Nació en Flores y tuvo una infancia muy dura, pero siempre supo que con estudio y esfuerzo podría salir adelante. Con mucha dedicación se recibió de maestra y nunca dejó de estudiar. Hoy es doctora en Educación y está al frente de la Dirección General de Educación Inicial y Primaria. En una larga entrevista con La Mañana, Fabeyro hizo un repaso de su trayectoria y habló sobre los grandes desafíos del sistema educativo, los aprendizajes que dejó la pandemia y las principales metas a cumplir.
¿Cómo era la vida en Flores?
Yo nací en la Santísima Trinidad de los Porongos. Fui a la Escuela Nº 4, ubicada sobre la ruta 3. Mi mamá tenía hasta segundo año de escuela cursado, mi papá hasta tercero. Crecí en un hogar con dificultades de todo tipo, donde nunca hubo un ingreso fijo ni una asignación familiar. Mi papá era jornalero; tenía horno de ladrillo, carro, caballos, hacía fletes. Trabajé en el horno de ladrillo desde niña, no tenía otra. No se nos preguntaba si queríamos. Siempre me gustó tener cosas mías; trabajé y no lo tomé como un castigo, sino como algo natural, por el entorno de pobreza en el que vivíamos.
Luego fui al liceo departamental, que era el único, donde convivíamos todos, los que tenían dinero y los que no, de una forma muy saludable y en armonía. Muchos profesores no eran docentes, eran abogados o médicos que daban clases; eran muy potentes en la formación integral y ciudadana. Por eso defendemos la democracia, porque ellos nos transmitieron los valores cívicos. Trascender el límite de la escuela al liceo resultaba ser un desafío; la zona de pobreza estaba delimitada, y que nos llevaran fuera representaba un sacudón importante.
¿Cómo surgió la posibilidad de que estudiara magisterio?
Había tres posibilidades para hacerlo. Una, si sumabas un buen promedio desde cuarto; otra, si tenías bachillerato terminado; y la tercera era una prueba de ingreso. Yo hice esta, la preparé muchísimo. Era la única oferta que teníamos los que procedíamos de hogares muy vulnerables, muy pobres. Pude sostener la carrera porque tenía una beca integral que cubría la pensión, materiales de estudio y alimentación.
Pese a que era la única posibilidad que tenía, ¿le gustaba la docencia?
En realidad, había dos cosas, porque también podía haber venido a Montevideo a hacer enfermería en una escuela con internado, pero no me interesaba para nada. Sí me interesaba estudiar, tenía claro que tenía que estudiar para cambiar mis condiciones de origen. No elegí ser maestra, era lo que podía hacer. Todos los docentes que me desarrollaron a mí como persona me inculcaron el hacer todo lo que corresponde de la mejor manera posible, ser autosustentable –porque casi todas las mujeres de mi barrio en muchos aspectos eran dependientes–. Desde primaria me enseñaron que podía y eso me empoderó.
En magisterio aprendí a querer la carrera, me fue gustando; hubo profesores que me marcaron mucho, que me enseñaron a ser buena ciudadana, responsable, y a ser feliz en la vida. Cuando tuve el título lo sentí como un logro personal. Desde ese lugar quise la docencia. Que la vida vale la pena vivirla bien me lo transmitieron desde la escuela. Ahí pasábamos horas, era una comunidad, era un mejor lugar que nuestro propio hogar. Y volvería a ser maestra. Disfruté en todas las escuelas en las que trabajé. Después me hice profesora de magisterio del IPA y del Instituto Magisterial Superior.
¿Cómo llegó a la licenciatura en Educación y posteriormente a la maestría?
Pude estudiar en la Universidad Católica, con horarios en la noche. Hice muchos cursos de especialización, y después hice el doctorado. Como contraparte trabajé y pude terminarlo. Esta historia no es solo por el sacrificio, me gusta estudiar, y eso se lo debo a todos mis docentes, que me mostraron un camino y un sentido de la vida.
Tengo tres hijos y ocho nietos (Nicolás, Matías, Agustina, Manuel, Santiago, Victoria, Julieta y Emilia). Ninguno ha planteado no estudiar o abandonar la escuela o el liceo. Todos tienen clarísimo que la vida requiere formarse para tener una profesión, un trabajo, que cada uno elija lo que quiera, pero que sean autosustentables. La pobreza digna nos enseñó que dependemos de nosotros mismos, de ponernos metas y de forjar nuestro propio ser. Además, ser maestra me ha imbuido esta mirada constructiva de la vida, que se pueden cambiar situaciones, dificultades, transformarlas en oportunidades.
¿Qué fue lo que la llevó a hacer un doctorado en Educación?
Hice el doctorado con 60 años y ahora tengo 70. Fue una ilusión, un deseo personal, con el acompañamiento de mi marido como siempre lo ha hecho. El vivir en Montevideo da estas posibilidades, porque está bastante centralizado, aunque todos desde la ANEP estamos trabajando por la descentralización. Creo que esto de superarse me gusta.
¿Cuál es su opinión sobre el sistema educativo?
El sistema requiere un proceso de transformación, sobre el cual estamos trabajando. Los resultados de aprendizaje en los distintos niveles están comprometidos, porque hay un currículo fragmentado, que en muchos casos no corresponde a lo que los chicos o adolescentes esperan del centro educativo. Las condiciones de trabajo de los docentes han cambiado mucho.
El sistema educativo debe formar sujetos íntegros, que puedan ir buscando sus propios caminos, sus trayectos educativos. Se requiere acompañamiento, una organización diferente y no solo del currículo, sino también de pensar un funcionamiento distinto en los edificios que se construyen. Lo de entrar al aula y que el grupo se coloque frente al maestro, eso ha cambiado, así como las didácticas a aplicar. También hay que buscar cómo llegar al medio rural, mejorando las condiciones de enseñanza para que mejoren los aprendizajes de los niños.
¿Estos cambios trascienden los gobiernos?
Abordar el desafío de la transformación curricular no es responsabilidad de un solo período de gobierno porque se necesita saber en profundidad que el conocimiento de hoy es distinto a cómo se asumía antes. Estamos comprometidos a actuar, de modo que los conocimientos permitan al egresado participar en ambientes de trabajo y de estudio, porque hoy los estudios no terminan en ningún momento, toda formación requiere una dinámica continua.
Antes el sistema educativo estaba basado en los conocimientos disciplinarios, ahora se aborda en forma más integral, para actuar como ciudadanos y trabajadores, analizar datos, procesar información y aplicarla para la vida cotidiana. La formación es mucho más compleja, entonces, se precisa modernizar estructuras previas, conocimientos, actitudes, valores, prácticas, para que cada persona pueda buscar su propia trayectoria de vida. Urge trabajar en ese sentido. Hasta el cambio demográfico nos tiene que plantear cambios en la dinámica educativa.
¿Cómo vivió los primeros dos años de la pandemia al frente de Primaria con todo lo que ello implicó, incluido el cierre de las escuelas?
Al inicio, con muchísima incertidumbre. Fue un desafío permanente. Mantuvimos contactos con otras profesiones que participaron de esto, como el sector de la salud, y eso nos dio seguridad y certeza. Desde ANEP trabajamos en equipo. Fue difícil, pero en comparación con otros países salimos mejor posicionados. Se notó la aplicación del Plan Ceibal y los niveles de conectividad que tenemos. Hubo docentes recorriendo el territorio, dejando tareas escritas, fotocopias, escribiendo pizarrones en las escuelas para pasar luego por el grupo de WhatsApp. Lo que más ha afectado ha sido el tema del relacionamiento, porque hubo vínculos que se fragmentaron. Hubo mucho sufrimiento. Restablecer el vínculo sano y optimista, el que apuesta a la creatividad, lleva su tiempo.
¿Ahora se están viendo esos efectos?
Sí, hay centros educativos que están teniendo dificultades con la asistencia continua. Estamos viendo algunos niveles de asistencias intermitentes en educación inicial y también en otros grados. Entre otras medidas, pedimos a los alumnos que hablen con sus compañeros que faltan sobre la importancia de concurrir cada día a clase. Ahora se están recuperando las reuniones presenciales con padres, talleres, clases abiertas, pero es todo un reaprendizaje. Hemos aprendido a cuidarnos un poco más, como mantener el lavado de manos continuo, el alcohol, el tapabocas, la vacunación. Lo importante es cuidar el vínculo, que no queden niños desvinculados.
Luego de haber pasado por esa etapa, ¿cómo transitó el comienzo de clases, con el agregado de que los niños ya estaban vacunados?
Lo transitamos recorriendo escuelas y vimos el rencuentro, el abrazo, la sonrisa. Solo me encontré con uno que no quería ir porque quería seguir durmiendo. Fue muy gratificante en varios sentidos. Los niños valoran como muy positivo estar en la escuela. Es muy distinto estar en la clase que trabajar a distancia. Eso se percibió entre los niños, docentes, no docentes, los funcionarios de limpieza, del comedor, los proveedores. Todos valoraban el rencuentro, que fue cuidado también, porque mantenemos las medidas de protección. Valoramos más las posibilidades de estar juntos y de trabajar de forma personalizada, permanente y presencial.
¿Cuáles son los mayores desafíos hoy, donde si bien el virus sigue presente ha finalizado la emergencia sanitaria?
Hay muchos desafíos cotidianos de distinta índole, desde problemas de seguridad, de transporte, de alimentación; escuelas que deben revisar las condiciones de las cocinas, de los comedores, los presupuestos; la inclusión educativa, que no tiene solo que ver con las capacidades diferentes. Buscamos transmitir a la población general que la escuela pública es el lugar donde todos confluimos, colaboramos, participamos; pero también es donde se está construyendo el futuro, no solo en el país, sino en el mundo.
A nivel de educación inicial y primaria, alrededor del 86% va a instituciones públicas. Acá, de los cuatro a los 17-18 años, la mayoría está en la educación pública. Es muchísima responsabilidad, implica construir un futuro que apueste a la viabilidad del país, a personas que sean felices, que tengan vidas dignas. Es un gran compromiso que hemos asumido. Somos personas comprometidas, pretendemos llevar adelante la gestión con las mejores oportunidades, abriéndonos a escuchar opiniones, a recibir lo negativo y lo positivo.
La deserción es un tema preocupante a nivel de secundaria. ¿Cómo es en primaria?
En primaria la deserción como tal no existe. Sí hay ausentismo, un ausentismo prolongado. Las escuelas tienen un conjunto de actores, como el maestro de apoyo, inspectores de varias áreas trabajando en territorio para ver qué pasa; hay psicólogos, trabajadores sociales, que buscan ese reencuentro por si hay algún niño que abandonó. Se busca retomar el vínculo y hay muchas estrategias. Fuera de algún caso muy remoto, en general, los casos de niños que no concurren a la educación primaria son muy escasos. Son más que nada situaciones donde no pueden salir de su casa por patologías severas y profundas.
¿Qué metas le gustaría cumplir antes de terminar esta administración?
Una es mejorar las condiciones de todos los trabajadores, docentes y no docentes. También, mejorar los niveles de aprendizaje, de manera que aseguren el pasaje de la educación primaria a media; mejorar los rendimientos, y sobre todo el gusto por el estudio, por la propia superación de cada uno. Y como gran desafío para toda la sociedad, tener conciencia de que todos somos parte del sistema educativo público, que pueden dialogar con nosotros para buscar soluciones juntos; que la escuela pública pueda ser convocante, pueda provocar los deseos de la comunidad de acercarse, participar y motivar a los jóvenes a estudiar, porque vale la pena.
Varios especialistas en economía han expresado, entrevistados por La Mañana, la importancia de que se brinde una educación financiera desde los primeros niveles. ¿Qué opina al respecto?
Eso es parte de una ciudadanía activa. Ser ciudadano activo es estar formado en las distintas dimensiones, marcar las competencias que habilitan no solo a manejar mejor las finanzas, sino también a saber elegir en el mercado laboral, tomar decisiones, poder comunicarse mejor, tener un pensamiento crítico. Por supuesto que tiene que ver con toda la transformación curricular de la enseñanza, no solo se trata de distribuir el ingreso, sino de cómo gastar y cómo invertir.
Cuando estaba en la escuela vinieron los de la Caja Obrera y nos dejaron pautas de ahorro y una alcancía. Para nosotros era todo un desafío conseguir monedas. La educación financiera es parte de la formación ciudadana. Un ciudadano activo, responsable, crítico, capaz de tomar decisiones acertadas, tiene que saber cómo manejar las finanzas. Muchas veces se piensa que este es un tema de ricos, y no es así. Nosotros en magisterio tuvimos también formación en economía.
Una nueva estrategia para que ningún alumno quede afuera
La irrupción de la pandemia generó un aumento exponencial en el uso de las herramientas digitales en las aulas, y actualmente uno de los mayores desafíos de Primaria, para el cual las autoridades están en la búsqueda de distintas estrategias, es poder lograr una extensión del tiempo y los espacios pedagógicos a través de un sistema híbrido, es decir, combinando la presencialidad con la virtualidad.
En ese aspecto, Fabeyro destacó que Uruguay tiene algunos privilegios en cuanto al acceso a la tecnología. “Hay una educación para el uso de la tecnología que ha ido incrementándose, desde las inversiones de los años 90, y la pandemia nos puso de cara a esta necesidad”, señaló. Inclusive, contó que muchos docentes aprendieron a convivir y a sacarle un buen rendimiento a estos instrumentos.
La jerarca afirmó que ha quedado demostrado que los alumnos también pueden formarse a través de la virtualidad. A su vez, dijo que, si se tiene en cuenta a los estudiantes del interior, pueden acceder a estudiar bajo esta modalidad, achicando de esa forma las barreras. “El objetivo es llegar a más personas, en distintos escenarios y con mejores rendimientos, con la participación de la comunidad; ampliar espacios y tiempos de formación más allá de las escuelas y los centros educativos, para que nadie quede afuera”, concluyó.
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