El ludismo surge en 1811 en Inglaterra, durante la Primera Revolución Industrial. Debido a la automatización y el desarrollo de la maquinaria, los artesanos ingleses rechazaban el uso de las máquinas con el fin de proteger sus puestos de trabajo.
Así como la adopción de las primeras maquinas demostró a la postre promover fuentes de trabajo adicionales, más sofisticadas y mejor remuneradas, fueron inicialmente muy resistidas por los movimientos obreros. Aunque resulte extraño, en pleno siglo XXI existen resabios de ludismo enquistados en algunos movimientos sindicales como en Conaprole donde, sin ir más lejos, existe la obligación de realizar una contratación por cada empleado que se retire, en una suerte de lucha contra el perfeccionamiento de los procesos productivos.
Este mecanismo desconectado de la gestión empresarial moderna ha funcionado como un verdadero desestímulo en la búsqueda de mayor eficiencia industrial, siendo que no existen reales incentivos para promover automatismos y aumentar la productividad. Lo cierto es que las gerencias de las empresas, en especial en el sector lácteo, han perdido gran parte de la capacidad de gestión, siendo incluso muy común sufrir medidas sindicales de fuerza mayor ante un simple cambio de turno.
Existen infinidad de acciones realizadas por los trabajadores sindicalizados, dirigidas a trancar y entorpecer los procesos de automatización, ya sea en la puesta en marcha, como en el mantenimiento y la operación de las máquinas más sofisticadas. Ello ha motivado exigencias del sindicato totalmente fuera de contexto, ya no solo de los convenios vigentes, sino de la situación económica del país, aduciendo como excusa la naturaleza de los equipos que se operan.
No es casualidad que, ante la enorme conflictividad laboral, la cooperativa a lo largo de los años se haya volcado de forma muy marcada a la producción de leche en polvo, (sector menos intensivo en mano de obra y más automatizable). A pesar de ello, según Ceres, Uruguay requiere cuatro veces más empleados por litro de leche producido que Nueva Zelanda, con lo cual es posible presumir que todos los esfuerzos de automatización no han podido plasmarse totalmente en mejores indicadores de eficiencia.
En términos generales, existen vicios en las relaciones laborales de todo el sector industrial lácteo. Por un lado, parecería que la caducidad del producto ha contribuido con un mayor poder de las medidas de fuerza aplicadas por los sindicatos quienes, a lo largo de los años han logrado conquistas laborales, algunas realmente insólitas. Ahora bien, los “males” de Conaprole no son exclusivamente causa de su sindicato. La estructura orgánica de la cooperativa muy probablemente haya ofrecido terreno fértil para sumar conquistas sindicales ante directorios que, por su forma de designación, alta rotación y escaso involucramiento de largo plazo en la gestión de los recursos humanos, han tenido que ceder ante las demandas y presiones ejercidas por la organización gremial. En el largo plazo, esa secuencia de concesiones sistemáticas ha terminado acumulando un pesado lastre para la principal empresa elaboradora de lácteos.
Concentración y monopsonio
Conaprole cuenta con algunos convenios laborales que redundan en un sobrecosto muy grande. Entre ellos el uso de horas extra y los convenios por antigüedad que obligan a la cooperativa a pagar sueldos excesivamente altos (un 30% por encima del resto de la industria). Esto lamentablemente no ha quedado circunscripto a Conaprole y ha derramado sobre el resto de la industria debido al formato de negociación salarial por sectores o ramas. Las pequeñas industrias que no gozan de las ventajas competitivas que caracterizan a Conaprole por su escala y mercado de exportación, se han visto arrastradas en una espiral de costos laborales que se suma a los elevados precios de la leche pagados al productor por Conaprole (descalzados de los precios de venta de leche fresca y productos elaborados en el mercado local).
La actual estructura de las fuerzas de mercado ha deteriorado la posición de las pequeñas industrias necesitadas de pagar sobreprecios para mantener a sus remitentes. Si bien no creemos que esta situación sea ideal para Conaprole, entendemos que ha sido funcional a su estrategia de dominio del mercado. Ello le ha permitido fagocitar algunas cuencas de industrias debilitadas, absorbiendo los pocos productores remitentes, que aun decididos a mantenerse en el rubro, optan por la única fuente aparente de seguridad. El resultado, un mercado excesivamente concentrado y un monopsonio en desarrollo.
Ahora bien, ¿cómo ha afectado la gran rigidez laboral y los presentes convenios laborales a la industria en general? El emblemático caso Pili sirve, no solo para ilustrarlo sino para una vez más alertar sobre los problemas que salpican a la mayoría de las pequeñas industrias en la actualidad.
No desconocemos que el detonante del cierre de Pili se encuentra asociado a inversiones excesivas en la línea de producción de quesos para abastecer principalmente el mercado venezolano. Un error fatal, donde la mezcla de ideología e intereses comerciales dejó un tendal de problemas en el sector lácteo, que muchas empresas aún arrastran.
No obstante, debemos recordar que en los momentos más duros que atravesó Pili, signados por los apremios financieros y la caída de mercados, su principal dificultad fue la falta de leche; algo que muchas empresas lácteas sufren en la actualidad y por ello resulta interesante refrescar. Ante el pedido de Pili para recibir leche de Conaprole, la cooperativa (en un gesto encomiable) accedió, sin embargo, fue su sindicato quien, una vez más actuando irresponsablemente, se opuso exigiendo como contrapartida que se adoptaran convenios laborales vigentes en Conaprole. No hace falta hacer especulaciones para entender por qué Pili rechazó dicho acuerdo. Las opciones eran una eutanasia programada (cierre definitivo) o una dolorosa enfermedad terminal que Pili no tuvo más remedio que desestimar.
Conaprole y el ludismo
Actualmente, nos encontramos ante un escenario muy complejo donde cuesta realmente hacer una lectura objetiva de los reclamos de los movimientos sindicales. Por un lado, la pandemia impactó muy negativamente en nuestra economía, la cual recién comienza a traccionar nuevamente de la mano de precios de los commodities. Por otra parte, asolados por presiones inflacionarias a escala global y un clima enrarecido a causa de la guerra, Uruguay se posiciona como una isla de estabilidad, ya no solo a escala regional (por el contraste de seguridad institucional que ofrece respecto a sus vecinos), sino que a escala global por su lejanía de los conflictos bélicos que amenazan a toda Europa.
Si este escenario no fuera ya suficientemente complejo, se debe sumar el avance de los movimientos sindicales en la escena política, con lo cual resulta aun más difícil identificar la verdadera motivación detrás de las reivindicaciones sindicales, que en algunos casos parecen disfrazar meras pujas electorales internas.
En este escenario se enmarca un antiguo conflicto entre Conaprole y su sindicato con claros atisbos de ludismo que rayan con lo absurdo. Estas prácticas no tienen asidero en la actualidad, donde competimos en un mundo altamente globalizado, economías abiertas y cadenas de valor trasnacionales, que no ofrecen ningún tipo de margen para un país netamente agroexportador como Uruguay.
El único camino para colarse entre los grandes es promover la innovación y aumentar la productividad. El verdadero desafío es desarrollar nuestra habilidad para capacitar y reconvertir a los trabajadores menos calificados reduciendo la brecha de acceso a oportunidades. Lamentablemente, la impronta extorsiva de algunos gremios, la pobre participación de instituciones como Inefop y la falta de liderazgo de algunas empresas, nos ha impedido reconvertir la industria para la era tecnológica que se nos avecina.
*Ingeniero agrónomo, MsC en Agronegocios
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