En la misa del miércoles, que no fue homenaje al papa sino un acto de oración por su alma, el cardenal destacó la pobreza y la sencillez del papa, lo que se reflejó en la elección de su nombre, en la confección de su testamento y en uno de los últimos gestos de su vida, la visita a la cárcel de Roma.
Este miércoles 23, el cardenal Daniel Sturla presidió la misa por el recientemente fallecido papa Francisco. “No le estamos haciendo un homenaje al papa, estamos rezando por él”, dijo. La misa tuvo lugar en la catedral de la Inmaculada Concepción y San Felipe y Santiago de Montevideo.
Además de los referentes del catolicismo de nuestro país, asistieron a la misa monseñor John Kallarackal de la Nunciatura Apostólica, el intendente de Montevideo, Mauricio Zunino, el expresidente Luis Lacalle Herrera, autoridades del Gobierno, legisladores, diplomáticos y representantes de otras comunidades cristianas y de la colectividad judía.
En su homilía, momento en que el religioso explica las lecturas del día y traslada el mensaje a la vida cotidiana y actual, Sturla dijo que la semana posterior el Domingo de Pascuas se denomina Octava de Pascua que “es como un eco litúrgico de la noticia que desbordó de alegría el corazón de los discípulos”.
Luego de la resurrección Jesús se presenta ante Simón, a quien bautizó como Pedro, es decir piedra, y “precisamente, al comenzar esta semana de la Octava Pascual el Señor ha llamado al sucesor de Pedro, al papa Francisco, provocando una conmoción en el mundo y dolor en la Iglesia. Tanto cristianos como no cristianos lo han tenido como un referente como un líder o como un padre”, reflexionó, y en las lecturas del día, “Dios ilumina nuestro dolor y lo colma de la esperanza que brota de la resurrección de Cristo”.
Sentir el dolor ajeno como propio
En la primera lectura del miércoles se cuenta que luego de la resurrección, Pedro y Juan van al templo de Jerusalén a orar, y en la puerta se encuentran con un paralítico que pedía limosnas, “pero recibe mucho más, se encuentra con una palabra de salvación”, dijo Sturla, porque Pedro, al acercarse, le dice: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo, en nombre de Jesucristo levántate y camina”.
En su interior Pedro “siente la compasión que anidaba en el corazón de Jesús: ponerse en el lugar del otro, sentir el dolor ajeno como propio, descubrir en el que sufre, el que vive la tragedia de tener que pedir limosna, no alguien a descartar sino un hermano a quien tender la mano”.
Ante ese pasaje del Evangelio, Sturla recordó que hace 12 años, en su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), el papa Francisco manifestó: “La alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado y de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.
Además, “la compasión y la misericordia han sido dos notas características de las enseñanzas del papa Francisco -dijo el cardenal-, desde la elección del nombre” en referencia a Francisco de Asís que se destacó por vivir en la pobreza extrema, “hasta la visita que el papa hizo a la cárcel Regina Coeli de Roma, para manifestar así su compasión su cercanía con aquellos que estaban privados de libertad”.
Ir al encuentro de los descreídos
Por otro lado, “Jesús se hace compañero de camino de los discípulos que dudaban de Él. Estaban desesperanzados, tristes, se alejaban de la comunidad porque estaban confusos y no terminaban de aceptar lo sucedido. ¿Cómo era posible que aquel en quien habían depositado su confianza de liberación hubiera muerto crucificado, entregado por los jefes del pueblo?”
En ese acompañamiento a los que duda y están lejos, Sturla también recordó al papa Francisco: “Desde el comienzo de su pontificado nos invitó a salir a ir al encuentro de los hermanos que andaban descreídos o heridos por situaciones de pobreza, de injusticia, de dolor”.
Francisco quiso que este año tenga como lema “Peregrinos de Esperanza”; esa esperanza que el propio papa “vivió cabalmente a lo largo de su vida como cristiano, como laico, como jesuita, compañero de Jesús, sacerdote, obispo y papa”. Ahora “ha culminado su peregrinación”, pero “ha sido testigo de la esperanza de Cristo resucitado”.
Fiel con la sencillez y pobreza, “su testamento refleja la sobriedad de su vida: pocas indicaciones referidas a su sepultura, pero allí también se revela al hijo tierno de la madre bondadosa a la que él amaba y en la que confiaba”; y a pedido suyo “será enterrado en la basílica de Santa María la Mayor y no en las criptas de la Basílica Vaticana”.
En el tramo final de su homilía, Sturla precisó que no se estaba homenajeando al papa, sino rezando por él y por su salvación: “Hoy damos gracias a Dios por la vida del papa Francisco, rezamos por su salvación eterna. No estamos acá haciendo un homenaje al papa, estamos rezando por el papa, y encomendamos a su Santa Iglesia”.
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