Antecedentes
La granja en el Uruguay ha sido la base de la producción tradicional de la familia rural y del pequeño y mediano productor, sin perjuicio de algunas excepciones de grandes áreas de cultivos como los cítricos, la papa u otros rubros de ventas voluminosas. Sin embargo, no ha tenido en décadas, pese al desarrollo tecnológico y el aumento del comercio nacional e internacional, un crecimiento productivo y económico acorde a esas pautas.
Vamos a dar nuestra idea respecto a esta situación problemática para el país y el productor rural, a la luz de nuestras experiencias como técnico y también como productor y comercializador en el rubro.
En primer lugar, vamos a definir –para la mejor comprensión de este artículo– qué entendemos por granja nacional. Vamos a limitarnos al análisis de frutas y hortalizas, con estos criterios: por un lado, cítricos, frutales de hoja caduca (duraznos, peras y manzanas), viñas, olivos y arándanos y, por otro lado, hortalizas como papa, boniato, cebolla, zapallo, calabacín, tomate, morrón y aquellas “de hoja”, como lechuga, acelga, y espinaca o leguminosas como la arveja y otras de menor importancia que hacen a la canasta familiar uruguaya.
Otro concepto clave es el de dividir la producción en rubros exportables y de mercado interno. En este sentido, podemos casi circunscribir la mercadería granjera de exportación a los cítricos (naranjas, mandarinas y limones), ya qué otras frutas no se exportan, apenas erráticamente manzanas y algo de peras, al igual que los arándanos, que han caído en su corriente de ventas.
En cuanto a hortalizas, no hay ninguna especie que haya tenido o tenga un flujo de ventas al exterior sostenido. Veremos a continuación cuáles son los factores que determinan esta limitante que es capital a la hora de cuantificar el ingreso del productor granjero y el consiguiente crecimiento de los establecimientos de los rubros considerados y su derrame a sectores de servicios involucrados.
Males endémicos y círculos viciosos
El sector granjero está afectado por algunos problemas que llamaremos endémicos, que conspiran contra su evolución y progreso como rubro productivo en el Uruguay.
En ese sentido mencionamos: las variaciones climáticas, el tamaño de los predios –que muchas veces se acerca el minifundio–, la tecnología no aplicada o rezagada en su actualización o a veces moderna pero mal utilizada (riego), un destino de las ventas –cómo decíamos– limitado en exclusiva al mercado interno, que es pequeño, sin crecimiento vegetativo y con un poder adquisitivo limitado; problemas de comercialización dados por la intermediación o el sistema de compras, disputado mayoritariamente entre el mercado UAM y las grandes superficies, pero con serios recortes al precio recibido por el productor, que desestimulan la reinversión o las mejoras tecnológicas.
Comencemos por lo positivo: la exportación
Como dijimos, se limita casi en exclusiva a la citricultura y a la vez está decaída en su volumen de ventas al exterior a casi la mitad del de hace unas décadas (80 mil toneladas vs. 160 mil de otrora).
Hay rubros que si bien pertenecen a la granja el producto final que se comercializa –y eventualmente se exporta– es industrial, como es el caso del vino y el aceite de oliva, entre pocos otros, y la lechería, que expresamente dejamos aparte por las mismas causas.
El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) encaró los rubros granjeros desde mucho tiempo atrás y podemos recordar los organismos específicos que fue creando a medida que avanzaba el tiempo y se desarrollaba el sector. Me refiero a los llamados Plan Granjero y Plan Citrícola, este último ya extinguido, y en la granja propiamente dicha (otras frutas y hortalizas) se creó luego la Junagra, después el Predeg y actualmente la Digegra, todos organismos que a mi juicio van cambiando el nombre, pero no la función, y menos los resultados reales en su impacto en el medio productivo.
En la producción granjera, no obstante, siempre existió la voluntad del MGAP de apoyar a este sector desprotegido de la producción nacional. Debo mencionar también en ese sentido a Prenader, institución abocada al riego, la oficina de la mujer rural y la de agricultura familiar.
Otros organismos independientes, pero incidiendo de algún modo en favor de la granja, son el INIA (Las Brujas y Salto Grande), la Facultad de Agronomía y también el Instituto de Colonización, la UTU, la Comap con los proyectos promovidos y otras instituciones pasadas y presentes como el Penta, las Regionales de la Universidad, el Clemente Estable, el LATU y los particulares que colaboran en proyectos de referencia.
Los grandes números de la granja, en materia de superficie, hablan de una fruticultura con 14.000 hectáreas de cítricos más 4200 hectáreas de frutales de hoja caduca, unas 6000 hectáreas de viñedos y 6000 hectáreas de olivos. En horticultura hay 8000 hectáreas cultivadas a campo y cerca de 1000 hectáreas de cultivos protegidos (invernáculos o túneles), la papa –también siempre considerada aparte– tiene 4000 hectáreas de cultivo.
Tenemos entonces unas 50.000 hectáreas afectadas en el Uruguay a estos rubros granjeros descriptos. No es una gran superficie, y está estática hace años. Los rendimientos en general están por debajo de los promedios de otros países de la región.
Nuestra producción, como se dijo, mantiene una suerte de equilibrio entre satisfacer el mercado doméstico nacional de nuestros 3,4 millones de habitantes, o bien, en algunos casos, no cubrirlo y en otros tener excedentes, en función mayoritariamente del clima y eventualmente de factores externos, como importaciones no bien reguladas, contrabando, sin descartar los hábitos de consumo y, lógicamente, la economía familiar.
Situación actual de la granja: sus problemas
El panorama productivo de las mercaderías alimentarias granjeras no es precisamente auspicioso. El exclusivo mercado interno, satisfecho promedialmente a lo largo del año, no genera ingresos suficientes como para derramarlos entre los productores granjeros del país, que sabemos que se concentran en la zona sur, en una suerte de cinturón de Montevideo y Canelones, y luego en una franja del litoral norte con epicentro en Salto, y para algunos cultivos la zona de Rivera. Con este panorama, no están dadas las condiciones para un crecimiento cuantitativo y, como señalamos, tampoco cualitativo como para hacer de estos rubros bienes de exportación, que, insistimos, es la válvula de escape y apreciable solución a la rentabilidad del sector.
Las limitantes para vender al exterior productos de granja son esencialmente de cantidad y de calidad. Por otra parte, no se han creado los nichos de mercado para ciertas mercaderías selectas y con las ventajas de la contraestación (producimos en invierno y vendemos al verano del hemisferio norte).
Muchas veces no se satisfacen los volúmenes solicitados, que son importantes para sostenerse durante semanas o meses en el país demandante del exterior y, sobre todo, no se logra la calidad. Esta está representada por el tamaño, la presencia, la sanidad y factores como el embalaje, la presentación y el marketing de los productos.
Una mención especial, que ilustra cómo se desmerece una situación comercial, es lo acontecido con la citricultura uruguaya, que tuvo su auge en las décadas de los años 80 al 2000. Toda nuestra fruta tiene una calidad interna de jugo, sabor y características organolépticas óptimas. Pero al no tener su piel o cáscara perfecta, sana, sin manchas ni cicatrices por enfermedades, plagas o daño de viento, se desmerece estéticamente, pasa a ser fruta de segunda categoría. Y esta clase representan el 40 o 50% de la producción de fruta cítrica.
Ahora bien, los países que pertenecían a la extinta área socialista o de influencia de la URSS la compraban o la canjeaban por bienes, como fertilizantes o maquinaria, porque satisfacían las necesidades de una población sin muchas exigencias de calidad externa de la fruta. Este factor comercial era capital para que Uruguay lograse sacar fuera del país miles de toneladas de una fruta que los otros mercados externos exigentes, como Europa occidental u otros países, no nos comprarían.
Se sumaron, además, a este factor político-comercial factores como la adaptación de variedades a los gustos y exigencias de un mercado global cambiante y muy exigente.
Otros factores que inciden negativamente son, sin duda desde hace unos años, la política monetaria. Todos sabemos y mencionamos el “atraso cambiario” como una dificultad al exportador que recibe por los dólares de su tonelada pocos pesos uruguayos para pagar servicios, mano de obra, impuestos y tantos otros costos de producción pesados. Se le crea un desequilibrio que se manifiesta en la ecuación costo-beneficio desestimulando al mantenimiento y crecimiento de las plantaciones cítricas.
Ya han surgido en Sudamérica países como Chile y Perú que no producían cítricos y ahora lo hacen causando molestia en nuestra oferta de contra estación, a los que se suman Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda.
Sumamos otro inconveniente, que es el tema de los fletes. Los buques llevaban del Río de la Plata al Mediterráneo o Mar del Norte nuestros productos sin escalas. Hoy se comercializa la fruta en contenedores y estos van por buques portacontenedores de cada vez mayor tamaño, hacen más escalas y navegan más lento para no infringir normas de emisión de gases de efecto invernadero. En consecuencia, el flete se hace más largo y, por tanto, más costoso, sumado a que los nuevos destinos de nuestra fruta también son más lejanos, como es el caso de Medio Oriente y Asia.
Conclusiones
Tenemos en lo personal, por nuestra formación agronómica y granjera, una especial consideración favorable al desarrollo de la granja en el Uruguay. Es una producción que hace permanecer a la familia en el ámbito rural, que demanda mano de obra a los propietarios de los predios, a sus vecinos y gente operaria en la zona por el carácter intensivo de su producción: siembra, trasplantes, trabajos de manejo, sanidad, abono, cosecha, sobre todo, y de empaque y distribución. Aporta a una canasta alimenticia rica en todos los elementos que necesita el cuerpo humano para una vida saludable y es el fruto generoso de nuestro suelo.
Tal vez los conceptos vertidos en la nota dejan una conclusión negativa y de difícil solución para las necesidades que demanda el sector granjero. Pero siempre hay una luz al final del camino. Mejores presupuestos a la investigación, implemento adecuado de la ley de riego, fomento por embajadas, Uruguay XXI y los particulares de las bondades de una producción natural y sabrosa, en estaciones distintas y procurando la unión corporativa de los actores en cada rubro para encarar juntos los desafíos técnicos y comerciales pueden y deben ser un adecuado empujón de arranque a una actividad que nació con la inmigración y lucha por mantenerse viva.
(*) Ingeniero agrónomo, Udelar, orientación granjera
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