diseño. Como todo diseño de algo tan complejo, hay que estar supervisándolo y ajustándolo, cosa que no se hizo con toda la diligencia, pero hoy estamos donde estamos.
El camino que hay que seguir es ese. Obviamente, estamos lejos, pero un día hay que empezarlo, o avanzar en la dirección que ya tomamos y mejorarla. Esta es una buena oportunidad porque todos los partidos políticos ya tuvieron una experiencia de gobierno, entonces, todos tienen conciencia de que hay un problema grave.
¿Hay consenso de que ese es el camino o hace falta generar entendimientos? Todos los partidos coinciden en la necesidad de una reforma, pero cada uno tendrá su visión de cómo llevarla adelante.
Por supuesto. Eso lo conversaremos, pero no hay otro camino que un sistema mixto. Yo estoy dispuesto a escuchar, pero me parece que hay bastante consenso técnico en ese sentido. No creo que nadie venga y diga que tenemos que suprimir todo lo que es capitalización y tenemos que ir a un sistema de reparto, porque eso sería insostenible técnicamente.
Un tema en discusión en torno a la reforma de la seguridad social es la edad de jubilación. ¿Cree que se debe aumentar?
Me consta que a nivel del gobierno hay personas que tienen puntos de vista diferentes. En mi opinión, es necesario un cambio normativo de la edad mínima de acceso a la jubilación. No basta con poner incentivos. No existe ningún caso de éxito que se pueda mostrar de que con solo incentivos se logran incrementar las edades de acceso.
Hay que hacer una elevación paulatina, muy progresiva, de la edad jubilatoria. Así lo hacen los países que trabajan maduramente estos temas. No hubo ninguna reforma hecha en Europa en los últimos 20 años que no haya incluido un ajuste de las edades jubilatorias mínimas.
Esto no quiere decir que el tema esté exento de problemas, no lo está. Tiene que anunciarse con mucha anticipación, pero el fundamento por el cual todos los cambios incluyen este componente es que es la única forma certera de lograr un mayor tiempo de permanencia en actividad y un menor tiempo en jubilación.
¿Cuáles son los plazos que se manejan para la implementación de la reforma?
El plazo total del trabajo de la comisión está previsto en seis meses a partir de que se instale, que será en setiembre. Tendríamos setiembre, octubre y noviembre para trabajar en el diagnóstico y entregar un primer informe. Luego, en los meses de verano, habrá que ver con qué régimen se trabaja, para entregar una propuesta.
Este es un trabajo técnico, no de negociación política. A partir de esos insumos técnicos, que ya van a estar mostrando también la viabilidad política de los diferentes caminos, el Poder Ejecutivo tomará sus decisiones y a la postre el Parlamento. Todo ese proceso supongo que va a llevar buena parte del año próximo.
¿Cuándo va a tener efectos la reforma?
Desde cinco años para adelante. Este gobierno no los va a ver. Lo que va a ver es la necesidad de aprobar la reforma y ponerla a andar, pero los beneficios no van a ser para este período.
Los tres grandes cambios del siglo XXI que impactan en la seguridad social
Hace algunos años el especialista volvió a investigar el tema previsional y a tratar de pasar en limpio lo que estaba ocurriendo en el mundo, a raíz de un proyecto que coordinó, llevado adelante por la Representación Empresarial del BPS, con financiación de la OIT y la administración de la Cámara de Industrias.
De allí surgió la publicación “El futuro del trabajo y su impacto en la seguridad social”. Producto de una profundización en la investigación por parte de Saldain, recientemente publicó el libro “La era de los nuevos viejos. Longevidad, trabajo y jubilación en el siglo XXI”.
Pero ¿quiénes son los nuevos viejos? “La idea tradicional de un viejo es la del viejo decrépito, que no está en condiciones físicas, espirituales ni de salud de aportar a la sociedad, que es dependiente. El nuevo viejo es el que fue el primer adolescente. La adolescencia no existió siempre, es un fenómeno de la segunda mitad del siglo XX. Antiguamente se pasaba de la infancia a la adultez. La adolescencia como grupo social es producto de la explosión demográfica de la segunda posguerra, con sus pautas, sus gustos, como un mercado al que las empresas se dirigen”, explicó.
¿Y quiénes son los primeros adolescentes? “Los que nacieron en entre el 50 y el 60. Yo fui de los primeros adolescentes y ahora soy de los primeros nuevos viejos: un viejo más activo, con un gran capital humano acumulado, con un potencial productivo importante. Somos los que nos enamoramos de los Beatles o de los Rolling Stones. Y somos nuevamente pioneros, esta vez, en transitar los 60 y 70 años de edad con mucha más vitalidad que antes”, agregó.
Con este libro, busca demostrar que el siglo XXI trajo tres grandes cambios. El primero es el demográfico, sobre el que se explayó en esta entrevista.
El segundo es el tecnológico, respecto del cual asume que es probable que estemos en vísperas de cambios ni siquiera pensados, tanto en lo que tiene que ver con la forma de producir, como con la forma de vivir y de envejecer. “Pensemos en curas al cáncer, al alzhéimer; es muy posible que en 20-30 años, una persona de 80 luzca como puede lucir hoy una de 60”, señaló.
En tanto, afirmó que el mundo está cambiando a una dinámica “brutal” a impulso de esas dos fuerzas, pero hay una tercera, que es la desigualdad. ¿Qué quiere decir esto? “Toda revolución industrial implica un período de transición que es muy desigual y donde hay ganadores y perdedores. Tras la revolución industrial, pasaron un par de siglos hasta que sus efectos llegaron a derramar a toda la gente; en el medio hubo mucho sufrimiento, caracterizado por mucha desigualdad. Es posible que estemos próximos a un fenómeno similar”, opinó.
¿Qué tiene que ver la seguridad social con todo esto? “En el siglo pasado, la seguridad social fue la que apoyó el surgimiento y desarrollo de las clases medias y respaldó a los sectores del proletariado urbano que se desarrollaron, fundamentalmente, con la revolución industrial. Ahora, en el siglo XXI, tiene un rol parecido, de tratar de acompañar a quienes sean perdedores o se rezaguen en este proceso de cambio”, concluyó.
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