Creció en un barrio humilde, en un hogar donde no sobraba nada y sus padres apenas pudieron terminar la escuela, pero con esfuerzo, estudio y trabajo logró hacer una carrera universitaria. Siempre le gustó defender los derechos de los demás, aunque tenía una clara inclinación para ser juez. Fue así que dedicó dos tercios de su vida al Poder Judicial, donde hoy ejerce el máximo cargo. Entrevistado por La Mañana, el Dr. Pérez Brignani recordó sus experiencias como juez por varias décadas en diversos puntos del país, y se refirió a la actualidad de este poder del Estado, sobre el cual lamentó que siempre se lo critique y no se valore su importancia.
¿Dónde nació y cómo fue su infancia?
Yo nací en el barrio Lavalleja (Montevideo), que actualmente es problemático, hasta que me fui de juez en el 84. Tuve una infancia común para una persona de clase media. Iba al liceo público, mi papá era chofer de ómnibus, mi mamá ama de casa. A gatas habían hecho primaria. Mi hermano y yo fuimos la primera generación de universitarios. Él es odontólogo. Éramos cinco en casa y solo papá trabajaba —porque teníamos una tía viviendo con nosotros—. No sobraba nada, más bien faltaba a veces, pero los dos estudiamos y salimos adelante. Mis padres siempre nos enseñaron a trabajar y estudiar, y de esa forma hicimos las respectivas carreras. Yo trabajé con una beca universitaria, que era para gente con escasos recursos. Era un sistema diferente al actual, tenías que trabajar y salvar los exámenes y te pagaban un sueldo.
¿Por qué eligió estudiar abogacía?
Siempre me gustó defender los derechos de los demás y después tuve una clara inclinación para ser juez, ejercí solo unos meses y entré al Poder Judicial por concurso en el año 80. Hice la carrera para ser juez, pero no me gusta el ejercicio, aunque respeto mucho a los abogados. Entré como administrativo en el último escalafón, luego fui ascendiendo y me dieron el cargo de juez. Empecé en un juzgado de paz en Tacuarembó.
¿Cómo era el trabajo en ese entonces en el interior? ¿Cómo era la situación de los recursos?
Era otra época. Hace 40 años había pocos juzgados por departamento. En Tacuarembó había un solo juzgado de paz y un solo juzgado letrado. No nos pagaban vivienda ni un sueldo decoroso, pero era una vocación. El poco tiempo que ejercí, por un escrito de abogado sacaba el sueldo de juez de aquel momento. Eso mejoró con los años. Actualmente no voy a decir que es un salario bueno, pero es digno.
¿Cómo fue alejarse de Montevideo por tanto tiempo?
Al principio me chocó un poco porque toda mi vida había vivido en Montevideo y jamás había salido para el interior, pero después te acostumbrás. Aparte es lindo porque yo recorrí bastantes partes del interior y es totalmente distinto, la gente, las costumbres, la forma de hablar, los delitos, que en aquel tiempo eran más tranquilos que ahora, eran diferentes. Yo me pasaba prácticamente todo el día trabajando. La parte penal me llevaba mucho tiempo. Más de una vez eran las dos de la mañana y seguía trabajando. O de repente estaba descansando y había habido un homicidio y me tenía que levantar para ir a ver el cuerpo. El juez hacía todo. Ahora ya no es así.
¿Qué cambió?
El trabajo original se ha ido repartiendo en muchas más sedes que antes no existían, se ha ido descentralizando.
Después de esa primera experiencia fue recorriendo otros departamentos.
Sí, luego de Tacuarembó fui de juez de paz a Mercedes, de juez letrado a Rivera, a Rocha y a San José. Estuve encargado de Fray Bentos, de Artigas. El interior era otra realidad. En San José, por ejemplo, había un homicidio por año. Ya no existe eso. Uno va dejando amigos y lugares que recuerda con cariño. Uno tiene su familia acá en Montevideo. Esperamos a tener a mi hijo cuando ya estaba radicado de nuevo en la capital, porque a veces los menores con los traslados no la pasan tan bien, a otros no les afecta, pero quería evitar eso. Fuimos padres viejos (risas).
¿Siempre aspiró a llegar a este lugar?
Es algo que estaba dentro de mis posibilidades, porque empecé joven y los años te van llevando a llegar acá. Es una cuestión que siempre la tenés en la mira. Yo tengo 42 años acá adentro y 65 de edad, dos tercios de mi vida los dediqué a esto, y si podés poner un granito de arena para mejorar las cosas, mejor.
¿Qué significó para usted haber sido designado presidente de la Suprema Corte?
Es importante, pero también es una responsabilidad, porque yo estoy representando a la Corte, consultando con los otros cuatro ministros; la voluntad es de todos, no solo mía. Para cada decisión tenemos que estar todos de acuerdo. Lo importante es que la gente tenga presente al Poder Judicial, porque se lo critica, no se le dan recursos y no se lo conoce. Nosotros desde siempre tuvimos el 0,6 del PBI, nunca nos dieron más que eso.
¿De dónde llegan las críticas?
De todos lados. Es una cuestión natural. La gente critica porque no entiende. Hemos hecho encuestas y tenemos mejor opinión de las personas que han pasado por el Poder Judicial que de aquellas que no han pasado. Y según las encuestas extranjeras, en este momento estamos segundos en las Américas y primeros en América del Sur en percepción. Pero, ¿pensás que la gente percibe eso? No. Es cierto que siempre alguien va a estar disconforme, porque uno va a ganar un juicio, pero el otro lo va a perder. Es así. Y como te decía, tenemos una buena imagen que es la que le permite al Estado obtener créditos del extranjero, porque una de las cosas que miran las calificadoras de riesgo es el Poder Judicial. Según la última encuesta de Uruguay XXI, casi un 25% de las personas invirtieron en Uruguay por la fiabilidad del sistema de justicia, más que por las condiciones económicas. Sin embargo, cuando llega el momento de los recursos, nos dan cero.
¿A qué cree que se debe esto?
No es un problema ni coyuntural ni de un partido político. Para que la gente lo entienda, si vos tenés un auto, salvo que te sobre la plata, mientras no te dé problemas, lo mantenés. Y con el dinero que tenés de repente te comprás un plasma, que te va a dar más satisfacción que tener el auto cero kilómetro, o se te rompió la cocina y cambiás los azulejos. Ese dinero que te sobra lo vas repartiendo en otras cosas y el auto lo vas dejando para atrás, hasta que te da problemas. Como el Poder Judicial no da problemas, lo mantenés, le echás la nafta para que marche lo suficiente. Los recursos son escasos, pero como esto marcha, lo dejan de lado y se dedican a la educación, a la salud, porque esto sigue marchando, y el día que no marche ven qué hacen. Pero el día que no marche va a ser grave.
Hace más de 15 años que el presupuesto del Poder Judicial no tiene aumento en términos reales, cuando a otras áreas se les ha dado un montón de plata. Sin embargo, a cada peso que entra acá tratamos de sacarle el mayor provecho. Hubo años en los que estaba como ministro del Tribunal de Apelaciones donde tuvimos que hacer comités de emergencia para ver cómo administrábamos los recursos para poder subsistir, y eso la gente no lo sabe, y si lo sabe no le interesa. Las críticas son bienvenidas, pero con fundamento. Las denuncias también, acá se reciben todas y se estudian, pero la gente critica por criticar, a veces tiene una imagen deformada de lo que realmente es.
¿Hay un riesgo de que un día ya no “marche” y sea grave, como decía?
Lo que digo es que en algún momento va a haber que tener más consideraciones, valorar lo que vale el Poder Judicial. Capaz que la gente no lo capta porque no hacemos políticas de marketing, capaz que tenemos responsabilidad nosotros, que no hacemos ver nuestro trabajo.
¿Debería mejorar la comunicación?
Sí, siempre podemos mejorar las cosas.
¿Para qué hacen falta recursos hoy?
Para muchas cosas precisamos infraestructura, por ejemplo, queremos seguir desarrollando el expediente electrónico. Cuando planteamos los proyectos de Rendición de Cuentas somos muy acotados. Para la última, pusimos menos del 10% de lo que realmente precisamos, y no salió nada. Propusimos seis artículos sin costo, nos dieron cinco. Luego hablé con todas las bancadas, que fueron muy receptivas, y nos mantuvieron el seis. Y con costo pedimos una auditoría interna que el Tribunal de Cuentas viene reclamando hace mucho para mejorar los sistemas de control en la parte financiera, y un departamento de salud laboral que es imprescindible porque hay materias que son desgastantes, pero no nos dieron nada.
Por otro lado, con las sucesivas leyes que fueron tratando de emparchar el problema de la diferencia salarial que se generó con Mujica, crearon otra diferencia salarial, por lo cual de repente un actuario gana más que un juez. Se produjeron diversos desfasajes porque hubo gente a la que le dieron el 26% que le correspondía, y a nosotros nos dieron un 10%. Pedimos dos partidas para solucionar definitivamente el tema y nos dieron parte de una para cobrar en 2024. No era un disparate tampoco, eran $ 100 millones un año y $ 100 millones el otro. Algunos ganaron sentencias o hicieron convenio, pero los jueces quedamos afuera, los defensores también.
Después, habíamos pedido una partida para mantenimiento e implementación en informática, no nos dieron nada. Yo entiendo que hay recursos escasos, pero hay que ir balanceando las cosas. ¿Qué es más importante? ¿Qué papel ocupa la justicia? Por el Poder Judicial pasan un millón y medio de personas por año, y si vos le tirás el 0,6, evidentemente no te da. Aparte de eso, el Poder Judicial tiene intervención en todos los ámbitos de la vida que no se ve, es como una mano invisible, entonces no se toma la dimensión que tiene. Y si mirás lo que presupuestalmente está destinado a gastos y recursos, te da una cifra muy ínfima.
¿Puede perjudicar el equilibrio democrático que al Poder Judicial no se le dé la importancia suficiente?
No, porque la justicia sigue funcionando. El equilibrio democrático no está en juego. ¿Qué está en juego? Prestar un mejor o peor servicio.
¿Qué ejes de gestión se planteó para su trabajo como presidente?
Mi intención es recorrer todo el país, ya he recorrido bastante y me faltan algunos departamentos, que no he podido ir por todas las actividades que tengo. Tenemos que tener contacto con la gente y ver la realidad. Ahí te das cuenta de la falta de recursos que tienen algunas personas, que a veces no pueden asistir a las audiencias por no tener dinero para pagar un pasaje, porque el juzgado al que deben ir les queda muy lejos. Por ejemplo, en Ciudad del Plata harían falta juzgados de familia y violencia doméstica, porque mucha gente de Montevideo se ha ido para ahí y solo hay de paz, ergo, tienen que ir a Libertad. Pero como ese hay muchos casos. Es importante ver los problemas que tiene la gente y que no se sienta alejada, porque el Poder Judicial está para la sociedad.
¿Qué opinión tiene del proyecto de ley para descentralizar y democratizar el acceso a la justicia?
El otro día fui a la comisión parlamentaria que me citó para dar mi opinión. El proyecto prevé que se mantengan las dos sedes abiertas y haya un solo juez, pero si tenés las dos sedes abiertas las tenés que mantener y tener a alguien que las cuide. Hay casos en los que puede justificarse, pero otros que no. Yo propuse una redacción alternativa a ese artículo que diga que se tendrá en cuenta la accesibilidad, el nivel de población y sobre todo de movilidad, porque actualmente en el proyecto dice que se busca evitar la concentración en ciudades grandes o importantes. Lo que tenés que tener en cuenta es la cantidad de población, el nivel de accesibilidad, que la gente pueda llegar y qué servicios hay.
También hay que mantener la itinerancia, que este proyecto la elimina. La itinerancia no está mal, el problema es que no se hace porque no hay recursos, no hay fondos suficientes para que los jueces se muevan dentro del departamento, ni para que los defensores se muevan. Entonces, no suprimamos la itinerancia, que nos den los recursos para poder cumplirla. Una solución que propuse fue permitir la utilización de medios telemáticos entre defensoría y determinadas secciones. Es mucho más fácil que el defensor se conecte por un Zoom y que la persona vaya al juzgado de paz y haga su consulta o asesoramiento. Hay que aprovechar las tecnologías, apostar al expediente electrónico. En otros países están muy avanzados, incluso trabajando con inteligencia artificial. Todo el sistema político está de acuerdo, pero no están los recursos ni los medios. En definitiva, todo deriva en lo mismo: un problema económico.
Por más de 40 años ha estado en el Poder Judicial. ¿Cómo analiza la situación actual de la seguridad luego de tantos años de experiencia?
Debería haber una política de Estado, cosa que en este país nunca hubo en ninguna materia. Acá se trató de hacer, por ejemplo, en educación. Cuando asumió Mujica dijo: “Educación, educación, educación”, terminó en la nada. En seguridad, en el gobierno anterior, también lo intentaron, terminó en la nada. Ese problema no es de acá, es mundial. Más allá de estar discutiendo si hay 20 o 30 homicidios, hay que atacar las bases del problema: la desintegración familiar, la falta de valores. Hay una violencia en toda la sociedad porque se perdieron los valores, se perdió el respeto.
La educación es la raíz más importante, pero se invierte y los resultados no son los deseados. También se perdieron los valores de la enseñanza en la casa. Si yo le decía algo a la maestra, me rezongaba y venía mi padre y me rezongaba más, hoy van y le pegan a la maestra. Capaz que es la visión de un hombre de 65 años que se crio con otros valores. Y después, el narcotráfico se ha implantado en todo el mundo y Uruguay no ha sido la excepción. Antes había códigos, hoy ni eso. Algo que he conversado con Robert Silva, el presidente de ANEP, es que debería inculcarse el valor de la justicia en la educación, para empezar con el respeto desde el nivel inicial. Se perdió el respeto a la autoridad en todos los órdenes y hay que revertir eso.
¿A qué lo atribuye? ¿Cuándo empezó a percibir esa situación?
Ya está consumada, hay que ir revirtiéndola y va a ser difícil. La vida no vale nada. Hoy, por 3000-4000 pesos conseguís a alguien que mate a otro. Se ha ido deteriorando, no sé cuándo fue el quiebre.
El “gran fracaso” de la legalización de la marihuana
“La idea de legalizar la marihuana fue buena en teoría, pero en los hechos fue un gran fracaso”, opinó Pérez Brignani, y argumentó que el consumo se ha extendido sin control, sin educación y sobre todo sin campañas efectivas del daño que genera la droga.
Además, aseguró que la despenalización trajo consigo más competencia, porque la gente sigue comprando en las bocas. “Si ves que todos los días cierran una, evidentemente no fue buena la política”, explicó.
En ese sentido, destacó la importancia de medir muy bien todas las políticas y analizarlas antes de implementarlas, puesto que, según su visión, se puede legalizar el consumo de una droga, pero debería hacerse cuando la gente tenga una educación como para discernir qué es bueno y qué es malo.
Por otra parte, lamentó lo que sucede con el alcohol en los adolescentes. “A veces ves chiquilines que con 15-16 años ya consumieron bastante alcohol, más que yo en mi vida, y hay gente que ha estado en coma alcohólico, que no sé cómo podés llegar a eso a esa edad. Es bravo”, agregó.
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