El país, el mundo en realidad, está, están, estamos, viviendo una circunstancia excepcional, por lo dramática y peligrosa, en la que cunden las tragedias y todo está puesto en cuestión por causa de la pandemia. En esas aguas turbulentas, los uruguayos nos regocijamos de venir zafando de los peores extremos, tanto sanitarios como económicos, aunque la espada de Damocles pendula cerca de nuestras cabezas.
En el terreno económico, el país adoptó una estrategia moderada que le ha dado muy buen resultado, tratando de no cerrar las actividades o de restablecerlas lo más posible cuanto antes, siempre condicionadas a la marcha de la salud pública.
En algunos casos, no ha sido posible la vuelta a la relativa “nueva normalidad” con la que funcionan otras áreas de actividad. Verbigracia, el ejemplo más claro es lo que ocurre con el tránsito internacional de pasajeros, turistas, pero no solo turistas. Hoy por hoy no es posible abrir las fronteras, por más vueltas que se le den. Las empresas y gente suelta vinculadas a esa actividad – agencias de viaje, empresas de aviación o transporte carretero, hostales y hoteles, restoranes de las zonas turísticas, y muchos otros negocios, que emplean o generan condiciones para el rebusque de miles de personas -, se ven afectadas gravemente. En términos macroeconómico, el turismo es una de las principales fuentes de ingreso de divisas. Pero a la vez, así como entran los dólares con los visitantes, otros dólares se van por la otra puerta, la del turismo de salida. Y esos habituales viajeros al exterior, esta vez deberán quedarse por acá, por lo que en alguna medida mantendrán funcionando la infraestructura destinada al turismo y una parte no pequeña de los empleos ofrecidos por ese sector.
Es mucho mayor la entrada de divisas por el turismo que la salida, obviamente, y en este año, el turismo interno cumple un papel de mitigación de daño, no despreciable.
Los recaudadores de divisas
Independientemente de las restricciones por motivos sanitarios, la temporada turística hubiera sido desastrosa por la diferencia de precios entre Uruguay sus vecinos, que haría inviable la llegada masiva de pasajeros de esos orígenes, que representan por lo menos las ¾ partes del total de visitantes.
El turismo receptivo aportó en los últimos tiempos entre US$ 2.000 y 2.500 millones anuales, mientras el gasto de los residentes de Uruguay en el extranjero ronda la mitad de esos montos (US$ 1.200 millones en 2019). De modo que el saldo neto positivo de la balanza turística es del orden de los US$ 1.000 a 1.200 millones en los buenos años. Esta característica del turismo como proveedor de divisas es diferente a la de otros rubros netamente exportadores, como los agropecuarios, con los que suele compararse, generalmente con una alusión diminutoria hacia la importancia del “atrasado”, agro tradicional. Veamos algunos números para comparar: la exportación de carne vacuna ingresa dólares en montos similares al turismo: en 2019 superó los US$ 1.800 millones, mientras que la importación de ese mismo producto creció inéditamente hasta los US$ 130 millones. El saldo positivo de esa balanza ronda los US$ 1.700 millones, pero supera holgadamente los US$ 2.000 millones si se incorporan otros productos de la faena, como las menudencias y las grasas, y la exportación de ganado en pie.
La soja sola, sin considerar otros rubros agrícolas, recaudó más de US$ 1.000 millones el año pasado, y no tiene prácticamente contrapartidas de importación.
Costos internos insuperables
Otros rubros, tal como la soja, tienen características similares: se exportan casi en su totalidad en bruto, o con escaso procesamiento, como es el caso de la carne, que se exporta mayormente congelada en bloques voluminosos, con destino a su elaboración en destino por parte de la industria de cada lugar. No más de un 20% se exporta enfriada, en cortes “finos”, y muy poco en porciones destinadas directamente al consumidor. La valorización, en todo caso, no proviene de los procesos industriales agregados, sino de otros factores inmateriales, como las razas del ganado, la certificación de procesos productivos o de controles sanitarios, la trazabilidad, o la carne ecológica, entre otros.
En lácteos, el principal producto exportado es la leche en polvo entera, que no es más que leche deshidratada en una torre; los cueros se venden en general con mínimo procesamiento – wet blue -, la lana sucia aumenta sostenidamente como porcentaje de los volúmenes embarcados, o como máximo se exporta peinada; el arroz, pulido; la fruta, cítricos o de carozo, se exporta fresca. Son muy escasos los ejemplos de exportación de alimentos elaborados, reflejando los altos costos que implica la incorporación de cualquier proceso de transformación en nuestro país.
Hay una casuística variada; algunos rubros pueden realizar importaciones de materia prima en régimen transitorio para recibir algún proceso de elaboración y ser reexportada, como es el caso de la lana, que durante generaciones fue el principal producto de exportación, pero que en los últimos 25 años fue retrocediendo hasta una posición secundaria.
También puede citarse al arroz, como un rubro destinado casi totalmente a la exportación, que en este año, gracias a una recuperación de los valores del grano y a una cierta reducción de los costos de producción, parece estar retomando una senda de crecimiento, luego de varios años de caída en las áreas sembradas y en el número de productores.
Esos son comentarios sobre los grandes números, pero conviene mirar más en detalle, a la microeconomía, a ver cómo les va a las empresas en el negocio, qué visión tienen del futuro, para deducir cómo será la actitud a la hora de invertir.
En este sentido, pueden señalarse varios elementos clave.
Dólar, un problema de larga data y difícil solución
La necesidad de contar con un dólar competitivo que no aplaste a la producción, colide, en la visión de los funcionarios y economistas, con la imprescindible estabilidad de precios al consumo; un dilema que no termina de dilucidarse. Estamos en tiempos difíciles, pero nuevamente aparecen signos preocupantes en ese sentido. Cuando se inició el problema sanitario el dólar pegó un salto que alentó expectativas entusiastas en los sectores exportadores, pero a la vez generó serias preocupaciones entre los responsables de la política económica.
Luego de ese impulso inicial, el dólar frenó la suba e inició una baja, para finalmente estabilizarse en valores claramente inferiores al momento inicial.
En el trimestre marzo – mayo de este año, el precio del dólar promedió $ 43,4, pero de ahí en adelante promedió $ 42,7, un 2% menos; en el último mes ronda a duras penas los $ 42,5; una vez más, el tipo de cambio transcurre por una ligera pero sostenida tendencia a la baja mientras aumenta el resto de los precios de la economía medidos en el IPC. Desde que comenzó la pandemia hasta ahora, transcurridos 6 meses y medio, el IPC subió 5,4% mientras el dólar bajó 7,2% desde el pico inicial caracterizado por el pánico, cuando llegó a cotizar $ 45,90 hasta los $ 42,50 de los actuales días.
Esa combinación con forma de tenaza, en la que aumentan los precios internos y los costos de producción mientras el dólar baja, ha estrangulado desde hace muchos años a los sectores exportadores, en particular al agro, sustrayendo toda rentabilidad y desalentando las inversiones en el sector. Actualmente reina entre los actores de la actividad, productores, industriales, comerciantes, proveedores, un clima de optimismo, de expectativas de ser atendidos en sus planteos y sus demandas, pero la dura realidad vuelve a imponer nuevas postergaciones.
Las condiciones internacionales inciden en forma decisiva: en los mercados internacionales el dólar está débil frente al paquete de otras monedas importantes -euro, yen, libra, etc – , y apunta a mantener una tendencia en ese sentido. Por lo mismo, las tasas de interés en el mundo están en mínimos históricos y así seguirán. Los analistas entienden que esto genera una contrapartida de valorización de los commodities como los que exportamos nosotros, y por ese lado se genera una oportunidad. De todos modos, como ya se vivió en la década pasada, esos mejores precios (que no se espera que lleguen a los niveles del primer lustro de la última década) no alcanzan para compensar el perjuicio que ocasiona un dólar deprimido, que evoluciona por debajo del IPC, en el sector exportador.
Competitividad
Uruguay tiene hoy una imagen que puede redituarle en cuanto a la captación de inversiones externas, pero es un país comparativamente muy caro para producir y para vivir en relación a los vecinos, principalmente (aunque no únicamente) por el tipo de cambio real: los linderos devaluaron mucho más que nosotros en el último tiempo y no se ve de qué manera puede achicarse esa brecha.
Por si fuera poco tienen recursos comparativos muy superiores a los nuestros: suelos, infraestructura, industrias, mercados locales, etc., que les permite producir grandes volúmenes de lo que sea a bajos costos. Frente a ese hándicap insalvable, Uruguay ofrece seriedad, consistencia, apuesta a la calidad, estabilidad política y económica, reglas de juego que se respetan, instituciones desarrolladas, baja corrupción, recursos humanos aceptables, infraestructura de comunicaciones, entre otros elementos que hacen a la competitividad.
De todas maneras, en la cancha de los mercados nos vemos en figurillas; el ejemplo más claro: en China, el gran actor del comercio de productos agropecuarios, Argentina y Brasil aumentan vertiginosamente sus colocaciones de carne, mientras Uruguay retrocede por razones de precio.
Vericuetos cárnicos
Las ventajas que tuvo nuestro país en la última década larga en cuanto a tener en exclusiva entre los países de la región, como la posibilidad de vender carne dentro de una cuota sin aranceles en EEUU, se terminó: ahora entran también los otros. La cuota 481 en la UE, que tanta importancia ha tenido para nuestra cadena cárnica en el último lustro, se está diluyendo, y a la vez, ahora, también Argentina está participando.
Y hay numerosos ejemplos en ese sentido, que ilustran sobre la dificultad de competir en los mercados internaciones con los precios a los que podemos exportar nuestros productos, apretados por los altos costos de producción.
Mirando hacia adentro de la cadena cárnica, vemos que en los últimos dos años, los productores han obtenido precios relativamente remuneradores por sus haciendas de faena, que se trasladaron, incluso con aumentos a la reposición y la cría, denotando una visión más optimista del futuro por parte de los ganaderos. Pero por otro lado, la industria frigorífica ha visto acotados sus márgenes, o trabajado directamente en rojo, lo que se ha traducido en descapitalización y endeudamiento de las empresas.
Culpables, se buscan
En este punto vale la pena detenerse: es muy malo que la industria se debilite y que algunas empresas no puedan sostenerse y deban cerrar sus portones. Pero lo que no debe admitirse es que la solución sea bajar al barrer los precios de los ganados, que recaiga en los productores el salvataje de las empresas industriales más comprometidas. Una reducción del precio de la hacienda forzado por acciones concertadas de la rama industrial, en un acto sospechable de colusión, desvinculando el precio de los ganados de los mercados de la carne sería tremendamente perjudicial.
Una acción de ese tipo implicaría asestar un golpe devastador a la credibilidad del sistema, como ya ocurrió hace 7 años y cuyas consecuencias se sienten aún hoy.
El discurso de la industria ha apuntado a culpabilizar a la exportación de ganado en pie por los precios supuestamente distorsionados por la escasez relativa de hacienda de embarque de la actualidad. Puede ser, pero por algo los productores prefirieron vender una gran cantidad de terneros a los barcos en vez de recriarlos, engordarlos, y enfrentar a una industria que ponía los precios a su antojo, en una relación negocial desbalanceada.
En cuanto a la posibilidad de elegir el mercado para colocar sus haciendas, los productores defienden la importancia y utilidad de mantener el régimen de libertad de exportación de animales vivos, como una forma eficaz de lubricar el funcionamiento del sistema y evitar represamientos artificiales y bajas de precios en caso de eventuales abundancias de haciendas gordas, como ha ocurrido tantas veces.
Más que válvula de escape, el sistema ahora cumple la función de ampliar las opciones comerciales de los ganaderos, en forma consolidada y permanente, constituyendo un elemento clave en la ecuación del negocio productivo.
Precio novillo gordo dól / kg en 4ª
Precio Novillo $ corrientes /kg en 4ª
TE PUEDE INTERESAR