El campo marcó su vida en su infancia, y lo sigue haciendo en la adultez, porque son experiencias, son esas vivencias que permanecen y no se desvanecen con el paso del tiempo. Graciana esta casada con uno de los sobrevivientes de los Andes, y el campo ha sido un lugar de “refugio” para su familia.
Algunos de sus mejores recuerdos, sino todos, se vinculan al campo, eso es lo que Graciana Manini Ríos transmite cuando habla sobre su vínculo con el medio rural en un tiempo en el cual el mundo era muy distinto al de hoy.
“Cuando era niña yo me iba al campo en diciembre y hasta marzo no volvía, me olvidaba hasta del ruido de los autos. Llegaba y las luces de las calles se hacían extrañas porque allá, en Rincón de Ramírez, no había nada, era todo carro y caballos”, describió de sus recuerdos en Treinta y Tres.
El viaje implicaba una aventura en sí: “Íbamos en tren, eran como 12 horas de viaje. El tren salía de AFE, a veces lo teníamos que tomar a las tres de la mañana. Otra particularidad era que en la estación de Nico Pérez había que esperar que pasara el tren que venía del norte, porque era la única estación en que se podían cruzar. Recuerdos los asientos enfrentados con una mesa enorme al medio en la que jugábamos a las cartas, comíamos, dormíamos”.
En el campo se descubre un mundo de experiencias y sensaciones: “El primer día que galopé a caballo no podía creer, tengo los mejores recuerdos”, aun de aquellas cosas que en el momento no se disfrutaban tanto como la lectura: “Mi padre leía mucho y nos obligaba a leer, recuerdo que me había dado un libro gordísimo, se llamaba El viaje fantástico, o una cosa así, yo me aburría como loca, pasaba páginas, todos leían pero yo no me concentraba”.
Lo que se rescata de aquella época era la ausencia de tecnología, hoy uno ve a los niños de hoy y dice, “pobres, no tienen la posibilidad de jugar y divertirse solo con un palito”.
Vinculado a la tecnología, Graciana recordó que “durante unas vacaciones de julio llovió muchísimo y como estábamos en una zona de campos que se inundaban, en lugar de 15 días nos tuvimos que quedar un mes y medio, sin caminería y los autos no podían entrar”. Hoy las inundaciones se siguen dando, pero “el medio rural cambió, hay redes sociales y la tecnología ayuda” a que uno esté en comunicación. “Durante la pandemia mi nuera y mi nieta se fueron al campo y desde allí pudo seguir con las actividades del colegio, pero sigue habiendo un debe en el interior, faltan facultades y centros educativos, sobre todo para la primera infancia, porque yo creo que en secundaria y nivel terciario no tenés más remedio que venir a la capital a estudiar”.
Un lugar mágico y sanador
Para quienes viven en el medio rural, el campo es una forma de vida, hasta una manera de pensar y afrontar las dificultades. Para Graciana también “es un lugar mágico” y “un lugar sanador”, para usar sus palabras.
“El campo es un lugar para aferrarse a las cosas de la naturaleza y a la sencillez de la vida; es vivir con el sol, amanecer con la luz del sol y acostarse temprano”, su experiencia de vida así se lo ha demostrado desde muy cerca porque su esposo es Roberto François, uno de los sobrevivientes de los Andes a quien conoció cuando ella tenía poco más de 15 años. “Estuvimos cinco años de novios, al año de empezar a salir cae en la cordillera”, la historia de lo que sucedió allí es conocida.
Se casaron en 1976 y se fueron a vivir al campo en Peralta, Tacuarembó y allí nacieron sus primeros tres hijos: “Fue muy lindo criar a los hijos ahí, con libertad”. De sus seis hijos, “dos eligieron el campo como su medio de vida” y hoy sigue siendo el punto de encuentro familiar.
A igual que ella, la gran pasión de su esposo “es el campo”, dijo, y agregó: “Después de la experiencia de los Andes, un tema (del que Roberto) no le gusta hablar, el campo le sirvió de refugio”.
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