Uno de los temas más relevantes que implica una mirada de largo plazo, tiene que ver con la situación poblacional y la tenencia de la tierra, sobre la que varios conspicuos voceros del sector agropecuario han expresado su inquietud, como es el caso de Gabriel Capurro, el presidente de ARU.
En su discurso en el cierre de la Exposición del Prado y en numerosas oportunidades, Capurro se refirió críticamente al proceso de concentración y extranjerización de la tierra y la despoblación de la campaña que se dio en los últimos años, desde los primeros años de este siglo. Remarcó que casi la mitad de la tierra productiva del país cambió de manos y que desapareció un gran número de pequeños productores.
Estos temas, con toda su amplitud y complejidad, requieren un estudio en profundidad que sería muy útil encarar para saber en qué país vivimos y hacia dónde vamos.
Lo primero a considerar: los procesos que llevaron a la situación actual ya están consolidados, son hechos consumados y no hay marcha atrás que pueda ensayarse desde el Estado. La propiedad y tenencia de la tierra adquirieron perfiles nuevos que no será fácil modificar, ni por acción pública ni por los mercados. Seguramente, tampoco será posible cambiar drásticamente los rasgos poblacionales y laborales de la campaña ni a corto ni a largo plazo.
El ritmo de los cambios
El cambio de propiedad de la tierra en los últimos años está precisamente señalado por la información oficial, recopilada por la oficina correspondiente del MGAP, la DIEA, que toma los datos de la Dirección General de Registros, del MEC.
DIEA publica una actualización semestral de la compraventas de campos productivos, excluyendo las superficies menores a 10 hectáreas, y aquellos que no se destinen a la producción agropecuaria, cuyos valores correspondan a su localización especial o al uso al que se destinen, como las áreas turísticas, por ejemplo.
En el período de 20 años informado (proyectamos el 2º semestre de 2019), se vendieron 8,5 millones de hectáreas, más del 52% de la tierra productiva del país. Los años en los que se vendió más área fueron los que van de 2003 a 2008, inclusive. En esos seis años, 4,6 millones de hectáreas cambiaron de manos, casi 770 mil hectáreas por año, con un pico en 2005 y 2006 de más 850 mil hectáreas en cada uno de los años (ver gráfico).
Ese proceso de ventas recalentado finalizó en 2009, cuando baja un escalón grande, a unos 340 mil hectáreas en los años siguientes hasta 2014, que vuelve a caer: en los últimos 6 años el promedio de ventas ronda las 166 mil hectáreas anuales.
Los precios
El precio de la tierra fue subiendo vertiginosamente hasta el año 2014 cuando superó los US$ 3.930 por ha, 10 veces más de lo que se pagaba en los primeros años de la serie. El más bajo fue el 2002, con US$ 386, con la crisis económica y la aftosa dominando el escenario.
Desde ese pico hasta el presente, los valores tendieron a la baja, y los últimos datos sitúan el precio en torno a los US$ 3.700 por ha, pero con mucho menos área vendida. Si a los precios corrientes se los corrige por el índice CONEAT, la caída es mucho mayor. Los operadores del mercado estiman en torno a 30%, como mínimo, la baja desde 2014 hasta ahora.
Pero no analizamos en esta instancia el precio de la tierra sino los fenómenos vinculados a la propiedad y concentración.
Ajustes, nacionalidades
Algunas advertencias que deben tenerse en cuenta: en las 8,5 millones de hectáreas que se vendieron en este período hay muchos campos que se vendieron más de una vez, así que la superficie total que cambió de propietario (histórico) es bastante menor.
Algunos estudios de años atrás estimaban en un 20% la superficie involucrada en más de una venta; si ese porcentaje se mantuvo en todo el tramo, el área total vendida desde el 2000, sería del orden de las 6,8 millones de hectáreas, un 42% de la superficie productiva total, que alcanza unas 16,2 millones de hectáreas.
La mayor parte de esos campos fueron adquiridos por extranjeros, algunas personas físicas, pero mayoritariamente grandes sociedades anónimas, fondos de inversión, fideicomisos, y otras figuras jurídicas de ese tenor, en las que no puede individualizarse una persona física como propietaria.
El Censo Agropecuario de 2011 muestra que los uruguayos eran titulares del 81% de las explotaciones, pero representaban menos de la mitad de la tierra productiva. La otra mitad era de extranjeros o de formas jurídicas que no permitían identificar la nacionalidad del productor. Obviamente, la mayoría son empresas extranjeras, las más grandes, las forestales.
No hay marcha atrás
Esta estructura de propiedad y tenencia de la tierra tiene rasgos irreversibles, aunque en el margen, con el paso del tiempo, se registren cambios de poca significación. Al caer la rentabilidad de la producción agropecuaria en casi todos los rubros, con un fuerte cimbronazo en la agricultura, que había sido el gran dinamizador del proceso, muchos inversores buscaron retirarse, pero al bajar el precio de la tierra no se han sentido demasiado entusiasmados en asumir “la pérdida”.
Esto ocurre aunque pudieran haber comprado mucho más barato que el precio actual hace unos años, hasta el 2012, aproximadamente. Los nuevos propietarios no están acuciados por las deudas, como sí estaban los que vendieron obligadamente en la primera década.
De todos modos, lentamente, algunos van vendiendo, a uruguayos, o a extranjeros. Las turbulencias en Argentina podrían eventualmente provocar una nueva oleada, esta vez más pequeña, de inversores de ese país. Los números del negocio no les resultan atractivos – la tierra vale mucho más que en la década pasada y los márgenes de la agricultura se hundieron-, aunque la seguridad jurídica en nuestro país y la cercanía pueden estimular alguna operación.
¿Es bueno o es malo que haya tanto campo de propiedad de extranjeros? Habrá distintas opiniones, pero la situación está consolidada, no hay forma de modificarla, salvo que el Estado expropie millones de hectáreas y las reserve para los locales, hipótesis tan imposible como absurda.
Los chicos
Entre el Censo de2000 y el de 2011, las explotaciones agropecuarias de menos de 20 hectáreas cayeron de 20.464 a 12.089, casi 8.400 menos. También bajaron, aunque en menor porcentaje, los de 20 a 50 hectáreas: pasan de 15.581 a 12.613. En la suma, las explotaciones productivas menores a 50 hectáreas bajan 10 mil unidades: de 29,4 a 19,5 mil.
La desaparición de los pequeños productores como empresarios independientes está normalmente calificada como un desastre, pero depende para quién. La tierra escasa esclaviza, y el pequeño productor, el propietario de pocas hectáreas, acarrea muchas veces una vida y varias generaciones en su espalda de lucha infructuosa sin poder prosperar, siempre carenciado, siempre corriendo de atrás. En el camino se le fueron los hijos, que no quieren saber nada de una vida tan sacrificada, y se fue quedando solo, con la patrona, en el mejor de los casos; envejeciendo, sin esperanzas. Un día, por factores que nada tienen que ver con su peripecia, viene un citadino, a veces extranjero, que le ofrece por su castigado campito lo que nunca imaginó, un platal, para su criterio; al rato ya tiene el mono hecho y se va feliz a toda velocidad al pueblo, a jubilarse, a comprar una casa, a encarar otra vida. Ese es otro partido, que tendrá luces y sombras diferentes, se perderán ventajas de la vida de campo, claro, pero ganará en sociabilidad, en cercanía a los servicios, en comodidad. Que cada cual valore lo que considera bueno o malo: no está bien que se le diga desde afuera lo que tiene que hacer.
El nuevo propietario, a veces encara un proyecto productivo, intensivo en capital, porque la tierra es poca; otras veces simplemente construye una piscina, arregla las casas y el parque, y destina el campito al solaz y esparcimiento. A veces se trata de gente urbana de buenos ingresos que prefiere vivir fuera de los pueblos. O, también se ven, que chacras cercanas a los pueblos y ciudades, se reconvierten en emprendimientos turísticos, clubes, espacios festivos de los que siempre careció el interior, toda una novedad para el pago rústico y austero tradicional. Hay muchas historias, pero estas son algunas de ellas.
Los predios pequeños no son normalmente de interés para las grandes empresas, ni son significativos para medir el proceso de concentración de la tierra. DIEA ni siquiera considera los menores de 10 hectáreas en la estadística sobre compraventa de campos.
Los trabajadores
El productor que vende su campo y abandona la tierra difícilmente vuelva a vivir en la campaña, entre otras cosas porque generalmente se trata de gente de cierta edad. No es el caso del trabajador que deja de dormir en el campo, en la estancia o en la chacra, y se muda al poblado más cercano. Ahora hay caminos para la moto, a veces hasta para el ómnibus, y, como cualquier trabajador urbano va y vuelve del trabajo a su casa a pernoctar. No será registrado como poblador rural sino como urbano, sea de una población de menos de 5 mil habitantes, o de una ciudad.
Aunque en el campo las comodidades han mejorado mucho con la luz eléctrica, teléfono celular, internet, caminos transitables y vehículos apropiados, el instinto gregario y las mayores oportunidades impulsan a mucha gente a emigrar a los centros poblados. No son expulsados de la tierra, eligen esa opción.
A veces, los trabajadores rurales son reclutados por otras actividades, como la construcción, gran aspiradora de gente en los booms, pero que no garantiza permanencia. Otras veces los camperos son atraídos por algún rubro zafral nuevo, que paga sueldos altos, como fue recientemente el caso de los arándanos, pero que suelen ser efímeros. Cuando se termina la changa, algunos vuelven a buscar trabajo en los establecimientos, otros ya no vuelven más.
El tema da para mucho más, por ahora queríamos marcar esos puntos: la irreversibilidad de los procesos que llevaron a la concentración de la tierra, con gran participación de empresas extranjeras, y, por otro lado, no necesariamente vinculado con lo anterior, a la emigración de los pequeños productores y trabajadores asalariados rurales hacia la ciudad, que no debe verse obligatoriamente como una catástrofe.
Los sistemas productivos predominantes en nuestro agro no requieren demasiados trabajadores viviendo en el medio rural. Como en EEUU y en otros lados, alcanza con un 5 % de la población total dedicada a esas tareas para obtener las producciones necesarias para cubrir la demanda interna y las exportaciones posibles.
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