En un contexto marcado por el avance de la tecnología y el uso de las redes sociales, se torna imprescindible la regulación del uso de estas plataformas por parte de niños y adolescentes. Roberto Balaguer, psicólogo y máster en Educación, dialogó con La Mañana acerca de la necesidad de legislar sobre el tema, ya que el uso desmedido de dispositivos afecta negativamente el desarrollo emocional, social y del lenguaje. Además, brindó consejos a los padres para promover hábitos digitales saludables.
La semana pasada, usted participó del conversatorio “Uso de pantallas en la infancia y adolescencia: ¿son necesarias políticas públicas?”, en el Palacio Legislativo. ¿Cuáles fueron los principales planteos en torno a este tema?
Hay que empezar a pensar en legislar dado el lugar omnipresente de los dispositivos en la familia actual. El uso excesivo de dispositivos electrónicos durante la infancia afecta negativamente el desarrollo del lenguaje, la motricidad, la comunicación, los vínculos familiares y la salud mental. Investigaciones recientes muestran que la exposición precoz e individual a pantallas limita interacciones verbales y afectivas cruciales para el desarrollo emocional, social y del lenguaje, pero especialmente de los vínculos de apego.
¿Cuáles son las mayores preocupaciones que esto genera, dado el avance de la digitalización y el uso masivo de dispositivos electrónicos?
La interferencia tecnológica (tecnoferencia) reduce el tiempo de atención real de los adultos hacia los niños, generando frustración y deteriorando el clima familiar, generando tecnodependencia. A largo plazo, esto produce un círculo vicioso: padres distraídos generan comportamientos disruptivos en los hijos, lo que incrementa el estrés familiar y potencia aún más la dependencia tecnológica y la disfuncionalidad familiar, impactando en el desarrollo negativamente.
¿Qué efectos se han observado en los niños y adolescentes debido al uso excesivo de pantallas?
En adolescentes, el uso excesivo de redes sociales, videojuegos y dispositivos electrónicos se correlaciona con una menor calidad en las relaciones familiares, aislamiento emocional, conflictos frecuentes y dificultades en la comunicación cara a cara. El entorno digital incrementa riesgos emocionales: la necesidad de validación constante mediante redes sociales, comparación social permanente, ansiedad por no perderse experiencias digitales y normalización del aislamiento físico. La comunicación virtual carece del lenguaje no verbal y emocional, aumentando malentendidos y dificultando las interacciones reales. Un efecto pernicioso de la hiperconexión es que normaliza el aislamiento físico.
¿Qué lectura hace de la exitosa serie de Netflix Adolescencia, que retrata las consecuencias de la violencia en las redes por parte de los adolescentes?
La serie Adolescencia retrata cómo internet se ha convertido en un espacio clave para la comunicación y la expresión personal de los jóvenes. Al comienzo de la serie la Policía no logra entender el móvil del crimen hasta que un adolescente, nativo digital, guía a su padre –policía y analógico– por el mundo de las redes, los emojis y los incels [anglicismo para “célibes involuntarios”]. Ahí se hace la luz sobre los motivos del asesinato. En este nuevo entorno digital, la subjetividad juvenil se construye no solo con palabras, sino también con imágenes, íconos, performances, interacciones asincrónicas y múltiples presencias. Lo íntimo y lo público se mezclan y se reconfiguran y los efectos son reales, no virtuales. La humillación duele, aunque sea a través de un dibujito.
Sobre la pregunta del conversatorio, ¿cree que se necesitan políticas públicas para contrarrestar los efectos que esto tiene?
Absolutamente, sí. Ayudaría a los padres a establecer mejores límites en los usos de dispositivos con base en lo científico.
¿Qué tipo de medidas serían más efectivas en ese sentido?
Algunas políticas públicas efectivas que podrían considerarse respecto al uso de dispositivos electrónicos son, en primer lugar, campañas nacionales sobre el uso saludable de pantallas, dirigidas a familias, escuelas y adolescentes; y capacitación obligatoria para docentes sobre prevención y detección temprana del uso problemático de tecnología. Segundo, leyes que establezcan espacios públicos y escolares libres de dispositivos electrónicos, especialmente en horarios clave (comidas, recreos, actividades familiares en instituciones públicas); prohibición o restricción clara del uso de teléfonos móviles en aulas y comedores escolares, con excepciones reguladas. En tercer término, la regulación publicitaria: normativas estrictas sobre publicidad de aplicaciones y videojuegos dirigidos a niños y adolescentes, sobre todo aquellos que fomentan conductas adictivas o uso prolongado. Cuarto, establecer como estándar nacional límites claros de edad recomendada para el uso individual de pantallas, basados en evidencia científica (por ejemplo, desaconsejar el uso antes de los dos años y recomendar límites estrictos hasta los seis años); y exigir a empresas tecnológicas etiquetados visibles sobre riesgos y recomendaciones de uso en productos dirigidos a la infancia. Otro punto es el apoyo a las familias, a través de la implementación de programas públicos para fomentar actividades familiares alternativas al uso de pantallas, como bibliotecas públicas interactivas, espacios deportivos o recreativos comunitarios; y el acceso gratuito a materiales educativos sobre cómo manejar el uso de pantallas en casa y promover encuentros familiares de calidad. Por último, acciones en salud pública, como integrar el abordaje del uso problemático de pantallas en los programas nacionales de salud mental y pediátricos, y garantizar servicios gratuitos o accesibles para la atención psicológica especializada en problemas derivados del uso excesivo de tecnología (adicciones tecnológicas, ansiedad, trastornos del sueño).
¿Qué papel juegan los padres en el manejo del tiempo frente a las pantallas? ¿Qué consejos les daría a aquellos padres que están preocupados por el uso tan frecuente de los celulares?
Su papel es crucial, deben poner límites, orden, establecer rutinas. Y en esos tiempos de tanta conexión, generar tiempos y lugares de desconexión es una tarea no solo deseable, sino imprescindible. El rol de los adultos es mantener un diálogo abierto y constante sobre el uso digital, establecer límites claros y consensuados sobre el tiempo y contexto de uso, dedicar tiempos libres de dispositivos exclusivamente para conversar con atención plena, supervisar sin invadir, conocer los intereses digitales de los adolescentes, fomentar la autorregulación y ofrecer confianza y apoyo frente a problemas online.
¿Ve posible que los adolescentes utilicen las redes sociales de una manera más saludable a la actual?
Sí, definitivamente es posible que los adolescentes utilicen las redes sociales de forma más saludable. Para ello, serían fundamentales algunas estrategias como la educación digital desde edades tempranas, puesto que es esencial que desde la niñez se enseñen habilidades para manejar la vida digital, por ejemplo, manejo emocional ante críticas o comparaciones, gestión del tiempo en pantalla y distinción entre identidad real y digital. A su vez, promover la autorregulación, lo que significa que, en lugar de solo imponer restricciones, conviene involucrar activamente a los adolescentes en la gestión de sus propios hábitos digitales, ayudándolos a establecer objetivos saludables de uso, como la desconexión nocturna y las pausas durante las tareas. También, brindar modelos coherentes, dado que los adolescentes aprenden observando; si en casa ven adultos equilibrados en el uso de redes, serán más propensos a internalizar hábitos saludables.