“En el pueblo, los que van al liceo y los que no, se reúnen en la plaza porque en sus hogares no los quieren ver sin hacer nada. Tratan allí de socializar, escuchando música, hablando de sus temas, sus valoraciones sobre la amistad y los amigos, sus descubrimientos tempranos, el grupo, el fútbol, el machismo entre los varones, sus ilusiones lejanas, muy lejanas, casi imposibles; finalmente imposibles. No hablan y lo esconden en lo íntimo de su corazón, de su soledad, del desamor en la familia y, para con ellos, la tristeza del día a día, la violencia en la casa y en una sociedad que los margina; la desconfianza”, relata a La Mañana Jaime Castells, referente de un proyecto social que brinda una segunda oportunidad a los jóvenes de una pequeña localidad del Interior.
“Dentro de nuestros objetivos se encuentra que el joven que estuvo en el centro presente a la sociedad, además de sus conocimientos y habilidades, el plus de valores adquiridos, donde el don de bien y el amor a los demás sean los más importantes”
A 222 kilómetros de Montevideo, en el departamento de Durazno, se encuentra un pueblo que no llega a mil habitantes, pero que cuenta con un centro donde valorizar al otro es una de las metas principales. A Todo Ritmo (ATR) es una institución juvenil ubicada en Carlos Reyles que desde hace poco más de un año reúne a casi 60 adolescentes de entre 12 y 18 años provenientes de hogares socioeconómicos vulnerables y los prepara en valores y educación, con cariño. Para algunos de ellos no sólo es una segunda oportunidad en la vida sino, tal vez, la única apuesta que han hecho por ellos hasta entonces.
En Carlos Reyles había un Club de Niños, que continuaba a un Caif, tomando a los más vulnerables en lo económico social, funcionando a contra horario de la única escuela. La decisión tomada por primaria de pasar a escuela de tiempo completo, hizo que es Club de Niños cerrara sus puertas, por lo que la asociación civil que hoy se encarga de ATR, conversó con el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) sobre la factibilidad de su desarrollo. Luego de tratativas, abrieron sus puertas y se logró tal convocatoria que actualmente hay una lista de espera para poder ingresar a él, dentro de la cual se prioriza a los jóvenes de hogares y situación más vulnerables.
“Como esas orquestas que ya en los primeros ensayos suena como si siempre hubieran tocado juntos, así comenzó a marchar ATR, todos empujaban, todos aportaban, todos superaban inconvenientes en una fuerte apuesta a un equipo exitoso y es de hacer notar que la puntera del entusiasmo, la alegría, pero con responsabilidad, la asumieron los gurises. La asociación civil interpretó los sentires, coordinó y gestionó tiempos, programas y recursos. INAU Durazno apoyó calurosamente ayudando desde su lugar”, recordó Castells.
Allí reciben, además de una cena y una merienda, apoyo pedagógico, la posibilidad de realizar deporte a través de un convenio con el gimnasio de la Intendencia Municipal de Durazno, talleres de arte, música, cocina, costura, maquillaje y huerta, para lo cual comenzaron la construcción de un invernadero donde aprenderán incluso hidroponía. A fin de lograr mayor empoderamiento entre los adolescentes con el centro, fueron los ingresantes quienes eligieron el nombre de la institución y su logo.
Sin embargo, el provenir de hogares vulnerables no es el único problema de muchos de ellos, algunos cuentan con antecedentes judiciales y otros han dejado sus estudios. Si bien el porcentaje de este último grupo en un comienzo era de 50%, hoy se redujo de tal forma que es menor al 10%. Es que, indicó el representante, uno de los valores que inculcan es la importancia de concurrir al liceo. De hecho, ATR abre sus puertas una vez que el horario de secundaria culmina, de forma tal que los jóvenes no prefieran estar en el centro en lugar de estudiar. El lugar tiene asimismo reglas de convivencias claras. Una de ellas es dejar el celular al ingresar y no tomarlo hasta salir. Si bien Castells reconoció que al principio “costó un poco”, actualmente los adolescentes incorporaron el nuevo hábito y construyeron vínculos más sólidos entre ellos, ya que esto les permite “conversar cara a cara sin distracciones”.
En total, el equipo de trabajo está formado por seis talleristas, cuatro educadores, dos profesores, un auxiliar de servicio, una cocinera y una cabeza de equipo, además del representante, a través de quienes, y en reuniones mensuales, se resuelven los planes y lineamientos a implementar. El centro es financiado a través de un convenio con INAU, donaciones y la contribución del Servicio de Ayuda Rural del Uruguay (SARU) con el mantenimiento del apoyo económico y la donación de materiales. Además, mantienen el contacto con la congregación religiosa de las Hermanas Franciscanas del Verbo Encarnado como eje de la asociación civil. De igual forma, Castells señaló que la mayoría de quienes se acercan al centro para conocer la experiencia que realizan desean colaborar con algún aporte, pues entienden, dijo, que vale la pena.
El valor del compañerismo
En el arduo trabajo que realizan para lograrlo, no cabe lugar al afloje o la desilusión. Por el contrario, dentro de los fines se encuentra el “dar amor al mango, aceptar al otro como es y no como yo quiero que sea, y respetar al otro sublimando las relaciones hacia el amor verdadero.
“ATR los debe preparar para enfrentar a la vida y a una sociedad penetrada y corroída por anti valores que confunden y contagian, que hay que combatir con habilidad, constancia y firmeza, pero tenemos mucha confianza en los gurises”
Consultado sobre la razón de tal labor, Castells señaló que lo que los mueve es “un amor hacia el otro” y la certeza de saber de que si no se les otorgaba esta opción a los más jóvenes, el destino seguro era pasar el tiempo libre en la calle. “Nuestro objetivo es brindarles valores dentro de los cuales es clave la amistad fuerte y sincera entre ellos”, dijo. Agregó que prevalece el compañerismo de forma tal que se ayudan entre unos y otros. La integración con la familia es otra de las patas del trabajo que el centro realiza, por lo que se intenta que los padres concurran a instancias tales como talleres de lectura o a compartir un asado entre todos, como excusa del desarrollo de los vínculos entre padres e hijos.
Se prevé que los jóvenes que ingresen al centro pasen un periodo de un mínimo de cinco años, donde lo ideal es el acompañamiento durante toda su etapa liceal. “Sueño con que los chicos egresados del liceo que se enfrenten al mercado laboral o que continúen sus estudios en la universidad y que hayan tenido su pasaje por ATR ingresen con una fuerza y una responsabilidad más grande”, confesó Castells. En este marco, dijo que a futuro se ve “sacando camadas de gurises que no sean los adolescentes que la sociedad critica permanentemente”. Es, esta apuesta por el futuro entonces, el motor que impulsará un trabajo que, si bien complejo, deja la satisfacción de sacar lo mejor del otro como prueba de que se puede tener esperanza en los jóvenes.
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