La globalización es un proceso social y cultural que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los países del mundo. Como tal incluye a la economía, lo que acarrea muchas ventajas, aunque también genera disparidades producto de la desigualdad de condiciones productivas. Uruguay no escapa a esa realidad, y tampoco los productores rurales.
Alvaro Lavratto tiene 33 años, y desde que tiene 8 en su familia plantan frutilla, además de otras frutas y verduras que han ido variando con el pasar de los años, en la zona de Colonia Wilson, departamento de San José, en diálogo con La Mañana, expresa su sentir sobre la situación que atraviesan muchos productores por la pérdida de competitividad.
Frutillas orientales
Hace 4 o 5 años comenzó a importarse en nuestro país pasta de frutilla (fruta procesada utilizada para la industria) proveniente de China, lo que “ha ido matando al rubro de a poco, la producción de frutilla en la zona era uno de los de mayor volumen aproximadamente el 80% de la fruta; pero a causa de la importación de pasta de China, sumado a algunos problemas climáticos y los altos costos de producción, esa participación en el mercado se ha reducido”.
El productor nacional debería vender a $40 el kg de fruta para poder costear los gastos que representa producir, pero de China está entrando la pasta (de menor calidad) a $28, ya procesada y descontando el IVA (que los productores no pagan antes de industrializar), explica Álvaro.
“El productor uruguayo se mantiene en el campo por lo que define al uruguayo, la “garra charrúa”
Son varios los productos que tienen dificultades para competir con las importaciones a precios considerablemente más bajos. Por ejemplo, tomando como ejemplo la papa, tema en el cual Álvaro también tiene contacto, “Uruguay produce 50.000 toneladas, y se importan procesadas (bastones, puré, etc) 47.000 toneladas. Cada kilo de papa prefrita equivale a 2.5 kg de papa “de campo”. Al no tener políticas que proteja la producción nacional, en las góndolas se puede ver que los precios de la producción nacional son mayores inclusive que las importadas (Lay´s y Manolo, por ejemplo). Lo mismo pasa con otros productos como la pulpa de tomate, o la frutilla”.
Un trabajo de 365 días
La zafra “fuerte” de cosecha de la frutilla comienza desde fines de setiembre hasta diciembre, y de enero hasta marzo continúa “un poco más tranquilo”. La producción dura todo el año, se planta en febrero (empleando 2 o 3 personas por hectárea), y en los meses fuertes puede emplear a más de 10 personas por hectárea.
“Comparado a otros rubros agrícolas, es uno de los que más mueve gente por hectárea. La frutilla es el inicio en el trabajo para muchos jóvenes, ya que la zafra fuerte arranca con el fin del año lectivo, y es un trabajo que está al alcance de la mayoría, además de ser bien remunerado”.
Relativo a los costos, Alvaro agrega que para inicio de la siembra se deben invertir U$S15.000 por hectárea plantada, sin tomar en cuenta el cuidado durante todo el año, que incrementa los costos a más del doble. La producción ha ido bajando constantemente debido a esto y a que se han cerrado puertas a la industria.
Los precios no los determina el productor, sino la oferta/demanda del mercado. “Antes, cuando había industria local, los precios estaban regulados porque se establecía un precio mínimo, y no se perdía dinero porque el producto se colocaba de cualquier modo, el productor colocaba su producto y el precio al consumidor era accesible. Hoy por hoy si no se industrializa si o si tiene que ir al mercado, y quien marca el precio ahí no es el productor. Si hay mucho stock la fruta hay que venderla, y ahí empiezan a caer los números. Si los costos de producción son mayores que el precio del mercado, hay que vender aún dando pérdidas para evitar tirar la fruta”.
El cambio climático, y la aparición de enfermedades nuevas, obliga a los productores a realizar desinfecciones de suelo que cuestan alrededor de U$S3.500 por hectárea, lo que eleva aún más los costos, y los márgenes de ganancia, que son de por sí bajos, se achican aún más, y el nivel de incertidumbre aumenta.
Hoy por hoy si no se industrializa si o si tiene que ir al mercado, y quien marca el precio ahí no es el productor.
Soluciones posibles y la “garra charrúa”
Álvaro considera que existe un desconocimiento de la realidad en varios rubros, “si se hiciera un estudio de cómo impactaría aumentar la producción, se vería que hay capacidad ociosa y que sería muy productivo invertir en aumentar y hacer competitiva la industria nacional. La gente sigue consumiendo cada vez más, pero cada vez más se tiran a lo importado. Muchos productos que se importan podrían producirse acá, pero sustentar fábricas en el país se vuelve inviable, producen en rojo para poder competir y aún así los precios están arriba de los importados”.
Recuerda que en época del gobierno de (Jorge) Batlle se probó con un incentivo a la producción nacional de tomate, gravando a las importaciones de pasta, lo que generó un impacto muy positivo en los negocios de plantación y procesamiento de tomate. La iniciativa no prosperó y la producción de tomate en la zona ha decaído de manera muy significativa.
“No se han abierto los ojos al campo. No creo que sea imposible mejorar la situación actual, sino simplemente pensando en que puedan competir el productor nacional con el mercado internacional. Si la frutilla nacional cuesta casi el doble de la importada los productores locales no tienen forma de plantarse frente a la pasta importada. Es la problemática de muchos rubros que no compiten con lo que entra. La frutilla generaba muchas fuentes de empleo en la zona, y al reducir los niveles de producción, se pierden muchos empleos directos e indirectos”.
Como en 2001, cree que la situación mejorará, aunque ve que a la ecuación se le han sumado otras variables que complican un poco más la coyuntura actual. “El productor uruguayo se mantiene en el campo por lo que define al uruguayo, la “garra charrúa”, se criaron en el ambiente, y aun con alguna otra posibilidad de ir a otro lugar se quedan ahí, continúan por el corazón que le ponen, y por la esperanza de que la situación mejorará, “es solo un día nublado”.