Varios datos definen el escenario: como vimos en una reciente contribución, hay una fuerte caída en la producción y exportación de carne: la faena a mediados de abril es un 30 % menor que la del mismo período del año pasado. Según los operadores del mercado no hay gran oferta de ganado preparado, pero está aumentando; la proximidad del invierno, que siempre supone un desafío para la producción, impone aliviar los campos. El precio de la carne exportada es superior a la del mismo momento del año pasado (antes de la gran suba), sostenida e impulsada por la demanda china. Este país no tiene forma de cubrir el enorme déficit que sufre de carne de cerdo, su principal carne de consumo. También la UE, que estaba trancada, empieza a abrir pequeñas rendijas donde colocar algunos cortes.
En la producción, extensas zonas de nuestro territorio sufrieron un severo déficit hídrico, pero ahora llovió (aunque tardíamente) y los verdeos, praderas y cultivos se verán beneficiados; los engordes atrasados se acelerarán.
De acuerdo a los dispersos datos preliminares, el reciente entore habría sido exitoso (aunque con variaciones importantes por zona), y un gran número de terneros nacerían en la próxima primavera.
Y lo principal: el precio de los ganados de reposición, verbigracia los terneros, se mantiene en niveles altos (ver gráfica), a pesar de los importantes volúmenes que se transan y de las incertidumbres de la actualidad. Los ganaderos son más optimistas y apuestan al futuro.
Comer hay que comer
En un proceso de recesión económica mundial, que puede transformarse en una depresión global, las materias primas bajan de precio, especialmente aquellas vinculadas a la construcción y las manufacturas industriales, como el hierro, el cobre, entre tantas otras. El caso paradigmático es el del petróleo, elemento volátil si los hay.
Pero no ocurre necesariamente lo mismo con los commodities alimentarios, que en algunos casos suben de precio por la necesidad de los países de asegurar su disponibilidad para la población.
En nuestro país, no hay amenazas de insuficiencia, porque la mayor parte de la producción de los principales rubros se exporta. El riesgo es que no pudiera extraerse alguna producción por un eventual percance sanitario.
Entonces, una reflexión lanzada con un suspiro de alivio: se termina la cosecha de arroz con buenos rendimientos y precios entonados; la cosecha de maíz fue excelente y la de soja, hasta que se cortó por las lluvias, venía a todo trapo, con rendimientos dispares, pero con todos los bemoles ¡se está levantando! Simultáneamente, la faena en los frigoríficos viene creciendo, y a pesar de que la oferta es restringida, aumenta en cada semana con precios al alza: hay una recuperación en los negocios de exportación de carne, sobre todo en China, pero también en algunos nichos en la UE.
En momentos de alta incertidumbre, con riesgos sanitarios reales – en las plantas de faena, en las cosechas, en los molinos, en los packings – que por ahora se vienen sorteando exitosamente.
El factor cambiario
El problema dominante de los últimos años en nuestro país ha sido la falta de rentabilidad de la producción, en cuya base está el atraso cambiario que estrangula las actividades exportadoras.
Pero, básicamente por efecto de la inestabilidad de la región, se ha ido corrigiendo esta distorsión. La cotización del dólar viene subiendo por encima de la inflación desde hace dos años, aunque está muy lejos todavía de compensar el atraso cambiario acumulado en un largo período. Desde fines de abril de 2018 a este momento, el tipo de cambio subió 55 % (de $28,2 a 43,7), mientras que el IPC subió 18 % en el mismo período.
La nueva cotización alienta un mejor panorama para el agro, que destina la mayor parte de sus productos a las ventas en el exterior.
Pero al mismo tiempo que Uruguay devaluaba, nuestros vecinos devaluaban mucho más.
La extrema inestabilidad cambiaria en la región impide hacer un análisis de competitividad medianamente confiable. En Argentina el dólar de la calle, el “blue”, lleva un 60 % de aumento en lo que va del año, con una inflación acumulada que debe rondar el 11 o 12 % para cuando se conozcan los datos finales de abril. La crisis económica, la incertidumbre financiera, la imposibilidad de pago de la deuda externa, la emisión descontrolada para cubrir el costo del Estado, exacerbado por los problemas que agregó la pandemia, son como vientos huracanados que barren el territorio argentino.
Los exportadores argentinos tampoco pueden beneficiarse cabalmente de la situación porque no acceden a los valores del dólar libre (a unos $a 120 en estos días) sino que venden a la cotización del dólar oficial, que está a $a 68,50. Con esa brecha entre ambas cotizaciones, es inevitable que haya escapes, operaciones en negro y maniobras de todo tipo para evitar el cerrojo.
Mientras tanto, también en Brasil el dólar viene subiendo aceleradamente, al ritmo de la turbulencia política que sacude a la presidencia de ese país; la divisa norteamericana lleva 42% de suba desde que comenzó el 2020, de 4 reales por dólar a los 5,66 del viernes 24 de abril (último dato conocido antes del cierre de esta nota); en este caso sin inflación relevante, alrededor de 4 % previsto para todo el año.
De todos modos, el cierre de fronteras impuesto por el virus impide que se exprese en su integralidad el efecto del descalce cambiario con los vecinos, porque el tráfico de personas y de mercaderías está totalmente alterado. En cambio, los principales productos agropecuarios de exportación uruguayos se dirigen a mercados infinitos o en parte ingresan en cuotas asignadas; no se saturan con nuestras ventas y no se deprimen mayormente por la capacidad de vender a menores precios que los vecinos tienen respecto a los uruguayos. Tal el caso de la venta de carne a China y la que se vende dentro de las cuotas con Europa, y esos son los principales compradores de la carne del Mercosur. En otros mercados, la diferencia competitiva podría hacerse sentir, como en Rusia, Chile, Israel, pero hoy por hoy, lo que define el partido es la demanda de China.
En síntesis, el aumento del tipo de cambio que se viene registrando mejora el resultado económico de las empresas agroexportadoras (no las que comercian con la región), aunque en términos comparativos con los vecinos estemos perdiendo competitividad.
El dilema del barril de petróleo
Uno de nuestros puntos débiles como país es la absoluta dependencia del petróleo importado, que nos somete a las peripecias de vaivenes abruptos y pronunciados de precios que sufre el crudo, al compás de cualquier incidencia internacional. Esto obliga a implementar estrategias defensivas, con alto porcentaje de cobertura, no sea cosa que se dispare el precio de un día para otro. El precio del combustible en nuestro país se fija mediante una paramétrica que incluye el precio del barril de petróleo en los mercados de futuro y el tipo de cambio, ya que el crudo se compra en dólares y el combustible que se refina se vende en pesos.
El problema dominante de los últimos años en nuestro país ha sido la falta de rentabilidad de la producción, en cuya base está el atraso cambiario que estrangula las actividades exportadoras.
La referencia que se usa es el petróleo del Mar del Norte, el “Brent” (hay otra referencia que es el WTI (West Texas International) que sigue EEUU y muchos otros países.
Veamos algunos ejemplos de la variabilidad del precio del barril: a fin de abril del año pasado cotizaba a US$ 71,54. En estos días, al 26 de abril, lo hace a US$ 21,4 (llegó a US$ 19,3 la semana anterior), lo que equivale a una baja de 70 % en un año. La baja no se dio de forma constante sino que salta con estertores violentos: el precio cayó sobre todo en este año, y el desplome mayor ocurrió a partir del 17 de febrero pasado, por la caída de la demanda, por los pronósticos de recesión global provocada por la pandemia, y también por pulseadas políticas entre los grandes actores del mercado. Lo concreto es que un rubro que condiciona seriamente la economía de nuestro país – en realidad de todos los países – , depende enteramente de lo que ocurra en circuitos de los que somos meros espectadores.
Como vemos en el cuadro adjunto, el otro factor que integra la paramétrica, el tipo de cambio, el precio del dólar, subió un 26 % en un año, en el mismo período. A fin de abril de 2019 el dólar se cotizaba a $ 34,65 y en la misma fecha del año corriente lo hace a US$ 43,7, o sea un 26 % más.
En pesos, el precio del barril, a la cotización internacional, se pagaba el año pasado a $ 2.479 (US$ 71,54 x $ 34,65) y ahora se paga a $ 935 ($ 21,4 x 43,7) lo que equivale a una baja de 62 % en pesos que valen casi 10 % menos que un año atrás.
Los precios varían día a día, y la tendencia descripta se va agudizando.
Es evidente que este no es un buen lugar de observación, porque la paramétrica que fija Ancap no recoge esta situación en absoluto, sino que con las cotizaciones actuales del combustible se le están provocando pérdidas, por lo que se prevé un aumento de precios, a contramano de lo que indicaría el mercado del crudo.
Las compras de petróleo a futuro que realizó la empresa estatal, con las coberturas habituales, determinan un precio por barril promedio del orden de US$ 57, y como se han cubierto las necesidades de casi todo el año, está prácticamente saturada la capacidad de almacenamiento. No se puede aprovechar el precio actual con acopio estratégico, aunque sí algo con compras a futuro, que por supuesto no tienen el mismo precio que el de hoy.
No obstante, en cuanto al impacto en la producción local, el precio del gasoil no subió en el reciente ajuste de tarifas, lo que equivale a decir que tuvo una baja en dólares significativa. La cosecha de cultivos de verano – arroz, maíz, ahora soja -, y la siembra de cultivos de invierno y de forraje, praderas y verdeos, y en otro nivel, el acarreo de ganado, que en esta época alcanza su mayor ritmo – todas actividades que insumen grandes volúmenes de combustible-, se ven favorecidas por esta baja en un rubro relevante en el total de sus costos. Podría ser más, pero no es despreciable.
El agro al rescate
Una vez más, el agro sacará al país del pozo. Las otras actividades económicas que sostienen el crecimiento, o por lo menos el potencial del crecimiento están pinchadas. El consumo interno de bienes y servicios se hundió y no es fácil de que pueda recomponerse en el corto plazo; en el mismo sentido, el turismo tuvo una caída enorme en el verano, antes que se desatara la pandemia, debido a la crisis económica de Argentina, país del que somos altamente dependientes; simultáneamente, el sector logístico, sufre un trancazo por la caída del tránsito de mercaderías debido a la pandemia. Queda el agro, que, más allá de las anclas, las rémoras y las mochilas que acarrea, da batalla y aprovecha cada oportunidad que aparece. Particularmente el sector cárnico, que, subido al camión de la recuperada demanda china, apunta a un futuro venturoso.
Así lo ven los ganaderos, que desechando los nubarrones del momento, apuestan al futuro y sostienen los precios de los ganados jóvenes, los que habrán de dar fruto en un par de años.
Y, atentos a las fechas que se conmemoran en estos días, que homenajean al trabajador rural y luego a todos, recordemos que la producción agropecuaria no es captura de cazadores – recolectores: surge del trabajo esforzado, no es maná que cae del cielo, es producto del músculo y el talento humano.
Y recordemos que el peso que genera el agro se multiplica por 6 a lo largo de la cadena, difundiendo la riqueza al resto de la sociedad, revalidando su carácter esencial y fundacional de nuestra economía.
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