Entre libros y pinturas. Así creció el escritor uruguayo, en un hogar donde la cultura siempre fue un valor fundamental. Hijo de un artista plástico que tuvo junto a su esposa una librería, el reconocido autor empezó desde muy pequeño a forjar su camino, que derivó en una importante y muy premiada trayectoria. En su nuevo rol, el también profesor y periodista se enfrenta al desafío de reconvertir a la Biblioteca Nacional para atraer a nuevos lectores.
Nació en Maldonado hace 41 años. ¿Cómo recuerda su infancia? ¿Cómo era la vida en el departamento?
Yo me siento muy fernandino. Mi padre era artista plástico y crecí en el seno de una familia donde la cultura siempre fue muy importante. Mis papás tuvieron una librería, entonces aprendí a leer precozmente. Me gustaba mucho la geografía y tenía mucha memoria; sabía las capitales del mundo, las banderas. Tuve una vinculación natural desde chico a los libros, a la cultura, que es una etapa inicial esencial para el conocimiento del mundo. Era un hogar muy particular, de un artista, entre Maldonado y Punta del Este –porque varias veces nos mudamos-.
De adolescente tuve una banda de rock de garaje en la casa de un amigo. Yo tocaba la guitarra y cantaba. Y mi vinculación con el mar, con la costa, para mí siempre fue fundamental, así como el aire, la salinidad, el paisaje, el hecho de ir a caminar por la playa. Eso significó un ambiente de libertad, de disfrute, de hedonismo, con la naturaleza, que me marcó.
Hubo una gran influencia de su familia, entonces, en el camino que usted terminó tomando.
Sí. Yo soy profesor de Idioma Español y Literatura, y siempre tuve muchas bibliotecas. Por suerte mi casa tenía muchos libros; vivía rodeado de papel y de telas –mi padre era pintor de óleo sobre tela-.
Estudié profesorado (en el Centro Regional de Profesores del Este), estudié un año en Cinemateca Uruguaya, en Montevideo, y me volví a Maldonado para terminar mi carrera como profesor. Egresé y trabajé en varios liceos allá.
En 2005 me vine para Montevideo, empecé a trabajar en el diario El Observador y al mismo tiempo cursaba la carrera de Periodismo en la Universidad Católica. Cursé los cuatro años, pero me faltan algunas materias y la tesis.
¿Es una cuenta pendiente terminarla?
Ahora hicieron una reforma que si vos presentás un libro de tu autoría, puede funcionar como trabajo final. Yo publiqué varios libros y por suerte bastante premiados, pero en este momento no me lo planteo. Disfruté mucho ese período, pero mi verdadera universidad fue la redacción de El Observador. Por suerte tuve muy buenos docentes como Tomás Linn, Nelson Fernández, Pablo da Silveira –ahí lo conocí y luego me fui haciendo su amigo-.
“Mis abuelos me regalaron una vieja máquina de escribir Olivetti Lettera y comencé a tipear algunos poemas por el año 95, de manera muy intuitiva”
Decía que creció rodeado de libros y empezó a leer a temprana edad. ¿En qué momento comenzó a incursionar en la escritura?
Yo fui al Liceo Departamental de Maldonado, donde hice un montón de amigos que conservo al día de hoy, y crecí en un ámbito muy horizontal, en el sentido de que estaba en contacto con estudiantes de distintas clases sociales. Es algo bastante usual en los liceos departamentales, donde en tu clase hay gente de todos los estratos y eso te hace conocer diferentes realidades.
En ese ambiente bastante idílico, donde había mucha bicicleta, playa, libertad y también estudio y esfuerzo, fue que empecé a escribir poesía y algunos cuentos. Mis abuelos me regalaron una vieja máquina de escribir Olivetti Lettera y comencé a tipear algunos poemas por el año 95, de manera muy intuitiva.
Luego arranqué a escribir de forma un poco más consistente, cuando inicié el profesorado. De ahí salieron mis primeros cuentos, que fueron los que luego mandé al Concurso Narradores de la Banda Oriental, cuyo conjunto se llamó Jaula de costillas. Ese fue mi primer premio, en el año 2007. Ahí ya estaba trabajando en el diario, lo que me hizo tener un entrenamiento muy importante porque es un gran campo de experimentación de cómo contar historias.
¿Cómo fue que pasó de la docencia al periodismo?
La docencia me gustaba, pero para dar bien una clase –y yo intentaba hacerlo lo mejor posible dentro de mis capacidades- tenés que dejar el alma en la cancha. El profesor es un poco un actor de teatro, un orador y un psicólogo. Yo sentía que era un desgaste muy grande y mi interior necesitaba otra cosa, me pedía escribir, reorientar mi vida, y así fue que abandoné las clases. El último año en el que di clases fue el 2006, acá en Montevideo, y a partir de ahí me dediqué al periodismo y a la literatura.
Hasta hace poco, además, formaba parte de la Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado.
Exactamente. Yo trabajé entre el 2015 y febrero de 2020 como director de Programación Cultural de la Intendencia de Maldonado. Eso significó para mí una vuelta al departamento porque había estado un montón de tiempo fuera, entre el 2005 y el 2015, lapso en el que viví en Montevideo.
Luego de haber sido un crítico exterior de un montón de cuestiones –como periodista-, tenía la chance y la responsabilidad de actuar desde adentro y de ser el que propusiera. Pensé que podía aportarle algo a la comunidad donde había nacido y crecido, y por eso acepté. Fueron años intensos, donde mantuve mi casa en Montevideo, pero viajaba a trabajar a Maldonado, o sea, fue bastante cansador en ese sentido.
Se organizaron cosas muy lindas. Se le dio mayor relevancia al Festival Internacional de Cine de Punta del Este, se reorganizó la Feria del Libro de Maldonado, el Encuentro de Escrituras; hubo un montón de actividades que hicimos en todo el departamento que me dejaron muy contento. Tuve la experiencia de gestionar la cultura desde el ámbito público, con todos los resortes que eso tiene.
“Durante mucho tiempo la Biblioteca Nacional fue como un ámbito cerrado, donde cuanto menos se supiera, mejor”
Mencionaba que en 2007 obtuvo su primer premio. A lo largo de su trayectoria llegó incluso a ser seleccionado en la lista Bogotá39 de 2017, como uno de los mejores escritores de ficción de América Latina menores de 40 años. ¿Cómo fue para usted haber recibido ese reconocimiento?
Yo estuve un montón de años sin escribir ficción. Publiqué mi primer libro de cuentos en 2007, Jaula de costillas, y en 2013, tras un largo lapso de seis años en los que me dediqué puramente al periodismo –inclusive estoy pensando en reunir en una antología textos periodísticos-, publiqué mi segundo libro de cuentos, que se llamó Entre jíbaros.
A partir de ahí inicié dos proyectos muy grandes que me llevaron varios años: una novela que se llamó ¡Cómanse la ropa!, que en 2016 ganó el Premio Onetti de la Intendencia de Montevideo en la categoría novela inédita, y una investigación de tres años y medio, que fue la biografía de Carlos Real de Azúa, que ganó el Bartolomé Hidalgo y el Premio del Ministerio de Educación y Cultura en la categoría ensayo y biografía. Esos dos libros fueron un espaldarazo importante, me posicionaron en el ámbito uruguayo como un escritor dentro de la camada de la nueva generación, como alguien que empezó a hacerse un nombre.
Ahí se hizo un llamado continental a distintas editoriales para que mandaran postulantes (para la lista Bogotá39). Banda Oriental, muy generosamente, a pesar de que yo hacía años que no publicaba con ellos, me conectó para que mandara mi postulación. Un jurado muy riguroso determinó que Damián González Bertolino, mi gran amigo que también es de Maldonado, y yo, fuéramos los representantes de Uruguay entre 39. Fue un orgullo y un lindo reconocimiento. Eso a su vez significó que yo me vinculara con la editorial Penguin Random House, con la que publiqué mi última novela, Revolución en sepia.
¿Qué lo llevó a hacer un libro sobre Nacional?
Es un libro muy particular, que une varios de mis amores, porque habla del Club Nacional de Football, del que soy fanático, y además lo generé con mi esposa Elena Risso. Fue importante porque en 2013 (el año de publicación) se cumplieron los 25 años de la gesta del 88. Aparte, hasta el momento no se había escrito un libro dedicado a un año en particular de un equipo de fútbol. Es un libro que no tiene un narrador, sino que es una larga concatenación de testimonios de los jugadores. Creo que logramos algo lindo, nos conectamos con nuestros ídolos.
¿Tiene en mente algún proyecto literario para el futuro?
Tengo en carpeta una novela relativamente breve que ya la tengo ideada y estoy intentando acomodarme un poco a nivel laboral para empezar a escribirla. Es probable que para la segunda mitad del año arranque con eso.
¿Cómo tomó el nombramiento para dirigir la Biblioteca Nacional de Uruguay (BNU)?
Fue una noticia linda, en un momento particularmente triste de mi vida, porque en diciembre del año pasado falleció mi padre –muy joven, con 59 años- y fue una situación complicada a nivel familiar.
En enero nos reunimos en Punta del Este con Pablo da Silveira y me ofreció el cargo. Yo ya había tenido varias reuniones con él y sabíamos que era muy probable que compartiéramos algún proyecto si el resultado electoral acompañaba. Nos respetamos y nos queremos mutuamente, y hay mucha confianza. Él consideró que la BNU era un lugar propicio para que yo estuviera y a mí me gustó la idea. Es un lindo desafío y creo que puedo aportarle algunas propuestas para que se mantenga vigorosa.
¿Por ejemplo?
La institución necesita hacer un trabajo de introspección, de conocerse más y mejor a sí misma, y luego lanzar hacia afuera todo su potencial. Lo principal es un plan de comunicación que empezamos a aplicar desde la primera semana de marzo y que la pandemia potenció, porque la gente estaba encerrada y miraba mucho las redes sociales, donde hicimos un gran cambio de imagen.
Es una biblioteca pública, se debe a todos los uruguayos y tiene que salir a territorio. Para ello es importante acelerar el proceso de digitalización del acervo, porque eso democratiza, hace que cualquier persona pueda acceder desde el lugar que sea. La BNU nunca va a dejar de ser ese lugar tradicional donde la gente viene, pide un libro en formato papel, se lo dan y va a la sala de lectura. Pero en simultáneo tiene que ofrecer otras facilidades que la tecnología permite.
La BNU es un gran centro cultural; tiene en el sótano una gran sala de teatro y de espectáculos que es el Auditorio Vaz Ferreira, que está administrado por el Sodre, pero pretendemos hacer una serie de actividades de cogestión allí. Al mismo tiempo, es una editorial, porque publica no solo la revista que sale cada año, sino además, libros de colaboradores y de integrantes del grupo de investigadores.
“El mundo editorial siempre está en el borde porque tiene un montón de desafíos tecnológicos, los libros electrónicos, las plataformas, la guerra contra el papel. Pero, increíblemente, al mismo tiempo, Uruguay tiene una cantidad bastante interesante de editoriales”
¿Cómo se manejará el tema presupuestal en un contexto tan complicado?
En estos momentos se están discutiendo esos proyectos y es un enorme desafío. Esta administración empezó con un balde de agua fría. La emergencia sanitaria repercutió en las arcas nacionales, en la situación de la economía y de la sociedad en general, pero incluso con un presupuesto apretado hay que explotar la creatividad.
¿Qué evaluación hace de la gestión anterior y en qué le gustaría innovar?
La BNU tuvo poca presencia fuera de Montevideo, quizás pecó de ser demasiado capitalina, y tiene la responsabilidad de llegar a todo el país. Durante mucho tiempo fue como un ámbito cerrado, donde cuanto menos se supiera, mejor; todo el mundo sabía dónde estaba, pero poca gente sabía lo que pasaba puertas adentro. La institución tiene que comunicar lo que está haciendo, generar algunas noticias, como la del Día del Libro, que recibió la donación de la biblioteca de Tomás de Mattos, uno de los narradores más importantes de los últimos 40 años y exdirector de la BNU.
¿Cree que el uruguayo promedio lee, considerando que cada vez hay más competencia en materia de entretenimiento?
El mundo editorial siempre está en el borde porque tiene un montón de desafíos tecnológicos, los libros electrónicos, las plataformas, la guerra contra el papel. Pero, increíblemente, al mismo tiempo, Uruguay tiene una cantidad bastante interesante de editoriales, muchas veces del ámbito independiente.
En cuanto a la lectura de libros, nosotros tenemos algunas cifras que coinciden con el perfil de usuarios de nuestras redes sociales, que indican que sobre todo leen las mujeres. Gracias a que las mujeres leen tanto es que se mantiene en pie el mundo editorial. Eso genera un gran desafío de intentar captar nuevos lectores en otros grupos.
En los 70, los 80, la cantidad de usuarios de la BNU era 10 veces más grande que ahora. En el medio vino toda la explosión tecnológica, la revolución de las tecnologías de la información y comunicación, y cambió la forma de leer. La institución tiene que tender, con esos nuevos lenguajes, a recuperar lectores.
¿Cómo analiza ese impacto de los medios digitales en el papel?
Es un fenómeno multicausal. La irrupción de la tecnología en el mundo de los libros produjo, entre otras cosas, el surgimiento de un monstruo como Amazon, que permitió un nivel de llegada del mercado editorial gigantesco. Cambió la forma de lectura, influyó en las reglas del mercado, pero, simultáneamente, siguen viviendo milagrosamente esos pequeños focos de resistencia que son las editoriales independientes.
¿Qué efecto tuvo la pandemia en los lectores? En una reciente entrevista con La Mañana, el comunicador Humberto de Vargas dijo que el encierro fue una oportunidad para la televisión. ¿Pasó algo similar con los libros?
Sí, pasó también. Yo compro en distintas librerías y en marzo fui a comprar un libro y le dije al vendedor: “che, ¿está complicada la cosa?”. Me dijo: “no, estamos vendiendo muy bien”. El cierre de los shoppings los benefició, ahora reabrieron y eso quizás haya cambiado, pero vivieron un pequeño veranillo, acrecentaron las ventas y tuvieron una cantidad de lectores importante.
La BNU, por su parte, recibió muchísimas consultas virtuales de gente que estaba investigando y que aprovechó esas semanas muertas para leer en distintos formatos. Nunca dejó de funcionar, sí cerró al público, pero siempre mantuvo trabajo interno.
La incursión en la enología y las puertas abiertas al cine
Valentín se define como “alguien que intenta generar entusiasmo”. A él y sus tres hermanos, sus padres les transmitieron los valores de la cultura, la formación, la importancia de lo inmaterial, del arte, de la creatividad y la generosidad. Creció en un ámbito cultural muy diverso, rodeado de pinturas y libros. Su padre era pintor y su madre “el pilar de la familia”. “Ella fue la persona que junto con mi viejo crio cuatro hijos y sacó adelante el hogar; es una gran ama de casa y una persona muy culta y sabia”, cuenta a La Mañana.
Está casado con la periodista Elena Risso, con quien tuvo a Juan Lázaro hace cuatro años. También tiene una hija de 18 años, Julieta, producto de una relación anterior.
Durante un tiempo su gran hobby fue hacer vino con su amigo, el periodista Martín Viggiano. “Luego él se dedicó a la enología y yo me dediqué a los libros, pero hacíamos vino artesanal”, rememora. Su hobby actual es caminar. Admite que debería practicar más deportes, pero un esguince le impidió seguir jugando al fútbol. Aparte de las caminatas, cuando puede, sale a andar en bicicleta.
Además de haber estudiado cine, tiene algunos guiones escritos y “buenos amigos” vinculados al mundo cinematográfico que tienen interés en filmar alguno de sus cuentos o novelas, por lo que no descarta, en un futuro, introducirse en esa actividad.
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