Oriunda del País Vasco, España, hace ya casi dos décadas que reside en Uruguay, y hoy vive entre sus dos “patrias”, pues tiene familia en ambos lugares. Siempre tuvo un marcado interés por la geopolítica mundial, y con 18 años decidió estudiar la licenciatura en Economía y Filología Árabe. A lo largo de su extensa trayectoria siguió profundizando su formación y hoy es profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Católica. Susana Mangana, analista política internacional especializada en temas árabes e islámicos dialogó con La Mañana acerca de los principales conflictos que hay en Medio Oriente y contó su experiencia como voluntaria con refugiados en Ucrania, entre otros temas.
¿Qué extraña de su lugar de origen?
Yo en la actualidad estoy entre el País Vasco y Uruguay por razones familiares, personales, de estudio también porque estoy cursando un doctorado –el segundo en el que me embarco–. Se extrañan sobre todo algunas costumbres muy típicas del País Vasco como salir con amigos a tomar algo, lo que llamamos los “chiquitos”, tomar una cerveza, unas cañas, el vermú los domingos, almorzar en familia. Se extraña la familia, la costumbre de salir de cervecitas o de comer y picar las famosas tapas. Estando en España también estás muy cerca de otros países y tienes posibilidades de viajar por Europa.
Cuando estoy allí, extraño muchas cosas de Uruguay. Hay muchas cuestiones que el uruguayo común no puede ver hasta que luego le faltan. Por ejemplo, aquí es bastante fácil acceder a la gente, la gente es bastante llana, bastante campechana y te dan cita fácil. El pueblo uruguayo, sobre todo los adultos, vienen de otra época, otro momento de educación en el país, que era mucho más integral, y eso hacía y hace que haya mucha gente con interés por una cultura más allá de sus fronteras. A lo largo de los años yo he hecho grandes amigos en Uruguay con los que tengo muy buenas discusiones de fondo y eso es algo muy rico y muy valioso del país.
Se la conoce por su trayectoria como investigadora y docente de Estudios Árabes e Islámicos. ¿Cómo surgió el interés por esa temática?
Surgió a partir de la licenciatura que yo cursé en la Universidad de Londres. Yo estuve en dos facultades, en la facultad que se conoce como Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS, por su sigla en inglés), donde estudié Filología Árabe y todo lo que tiene que ver con la civilización islámica, pensamiento, filosofía del mundo musulmán, el arte islámico, pero también estudié en el London School of Economics, donde tomaba cursos de Economía Internacional, con lo cual tengo esa doble licenciatura.
Siempre he desarrollado un interés por la política, la geopolítica mundial, y eso es algo que sigo trabajando en mis clases, en mis investigaciones y en las charlas que me piden en distintos países. A los 18 años empecé la licenciatura y luego, con 19 años, me trasladé a vivir a Alejandría, Egipto, al segundo año de carrera. Por tanto, tuve una toma de contacto intensa, una experiencia de inmersión total en el idioma, la cultura egipcia, la arquitectura de los faraones, la egiptología. Todo eso ha ido marcando mi gusto por el orientalismo, pero también mi atracción hacia la región, que es muy diversa, mucho más de lo que vemos en los medios en general.
También incursiono en temas que tienen que ver con los derechos de los migrantes, sobre todo los refugiados, cooperación internacional, ayuda humanitaria a zonas de conflicto, zonas de catástrofe, como ha ocurrido ahora con los terremotos de Turquía, de Siria, o con la guerra Ucrania-Rusia, el apoyo a los refugiados de Afganistán que han salido huyendo del régimen talibán.
Se suele enfatizar lo diferentes que son esas culturas a las nuestras. ¿Qué tan cierto es?
Nos han hecho creer que son diferentes, pero, en esencia, las tres religiones monoteístas tienen muchísimas similitudes. A veces lo olvidamos, pero en el mundo cristiano ha habido reformas, contrarreformas, una adecuación de la práctica de los creyentes a las circunstancias actuales, y eso todavía no ha ocurrido de igual manera en todo Oriente Medio. Hay países que ya han iniciado un camino de apertura política, de apertura de libertad de pensamiento, de libertad de conciencia, pero a otros todavía les falta mucho trayecto.
Ahora, no hay que confundir el dogma con la práctica. Cuando nos dicen que la cultura es muy diferente, si nosotros nos remitimos aquí en Uruguay o en España al dogma cristiano, al dogma tradicional de las tres religiones monoteístas, vamos a ver que la idea del más allá, la idea de que hay un Dios todopoderoso, omnipresente, la idea de que existe el bien y el mal y de que nuestras acciones tienen consecuencias y que vamos a ser premiados por unas y castigados por otras, no es diferente en las tres religiones. Lo que ocurre es que, en algunos países, por intereses muy espurios, manipulan, instrumentalizan la fe para seguir negando derechos básicos a su población.
¿Qué casos destacaría según su experiencia?
Pienso en países como Afganistán, Irán, donde se violentan los derechos de todos los ciudadanos, no solo de las mujeres, aunque el régimen es especialmente duro con ellas y con los jóvenes, que por lo general tienen más sueños por cumplir, más ganas de cambio. Con el devenir de los años, el adulto ya acepta muchas cosas, se resigna a otras, pero los jóvenes no. Es ahí donde vemos que chocamos, en la cultura de derechos para todos y cada vez menos discriminación en nuestras sociedades.
¿Cuáles diría que son los principales conflictos que hay hoy en Medio Oriente y en qué medida impacta la religión?
Hay países que están viviendo todavía situaciones de guerra civil o de enfrentamiento bélico, con lo cual eso lastra cualquier desarrollo económico, cualquier desarrollo del ser humano, y además algunos han sufrido catástrofes como el caso de Turquía, de Siria, que han causado víctimas mortales, destrucción y escasez. Pero, sobre todo, lo que falta en estos países es respetar la voluntad de los ciudadanos, y que los líderes que los gobiernan dejen de manipular la fe y reconozcan que la religión tiene que adecuarse a los tiempos que corren. En el siglo XXI, todas estas sociedades están exigiendo a sus gobernantes otra apertura política, otra capacidad de libertad de expresión, libertad de reunión. También hace falta entender la religión a través de las necesidades del creyente en la actualidad. No necesariamente todo tiene que ser a través de símbolos muy rígidos, sino que muchas veces pasa por el corazón, por las acciones y actitudes del fiel. De nada sirve cumplir con una estética muy rigurosa si después las acciones no acompañan esa simbología.
¿Cómo fue su experiencia como voluntaria con refugiados en Ucrania, en la frontera con Polonia?
Fue una experiencia dura. Cuando empezó la guerra, hace un año, yo estaba en el País Vasco viendo el telediario español y teníamos corresponsales allí, y me parecía increíble que una vez más a las puertas de Europa tuviéramos una guerra fraguándose, sobre todo, una guerra que sabíamos cómo empezaba, pero no cómo terminaría. Me sentí bastante conmovida por esas escenas de personas muy mayores y muchísimas mujeres teniendo que huir con los niños, con lo puesto, otra vez. Yo ya había estado en contacto con refugiados en República Democrática del Congo, en Líbano, en Jordania, y no quise simplemente ser observadora de la escena internacional, sino que fui a colaborar con otros voluntarios que estaban ayudando a recoger ropa de invierno, alimento enlatado, leche en polvo, pañales.
En un momento dado me plantearon si yo quería ir a una de las misiones humanitarias porque me veían con mucha energía, capacidad de dirigir equipos, y dije que sí. Luego intuí que necesitaban a alguien que hablara idiomas, que tuviera capacidad de dirigirse a un policía, a un militar, o también organizar a las personas que iban a abordar los autobuses. Fue una experiencia removedora, porque nunca es grato tener que trabajar de esta manera, con mucho corazón, pero poca organización en el sentido de que todo se hace espontáneamente, aunque con muy buena fe. Había personas que se subían al autobús sin saber realmente a dónde iban, y a mí eso me pareció tristísimo. Fue un viaje que dejó huella en mí.
¿Qué papel deberíamos tener como sociedad ante esto?
En mi ánimo está poner mi conocimiento al servicio de la sociedad, pero también alertar en España o aquí en Uruguay cómo nuestro silencio a veces es cómplice de que luego ocurran situaciones muy injustas. Las niñas y las jóvenes en Afganistán no pueden ir a la escuela, a la universidad. ¿Qué está haciendo la comunidad internacional? ¿Por qué no se puede revertir esta situación tan injusta en el siglo XXI en Afganistán, un país que estuvo ocupado 20 años? Explicar todo esto o explicar las claves de las revueltas en Irán es parte de lo que hago día a día y es como un apostolado que hago, porque estoy convencida de que gota a gota vas convenciendo a otros, vas abriendo camino, vas despejando el horizonte para que puedan entender qué sucede en lugares que parecen lejanos, pero que hoy, gracias a la virtualidad, no lo son tanto.
¿La comunidad internacional debería realmente inmiscuirse en estos temas?
Se supone que ya lo ha hecho, porque tenemos una arquitectura del multilateralismo que, si bien ha sido vapuleada muchas veces por algunos actores clave, por presidentes de países muy poderosos como el propio Trump, Bolsonaro, Putin, hay foros multilaterales de Naciones Unidas donde este tema se debate. Después eso no tiene que caer en saco roto, sino que tiene que haber mayor presión sobre estos regímenes para que por lo menos podamos salvar vidas, que no sigan ahorcando y condenando a la cárcel a personas que simplemente han manifestado su opinión, que han salido a protestar a la calle. Nada justifica torturar o ejecutar a personas, algunas muy jóvenes. Entonces, todos podemos ser agentes de cambio, cada uno hasta donde le dé su profesión o su entorno familiar y social, pero todos podemos ser más conscientes de qué está ocurriendo a nuestro alrededor, puesto que compartimos el mundo.
¿Cree que las revueltas en Irán tras la muerte de Mahsa Amini implicarán un antes y un después para el país?
Las revueltas no son menores, son inspiradas por ese hecho puntual y por un lema vinculado a una reivindicación de las mujeres, pero después desembocaron en otro tipo de revuelta donde es importante destacar el coraje de los jóvenes, de los adolescentes, del pueblo iraní en general. Por razones espurias y de cálculo geopolítico no se ha apoyado a esa sociedad que está gritando alto y fuerte que quiere apoyo internacional porque quiere deshacerse del régimen. Nada va a ser igual a partir de ahora, es decir, el régimen ha tomado buena nota y sabe que los ciudadanos ya no consumen su discurso, y hay una mayor unión de las distintas regiones de Irán. Sin embargo, habrá que esperar más tiempo porque no veo que el régimen esté tambaleando, quizás porque no ha habido ese apoyo a los manifestantes desde el exterior.
¿Qué salida le ve a la guerra en Ucrania?
No veo salida hacia el lugar que a mí me gustaría. Zelenski está en una posición maximalista, de querer todo o nada, de apostar a tener cada vez armas más modernas, más apoyo de la OTAN, de Estados Unidos, para seguir combatiendo a Rusia y ganar y recuperar Crimea, la región del Dombás. Por otro lado, tenemos a un Putin que dice que va a hacer una tregua, que está dispuesto a negociar, pero sistemáticamente sigue bombardeando ciudades. Yo no veo que haya una señal de que van a sentarse a dialogar. Son temas que me preocupan, y me preocupa que también muchas veces solo miramos a nuestro entorno.
¿Por qué lo dice?
Porque obviamente en Latinoamérica se mira qué pasa con Perú, con Argentina, con Venezuela, y no se mira tanto lo que pasa en Asia. Lo mismo ocurre en Europa. ¿Quién sabe lo que está pasando en Filipinas? ¿Qué pasa con las dos Coreas, Corea del Norte, Corea del Sur? Entonces, vamos viendo el mundo en pedacitos y no tenemos toda la foto macro de lo que está ocurriendo.
¿Cómo ve al mundo en esta lucha de liderazgos entre las dos potencias que son Estados Unidos y China?
Es una vieja pelea que tienen, una contienda comercial, política, pero Estados Unidos necesita a China y China necesita a Estados Unidos. Ahí lo que prima es el pragmatismo de los líderes chinos, que por ahora no se inmiscuyen de la misma manera, no intervienen militarmente, por lo menos no en esos lugares donde Estados Unidos ha tenido un papel preponderante como Oriente Medio, algunas zonas de Asia, el vínculo férreo que tiene Estados Unidos con Corea del Sur.
China es un país que tiene un potencial tanto de capital humano como de producción que es difícil parar esa locomotora. Lo que sí hay que hacer es negociar con China para que permita a otros seguir viviendo, es decir, no dejarnos inundar nuestros mercados por sus productos baratos, sino que tiene que haber más acuerdos de cooperación, más acuerdos de transferencia del know-how, y un mejor entendimiento con el dragón asiático, porque si no, se lo come todo. Es un gigante que hace años que despertó, tiene pies de barro, tiene algunos problemas como el partido único, la falta de libertad de expresión, la falta de libertades individuales, un PBI per cápita muy desigual. Toda esa gran cantidad de personas que viven allí y producen de manera muy eficiente, pone muy nerviosos a los mercados europeos, al norteamericano.
¿Y Estados Unidos?
Estados Unidos sigue siendo ese líder del mundo occidental, a veces una compañía no deseada pero necesaria, un matrimonio de conveniencia, aunque también hay que ponerle límites. No puede ser que sigamos a pies juntillas todo lo que haga nuestro vecino del norte, porque muchas veces nos embarca en contiendas que nada tienen que ver con el espíritu, con el pensamiento y la forma de sentir del ciudadano latinoamericano. No todo es expansionismo militar en Oriente Medio, en Asia, que es algo que rechazan tajantemente los latinoamericanos, y eso lo tendrían que tener mucho más presente nuestros líderes.
Nuevas raíces en Uruguay
Tras haberse casado con un ciudadano uruguayo –de quien hoy está divorciada–, se asentó en nuestro país, donde tuvo hijos y desarrolló una carrera profesional. “Me fui arraigando en el país, fui desarrollando una trayectoria”, explicó a La Mañana. Actualmente, dos de sus hijas, que son menores, viven con ella en Uruguay. “Hoy me manejo entre mis dos patrias”, aclaró, puesto que tiene familia tanto aquí como en España.
Consultada sobre lo que más disfruta del Uruguay, comentó: “Me gusta la gente uruguaya, es un pueblo cercano, son personas en general muy serviciales, que eso ya hoy no lo encuentras en otros países. Es muy familiar, tiene ese trato de cercanía, te saludas con los vecinos. He necesitado el apoyo de mis amigos uruguayos y me lo han brindado como si hubieran sido familia, y eso es algo que no puedo dejar de reconocer, es muy meritorio”.
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