Nació en una familia de artistas y siempre sintió el deseo de apostar por su vocación de pintora. Comenzó en el mundo del arte desde muy pequeña con el apoyo de su padre, el reconocido pintor y escultor Carlos Páez Vilaró. Si bien admite que recibió un legado de su parte, que lo continúa con mucha admiración, subraya que logró hacer su propio camino. En una charla con La Mañana, Agó Páez Vilaró recordó sus primeros pasos en el arte y los hechos que la marcaron a lo largo de su carrera. Por otro lado, destacó su relación con la fe y contó en qué proyectos está trabajando actualmente.
Su padre, Carlos Páez Vilaró, fue una figura muy influyente en la cultura uruguaya. ¿Cómo siente que el legado que dejó ha influido en su propio enfoque artístico?
Al haber nacido en una familia de artistas, adquirí naturalmente esa enseñanza. Mi casa era un enorme atelier, no era como las casas comunes que tienen sala, televisor, sillón; tenía una mesa gigante con pintura, pinceles, te invitaba a crear. Yo siempre sentí el deseo de ser artista. Después continué aprendiendo con mi padre y con grandes maestros del arte de Uruguay, y ahora que mi papá no está recibí ese legado y continúo haciéndolo con mucho respeto, admiración y cariño.
O sea, su vocación por el arte se despertó ya en la niñez.
Sí, tengo fotos pintando con papá desde que tengo tres años, eso es testimonio de mi pasión por dibujar y por pintar.
¿Cómo se dieron sus primeros pasos en el mundo del arte?
Mi primera exposición de pintura la hice en Casapueblo cuando tenía 16 años. Mi papá fue mi gran apoyo y el que me incentivó a empezar a mostrar mis cuadros. Luego empecé a trabajar en diferentes talleres. Tuve grandes maestros que eran amigos suyos, Vicente Martín, Guillermo Fernández, Clever Lara, y fui aprendiendo diversas técnicas. Algo que destacaría es que tuve la oportunidad de pintar con mi padre el avión de Pluna. Y cuando papá murió me invitaron a pintar una vela del Capitán Miranda, así que anda con las dos velas, con la de mi padre y con la mía. Fueron cosas muy lindas e importantes para mi vida.
¿Qué representa para usted Casapueblo?
Yo escribí un libro hace poco que se llama “Casapueblo. El origen de una escultura habitable”. Yo la vi nacer. Nosotros vivíamos en una pequeña casita de madera y mi padre un día decidió comenzar a crear una escultura para vivir que hoy se llama Casapueblo, empezó de a poquito, como si estuviera creando una gran escultura. Nosotros participamos, la creamos junto a él, y crecimos con Casapueblo. Es parte de mi vida, de mi historia. Conozco todos sus rincones. Recuerdo todos los desafíos, los momentos difíciles, los alegres, los tristes, están todos plasmados dentro de esa casa que es la historia de nuestra vida.
Recientemente presentó una muestra para celebrar los 100 años de su padre en la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat en Buenos Aires. ¿Cómo fue la experiencia?
Se presentaron unas obras de mi padre y estoy muy contenta porque en el marco de los festejos por sus 100 años también vamos a tener la muestra más importante, que va a ser el 5 de octubre en el Museo Nacional de Bellas Artes en Montevideo. Allí va a haber una cantidad de obras suyas y se va a presentar un sello que yo diseñé para ese evento. Tenemos por delante una variedad de homenajes ya que el 1º de noviembre mi papá cumpliría 100 años.
¿En qué proyectos ha trabajado relacionados con la conservación o promoción de su legado artístico?
Desde que papá murió, hace casi 10 años, me he dedicado a restaurar todos los murales que dejó. Hice una gran restauración en un mural en el aeropuerto de Punta del Este, que estaba en un hangar y lo pasamos a la sala principal con un amigo, José Gallino, que también es artista. Y en las escuelas de todo el país yo recupero los murales que están destruidos o que hay que restaurar, que se van deteriorando con el tiempo porque tienen muchos años.
La historia de su hermano Carlitos Páez en la tragedia de los Andes, hace ya más de cinco décadas, es ampliamente conocida. ¿Qué recuerdos tiene de esos momentos? ¿Cómo se vivió a nivel familiar? ¿Cómo fue el reencuentro?
En nuestra casa siempre tuvimos la certeza de que Carlitos estaba vivo. Mis padres y mi abuela tenían mucha fe. Fueron 72 días en los que rezábamos y confiábamos en que los chicos iban a volver. Es una historia única en la humanidad, la historia de supervivencia más importante del mundo, sobre todo con lo que ellos tuvieron que vivir, no solo sobrevivir, sino alimentarse de los cuerpos humanos, era todo muy fuerte. Cuando nos encontramos con Carlitos fue una felicidad total.
¿Qué expectativas tiene con la película de Netflix que está por estrenarse?
Ellos estuvieron en la presentación en el Festival de Venecia. Están todos muy conformes y tienen que esperar a ver si la nominan a un Oscar. La historia fue escrita por Vierci en el libro “La sociedad de la nieve”. Es la verdadera historia, mucho más cruel que cualquier película que se haya hecho.
¿Esta historia familiar tan particular ha influido de alguna forma en su arte, en su percepción del mundo? ¿Cómo la cambió?
No solo me cambió a mí, sino que cambió al Uruguay entero. Yo hasta el día de hoy me encuentro con gente que me dice: “Nosotros rezábamos con ustedes, ellos eran como nuestros hijos”. Todo el mundo quedó convulsionado y nosotros también, nuestra familia quedó muy marcada por esta experiencia.
¿Cómo se fue desarrollando su relación con la fe? ¿Fue particularmente por esto o siempre fue una mujer de fe?
Yo nací en una familia muy creyente, mi abuela era muy católica, pero a raíz de lo sucedido en la cordillera realmente me empecé a dar cuenta de que existía algo que no se veía, pero que nos sostenía. Así fui creciendo en la fe, confiando en lo que no se ve. Podemos hablar de Dios, de la Virgen, de Jesús, y no los ves, pero sí los sentís. Como yo sentí esa compañía durante todo ese tiempo, tuve un gran despertar espiritual y comencé a profundizar en ese camino a través del arte también. Mi arte tiene mucho que ver con un camino interior, profundizo en las formas, en los colores, y en eso que no se ve, para que se haga visible, para compartir con las personas que no tienen fe o no creen en nada y tratar de transmitirles que existe algo más. Yo quiero el bien para la humanidad y trabajo para eso a través del arte.
¿De dónde obtiene la inspiración para sus obras?
La inspiración siempre viene de la naturaleza. Yo creo que el Gran Creador, Dios o como lo quieran llamar, creó todo este paraíso que es la tierra, las estrellas, la luna, el sol, el universo infinito, las flores, los animales, eso es mi mayor inspiración. Cuando estoy en contacto con el campo, con el mar, con el sol, quedo plena, me energizo, me da una fuerza impresionante y eso es lo que me ayuda a pintar; me inspiro en el Gran Creador, que para mí es Dios, recreando lo que está creado.
¿Cómo describiría su estilo artístico y cómo ha evolucionado a lo largo de los años?
Como un camino hacia adentro. Cuando estamos conectados con la espiritualidad logramos manifestarnos, es como un lenguaje que traducís del espíritu hacia el espectador para elevar. Yo siento que el arte, siempre que esté enfocado en algo positivo, va a ayudar a las personas a sentirse mejor.
¿Cómo es la experiencia de enseñar el arte de pintar?
Para mí es natural, porque toda la vida viví junto a mi padre, me pasé 59 años al lado de un ser que promovía el arte. No tiene nada que ver con el intelecto, pasa totalmente por el corazón, por el sentir, y transmitir el arte desde ese lugar es bien diferente. Yo trabajo mucho con la intuición, con lo que se siente desde el corazón.
¿Cuál cree que es el papel que tiene el arte en la sociedad?
El arte es para el bienestar, para promover lo mejor. Hay muchas personas que lo utilizan mal, para sacarse su bronca o su tristeza, como una catarsis, como algo terapéutico para sanar su dolor, pero el arte bien enfocado y bien usado colabora en elevar al planeta, a los seres humanos, y ese es el arte que a mí me conmueve, cuando yo puedo a través de mi obra hacer que la gente se sienta feliz.
¿Considera que el campo artístico está bien desarrollado en Uruguay?
Hay muchos maestros muy buenos que enseñan la técnica, ahora, con eso no hacemos nada. Todos podemos aprender una técnica, pero lo importante es la inspiración, la creatividad, cuando vos te conectás con tu inspiración, que depende de cada persona. Yo lo uno a lo espiritual, el arte es el camino del espíritu, entonces, en la medida en que vamos creciendo espiritualmente, también podemos transmitir algo mejor al ser humano. Los artistas somos elegidos para un mundo mejor.
¿Cómo es vivir del arte en Uruguay? ¿Cuáles son los mayores desafíos?
No es fácil en el sentido de que todas las personas le damos más importancia a otras cosas. Si tú vas a Europa, por ejemplo, y decís que sos artista, te tratan de una manera especial, pero en Uruguay ser artista no es muy reconocido. De todas formas, es un camino individual, sobre todo para los pintores, porque los músicos tal vez tocan con otros músicos, son artes compartidas, en cambio, el pintor está en su atelier pintando solo. No es fácil que la gente logre valorar tu arte o hacerte conocer. Yo soy muy agradecida por haber nacido en una familia de artistas y por manifestar mi propio arte, porque no fue por ser hija de Páez Vilaró que yo llegué a ser artista, yo tengo mi arte propio, que es sumamente femenino, mientras que el de mi padre es muy masculino. Obviamente que tengo un legado, un parecido y una técnica que recibí de él, pero yo pude hacer mi propio camino. Entonces, no es sencillo, pero se puede. Si tú realmente sos honesto con lo que sentís, podés ir para adelante siempre que le pongas todo tu amor, cariño y esfuerzo.
¿Siempre estuvo segura de que quería seguir este camino?
Sí, siempre estuve segura de que quería ser pintora. Además, me gusta una cantidad de cosas, la huerta orgánica, la construcción natural.
Como artista, ¿cómo valora el nivel cultural de la sociedad uruguaya?
En Uruguay hay muchos artistas, pero tal vez no hay motivación, entonces muchos comienzan y luego dejan. El arte es algo que lo sentís tan profundamente que vas para adelante, los que van quedando en el camino son los que realmente no han sentido tan fuerte ese llamado artístico. Si vos le preguntás a un músico todos los sacrificios que hace y cómo hace para seguir adelante o a la gente que hace teatro, te das cuenta de que es más difícil que cualquier otra actividad en Uruguay. Es mucho más fácil recibirse de abogado o de médico porque uno sabe que va a tener un trabajo seguro. Esto es un trabajo independiente, que lo tenés que ir descubriendo, pero la satisfacción que te da es tan grande que por eso es que decidimos tomar este camino.
En lo que respecta a las oportunidades para desarrollar proyectos artísticos, ¿hacen falta incentivos por parte del Estado?
Hay muchos incentivos, concursos, pero me gustaría que las personas estuvieran más conectadas con el arte. Es un tema de sensibilidad. Si la gente pasa y mira un cuadro y no lo ve, no le podemos pedir peras al olmo. En la medida en que seamos más sensibles, que abramos nuestro corazón, que hagamos un camino espiritual, vamos a poder observar una mariposa, un cuadro, escuchar una música. Esto no pasa por el intelecto, no lo podés estudiar, lo tenés que sentir con el corazón.
¿Qué consejos les daría a aquellos artistas que quieren empezar su carrera en el mundo del arte?
Primero, que aprendan la técnica, que es importante, y después que escuchen al corazón, porque eso no lo podés aprender, no te lo enseña ninguna universidad, ningún taller de arte, te lo enseña el camino del espíritu. Entonces, podés aprender a dibujar, a pintar, la técnica, pero para lo otro tenés que caminar solo.
¿Cómo vivió su participación en la ópera “La Perla Negra”, presentada en el Sodre a fines de junio?
Fue un homenaje a Lágrima Ríos, una obra que escribió el “Ciruja” Montero, que es músico, y se le ocurrió invitarme para hacer todo el vestuario y la escenografía. Yo me conecté con todas las enseñanzas que tuve de niña cuando mi padre viajó a África y trajo todos esos diseños africanos. Me inspiré en toda esa historia, uniendo el candombe, los diseños de los africanos con los negros. Pude conectarme y realmente salió algo que ni me imaginaba. Fue maravilloso.
¿Qué proyectos tiene en carpeta?
Próximamente voy a presentar una gran muestra en homenaje a mi padre en la terminal de Buquebus de Buenos Aires. Después voy a tener una muestra muy importante en el Museo Estévez, en Rosario, para marzo-abril. Luego voy a hacer una gira por Argentina con todos mis cuadros, continuando estos homenajes por los 100 años. Además, voy a seguir yendo por todas las escuelas, tengo varios lugares para recorrer este año como Mercedes, Fray Bentos, Artigas, Salto, llevando mis obras, presentando el libro de Casapueblo y homenajeando a mi padre.
¿Está dando clases actualmente?
Yo doy talleres, no todas las semanas, pero puntualmente en los lugares a los que voy y también acá en Punta Ballena, en mi lugar, que es un octógono de barro, que es muy lindo, donde hacemos una cantidad de seminarios y talleres. Todos los que quieran venir son bienvenidos. Se pueden conectar a través de mi página, www.agopaezvilaro.com, y de mi Instagram, Agó Páez Vilaró. Ahí está la información de todo lo que hacemos.
¿Tiene algún pasatiempo?
Pintar. Mi trabajo es el mayor descanso, como decía mi padre.
Pionera en la técnica de los mandalas
Cuando era niña, el primer dibujo que le enseñó su papá fue el sol. Después empezó a sentir que tenía que pintar círculos, sin saber de qué se trataban los mandalas. Comenzó a pintar cuadros redondos y se puso a investigar, y se dio cuenta de que los mandalas existen hace millones de años, que tienen la forma de las células, del planeta, de la naturaleza.
“El círculo está en nuestro cuerpo, en la cabeza, en los ojos. A través del círculo podemos transmitir nuestro interior, es la barriga de la madre, venimos de un círculo y vivimos en un círculo que es nuestro planeta”, expresó la artista.
Así fue que descubrió que era una técnica “maravillosa” que la hacía sentir “muy equilibrada y en armonía” y consideraba que tenía que transmitir todo eso. De hecho, empezó a trabajar en las escuelas y ahí comenzó a expandirse la técnica de los mandalas en Uruguay. “Yo me siento totalmente pionera en esta técnica, que conecta con la creatividad, con la armonía, con la paz, y promueve a los artistas. Pienso que aporté muchísimo en las escuelas. Los niños se sienten felices cuando pintan un mandala”, reflexionó.
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