A punto de cumplir los 50 años de Americando, Juan Carlos López recorre el Uruguay entero en busca de historias maravillosas de gente sencilla. Fiel conocedor de sus realidades, charló con La Mañana sobre los desafíos del campo y su gente y, sobre todo, de mantener una identidad con bases firmes en el trabajo de nuestros abuelos y el valor por lo humano.
Con la llegada de una nueva edición de la Expo Prado la capital del país se acerca más a todo aquello que sucede tras las paredes de la urbe central: el campo y su gente. Las realidades -disímiles y ricas- que ocurren más allá de los límites montevideanos se han ido empalideciendo a lo largo de los años para los mass media; sus voces, caracterizadas por la sabiduría de quienes viven en un contacto más estrecho con la tierra, poco a poco parecen perderse entre el viento y apenas si se escuchan entre los rugidos de los motores de la capital.
Pero hay un hombre que desde hace casi medio siglo trabaja con ahínco y mesura para rescatarlas y amplificarlas, y tal ha sido su compromiso con este fin que hoy no se puede separar su persona de lo rural. Juan Carlos López -Lopecito- logró gracias a su entusiasmo y respeto hacerse un lugar no solo en la agenda de la gente, sino también en sus corazones.
Para charlar sobre los aspectos de la “ruralia”, como él lo define, el comunicador recibió a La Mañana y brindó una extensa entrevista, otorgando el tiempo que merecen estos temas y charlando lento y pausado, como la propia gente a la que él mismo entrevista. Es esta forma, explicará más adelante, la que también utilizaba Ruben Lena, y la que permite seleccionar las palabras adecuadas que pongan en valor el querer decir.
López es un hombre que cree en el destino de cada cual, y en ese sentido, entiende que en su vida estaba marcado este rol. Y no caben dudas de que fue así. Por eso, al poco tiempo de comenzar a hacer Americando vía radial -en el año 1972- lo designaron para cubrir la Expo Prado. La presencia de los cabañeros, que apenas caída la tarde se reunían al rededor del fuego y compartían mate y guitarreada -a veces alguna cañita- lo maravilló. Y a partir de allí tuvieron lugar en su vida una serie de sucesos que lo llevaron a descubrir el verdadero tesoro que hay en la humildad de la gente, como el recibimiento con caballos que tuvo en Capilla de Farruco el día que llevó dos cajas con libros para una biblioteca, o la emoción que sintió un tropero de Lascano cuando Lopecito paró en medio de la carretera y le acercó un teléfono para que saliera en vivo su voz a través de la radio. Son estos hechos, los de rescatar las cosas sencillas de la gente sencilla, lo que le marcó cual brújula que el camino era por ahí, y que en él, además, estaba el servicio.
Cuando un día, López leyó en la radio el pedido de una madre de campo que buscaba a su hijo, a quien no veía desde hacía 38 años, y este gracias a ello apareció, una avalancha de cartas le siguieron. De esas, hay unas siete mil guardadas cuidadosamente en el sótano de la casa de López.
No son cartas de letrados, como los de la capital. Son esquelitas sobre las cuales la gente depositó toda su esperanza, guardadas con paciencia desde el momento de su elaboración hasta que alguien pudiera acercarla al pueblo, para que después el correo la llevase hasta la capital y, más tarde, hasta la radio, y así llegara a las manos de Lopecito y luego a su voz y luego a los oídos del remitente y destinatario final. Porque en todo ello estaba también el que uno mismo se escuche. Fue Lena quien le dijo a López una vez: “Lo que tú nunca puedes dejar de hacer es saludar, porque cuando tu nombras a alguien, ese se escucha nombrado y mira, sabe que está vivo”.
Como un barco escorado
Es que en esa misión de dar luz a la gente común, López conoció mil y una realidades y personalidades, pero en todas ellas destaca un rasgo en común: la libertad. “Es gente que no pide nada porque saben que lo tienen todo, que son libres, que tienen independencia de criterio y una gran paz interior”, definió en la charla. No obstante, estas características que se desprenden de la figura del paisano o del gaucho han sido un “motivo de bulling permanente por parte de supuestos cómicos o charlistas que viven dentro de los muros de la city”, como expresó el comunicador. Y sucede, a veces, que incluso la forma de caminar de quienes toda una vida se trasladaron arriba de un caballo y pisando firmemente los terrones de tierra se encuentran incómodos sobre el frío y gris asfalto. Alcanza esto, solamente, para que haya quienes se mofen.
De hecho, sobre la valorización de los grandes medios de comunicación de la riqueza y sabiduría que hay en el Interior, López expresó: “Hay un gran ninguneo constante de los medios, a quienes no le interesa en absoluto hablar con la gente en el Interior, e incluso en las afueras de Montevideo. No es noticia. El ninguneo que se hace a la gente de campaña es brutal”.
Según sus palabras, esta actitud va más allá de los medios y, en concreto, responde a un sistema. Ese mismo que hace que una ambulancia no vaya a buscar a alguien que está infartando a 12 km del centro de Paysandú, o que un muchachito de Rodríguez prefiera ganar menos trabajando en una gran planta de lácteos en lugar de un tambo en el campo. Y es que el sistema es como un río, que nace en la altura de una sierra, apenas si como un hilo suave de agua y va corriente abajo, arrastrando cada vez más agua y gente a su paso hasta desembocar en el gran océano de la capital. En él, el comunicador destaca a Montevideo cual barco pavoroso escorado en la costa. “Montevideo no sale de Montevideo. Pareciera que el país termina, culturalmente hablando, en el Centro”, mencionó.
Un tejido que se desarma
En términos comparativos, la actitud del sistema que describe López se asemeja a un gran tejido sobre el cual un día, allá por la década de los sesenta, aparecieron unas manos para comenzar a sacar sus hilos. “Nos vamos a quedar sin el telar, sin ese macramé que, con errores, con cosas buenas y malas, se iba construyendo”, admitió.
En este sentido, englobó dos modelos culturales enfrentados: “Por un lado están a quienes despectivamente se llaman tradicionalistas, que son quienes queremos mantener determinados principios y valores, reconocer a los abuelos, todo el trabajo hecho, ponerle de nosotros y entregar eso a nuestros hijos. Y, por otro, quienes quieren romper todo lo anterior, desarmar la tradición y nuestra propia historia”, apuntó. Y, esta tendencia de encasillar, agregó, se aleja de otorgar libertad a la persona y, por el contrario, lo tiza como oveja pronta para esquilar.
En este sentido, López señala los “puntos de poder” que existe en el mundo. “Uno no les ve, pero están”, afirma. Son esos mismos que hacen que la sociedad uruguaya valore más al batero de los Rollings Stone, que a los del Pepe Guerra o No Te Va Gustar y es en esta misión de intentar mantener lo propiamente uruguayo donde la juventud asume un rol clave.
Uno mismo lo puede ver en su programa, desde la emoción e inocencia de un chico de Rivera que volviendo de la escuela charla con Lopecito, hasta una gurisa de Paysandú que en el teatro de su ciudad le rinde homenaje a Santiago Chalar. Es el lugar que López le otorga para difundir lo nuestro, lo propio las historias humanas que laten en las esquinas a la espera de que alguien le ponga los ojos encima.
Es por esto que en la Expo Prado hay una oportunidad de descubrir el alma del campo, pero antes de este fin se deben sortear desafíos. El entrevistado explicó: “El comunicador tiene un gran desafío. No puede ir otra vez a mostrar cómo se peina un toro, no es la realidad. Hay mil historias para contar y para aprender. Por otro lado, la Asociación Rural del Uruguay (ARU) tiene el desafío de que la fiesta no se coma la cabaña, pero su gente es muy inteligente y lo logrará”, observó.
En tanto, para quienes asistan, López recomendó descubrir ese Prado que se ve más allá de las cámaras, adentrarse al fogón y charlar con la gente. Por supuesto, si hay preguntas, hacerlas. Tal vez de esa forma algunos prejuicios comiencen a diluirse y gente de ciudad y de campaña descubran que tienen mucho más en común que lo que dice la TV.
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