Tacuarembó es el departamento más extenso del país, y además el que más escuelas rurales tiene dispersas por sus 15.438 km². De las 91 escuelas más de 60 son unidocentes, centros en los cuales el o la maestra ejerce a la vez de docente, cocinero, sereno y mucho más.
Marta Isabel Menéndez es lo que podríamos llamar una maestra todoterreno. Originaria de Tacuarembó, ha ejercido la docencia en varias escuelas rurales en los rincones más alejados del departamento, donde vivió en carne propia la despoblación del campo, la soledad, pero también la dicha de educar.
En conversación con La Mañana, Marta contó que su acercamiento a la docencia se dio de manera fortuita, luego de un intento desafortunado de estudiar derecho en Montevideo. “Me volví, porque extrañaba horrible, entonces decidí estudiar magisterio, y ahí empezó la peripecia. Primero hice algunas suplencias en Tacuarembó hasta que un día fui a la elección de cargos … Empezaron a pasar las listas y al final elegí una escuela que no tenía idea donde quedaba, se llamaba El Charreco, que no estaba ni en el mapa”.
“Ese día le pedí al novio de una amiga que me llevara. Entonces agarré la ruta 26, luego la 6 y después había que desviarse hasta llegar a un cartelito que decía El Charreco con una flecha dibujada, pero vimos que era un camino intransitable, entonces seguimos y llegamos al Río Negro. Tuvimos que dar vuelta hasta que nos indicaron una estancia y finalmente llegamos a la escuela. El patio tenía un pasto de más de un metro, y me acuerdo que esa noche cuando me dejaron me quedé en el medio de la nada sola, con la casa más cercana a cuatro kilómetros. Por eso entiendo que hoy los maestros no quieran salir a ocupar esos cargos, porque la verdad es que lo tenes que pensar mucho”.
Un camino lleno de obstáculos
La escuela de El Charreco se encuentra cerca del límite de Tacuarembó con Durazno, al este del departamento. Al ser un lugar de difícil acceso y alejado de cualquier centro poblado, la maestra debió valerse por sus propios medios para vivir allí mientras enseñaba. “Ahí pasaron un montón de cosas, por ejemplo cuando crecía el arroyo se cortaba el camino y tenía que ir por el medio de los campos, eso hace unos trece años, cuando arranqué”.
“En un momento me había quedado sin alimentos, entonces llamé por celular a la auxiliar y me hice un pancito. En esas escuelas cuando toca el timbre se va todo el mundo y te quedas sola, y todavía en aquel entonces no había luz, entonces ponía un motor o simplemente una vela. Hay que tener mucha fuerza de voluntad, porque esa soledad a veces rompe la pared. Ese silencio, que nadie hable, que a veces no se agarra señal, salvo alguna radio. Inclusive hoy nos cuesta bastante tener señal, es complicada la comunicación”, reflexionó.
Marta contó que en aquel entonces tenía entre seis y siete niños, que eran todos parientes, y trabajaba junto a una auxiliar, “con ella tenía muy buena relación, a veces cuando salía a correr me iba a la casa de ella, a unos cuatro kilómetros, a tomar mate. Yo tenía que traer todos los lunes en una motito el surtido, imaginate casi 50 kilómetros desde Cruz de Caminos (Las Toscas) por camino de piedra, con un bolso enorme, haciendo equilibrio, hasta que una vez me caí. Tampoco teníamos agua potable en la escuela, entonces también teníamos que traerla”.
El día a día de la escuela rural
El modelo educativo de las escuelas rurales unidocente difiere naturalmente de las escuelas urbanas. Allí, al haber pocos niños y de edades diferentes, el sistema se adapta a las limitaciones de que haya una sola maestra para varias clases. “Generalmente se plantea un tema, que lo vamos adecuando según el programa nos permite, entonces por ejemplo con el tema de las plantas lo vas dando de primero a sexto graduando el contenido del mismo tema según los niveles. Y así se va rotando el trabajo”.
“Una persona para ser creativa lo que tiene que tener, como se lo dicen a los niños, es una instancia de aburrirse, una instancia para crear, para fomentar la imaginación, pero el docente tiene que tener lo mismo. Pero nos pasa que se nos exige mucho, prácticamente no tenemos espacio para nuestra vida, o muy poco. Y uno a veces deja la vida en las campañas”, afirmó.
En El Charreco Marta estuvo un año, donde pudo fomentar actividades vinculando a la comunidad. “Organizamos el festival de la escuela que no se realizaba hacía mucho tiempo. Para las comunidades rurales el tema de las criollas es el motivo que tiene la gente para reunirse, y logramos hacerlo. Teníamos una idea de algo chico, pero salió un tremendo festival. Salíamos en la moto de la auxiliar a conseguir consumos, empujándola en el repecho y cortando campos”.
“Después estuve en otras escuelas rurales. En Zamora, también un lugar muy alejado, la escuela no tenía luz. Ese año hicimos un festival para comprar un motor, y una forestadora donó camas y otros muebles, porque no tenía nada. También pintamos, le hicimos la instalación del agua, la acondicionamos toda. Para llegar a la escuela el ómnibus desde Tacuarembó a Montevideo Chico demoraba cuatro horas, para un trayecto de 120 kilómetros, había más tierra adentro del ómnibus que afuera”, recordó entre risas la maestra, que al llegar agarraba la moto y seguía rumbo a la escuela.
“De ahí me fui a la Escuela 40 en Puntas de Cinco Sauces, donde estuve como maestra, pero ahí tenía a una colega que trabajaba conmigo. Hay una cosa que no se menciona demasiado, pero a los maestros rurales no nos pagan como director, aunque lo seas. Yo como unidocente soy directora y maestra de cinco grupos, organizo el comedor, la cocina, y obviamente las tareas docentes. Hace unos años se empezó a pagar una compensación, pero simbólica. Tampoco se cuentan horas extras, que para los que nos quedamos en la escuela son básicamente todas, desde que te levantas hasta que te acuestas vivís para la escuela”, aseguró. Marta además estuvo en las escuelas de Las Arenas y Pago Lindo, y de ahí fue al lugar donde se encuentra desde hace casi nueve años, en la Escuela de Cerro Pereira.
Es que a pesar de las dificultades, los maestros rurales tienen un gran componente de servicio. “Te tiene que gustar, y a mí me gusta. A veces es medio complicado el tema con la comunidad, porque conformar a todos es imposible, uno trabaja con el corazón, sino no lo haría. Tenes que tener muy marcada la vocación de servicio, porque sino, no aguantas”.
“Yo de noche me tenía que quedar sola, y la seguridad es bastante precaria, en lugares que están muy aislados, con una puerta metálica y nada más. Este año logramos que nos hicieran el techo de nuevo, que se nos estaba cayendo, pero lo logramos ahora que quedan cinco niños, hubo matrículas enormes y no se hacía nada, y eso da pena”, concluyó.
Las pandemias del campo
La población en escuelas rurales es fluctuante, y generalmente depende de las familias que estén trabajando en la zona, pero las matrículas no paran de bajar. Así lo aseguró la maestra Marta Menéndez: “En la zona la realidad se ha visto modificada con el tema del monocultivo, hay pocas propiedades que tienen grandes extensiones de tierra, y eso hace que haya poca gente. Todos dependen de esas estancias, porque los que antes tenían pequeños campos han vendido a los más grandes. Y ahora que se hicieron las viviendas de Mevir en Las Toscas de Caraguatá mucha gente optó por irse para allí, buscando algo mejor”.
Respecto de la situación sanitaria, Marta aseguró que en un primer momento, “la gente continuó llevando prácticamente la misma vida, hasta que se empezó a ver que en Tacuarembó empezaron a dispararse los números”. Desde la escuela, contó, “siempre tratamos de concientizar, aunque costó un poco. Los padres siempre nos apoyaron, pero a veces lo que complicaba era la cuestión de la conectividad. La gente se empezó a quedar sin trabajo como en todos lados, y no tenían como costear el acceso a la internet”.
La conectividad, además, es el problema constante del interior. “Los días de lluvia casi no se agarra señal, a veces conectas una computadora y ya dejan de funcionar bien. Yo tengo la señal en el salón al frente, y en mi cuarto que está a unos veinte metros ya no tengo señal. Para tener señal hay que subirse al techo o a un árbol, hay que salir a buscarla”, dijo.
“Pero me gusta rescatar el trabajo de todos los compañeros, de que siempre se está tratando de estar, allí hacemos un trabajo de maestros, psicólogos, electricistas, pintor, albañil, en ese lugar somos todo lo que haga falta. Para ser docente e irte a lugares alejados hay que entregarse a la tarea, dar todo lo que uno puede y como puede, y lo hacemos de corazón tratando de hacer lo mejor”.
TE PUEDE INTERESAR