En entrevista con La Mañana, tan entretenida y amena como su escritura, Juan Antonio Varese repasó los inicios de su carrera, lo que lo apasiona y las características que entiende que debe tener un escritor. Además, habló de su último libro Comienzos de la pintura en Uruguay, una publicación que deja en claro el origen de la pintura nacional y redescubre artistas de primer nivel.
Desde adolescentes soñaba con escribir, le gustaba leer historias de aventuras, de navegación, de la costa, pero también policiales y de amor. Empezó como lector y luego se puso a crear, pero como proviene de una familia de escribanos tuvo que hacer un pacto con sus padres: “Primero te recibes y luego eres dueño de tu destino”, le dijeron. Le pareció un buen consejo y lo tomó. Se recibió, trabajó de escribano, pero el destino fue más fuerte y su vocación de escritor fue irrefrenable.
Algunos hechos de su vida, fundamentalmente viajes, lo invitaron a internarse en el mundo de la fotografía, y para contar lo que los ojos ven, se introdujo en el relato. El gusto por comunicar y compartir terminó desembocando en la escritura. Antes de que se diera cuenta, ya estaba en 1993 y tenía en sus manos el primer libro de su autoría, que hablaba sobre naufragios y leyendas de las costas de Rocha. “Al igual que al primer hijo, es al que más quiere uno, ¿no?”, bromeó sobre aquel libro.
¿Cómo nace su pasión por la historia y la fotografía?
Hice algunos viajes al exterior, como Israel, India, Japón, China. Cuando volví, tenía ganas de transmitir las vivencias que había experimentado. Lo conté de dos maneras: con las fotos que había sacado y en conferencias con amigos, conocidos e institutos culturales. Ahí le empecé a tomar el gusto a comunicar, a escribir, a transmitir, a llegar a los demás y a compartir. Me di cuenta de que para escribir lo importante es compartir cosas.
Empecé por escribir sobre naufragios porque saqué muchas fotografías de los restos de los barcos hundidos en las costas de Rocha y de Maldonado, empecé a investigar, por curiosidad, que es un punto muy importante en la vida del escritor, quien debe ser curioso, tener los ojos atentos y abiertos, y preguntarse el porqué de las cosas.
Veía los restos de un barco y decía: “¿Qué barco es? ¿Qué habrá pasado? ¿Cómo habrán naufragado? ¿Quiénes habrán venido? ¿De dónde venía? ¿Habrá fallecido la gente? ¿Se habrá quedado a vivir acá?”. Comencé a investigar en la Biblioteca Nacional, en archivos históricos, y cuando tuve material suficiente empecé a sentir la necesidad de compartirlo en un libro.
Su estilo de escritura es entretenido, ameno y cercano, ¿lo hace para despertar el interés en el público o por gusto propio?
Son las dos cosas. Primero, uno tiene necesidad de contar las cosas porque las ha vivido y tiene ganas de compartirlas. Pero sabemos que para compartirlas y que lleguen, tienen que ser amenas. Siempre pensé que un escritor tiene que ser una especie de canalizador de emociones, y para ello hay que transmitirlas bien. Hay que ser ameno, hay que escribir bien, hay que pulir el estilo.
Mucha gente sabe chistes para contar, pero realmente el que destaca es el que los cuenta bien. Entonces, las historias no solo tienen que ser interesantes, sino que se deben contar bien, presentarlas de forma interesante.
Al principio, llegó el interés por los naufragios, luego se vinculó a distintos temas de la historia de nuestro país. ¿Cuán importante es divulgar estos temas para nuestra comunidad?
Es importante porque el escritor, de alguna manera, actúa como un captador de sensaciones, de problemas o de hechos, entonces es lindo que los pueda comunicar. A mí me llaman la atención, por ejemplo, las ciudades, los mercados, los cafés, los espectáculos folclóricos, el candombe. Me acerco y pongo el ojo. Eso me llama la atención a mí, pero voy a tratar de transmitirlo a los demás para que cada uno pueda visualizarlo también e interesarse, porque en mi caso, y creo que en el de muchos escritores, lo que uno quiere es escribir para entusiasmar a la gente.
Lo ideal no es que digan “qué bien escribió, qué buen escritor”, lo ideal es que, a partir de un escritor las personas se entusiasmen con un tema. Es decir, que las personas sean como un escalón para seguir adelante.
Usted se retiró de su labor como escribano y en su jubilación decidió seguir escribiendo y teniendo ideas año a año. ¿Qué mantiene ese motor encendido que trabaja constantemente?
Una vez que uno se entusiasma y se da cuenta de que, de alguna forma, llega a los lectores, ese entusiasmo de ellos, el contacto, lo hace querer seguir. Muchos de mis primeros libros tenían una frase final invitando a los lectores a que se comunicaran conmigo, entonces se produjeron diálogos hasta ahora, a veces voy por la calle y me hacen comentarios sobre los libros, entonces me alimento del entusiasmo de los propios lectores. Es una retroalimentación.
Comenzó con la fotografía, ¿qué representa esta en su vida?
Después de mis viajes, cuando tuve la necesidad de transmitir y mostrar lo que había visto, empecé a entusiasmarme en la fotografía. Saqué numerosas fotos y como muchas no eran buenas me vinculé con el Foto Club Uruguayo para tomar cursos de fotografía. Quedé vinculado y, poco a poco, me fui interesando en la historia de la fotografía en Uruguay: cómo había comenzado, quiénes habían sido sus primeros fotógrafos.
En ese momento empecé a investigar y publiqué un libro que se llama Los comienzos de la fotografía en Uruguay y otro que se titula La historia de la fotografía en Uruguay. Estos libros también me ligaron con el mundo de los fotógrafos, con el mundo de los historiadores de la fotografía, no solo en Uruguay, sino en Argentina, Brasil, en el resto de América. Me interioricé en la psicología de los fotógrafos, lo que buscan, cuál es el arte fotográfico. Me maravillé por el mundo de la imagen.
Dicen que “una imagen vale más que mil palabras”, pero usted vincula imagen y palabra para que ambas tengan valor propio y se enlacen perfectamente. En ese sentido, ¿cómo llega al ibro Comienzo de la pintura en Uruguay?
Imagen y texto son dos lenguajes distintos. Si bien primero me cautivó la imagen, me transformé en escritor y debí dominar el lenguaje de la palabra y, al mismo tiempo, me gustaba la fotografía y empecé a expresarme a través de ella, entonces me di cuenta de que pueden ser complementarios. Cuando tú logras concretar los dos lenguajes y decir algo, mostrar una escena con palabras y al mismo tiempo presentar una imagen que lo represente, se llega mucho más. El lector se siente mucho más influido, porque una imagen le va por el corazón, en cambio con el texto le llegas por la razón. Por eso es importante es lograr utilizar el doble lenguaje.
Fue a raíz de la fotografía que empecé a entusiasmarme también en los orígenes de la pintura, sobre todo en nuestro país. Me remontaba, por ejemplo, hasta la época de la independencia o hasta la jura de la Constitución de 1830, porque en realidad no había cuadros, no había retratos, no había imágenes. A partir de entonces, cuando Uruguay se transforma en un país independiente, es cuando empiezan a llegar de Europa algunos pintores italianos y franceses que habían tenido problemas en sus países de origen, problemas políticos o económicos, y llegaron al Río de la Plata y a otras regiones de América del Sur. Aquí comenzaron a tomar los primeros retratos.
Estos hechos coincidieron con la creación del daguerrotipo, en 1839 en Francia, que en 1840 llegó al Río de la Plata. Es por esto por lo que las personas empezaron a tener doble posibilidad: tener retratos dibujados por pintores –que cobraban cifras bastante importantes, porque un cuadro en aquellos tiempos llevaba semanas de trabajo– y, al mismo tiempo, los retratos con daguerrotipos. Eran únicos, tomados con una cámara oscura, con un proceso difícil de revelado. Lentamente las personas empezaron a acostumbrarse a tener imágenes. Pero cuando se expandió la necesidad de contar con retratos, surgió la necesidad de contar con paisajes, fue entonces que los pintores italianos y franceses comenzaron a satisfacer la necesidad. Llegaron a Uruguay y publicaban avisos en los diarios ofreciendo sus servicios.
Sinceramente, recomiendo que lean el libro de los Comienzos de la pintura en Uruguay, porque van a encontrar maravillosos avisos de los pintores italianos y franceses que llegaban. Todos esos avisos que pude recoger e investigar a través de la prensa de época plantean una situación importantísima porque revela la actitud psicológica de ese entonces. Hoy nosotros tenemos un celular y nos podemos sacar una selfie cada cinco minutos, pero en aquellos tiempos contar con un retrato era visto como la oportunidad psicológica de permanecer más tiempo, de vivir más, porque uno iba a vivir después de muerto, uno iba a tener una imagen que podía proyectarse después de fallecido.
¿Cómo fue el proceso de investigación para este último libro?
Al inicio estaba investigando sobre los primeros fotógrafos que llegaron al país, porque ellos también ponían avisos en los diarios para difundir su trabajo. Se especializaban en daguerrotipo y ofrecían su servicio de tomar retratos de los montevideanos. Al mismo tiempo, encontré, más abajo en el mismo diario, un aviso de un pintor, quien llegó de París y también ofrecía retratos.
Entonces, si bien yo estaba buscando lo de los fotógrafos, en ese momento comencé a guardar en otra hoja los avisos de los pintores. Una vez que tuve terminado el libro Los comienzos de la fotografía en Uruguay, me dije que tenía que seguir adelante con el resto de la información que obtuve. A partir de los avisos que guardé surgió el libro Los artistas y cronistas viajeros del Río de la Plata.
Pero me quedaba otra área, la de los pintores que habían venido al país y se quedaban a vivir en Montevideo o Buenos Aires. Para abordar el tema, solicité la colaboración de la historiadora de arte Carolina Porley, para que ella me orientara un poco y me guiara en la categorización técnica de estos pintores que habían venido. Con base en un informe técnico, desarrollé mi pluma de escritor para darles vida a esos pintores. Me interesaba captar sus personalidades, sus biografías, dónde habían estado antes, de dónde venían, a quiénes retrataron en Montevideo y, fundamentalmente, qué pasó después con sus vidas, si regresaron a Europa o se quedaron viviendo acá.
¿Qué información destaca de su investigación para esta publicación?
Llegué a unos casos muy interesantes, por ejemplo, el de dos pintoras mujeres que fueron realmente importantísimas. Una de ellas, Josefa Palacios, fue la primera en pintar el famoso cuadro del desembarco de los Treinta y Tres Orientales en la Playa de la Agraciada, varios años antes que Juan Manuel Blanes. Hizo una escena nocturna, porque ellos, en realidad venían evitando las tropas brasileñas que andaban por el Río Uruguay, entonces tiene que haber llegado de noche. La otra mujer pintora, María del Carmen Árraga, fue la primera que dibujó un retrato de José Gervasio Artigas. Nosotros conocemos numerosas y famosas imágenes de Artigas, pero la primera de todas tuvo trazos femeninos. Además, hubo otros pintores que no han sido de los más nombrados.
Gracias a este libro me han llamado muchas personas comentándome que se les había abierto un poco el horizonte y que tienen ganas de investigar esta primera etapa de la pintura. Esto es lo que pretendo como escritor, llegar a la gente, pero, sobre todo, no tanto que la gente diga que le gusta o no le gusta el libro, sino que me diga: “Me interesó tanto el capítulo 7 que entonces empecé a investigar tal cosa”. Quiero sembrar semillas de entusiasmo.
El libro termina con la llegada de Juan Manuel de Blanes después de su viaje de estudios en Europa. Podemos decir que recién después de eso Blanes comienza lo que denominamos la pintura uruguaya. Él aprovecha lo que aprendió en Italia, le da un giro adaptado a nuestra realidad e idiosincrasia para que comience la pintura nacional. Si bien existen varios libros importantísimos sobre la historia de la pintura en Uruguay, entre ellos el del arquitecto Gabriel Peluffo, este es el primero que aborda el inicio de la primera etapa.
¿Proyecta seguir con esta historia?
No. Creo que he cumplido con este tema con los tres libros: Los comienzos de la fotografía en Uruguay, Artistas y cronistas viajeros en el Río de la Plata y Comienzos de la pintura en Uruguay. Es como en los Juegos Olímpicos que un deportista le entrega la antorcha a otro para que siga el siguiente. Ahora voy a dedicarme a otros temas: los naufragios, historias en la costa, de Maldonado, de Colonia, entre otros.
¿Qué respuestas ha recibido por parte de los lectores de este último libro?
Quedé realmente contentísimo porque he recibido llamadas de escritores e historiadores que me indicaron que les había fascinado la historia de ciertos pintores y que iban a seguir investigando. Como escritor, la misión que me he trazado es abrir puertas para que otros sigan adelante.
Más allá de contar con sus libros, ¿los entusiastas reciben su apoyo de otra manera? ¿Comparte los materiales de las investigaciones?
Hay un café al que concurro todas las tardes, vienen personas cada tanto a las que le doy material, las asesoro en los temas que están tratando, comparto mi material. Ya tengo 82 años, y el material, una vez que termino de investigarlo, lo doy. Busco el mejor destino que pueda tener. Por ejemplo, mi colección de daguerrotipos se la doné al Centro de Fotografía de Montevideo. Mi colección de fotografías y de historias de Montevideo la voy a donar a la Biblioteca Nacional. Tengo mis puertas abiertas para cualquier persona que le interese alguno de los temas que he tratado, para canalizar mis libros, mis apuntes, mis investigaciones y mis borradores, porque entiendo que todo esto que uno ha recopilado o ha buscado, de alguna forma, pertenece a todos.
¿Qué piensa acerca de la idea de que los uruguayos no les interesa la historia local, que suelen mirar hacia afuera?
Es cierto, pero también es cierto que hay muchos a quienes les interesa y el escritor abre puertas. Algunos pueden pasar el umbral de la puerta, otros van a seguir, otros van a demorar más tiempo, pero lo importante es abrir puertas y dejar el tema planteado. Esa es la misión que tenemos todos los escritores: tratar de entusiasmar a la gente con un tema, una narración, una historia o un conocimiento. Porque cualquier tema bien tratado va a terminar despertando interés.
¿En qué está trabajando ahora?
Estoy trabajando en nuevas historias de la costa. Y la verdad, un poco como chiste, me gustaría tener 30 años menos para escribir 30 libros más, porque tengo muchos temas para abordar. Pienso en naufragios, fotografía, mercados, vidas. Son tantos los temas que me interesan y tantos los temas que uno puede desarrollar. Son asuntos que pueden importar al común, porque yo escribo para el común de la gente, nunca pensé en escribir para una élite. Todos mis libros, incluso los de naufragios, no son libros para marinos, son libros que le interesan a la gente común, al que camina por la playa, al que mira, al que le gustan las historias de mar, al que le gustan las novelas.
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