Durante su vida combinó sus sueños con una férrea disposición al trabajo. Es uno de los arquitectos más destacados del mundo y a través de su estudio ha desarrollado diferentes proyectos en las más diversas ciudades en varios continentes. Ascendió a la fama con la construcción de la Ópera de la Bastilla en París y es el encargado de llevar ahora su particular estilo a la creación del Museo de Arte Contemporáneo Americano en nuestro país. En entrevista con La Mañana, el arquitecto Carlos Ott consideró que Uruguay puede avanzar en sistemas de construcción no tradicionales y que existe una obligación para buscar soluciones de vivienda a la gente más necesitada.
Hace tiempo no estaba un periodo tan largo en Uruguay. La circunstancia de la pandemia hizo que se quedara más de lo normal. ¿Cómo está viviendo esta etapa tan especial?
Sí, yo me fui en 1971 con título abajo del brazo y siempre volvía pero a fin de año a pasar Navidad y año nuevo con mis padres. Después cuando abrí el estudio en los años ’90 venía un poco más a menudo pero por una semana o diez días para ver cómo marchaba y seguía con mis otros trabajos en el resto del mundo. Ahora llegué en diciembre de 2019 y en enero ya con un pasaje y una recepción muy importante que atender en Manila (Filipinas) de camino al aeropuerto me dice mi cliente que no vaya porque estaba muy mal la cosa, y lo mismo me dijeron en Shanghai. Ya llevo trece meses en el país.
Para alguien que está acostumbrado a viajar constantemente habrá significado un impacto grande…
Me impactó mucho. En 2020 no tuve ni una milla de una compañía aérea, yo que ando siempre con extra millas. Al pasar más en Uruguay empecé a apreciar más mi estadía. Cuando viajas menos tenés más tiempo para leer, para escuchar música, pintar y trabajar. Pasamos unos momentos difíciles porque al principio de la pandemia tuvimos que poner muchos empleados en seguro de paro porque del día a la noche se paró todo, pero poco a poco se fue recuperando y a principios de 2021 ya retomamos a todos, trabajando muy fuerte.
No fue el primer encierro que le tocó vivir. Siendo niño debió ausentarse varias semanas de la escuela por una epidemia de poliomelitis. ¿Cómo recuerda eso?
Yo creo que estaba en cuarto de escuela. Fue muy trágico. Teníamos un compañero en el colegio al que lo atacó y quedó paralítico. En ese momento se cerraron las clases durante un mes. Yo vivía en Toledo Chico en una casona grande y recuerdo escuchar las clases por radio, mientras mi padre y mi madre hacían de maestros.
¿Qué lo marcó de su infancia en Toledo Chico, asistiendo a una escuela rural?
Nací en un hospital en Montevideo que se incendió. Mi padre que era arquitecto, sabiendo de ese problema, selló las rendijas de las puertas con las sábanas mojadas, y salí en los brazos de una bombero dos días después por una escalera. Estuve durante meses escupiendo cenizas.
En Toledo fueron los mejores años de mi vida. Siempre recordábamos con mi hermana Matilde, que falleció hace un par de años, de la casona de mi bisabuelo Ríus, un conde español que se vino a Uruguay y montó una librería en la calle Soriano. En esa casa se casó una tía mía con el hijo del presidente de la República, Gabriel Terra. En esa casa teníamos mil árboles de oliva, hacíamos nuestro propio aceite que consumíamos en casa o regalábamos a la Curia. Y todo tipo de árboles, frutales, verduras. Se tomaba leche de la vaca, aunque a mí nunca me gustó, y montábamos a caballo. Era un medio lleno de granjas. En la escuela rural éramos unos sesenta alumnos, con una sola maestra, Esther Goyeche, que enseñaba a todos, lo cual fue fantástico.
Usted es bisnieto de Basilicio Saravia, caudillo colorado y jefe político de Treinta Treinta y Tres. ¿Estaba presente esta historia en su familia?
Mi abuela María Saravia de Buenafama fue la hija mayor del segundo matrimonio de Basilicio Saravia. Fue un coronel y jefe político de Treinta y Tres, colorado pero íntimo de su hermano Aparicio. Están las famosas cartas donde decían que si uno estaba al frente de sus tropas en una batalla, el otro se quedaba en la casa y a la siguiente cambiaban los roles.
Siguiendo con la infancia se podría decir que su primera pasión fueron los automóviles, ¿es así?
Es verdad. A mi padre, que fue un genio, le gustaban muchos los automóviles, los aviones y las motos. Recibíamos todo tipo de libros y revistas, entre ellas de arquitectura, pintura y muchas de automóviles como L’Automobile francesa, Autocar inglesa, entre otras. Ahí yo leía y miraba los autos. Los amigos de mi padre tenían además coches muy lindos, Ferrari, Hispano-Suiza, Bugatti…
Llegó a hacer algunos diseños propios, uno de ellos llamado “Charrúa”. ¿Cómo fue?
Cuando terminé el liceo en 1962 salió una ley en Uruguay de un 300% de importación a automóviles, permitiendo no pagarlo si el auto tenía una parte fabricada en el país. El presidente de General Motors, Enrique Artagaveytia, muy amigo de la familia, le dijo a mi padre que iba a traer un chasis y hacer la carrocería acá, para que se ocupara. Mi padre contestó que tenía mucho trabajo, pero lo haría yo, que tenía 16 años. En casa se me advirtió que el 1 de marzo tenía que arrancar los preparatorios de arquitectura.
Empecé a trabajar en la fábrica de Peñarol y tomaba el 174 o me iba en el auto de Quique. Llegué a hacer una maqueta tamaño 1:1. Con el chasis y motores que venían de Estados Unidos, me daban el catálogo de GM, yo elegía los artículos que quería, pero la carrocería se tenía que hacer con las máquinas para hacer heladeras que tenía Ferrosmalt en Uruguay. Hicimos la “Charrúa”, a los ingenieros le gustó mucho y me dijeron para irme con ellos a Detroit y yo loco de la vida. Pero cuando llegué a casa mi padre me recordó la promesa de comenzar las clases de arquitectura y ahí terminó mi carrera de diseñador. Aunque después con otro amigo de mi padre pude diseñar algunos autos, pero nunca llegué a hacer mi Ott-turbo especial (risas). Algún día llegará.
Parece que Estados Unidos estaba en su destino porque si bien no salió lo de GM, años después viajó por una beca cuando ya estaba recibido de arquitecto.
Sí, exacto. Yo me recibí muy rápido y sabía que me quería ir a trabajar a otro lado porque en la facultad quería hacer proyectos raros, pero me decían que no. En aquel momento se hacía el edificio más interesante del mundo en Buenos Aires. Me tomaba cuando podía el vapor de la carrera a ver la construcción del Banco de Londres y América del Sur en la calle San Martín. Yo quería hacer esa arquitectura.
Ya con el título tuve la suerte de ganar la beca Fullbright que se daba a pocos estudiantes del mundo para hacer maestrías o doctorados en Estados Unidos. La gané, pero no por arquitectura sino por matemáticas. Yo durante la carrera daba clases de matemáticas para ganar alguna plata. Me fui a Hawai donde hice estudios de computación en 1971. De ahí seguí a St. Louis con los estudios de maestría.
Realizó una tesis en la facultad de Arquitectura que tenía que ver con la vivienda social. ¿Qué lo motivó a hacerlo?
Para el examen de Carpeta de Construcción se elegía un proyecto. A mí me interesaba mucho la prefabricación y la vivienda de interés social. Así que se me ocurrió hacer una tesis sobre vivienda social, pero usando un sistema prefabricado. Yo veía como en Japón se empezaban a hacer lo que se llamaba metabolismo en aquel momento, donde Kurokawa, Isozaki y otros hacían cosas repetitivas. Me pareció que, así como los automóviles eran muy baratos porque se hacían a partir del señor Ford en una cadena de montaje de manera compleja y económica a la vez, nosotros aún estábamos construyendo arquitectura como se hacía en Mesopotamia hacía 6000 años.
Recientemente usted se reunión con la ministra de Vivienda, Irene Moreira, que está promoviendo desde su cartera sistemas de construcción no tradicionales, especialmente con madera. Plantea que se puede bajar el costo de construcción sin perder calidad. ¿Cuál es su opinión?
Estoy totalmente de acuerdo con la ministro. Es lo que yo decía en 1971 cuando mi tesis. Pensemos que un automóvil, que es una cosa muy complicada, sirve para andar en Alaska, Uruguay o el desierto del Sahara. Un yate o un avión están mucho mejor terminados que una casa. Nosotros seguimos haciendo una arquitectura muy anticuada. En América Latina y particularmente en Uruguay tenemos una obligación de darle vivienda correcta y propia a la gente más necesitada. Y para ello buscar soluciones para bajar ese costo de vivienda.
“Un yate o un avión están mucho mejor terminados que una casa. Nosotros seguimos haciendo una arquitectura muy anticuada”
Yo viajo mucho a China y el extremo Oriente donde se ve cómo se hacen viviendas prácticamente prefabricadas. Por supuesto hay que usar materiales económicos y mano de obra, como bien me dijo la ministro en la reunión, por el alto desempleo que existe. Creo que se pueden combinar las dos cosas. Incluso el propietario puede participar en la construcción de esa casa para darle un valor extra.
Tiene la ciudadanía canadiense y se radicó por mucho tiempo en aquel país del Norte. ¿Cómo fue su adaptación a esa sociedad multicultural?
Fue muy interesante. Canadá es un país que está entre Europa y Estados Unidos, tiene cosas de ambos. Cuando yo estaba ahí pasó del sistema imperial al sistema métrico, yo hacía planos en ambos. Al mismo tiempo con el primer ministro Pierre Trudeau pasamos al bilingualismo, francés e inglés. El primer proyecto que hice en Montreal fue gracias a mi flojo francés que había aprendido del liceo uruguayo. Y también hay que adaptarse al frío, pero aproveché para aprender a esquiar.
La obra que lo llevó a tener fama internacional fue la de la Ópera de la Bastilla, inaugurada en París en 1989 en el bicentenario de la Revolución Francesa. ¿Qué reflexión hace en perspectiva y qué implicó esa innovación?
La verdad es que fue una aventura. Me presenté cuando trabajaba con un grupo de desarrollo inmobiliario de Estados Unidos y Canadá. Yo pasaba de costa a costa buscando arquitectos para diversos proyectos. Salió el concurso de París, me interesaba por lo histórico y el lugar. Nunca pensé que iba a ganar. Tuve que montar un equipo muy grande.
El presidente Mitterrand quería hacer una ópera popular. Visité muchas óperas y ya conocía porque vengo de una familia melómana y los Ott eran fabricantes de pianos en Alemania. La idea era hacer una ópera nueva para el repertorio clásico, pero sobre todo para el nuevo que si visionaba para el siglo XXI. No podía ser ni el Palais Garnier, ni el Colón, ni la Scala. Tenía que ser algo que no se había hecho todavía y que sirviera para un teatro de alternancia. El edificio estaba en el centro de París bajo tres líneas de metro, con 150 mil metros cuadrados, era complejo, pero aprendimos mucho.
“Cuando me toca un proyecto lo primero que hago es conocer el lugar y siempre me asocio con colegas locales, porque no puedo ser tan pretencioso de llegar a un país y que creer que sé más que la gente de allí”
Lo traigo ahora a uno de sus últimos proyectos, el Museo de Arte Contemporáneo Americano en Manantiales, cerca de Punta del Este. ¿Qué lo atrajo de ese proyecto y cuál es el concepto?
El MACA es una invención de Pablo Atchugarry, un gran artista uruguayo que vive la mitad del año en Italia y la otra aquí. Por la pandemia tanto él como yo nos quedamos durante el 2020. Él tuvo la generosidad de ofrecerme hacer el proyecto hace un año y pico. Me pareció un desafío fabuloso. La idea de hacer un museo de arte -esculturas, pinturas y todo tipo de presentaciones artísticas- donde se traerán obras desde Alaska hasta Tierra del Fuego.
Además, es un lugar fantástico, un terreno con lindas lomas, muy sinuoso. Me pareció que no podía ser una cosa cuadrada e hicimos un proyecto que tiene una forma acorde. Cuando llegó el momento de decidir la estructura una posibilidad era hacerla en acero, pero se nos ocurrió con los sobrinos de Atchugarry hacerla en madera uruguaya. La nave principal la hicimos en madera uruguaya laminada pegada que se manda a Francia y se monta en Uruguay. De nuevo, un poco el perfil prefabricación. E hicimos el resto de la parte más tradicional con un grupo que se llama Astori, una fábrica de hormigón prefabricado.
Tiene proyectos en todo el mundo. ¿Qué es lo primero que hace frente a un nuevo proyecto?
A Dios gracias me ha tocado hacer trabajos en todo el mundo y todos diferentes. Porque hay arquitectos que se especializan en aeropuertos u hospitales. Me ha tocado hacer de todo, desde capillas, hasta fábricas, hospitales, aeropuertos, teatros, hoteles, oficinas, residencias. Y en todos lados del mundo. Por lo tanto, cuando me toca un proyecto lo primero que hago es conocer el lugar y siempre me asocio con colegas locales, porque no puedo ser tan pretencioso de llegar a un país y que creer que sé más que la gente de allí. Uno ve las características de cada lugar. Un edificio residencial es muy diferente en Nueva York, Dubai o Punta del Este.
En una entrevista que dio a El País dijo que tiene proyectos en países con distintos regímenes de gobierno y su guía es si los gobiernos son buenos o malos y no tanto si son izquierda o derecha. Además, agregó que cree en la justicia social. ¿Qué lugar tiene la política?
Yo soy arquitecto, pero uno no vive en una burbuja. Me ha tocado trabajar con democracias europeas, americanas, con regímenes monárquicos como los emiratos o en Tailandia, con economías socialistas como Cuba o China, todas formas muy diferentes. Creo que cada país tiene en la medida posible el gobierno que la mayoría prefiere. Veo democracias que les va muy bien y otras que les va muy mal. Monarquías que les va muy bien y otras muy mal. Socialistas que les va bien y otros mal. Uno no puede venir como si tuviera la única verdad. Y lo pienso para la política, pero también para el arte.
También ha manifestado que las ciudades deberían ir hacia un proceso de “mayor densificación”. En el gran Montevideo tenemos el problema de la desintegración socio-urbana. ¿Cuál es su visión?
Sí, aprendí hace mucho tiempo que en Toscana nadie construía en el valle fértil. San Gimignano se construye sobre la roca donde no se puede plantar. Nosotros en Uruguay hicimos el mismo error que Los Ángeles, hemos crecido como ciudad lineal, que es absurdo y carísimo. Aquí creció, a Dios gracias no hacia el oeste, pero desde el Cerro hacia el este y uno ve que ahora Atlántida es parte del mega Montevideo. La ciudad tiene que ir a la concentración e ir en altura es muy importante. No debemos tocar más tierras rurales. Tuve una charla recientemente con el intendente Yamandú Orsi de Canelones que está de acuerdo conmigo y también lo está Carolina Cosse de Montevideo, donde van a permitir ahora más altura, era hora.
En Singapur hay una ley por la cual, si la mayoría simple de un condominio decide vender, se vende al precio comercial para tirar abajo el edificio de cuarenta pisos y hacer uno de ochenta. No se puede crecer en horizontal porque no hay tierra.
Uruguay y su rico patrimonio arquitectónico
“Nacimos en un país donde la arquitectura tuvo un rol muy importante. Con la llegada del siglo XIX ya se hace una obra magnífica, en plena Guerra Grande, que fue el Teatro Solís, que hoy sigue siendo nuestro teatro. La familia Salvo construye la torre más alta de Uruguay, que creo sigue siéndolo. En los años ’30 y ’40, entreguerras con una situación económica fuerte, se construyeron obras espectaculares como el Estadio Centenario donde se inauguró por primera vez con cemento armando en muy poco tiempo, con la obra escultural de Scasso. Estoy viendo acá frente a mí el Yacht Club de Herrán, que sigue siendo modernísima. En Uruguay hemos sido muy ricos culturalmente con la pintura, con la música, con la arquitectura y tenemos que seguir creciendo. Un gobierno cuando se va tiene que dejar, entre otras cosas, su obra”.
TE PUEDE INTERESAR