Las huertas comunitarias están abiertas a la participación de la vecindad y a todo aquel que quiera conocer e integrarse de manera permanente o solo probar. Todo se hace de forma colectiva, con los que saben más y los aprendices, desde la siembra hasta la cosecha. Claudia Mendietta y Patricia Pérez, integrantes de huertas, explicaron a La Mañana los beneficios y realidades de generar comunidad a través de la tierra.
Las huertas comunitarias no son únicamente espacios de encuentro entre vecinos, sino que también actúan como ejemplos para que las familias puedan aprender, acceder a insumos y luego construir una huerta en su hogar. Precisamente, a partir de la pandemia si dio un aumento en el número de personas que cultivan en su casa. Si bien a raíz del covid-19 se reactivaron, estas iniciativas vienen desde antes, incluso se remontan a la crisis de 2002.
Gran número de huertas integran la Red de Huertas Comunitarias del Uruguay, que se creó en 2017 a través de un intercambio de semillas en Parque del Plata. Hay huertas en Canelones, Montevideo, Paysandú, Salto, Treinta y Tres y Colonia, que suman unas 34, aunque se esperan más ya que cuentan con solicitudes de nuevos ingresos.
Claudia Mendietta es integrante de la huerta Malvín Norte, que está dentro de la Facultad de Ciencias. Además, desde abril de este año es la presidenta de la red. Con Malvín Norte se integraron en la asamblea de mayo de 2021, ya que, a través de reuniones mensuales abiertas de las comisiones con los referentes de cada huerta, la Red permite el ingreso de nuevos grupos.
La huerta barrial comenzó como una respuesta a la necesidad que generó la crisis económica de 2002. La integración es heterogénea, con personas de la facultad y vecinos. Mendietta integra el grupo desde 2020, cuando se reactivó de cara a la pandemia.
Patricia Pérez es integrante de la huerta de la Facultad de Ingeniería –que también integra la Red–. Se vinculó a través de la invitación de un compañero. El grupo nació como un proyecto de extensión de la facultad a través de docentes y alumnos, pero Pérez llegó por fuera el año pasado. Aseguró a La Mañana que, personalmente, la ayuda en aspectos psicológicos: “Es algo muy bueno el contacto con la tierra, el espacio para convivir con otras personas que también tienen la necesidad de sentirse cerca de la naturaleza y generar vínculos con los demás”.
Los beneficios: personales, alimentarios y culturales
Estas plantaciones están inmersas, sobre todo, en el cono urbano y suburbano, “es decir que el primer beneficio inmediato que nos brinda es estar en contacto con la naturaleza en el medio de un entorno urbano. Muchos de nosotros nos acercamos por esa necesidad”, aseguró Mendietta a este medio.
Además, explicó que una de las cuestiones fundamentales que se promueven desde las huertas, y especialmente de las que están integradas en la red, es el valor de la soberanía alimentaria. “Se apunta a que los pueblos puedan elegir la manera en la que producen su propio alimento. Esto está directamente vinculado con otro paradigma y sistema productivo y social que es la agroecología”, dijo.
Mendietta sostuvo que la agroecología tiene que ver con el manejo ecológico de los suelos, estar en armonía con la naturaleza y el ambiente, en el sentido de que las prácticas busquen el equilibrio ecológico, libre del uso de pesticidas, agrotóxicos, ni ningún contaminante que pueda ser contraproducente para la salud humana y del suelo. “La agroecología y la soberanía alimentaria son dos principios fundamentales que los trasladamos a la práctica de lo comunitario”, enfatizó. Tener derecho a elegir cómo producir, qué comer y ser protagonistas, “es todo beneficio”. Si bien las huertas son pequeñas y no alcanza para subsistir, “es un gran paso para formar nuestra propia responsabilidad como consumidores”, agregó la entrevistada.
En lo que respecta al punto de vista social, expuso que cuando las personas se acercan a una huerta es para aprender sobre la tierra y generar un espacio propio de distensión, “porque quieren compartir con otros, a veces buscan contención, son diversas las aristas, desde lo más social-colectivo hasta temas psicológicos o emocionales de cada persona”.
Pérez, por su parte, dijo que la calidad de los productos son otro gran beneficio, “desde el sabor, hasta lo que vemos”. Dijo que los consumidores se acostumbran a ir a un supermercado y ver tomates rojos brillantes, “pero el año pasado cosechamos un montón y con variedades de diferentes colores y formas, como el tomate araña, el blue, el amarillo”. Añadió que algo similar sucede con la acelga, la que regularmente se consume es acelga blanca, pero existe la amarilla y la colorada, “la huerta te abre la cabeza y permite consumir algo que plantaste en comunidad, es un valor muy rico”.
Sembrar cultura, honrar los orígenes
Más allá de que el objetivo principal de las huertas comunitarias es promover la agroecología y la soberanía alimentaria, Mendietta indicó que es bueno destacar que se trata de un movimiento social y político a nivel ideológico que sale de la vida campesina indígena, que persigue la justicia social y solidaridad como valores éticos. “El acceso al alimento tiene que ver con la justicia social porque es un derecho humano”, sostuvo.
Asimismo comentó que en las huertas se decide y se crean proyectos en colectivo, de forma democrática y horizontal, y están en vinculación con las otras grandes redes que son las de agroecología, de semillas nativas y criollas y de mujeres rurales. “Si bien somos una red relativamente joven respecto a estas, estamos creciendo y fortaleciéndonos, procurando vínculos para generar proyectos en común”, informó la presidenta de la red.
La agrupación participó en el proceso de creación del Plan Nacional de Agroecología que se aprobó en 2018 con la creación de una Comisión Honoraria, que pasó a constituirse desde el oficialismo hacia organizaciones civiles. “Nosotros integramos la comisión y el año pasado se presentó el proyecto del plan en el Parlamento. Es algo de alcance territorial nacional, y va en contra del sistema de agronegocio que predomina actualmente. Los fondos que se destinan son irrisorios todavía, pero apostamos a más para que la implementación del plan sea real”, detalló.
Mendietta señaló que como movimiento social tienen un rol en la educación ambiental, y que algunas huertas nacen en liceos y escuelas. “En la red hay una que es con perfil doble, comunitario-educativo, impulsada por una maestra. Se brindan talleres abiertos a la comunidad y recientemente culminamos una segunda edición de curso de promotores de hurtas comunitarias-educativas, llamado Cultivando para transformar. Lo hicimos en diez departamentos del país”, informó.
Las huertas comunitarias tienen un perfil público y los predios que utilizan están en lugares como facultades, espacios municipales cedidos, incluso algún integrante brinda espacios independientes de su hogar que luego se transforman en públicos.
Huerta FING: un ámbito de libertad
Pérez comentó que los integrantes de la huerta FING (Facultad de Ingeniería) se reúnen los sábados y los miércoles, pero la huerta es libre, y cada uno puede ir otro día en la semana y tomar lo que necesite. “Aunque lo que buscamos es el encuentro, organizarnos, ver los cultivos de verano, las rotaciones para no desgastar el suelo. Tenemos compost, y si bien hemos recibido donaciones de la Intendencia de Montevideo, también la facultad tiene su propia compostera”, comentó.
Respecto al sustento, señaló que realizan actividades, como ferias. “Si bien dejamos cultivos para semillar el siguiente año y elegimos buenas plantas, es un tema bastante complejo el recaudar fondos, porque una huerta no es solamente plantar, sino que tiene un trasfondo de trabajo”, señaló.
La integración de la huerta es variada, suelen contar con unas diez o quince personas fijas, que son quienes deciden sobre la plantación y cultivo según la época del año. “No tenemos un abastecimiento total para llegar a la soberanía alimentaria, pero sí sabemos que hay productores orgánicos que venden esos alimentos y es muy importante comprarles a ellos, no solo por el tipo de producto sino para dar apoyo a personas que trabajan sin agroquímicos ni agrotóxicos”, indicó la entrevistada.
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