El sacerdote argentino Pedro Opeka transformó un basural de Madagascar en una comunidad de 60.000 personas. Esa misión fue la inspiración del doctor en Economía Gastón Vigo Gasparotti para dejar de lado la vida académica y corporativa y dedicarse de lleno a replicar esa obra en Argentina. La organización que fundó busca ofrecer educación, salud y dignidad a los más necesitados, promoviendo la autosuficiencia como clave para erradicar la pobreza, algo que, según dijo en entrevista con La Mañana, es totalmente viable.
¿Qué fue lo que más le inspiró del trabajo del padre Pedro Opeka para seguir sus pasos?
Lo que me inspiró es que la obra de Pedro difícilmente uno la pueda encontrar en otra latitud. Es un hombre que estuvo dispuesto desde el día uno a servir hasta el final. Comenzó en un basural a cielo abierto de 20 hectáreas, se dispuso a armar una ciudad de 60.000 personas y lo concretó. Me enamoró esa idea de que es tan importante el niño que está en la panza de la madre como también imaginar cómo enterrar a ese adulto. Hacer maternidades, cementerios, viviendas, hospitales, lugares de trabajo. Por otro lado, lo que me inspiró también es esta idea de que hay que trabajar a la par. Uno no puede andar por la vida diciéndole al otro lo que tiene que hacer, “andá a trabajar”, “andá a estudiar”. No, tenés que sacrificarte como ellos. Y eso me encantó y fue lo que me terminó de convencer de tratar de emular en la Argentina lo que Pedro había hecho en Madagascar.
Cuando era más chico, ¿tenía otra idea de qué hacer de su vida? ¿Cómo fue tomar esa decisión?
No es que me pasara un evento en particular que hiciera que yo tomara una decisión, sino que fue la consecución de un montón de puntos. Yo no tuve una infancia fácil, eso naturalmente te sacude el corazón, te da una sensibilidad especial. Ni mejor ni peor que la de nadie, pero sí especial. Veo dolor y lo entiendo, lo comprendo, lo abrazo. Por otro lado, en mi colegio era fácil que te vincularan con misiones, con actividades en las villas miseria. Luego tuve la oportunidad de hacer mi carrera de grado, la maestría, el doctorado. Yo pensé que iba a dedicarme al mundo académico.
Empecé a trabajar en el mundo corporativo y a los 25 años, mientras seguía estudiando, dejé un trabajo en una empresa familiar y me dispuse a trabajar con chicos desnutridos por toda la Argentina. Y al trabajar con chicos desnutridos es natural decir que es muy bueno que una criatura tenga la nutrición, la estimulación adecuada, evitarle problemas bioquímicos, eléctricos, anatómicos, funcionales, psiquiátricos, pero ¿a qué escuela va a ir una vez que esté recuperado? ¿Una que lo prepare para el siglo XXI o una donde lamentablemente sea un futuro desempleado? ¿Los padres laburan? ¿Estudian? ¿Tienen posibilidad de ingresar al mercado laboral? ¿Cómo viven? Y con esas preguntas a cuestas decidí irme a África a trabajar a la par de Pedro para luego extender este proyecto al país.
¿Por qué dice que su infancia no fue fácil?
Lamentablemente, fuera del ámbito familiar, padecí abusos de todo estilo. Y esos abusos te ultrajan, te duelen, te rompen el alma, te secan el espíritu. Pasé 28 años de silencio hasta que se lo conté a mis padres, a mis hermanos, a mi novia, hasta que finalmente pude sacar todo ese dolor que conocíamos Dios y yo. Yo veía a otros a los que les habían pasado situaciones similares y empecé a comprender por qué para mí era tan lógico ver en el otro su disociación, su desconexión, su hiperactividad, su hipervigilancia, su pérdida de deseo de vivir, el querer tapar todo ese dolor con adicciones. Y todo eso me hizo entender que estábamos hermanados en dolor. Cuando veo a un niño, le deseo una vida mejor desde que lo conozco. Cuando veo a un adulto herido, quiero que se sane, porque es posible. Y cuando veo a alguien quebrado en el sentido de que siente que nunca va a tener la posibilidad de tener una vida mejor, trato de hacerle ver que ninguna herida es su destino.
¿Cómo influyó su trabajo con el padre Opeka en la creación de Akamasoa Argentina?
Naturalmente, yo fui a aprender lo que se hacía allá. Cada país tiene su propia idiosincrasia, cada sitio donde te instalás tiene sus particularidades, la familia, los donantes, los voluntarios. Pero hay cuatro cosas que son innegociables en cada una de las 22 comunidades que se han hecho en Madagascar: educación de todos los niveles, atención primaria de salud, urbanización digna y qué cosas pueden dar laburo. Y yo volví a la Argentina con esa premisa. Comencé donde pude, en una fundación que me prestaba un espacio, pudimos alquilar el campo donde hoy estamos hasta que pudimos comprar siete hectáreas. A partir de eso uno empieza a urbanizar, a formar a la gente, a convocarla a un sueño en común. Empezamos a levantar las viviendas, los cimientos del colegio, del hospital, empezamos a armar invernaderos hidropónicos, cocinas industriales, lugares de acogida. Empezamos a hacer lo que hay que hacer para vivir dignamente. ¿Cómo me inspiró? Porque es mi norte. Se llama Akamasoa, que significa “buenos amigos”. De alguna forma, somos una extensión de ese oasis de esperanza que creó el padre Opeka en el quinto país más miserable del planeta.
¿Cuáles son los cometidos de la organización en Argentina?
Nosotros luchamos contra la extrema pobreza. Atendemos chicos desnutridos, gente sin hábitat digno, gente con problemas de consumo, personas que están viviendo en la calle, seres humanos que nunca han tenido un trabajo formal ni han tenido la posibilidad de terminar los estudios obligatorios. Entonces, trabajamos en todas las etapas, desde la panza de la madre hasta el último día de su vida. Lo que uno busca es dividir las tristezas y multiplicar la alegría.
¿El tema de los recursos económicos es un obstáculo para esa lucha?
Las necesidades son infinitas y los recursos limitados, pero vamos buscando, vamos consiguiendo. Somos una organización netamente privada. Acá todo se hace con el concurso de ciudadanos de a pie, con empresas, con nuestro propio sudor. Hay momentos en los que hay más recursos y hay momentos en los que hay menos. Desde el plano espiritual, creo en la Providencia. Esto no se puede hacer sin que Dios te ayude.
¿Siempre tuvo esa conexión con Dios?
Soy una persona en cuya casa practicar la fe católica era común, pero yo tuve idas y vueltas. Estuve muy enojado con Jesús, con Dios. A veces no entendía por qué ciertas cosas habían sucedido, por qué no tenía tantas respuestas que buscaba. Pero tengo la gracia de creer. La vida sin fe es brava. No digo que no sea vivible, pero es brava porque hay momentos en los que las respuestas humanas no te bastan.
Después de haber visitado Madagascar y haber tenido esa experiencia con el padre Opeka, ¿qué similitudes y qué diferencias encontró en la situación de pobreza que vio allá y la que enfrenta hoy Argentina?
Durante mucho tiempo, arrogantemente, cuando vos contabas que querías hacer algo que se había hecho en el continente africano, siempre había alguno que decía: “Bueno, flaco, esto no es África”. Hay cosas distintas, son otras culturas, pero la mirada de una madre que tiene a su hijo desnutrido es igual en cualquier lugar. La desilusión de alguien que nunca ha tenido un trabajo formal y cree que es imposible llevar esto adelante con sus propios medios, con sus propios sacrificios, es exactamente igual. La tristeza de alguien que nunca ha tenido la oportunidad de apoyar la cabeza en el hombro de un ser humano que siente la misma compasión y las mismas ganas de sanación es igual. Yo creo que a veces nos hacemos mucho la cabeza pensando que la pobreza tiene distintas configuraciones en el planeta y en el fondo los seres humanos somos mucho más parecidos de lo que creemos. ¿Quién no quiere tener a un chico que salió de su vientre con una buena educación, con una buena salud, con una buena predisposición hacia un futuro que imagina?
¿Qué aprendizajes se llevó de su experiencia en Madagascar?
Que no se puede hacer esto sin paciencia. Después, que el ser humano demora años en cambiar, no se puede pretender desde el día uno cambiar hábitos, costumbres, formas de resolver los problemas. Luego, si uno no se sacrifica todos los días, si uno no está dispuesto a sudar todos los días, es común que no te respeten, que no te entiendan, que no te sigan.
¿Cuáles son los principales valores que se fomentan en estas comunidades?
Tratamos de que algunas cuestiones no se discutan: la honestidad es un pilar, el esfuerzo no se negocia, la salud hay que verla de forma integral, al individuo no hay que tomarlo como si fuera solamente alguien que come, duerme y tiene alguna idea para llegar a tal o cual objetivo. Es tan amplia la condición humana. Creer siempre que se llega a buen puerto cuando todos juntos vamos detrás de un ideal, que la ayuda mutua pesa tanto como el esfuerzo individual y que hay que tener perspectiva. Cuando uno vivió mucho, cuando uno sufrió mucho, no puede andar haciéndose problemas por pavadas.
¿Cuántas comunidades existen con este modelo?
En la Argentina se está haciendo la primera, que está ubicada en Lima, localidad de Zárate, provincia de Buenos Aires. En Madagascar hay 22.
¿Cómo ha sido la recepción de la gente sobre esta primera comunidad?
Al principio hay desconfianza, hay una idea preconcebida de que no es posible, de que esto no es extrapolable, de que África no es Argentina, y uno tiene que ir ganándose el respeto haciendo las cosas. Después, cuando los corazones se abren, cuando las realidades se muestran, todo fluye. Pero al principio fue difícil.
¿Los argentinos son solidarios con aquel que necesita ayuda?
Sí. El argentino promedio es un ser humano solidario. Es nuestra historia. Nosotros somos fruto de la gente que ya vivía acá y de seis millones de individuos que vinieron a principios del siglo XX. La propia Constitución reza que todos pueden venir. Y este es un país que está acostumbrado, lamentablemente, a que sus políticos le mientan, estafen o decepcionen. Entonces, ha encontrado respuestas a problemas complejos en la propia ciudadanía. Los primeros 43 hospitales no los hizo el Estado, los hizo la sociedad. Hay 150.000 organizaciones humanitarias. Quizás lo que falta es despertar a ese pueblo que muchas veces está esperando que alguien le dé una solución a su vida. Los problemas se los resuelve uno.
¿Es viable pensar en erradicar la pobreza en Argentina, tal como está hoy el país?
Es posible. En el año 1800 había 1000 millones de personas en el planeta y 960 millones eran pobres. Hoy somos 8000 millones y quedan 1200 millones de pobres. Es decir que bajamos la pobreza del 96% al 10%. Es absolutamente erradicable. Y en la Argentina tendremos que encontrar un camino, tendremos que ponernos de acuerdo en lo importante y en lo urgente y dejar estas peleas sin sentido entre ideologías, credos religiosos, cuando en el fondo somos un país empobrecido. Lo que ha hecho la Argentina en los últimos 55 años no tiene parangón en el mundo: multiplicó por 15 la cantidad de pobres, duplicando la población. No existe eso en otro lugar. Así que nos debemos una profunda reflexión.
¿Qué opinión tiene sobre los planes asistenciales?
En la organización se busca promover la autosuficiencia. Yo siempre digo que para una situación límite, para alguien que está desnutrido, para un enfermo terminal, claro que no se puede dejar de ayudar porque el estómago no puede esperar. Pero llevo muchos años haciendo esto y nunca vi a alguien que haya salido de la pobreza con un plan social. No existe tal cosa. Entonces, ahí es donde digo que hagamos algo distinto, que demos una asistencia con una contrapartida. Si una persona lleva 30 años recibiendo un plan social y sigue yendo al mismo comedor, alguien lo estafó, porque la asistencia debiera ser para salir de la emergencia, no para vivir en la miseria de forma perpetua. Y después, como a mí no me gusta tanto lo anecdótico, sino que voy al dato duro, Argentina multiplicó por 30 la cantidad de planes sociales y mire dónde se encuentra.
¿La solución pasa por esa contrapartida?
Es clave, porque si no, es no creer en el ser humano, es hacerlo dependiente, es hacerlo esclavo, es decirle: “Vos valés porque te doy”. La gente piensa que al que está en la pobreza simplemente le falta plata. Ojalá fuera solamente plata. Estamos hablando de problemas mucho más complejos. Es un drama multicausal, por lo tanto, su abordaje debe ser integral.
¿Cuáles son los mayores desafíos que ha encontrado en este proceso de establecer esta comunidad?
El primero es que crean que es posible vencer la pobreza. Cuando tu abuelo no salió de la miseria, cuando tu madre no salió de la miseria, cuando vos vivís en la marginalidad y tu hijo también, es difícil creer. Después, ayudarlos a ver que el instinto de supervivencia te puede haber servido para un momento, pero no es que gritando vas a poder avanzar mucho más. Probablemente estés en un laberinto sin salida. Lo que buscamos es que entiendan que necesitan otro tipo de contenido para emerger. Lógicamente, conseguir los recursos no siempre es fácil. Y luego, desterrar esta idea cultural en la que nosotros siempre hablamos de los derechos, pero nunca de las obligaciones. Los derechos son importantísimos, pero las obligaciones también.
¿Cuáles son los proyectos a futuro de la organización?
Hacer tantas comunidades como la vida nos dé la oportunidad y tratar de dejar un pequeño ejemplo en la Argentina de que es absolutamente viable entrar a un lugar donde había desnutridos y que ya no los haya, encontrarte con gente que nunca había tenido laburo y hoy lo tiene. Y que no hay que estar esperando que venga un mesías o un gobierno para sacarnos de la pobreza. La historia del ser humano es la historia de pequeños grupos que decidieron cambiar su microentorno y luego toda su sociedad.
¿Todavía hay personas que siguen esperando que un gobierno venga a sacarlas de la pobreza?
Sí. En la Argentina les han hecho creer que va a venir Juan Pérez a solucionar sus vidas. Y eso es incorrecto, es mentira, es una estafa. ¿Sabés por qué? Porque aquí se han repartido a diestra y siniestra fondos sin ningún tipo de control. Y las intenciones no siempre han sido buenas.
Transformar el mundo con pequeños actos: la inspiración detrás de Akamasoa
Para apoyar a Akamasoa, en sus redes sociales y en su página web se puede encontrar fácilmente cómo hacerlo, ya sea como voluntario, donante corporativo, con aportes en especie, donaciones puntuales o contribuciones regulares.
Pero, para aquellos que buscan hacer una diferencia en su entorno, Vigo Gasparotti dedicó un poema que lo inspira: “¿Quién soy yo y quién habré sido cuando cuente? ¿Aquel que trabajó, se divirtió, se reprodujo como millones cada día? ¿O habré sido además aquel que hizo lo poquito que podía para que el mundo fuera otro? ¿No es mejor vivir, morir, sea lo que sea, con el alivio del intento?”.
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