Oriundo de Grecco, José Figueras es uno de los tantos trabajadores rurales cuyo trabajo es fundamental para el desarrollo de la Expo Prado. En conversación con La Mañana, contó su historia de vida y cómo aprendió a desempeñar las tareas de campo y lo que vive en cada exposición
La Expo Prado conjuga a un país entero. Es allí donde el campo y la ciudad se estrechan en el encuentro. Al ingresar al predio los visitantes se hallan con grandes animales, ante los cuales surgen las fotos, las preguntas, la curiosidad. Es, para muchos, la oportunidad de aprender y conocer sobre el país productivo que hay detrás. Sin duda alguna que este evento demanda del trabajo de miles de uruguayos que llegan desde varios rincones del territorio. Puntos en el mapa desconocidos para muchos, en los que hay sacrificio e historia.
En uno de los inmensos galpones de bovinos del predio, los animales, echados sobre la dorada paja, reciben miradas curiosas y caricias rápidas de los visitantes. Sus cuidadores van y vienen en el trabajo continuo que significa la asistencia a esta muestra. Sentado sobre un fardo, José Figueras comparte un caliente mate con sus compañeros. Han recorrido más de 400 kilómetros para venir a la capital. A pesar de que para muchos la mañana recién comienza, hace varias horas que está en pie. Se ha levantado a las tres de la mañana, ha limpiado el lugar que se le ha asignado a la cabaña de la que es encargado, lavado y alimentado a los animales y ahora charla con sus compañeros, aunque sin quitar su vista a los enormes polled hereford que cuida.
La historia de Figueras es similar a la de tantos trabajadores rurales que reúne la ocasión. En este caso, el encargado es oriundo de pueblo Grecco, aunque su hogar de origen estuvo enmarcado por el campo. Asistió a una escuela rural en Puntas de Rodríguez donde algunos días iba a caballo, otros a pie, y trabajó en las tareas agrícolas y ganaderas desde muy pequeño. A sus seis años ya montaba en caballo y arreaba ganado. Su vida no se puede separar del campo. Tanto así que cuando a sus 19 años vino a estudiar a Montevideo, sólo pudo permanecer unos cortos tres meses. “He difícil de cambiar el vínculo que uno tiene con la naturaleza y los animales. Y un día te pasa que estás en el lugar más cómodo, pero ves un animal y no se te borran los recuerdos. Es difícil”, dice en entrevista con La Mañana.
Cuidar del campo desde adentro
Fue por eso que volvió a su pueblo natal y se dedicó desde entonces a desempeñarse en múltiples oficios que hacen a la tarea rural. Hoy trabaja en la cabaña El Progreso de Bernardo Nadal Maisterra desde hace tres años. “Allí uno trabaja tranquilo. Me levanto a las cinco de la mañana, trabajo hasta las seis de la tarde”, describe. Allí hace uso de los conocimientos que le dio la vida misma. “Cuando vivís en el campo la vida te enseña todo. Si sos observador y preguntas, ya está”, admite.
Sin embargo, las tareas que realiza son complejas. En el prado expondrá a los animales que crio desde pequeño. Señala que uno de ellos que hoy pesa 1300 kilos era “bravísimo” cuando era tan solo un ternero. “Me tenía que sentar arriba para que se parara”, ilustra Figueras. Hoy son un orgullo para él y presta especial atención a que los animales no se estresen luego de un tan largo viaje. “Hay que tener mucha paciencia, porque los animales también son como nosotros, a veces andan mal. Hay que conocerlos, es complicado, y a veces no tenes tiempo suficiente. Yo aprendí a conocerlos porque la vida te enseña, para esto no se estudia, eso tenerlo por seguro”, advierte.
La preparación de los animales para el Prado ha demandado “una vida”, según explica. “Es una carrera que es una cadena”, dice. Apenas nacido el bovino, a través de su línea de sangre, uno ya sabe que tendrá potencialidades. Para eso la cría es especialmente atenta, sobre todo para que no se lesionen debido a su peso, indica el criador.
Debido a un ACV, Figueras no pudo asistir al Prado pasado. “Por eso este año me vine a llevar los premios”, asegura. Y es por eso, entonces, que su dedicación a los vacunos es total. Pero esto le deja tiempo para el contacto con la gente. “Acá no tenes problema, la gente me pide foto y yo le doy para adelante. Además es hermoso la reacción de los gurises. Pero claro, uno siempre tiene que estar atento”, enfatiza.
Al terminar la entrevista, Figueras acaricia al animal, que agita su cabeza lentamente. Detrás de él un niño se asoma curioso. El encargado le explicará entonces las preguntas que surjan y así el campo y la ciudad se retroalimentarán.
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