Quienes recorren las calles de Montevideo, las rutas, ciudades y pueblos del Interior, ven plasmados en la realidad, los malos números del empleo nacional. Lejos quedaron aquellos años de bonanza, cuando la economía andaba en “Fórmula Uno”.
Hoy, a duras penas recorre el camino con paso cansino. Se percibe en la gente. Se percibe en los comercios que cierran, en las industrias que mandan sus trabajadores al “Seguro de desempleo”, en quienes buscan trabajo y no encuentran (sobre todo los más jóvenes), en quienes encuentran esperanza en la partida al exterior.
El veinte por ciento de los uruguayos vive desperdigado por el mundo. Cuando en la segunda mitad del siglo XX, la economía uruguaya se frena, el Uruguay se convierte inexorablemente en exportador de su propia gente. La “Suiza de América” se desmorona. ¿De qué sirven una Constitución de avanzada, leyes magníficas de protección social y derechos, si no hay bienestar para repartir? Sin trabajo, sin un plato en la mesa, sin vivienda, sin dinero, no hay esperanza ni aparato legal ejemplar que sirvan. Para muchos uruguayos la opción fue el éxodo.
El Partido que gobierna desde hace tres períodos, recibió el viento a favor durante al menos diez años. Quienes nacimos después de los ´50 nunca habíamos vivido una situación tan favorable en lo económico. Era el viento de los precios de las materias primas e inversiones como hacía mucho el Uruguay no recibía.
Se sabe que gobernar no es sencillo. Es difícil mantener el equilibrio. El gobierno del FA logra llevar adelante una política social de recuperación salarial, que para muchos sectores era absolutamente necesaria. (A pesar de que hubo sectores dejados de lado mediante una flagrante discriminación ideológica).
Cuando el final del viento de cola desaparece y además comienza a soplar un fuerte viento de frente, las autoridades o no vislumbran lo que se viene o lo subestiman y no encuentran un nuevo equilibrio. El gobierno se deja llevar por la inercia (algunas veces por la inacción) y el necesario golpe de timón no llega. Hay que considerar que hay fuerzas internas que no quieren y no permiten cambiar. Tal el caso de la central sindical. Los sindicatos prefirieron hacer el ajuste a través del desempleo.
Pero quizás una mirada economicista sea avara con la realidad. ¿Cuáles son los factores que coadyuvan en el progreso y el bienestar? ¿Solo los precios? ¿Las relaciones de costo y beneficio? ¿La disminución de impuestos? ¿Las exoneraciones estatales de diversa índole?
¿Los acuerdos comerciales? Parece que no.
Cuando se recorre “el campo”, a nadie escapa que hay varios sectores golpeados: arroz, leche, miel, soja, lanares, citrus, vitivinicultura, por citar algunos.
Cuando se recorre la zona turística es sencillo observar que se viene de una temporada terrible. Los problemas argentinos, en especial de la devaluación de su moneda, fueron terminantes. El gobierno se mostró con perezosa capacidad de reacción.
También se recorren la industria, el comercio, los servicios y la situación es similar y lejos de ser buena.
No hay trabajo sin inversión.
Con esta situación presente ¿por qué esperar hoy un incremento de la mano de obra ocupada? ¿Comprenden las autoridades que sin inversión no hay trabajo? Es razonable el Estado como proveedor de mano de obra en la etapa de contracción del ciclo. Pero las micro, pequeñas y medianas empresas son la principal fuente de trabajo de este país. Y los gobiernos que abandonan las “micro y pymes” a su suerte generan situaciones de dificultad en la economía. No se requieren prebendas ni concesiones de escándalo. Se requiere un marco inversor.
¿Hay inversión sin seguridad?
Podemos interrogar al propietario de un quiosco, o de una estación de servicios o de un restorán. A ver qué nos cuentan de la violencia.
Podemos interrogar al productor ganadero ¿qué nos dice del abigeato o de los perros sueltos que impiden la producción ovina? ¿Qué dice el productor lechero a quien le carnean las vacas?
Industria y servicios tampoco pueden emprender sin seguridad. ¿Qué nos dicen de la ocupación violenta? Sin embargo las autoridades, que dan innumerables muestras de ineficacia, nos dicen además que la situación de seguridad no tiene arreglo.
No hay seguridad sin educación.
La educación es piedra fundamental. No es difícil encontrar la correlación positiva entre educación y seguridad. Cuando las pruebas de evaluación internacionales (que algunos pretenden evitar) nos dan mala nota, sin demasiado esfuerzo se puede pronosticar el deterioro de la seguridad.
No hay educación sin libertad.
La educación ya no se puede concebir sino en un ámbito de libertad. Los fundamentalismos son destructores de libertad. La educación sin libertad es una condena para los ciudadanos.
Imagine el lector cuánto ganará esta sociedad cuando la inversión, la seguridad, la educación y la libertad soplen nuevamente con fuerza. ¿Cuántos puestos de trabajo serán recuperados y creados?
Está en nuestras manos la aplicación del círculo virtuoso de bienestar.