Sin lugar a dudas el arroz es el cultivo de verano que tiene el mejor comportamiento del punto de vista agronómico. Pero esto es válido solo en términos estadísticos.
Este es un año clave para los productores que se resistieron a bajar los brazos y que han podido sobrevivir a 5 años consecutivos de números rojos en el cierre de sus cuentas post-cosecha. Si bien hubo algunas dificultades en el primer semestre que enlentecieron la comercialización de la zafra 18/19 las señales del mercado encienden ciertas luces que les hace abrigar algún optimismo: la producción de Estados Unidos, gran competidor del arroz uruguayo, por razones climáticas, se reduce en 1.5 millones de toneladas (más que una zafra entera nuestra) y algún problema en los monzones de India haría prever alguna disminución en ese coloso -productor y exportador – de Asia.
Y en lo interno también se enciende alguna lucecita: cierta adecuación un poco más realista del tipo de cambio, siempre y cuando no se aumente la tarifa del combustible y la energía eléctrica, reduce los desorbitados costos de producción y comienza a devolverle competitividad al sector. Hasta los pronósticos que excluían la posibilidad de un “año niño”, todo estaba confabulado para dar la sensación que los astros se habían alineado para devolverle algo del optimismo perdido, al otrora pujante sector arrocero!
Pero fue pisar el mes de octubre y se instalaron las copiosas precipitaciones con groseros registros, que interrumpieron de cuajo la siembra y todas las tareas concomitantes de movimiento de tierra vinculado a ese operativo. Y se va el mes de octubre y el promedio de lo sembrado apenas supera el 20% de la superficie de la ya reducida área de cultivo. Y todo lo que se implante a partir del 10 de noviembre va en detrimento de un rendimiento que hoy más que nunca se necesita que no sea esquivo.
Don Ricardo Ferres, líder del sector y hombre de arraigada Fe, siempre repetía: “Dios apreta pero no asfixia…”