Tras haberse recibido de ingeniero agrónomo, se especializó en economía. Su carrera se consolidó en el comercio internacional con trabajos en la Universidad de la República y la Cepal. Realizó su doctorado en Bélgica y se desempeñó como consultor en importantes organismos internacionales, logrando integrar la actividad académica con la práctica. Entrevistado por La Mañana, Marcel Vaillant destacó la necesidad de que Uruguay se abra más al comercio global, mejore la gobernanza del comercio y mantenga relaciones estratégicas dentro del Mercosur.
¿Qué lo motivó a dedicarse al comercio internacional y cómo fueron sus primeros pasos en esta área?
Fue un camino lento. Soy ingeniero agrónomo de la Udelar y en los últimos años de la carrera fui interesándome en la economía agraria. Me recibí en 1983 y ese mismo año me fui a estudiar a México, al CIDE, a hacer una maestría en Economía. La razón fundamental fue la oportunidad de obtener una beca del gobierno de México, que tenía como requisito dar un examen general de economía. En Uruguay era una época de restricciones y esa fue una posibilidad concreta de irme y empezar a perfilar mi interés en la economía. Luego, al regresar a Uruguay, en 1986, estuve unos meses en la Facultad de Agronomía, en la Cátedra de Economía Agrícola.
Al llegar al país se me abrieron dos oportunidades de trabajo: en el Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y en la oficina de Cepal en Montevideo. En ambos casos mi trabajo estuvo en el área del comercio internacional, así que no sé si yo elegí al comercio internacional o él me eligió a mí. La tercera actividad laboral que me marcó de forma definitiva fue cuando en 1989 ingresé al antiguo Ceipos, que fue el origen de la creación de la Facultad de Ciencias Sociales y de su Departamento de Economía [Decon].
¿Por qué eligió realizar su doctorado en Bélgica y cómo fue esa experiencia?
A inicios de los años 90 en el Decon, los investigadores empezamos a tener una circulación internacional de nuestros trabajos académicos en diferentes congresos de la disciplina en América Latina. La consigna fue que era imprescindible contar con doctorados de Economía y publicar en las revistas arbitradas de la disciplina. Hoy parece obvio, pero en esa época no lo era. A mí se me abrió la oportunidad en la Universidad Pompeu Fabra, donde entre 1995 y 1997 completé todos los créditos requeridos para continuar el doctorado ahí. Sin embargo, decidí por motivos estrictamente presupuestales buscar otro lugar con mejores condiciones para mi tesis en Europa. Ya tenía una familia formada con dos hijos escolares, no era fácil irnos todos a Europa. Dado que tenía vínculos con la Universidad de Amberes en Bélgica conseguí que el profesor Mathew Tharakan aceptara ser mi tutor de doctorado. El apoyo con el que conté fue total, por los vínculos académicos que obtuve, el tribunal internacional que se formó, los recursos para los múltiples viajes y estadía. Entre 1998 y 2000 hice mi tesis de doctorado.
¿Qué lecciones aprendió durante su doctorado?
Creo que aprendí economía en Europa en el segundo lustro de los años 90: con los cursos de la Pompeu Fabra tuve profesores de fama mundial (Mas-Colell, Markusen, Serrano, Motta, Zilibotti). Mis conocimientos de estadística y econometría, sin ser excelentes, eran adecuados, México en eso fue importante en lo básico. Pero mi formación en las columnas fundamentales de la disciplina no era buena al llegar a la Pompeu. Luego, en la elaboración de la tesis de doctorado, aprendí la autonomía que permite construir una agenda de investigación propia y apropiarse de los marcos teóricos aprendidos para modificarlos, adaptarlos y tener la ambición de desarrollarlos más allá de lo conocido.
Ha trabajado como consultor para importantes organismos internacionales como el BID y el BM. ¿Cómo recuerda su pasaje por allí?
Durante toda mi carrera tuve la oportunidad de trabajar con múltiples organismos internacionales. Mi campo de actividad es especialmente apto para hacer estas visitas. Tuve una relación intensa con la Dirección de Comercio Internacional de la Cepal y con el área de Integración Económica del BID, pero he trabajado con muchos más (Aladi, SELA, CAF, Unctad, BM y OMC). Una virtud de esta labor es internacionalizar el trabajo en lo que refiere a la interacción académica global. Esta actividad, para que sea útil para un investigador, debe lograr alinearla con el trabajo académico propiamente universitario. Esta siempre ha sido mi obsesión y creo haberme acercado a conseguirlo. Además, tuve la experiencia por tres años (2004-2006) de haber sido miembro del primer grupo de expertos que formó el Sector de Asesoría Técnica de la Secretaría del Mercosur. En ese momento me aparté de mi cargo en la Udelar. Fue una experiencia muy intensa, tuve a mi cargo un proyecto de cooperación técnica del BID para estudios sobre la integración económica donde se hicieron varias decenas de trabajos.
¿Qué es lo que más le interesa de la docencia y cómo ha influido en su trabajo en comercio internacional?
La tarea docente es parte de la formación propia. Se termina de aprender algo cuando toca enseñarlo, es el fin de la maduración de un conocimiento cuando uno se lo termina de apropiar. En una primera etapa mi actividad docente fue intensa y dispersa. Di clases de grado en casi todas las universidades en Uruguay. Luego, me fui especializando en dos cursos de posgrado y uno de grado. He sido un privilegiado, dado que tuve poca actividad docente masiva. En general, me han tocado grupos chicos con una relación personal directa con los estudiantes. Lo ideal es tener atada la agenda de investigación con la de docencia, eso a veces se puede y otras veces no tanto. He tenido experiencia internacional en la docencia, fui invitado a dar algunos cursos en la región. Hasta hoy doy clases en los cursos de política comercial que organiza la OMC como experto regional. A lo largo de mi carrera como docente, lo que más disfruto y entiendo que hago mejor es la interacción con los tesistas y la formación de investigadores que participan en los proyectos de investigación que he coordinado. Creo que este es mi mayor legado como docente, no estrictamente la actividad de aula, sino lo que viene después.
¿Cómo describiría la situación actual del comercio internacional y cuáles son las tendencias más importantes que está observando?
Desde hace una década se viene procesando un cambio en el contexto internacional, superponiéndose planos que generan efectos en direcciones opuestas. Un hito de este proceso fue el cambio de gobierno de Estados Unidos en 2017, que implicó la salida de ese país del Acuerdo Transpacífico y el inicio de una política comercial de unilateralismo agresivo. En el último lustro se le suman, además, otros dos elementos al cambio de contexto. Por un lado, un paquete heterogéneo de políticas de mitigación del cambio climático que derraman sobre las reglas de comercio al usar a los intercambios comerciales como mecanismo para disciplinar la adopción de estas políticas. Básicamente, este proceso lo lidera la Unión Europea, pero también participan otros países de la OCDE. Además, está la intensificación de conflictos geopolíticos a nivel local, pero con repercusiones a nivel global. Todo esto ha generado una erosión del sistema multilateral de comercio representado por las reglas de la OMC. Los efectos de lo anterior confluyen en una discrecionalidad y unilateralismo en la aplicación de las políticas comerciales. Se crea un ambiente de incertidumbre en la política comercial y, por lo tanto, en las condiciones de acceso al mercado.
En una dirección contraria, se encuentran las tendencias de largo plazo de la economía internacional en lo que se refiere a la construcción de reglas comerciales. El centro del escenario son los países del este, sudeste de Asia y los de Oceanía. Estos países son protagonistas de la multilateralización del regionalismo, que implica anidar una red de acuerdos en un acuerdo único de carácter plurilateral con mayores ambiciones de liberalización comercial. Dos ejemplos resumen este proceso: por un lado, el Acuerdo Transpacífico sin Estados Unidos y con el Reino Unido como nuevo miembro. Desde el año 2018 se vienen concretando ratificaciones que lo han llevado a una membresía de 12 países y seis que han solicitado ingresar, entre ellos, Uruguay. Pero también desde el 2022 está vigente el RCEP [Regional Comprehensive Economic Partnership]. Este plano del cambio de contexto tiene efectos esperados exactamente contrarios a los anteriores, al tiempo que se crea acceso al mercado, se profundiza la liberalización comercial y se genera un conjunto de reglas que aumentan la certidumbre sobre las condiciones de acceso.
¿Considera que Uruguay ha aprovechado las oportunidades para mejorar su posición en el mercado global?
Uruguay es una economía pequeña que ha ido evolucionando lentamente en su ingreso per cápita, más por el denominador (bajo crecimiento de su población) que por el ritmo de crecimiento económico. El nivel de apertura que debería tener tendría que estar en el orden de algo menos del doble del que tiene hoy. La economía debe abrirse más, reduciendo sus propias barreras al comercio y logrando mejorar el acceso al mercado en el resto del mundo. Es todo un tema que da para un solo reportaje.
¿Cuáles son los mayores desafíos que enfrenta Uruguay en términos de inserción internacional en la actualidad?
Abrir su economía, combinando un programa unilateral de apertura centrado en suscribir acuerdos pluri y multilaterales de comercio, como el recientemente aprobado acuerdo en materia de cooperación de patentes, al que hay que sumarle acuerdos en la OMA y la OMC, entre otros. A su vez, es necesario un agresivo camino de acuerdos preferenciales con terceros, entre ellos, el tratado con China y el ingreso al Acuerdo Transpacífico. Para ello es necesario mejorar la gobernanza del comercio internacional dentro de la administración central fortaleciendo los mecanismos de coordinación y empoderando al gobierno de estos.
¿Qué estrategias debería llevar adelante Uruguay para afrontar esos desafíos y mejorar su competitividad global?
Además de los cambios que se orienten a la reducción de los costos de comercio, es necesario tener una política industrial moderna que esté centrada en la productividad y en la política en materia tecnológica, promoviendo los procesos de innovación en la producción. Es necesario cambiar el foco desde las protecciones de mercados, los mecanismos de regímenes especiales hasta confluir hacia una real política en materia tecnológica, que es la política industrial plausible de ser aplicada en una economía pequeña.
¿Cuál es la importancia del Mercosur para Uruguay en el contexto actual?
Uruguay se tiene que acercar al mundo y eso debe darse en un contexto de acercarse a la región. Estos dos caminos no son sustitutos, son complementarios. El resto del mundo nos valora por la región en la que estamos, entre otros factores. Si acercarse a Uruguay implica alejarse de Brasil, nadie se nos va a acercar. Este es el difícil camino que el país debe seguir y para ello se requiere mucha sintonía fina con Brasil. Como dice un querido amigo de las tertulias mercosurianas, “ni mercopesimismo ni mercoptimismo, ni irnos ni aceptar el statu quo. Uruguay siempre fue el promotor de los cambios realistas, ejemplos sobran y esa senda tenemos que retomar”.
¿Qué cambios o mejoras cree que son necesarios dentro del Mercosur para maximizar sus beneficios para Uruguay?
Primero, completar el correcto funcionamiento de la zona de libre comercio. El problema central son los desvíos sistemáticos y la baja credibilidad del acuerdo. El comercio intrarregional es ridículamente pequeño, lo que revela este mal funcionamiento. Si se es más preciso y se mide el comercio intrarregional a través del ACE18 (propiamente el Mercosur), el uso de este instrumento cubre solo la mitad del comercio intrarregional. Existen, además, cinco acuerdos de comercio administrado en el sector automotor. Se requiere un nuevo programa creíble para completar el correcto funcionamiento de la zona de libre comercio.
Luego viene el tema de las relaciones con terceros mercados. De nuevo, el camino realista es el que hay que adoptar. Se debe armonizar en los acuerdos, pero habilitar las geometrías variables y los acuerdos bilaterales para salir de las trampas en las que se cayó por querer compatibilizar preferencias de políticas comerciales que son marcadas entre los países. La negociación en bloque no funciona, se puede aspirar a armonizar estas relaciones al estilo de lo que hacen los países que integran la Asociación Europea de Libre Comercio.
En tercer término, se encuentra la integración física, que es un plano en el que los países pueden concretar de manera clara el compromiso con la mejora en los procesos de integración, tanto en el plano más estructural de la inversión en infraestructura común, como también en todos los aspectos regulatorios que hacen a la circulación, como, por ejemplo, el acuerdo de Recife, y cumplir con el control integrado de fronteras en los lugares ya pactados.
Los beneficios del Cptpp y el pesimismo con la UE
Según un estudio reciente titulado Impactos del Cptpp y el ingreso de nuevos miembros, China y Uruguay: aplicación de un modelo gravitatorio estructural de comercio dinámico, realizado por Pedro Moncarz, Flavia Rovira, Sebastián Villano y Marcel Vaillant para el Programa Pharos de la Academia Nacional de Economía, Uruguay se vería notoriamente beneficiado con el ingreso a este acuerdo.
En el corto plazo, el ingreso al Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (Cptpp) tendría una mejora en los precios a los que vende y una reducción en los precios a los que compra, lo cual se explica por el ahorro en los costos de comercio que tiene un origen arancelario, pero que se proyecta mucho más vinculado con las diferentes medidas de facilitación de comercio asociadas al tratado. “Ese efecto se duplica en un contexto de largo plazo, donde los cambios de precios influyen sobre la acumulación de capital y por este mecanismo en el nivel de ingreso. Claramente, además, Uruguay se beneficiaría más si se da el ingreso de China al Cptpp”, aseguró el entrevistado.
En otro orden, consultado por la posible concreción del acuerdo con la Unión Europea (UE) tras más de dos décadas de negociaciones, el especialista expresó que, si bien “da tedio” responder siempre con una perspectiva negativa, “lamentablemente”, no es optimista. En esta particular coyuntura, según su visión, el problema está en la UE, aunque la situación puede cambiar y el problema pasaría a ser nuestro.
“Este asunto tiene un error de nacimiento: no tiene sentido una negociación entre dos bloques cuando uno de ellos es una unión aduanera y el otro no lo es, pero se finge que sí. La solución es bilateralizar el acuerdo y empezar por los pequeños, pero tampoco creo que eso vaya a ocurrir”, concluyó.
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