Históricamente, en Uruguay, el rural ha sido un medio adecuado para el desarrollo humano pleno, y por sus características es posible la integración y el fortalecimiento del entramado social genuino apoyado en los individuos y la familia.
La historia de la civilización humana está íntimamente relacionada con la agricultura. Durante el neolítico, hace 12.000 años, el hombre dejó de ser nómade, abandonó la caza y la recolección, para comenzar a producir sus propios alimentos lo que implicó sembrarlos, regarlos, cuidarlos y cosecharlos. Desde entonces y hasta el presente el lazo de unidad entre el hombre y la tierra ha cambiado, pero la necesidad que tenemos de ella no solo se mantiene intacta sino que cada vez tenemos una relación de mayor dependencia. Y así como trabajar la tierra fue el comienzo de la civilización, de ella también depende nuestro presente y nuestro futuro.
Curiosamente, la sociedad moderna, parece no visualizar la importancia de la tarea agrícola. En todas partes del mundo las personas se sienten atraídas por las luces de las ciudades y dan la espalda al trabajo rural, porque socialmente se valoriza más el diploma o título que se puede colgar de la pared, que cosechar el alimento para la familia y la comunidad a la que se pertenece.
Sin embargo, cada vez que alguna tragedia azota a un país, como por ejemplo la guerra, o una enfermedad como ahora mismo estamos viviendo a nivel planetario con la pandemia del coronavirus, lo primero y fundamental, eso que no puede detenerse nunca, es la generación de alimentos.
Lo que sucede es que mientras el hombre con mentalidad moderna se preocupa por conocer y entender el funcionamiento de la última tecnología en celulares o computadoras, y anhela para Uruguay una ciudad con las características de Silicon Valley, parece olvidar lo importante que es la capacidad de asegurar el alimento en nuestras mesas.
La mayor riqueza de Uruguay está en su tierra, por lo que se produce, por lo que se exporta y por la mano de obra que genera. Seremos un país fuerte en la medida en que sepamos tener un campo fortalecido.
Históricamente, en Uruguay, el rural ha sido un medio adecuado para el desarrollo humano pleno, y por sus características es posible la integración y el fortalecimiento del entramado social genuino apoyado en los individuos y la familia.
“La tradición del campo se está perdiendo, la gente ha dejado de plantar”
Eduardo Porciúncula vive con su familia en Rincón de Ramírez, zona que
de constituir el núcleo de tierras más pobres y más carenciadas del país, se transformó en un lugar privilegiado del departamento
de Treinta y Tres, gracias al cultivo del arroz.Gracias a la agricultura en rotación con la ganadería se ha ido transformado en un polo de desarrollo del país digno de admiración. Empleado en uno de los arrozales de la zona cuenta con una huerta familiar instalada en el predio para el cual trabaja.
“Mi señora y yo utilizamos el predio familiar para plantar. El predio es de mi patrón, consigo el tractor y en mis tiempos libres planto”, dijo a La Mañana. “La casa tiene dos predios, uno delante y otros atrás, son predios chicos de 50 por 50 el más grande y 30 por 10 el más chico que es el que está al frente” de la vivienda.
Este año Eduardo plantó boñatos. “Como estaba en la cosecha de arroz no tenía mucho tiempo para dedicar a la chacra, pero teníamos que cosechar los boñatos, yo llegaba de noche a mi casa y con una linterna dejaba todo pronto para que al otro día mi señora los sacara”, contó. Es un trabajo familiar a pequeña escala “y mis hijos ayudan porque les gusta acompañar”.
No es raro encontrar trabajadores que empezaron ayudando en una explotación agrícola y terminaron ellos mismos siendo productores, comprando un campo o poniendo un negocio de transporte
“Este año los boñatos dieron una buena cosecha, no me da para consumir todo, entonces una parte la doy, le llevo a mi madre, otro poco lo vendo. Tuvimos una buena cosecha con boñatos de más de 5 kilos. Ayer mi señora sacó un boniato de más de 7 kilos”, contó.
Porciúncula no tiene animales, “sólo cosecho”, dijo, “además de boniatos, zapallos, zapallo de tronco, pepino y algunas otras cosas”.
La historia de Eduardo es una muestra del desarrollo de la producción familiar y de la cohesión social sustentada en la familia. Un modo de vida que se ha ido perdiendo en los países cada vez más industrializados, tecnologizados, y del primer mundo.
Aunque Uruguay no está del todo lejos de eso, aún hay gente en el interior que trabaja la tierra, es autosustentable y se garantiza para sí y su familia el alimento de calidad y fresco.
No es raro encontrar trabajadores que empezaron ayudando en una explotación agrícola y terminaron ellos mismos siendo productores, comprando un campo o poniendo un negocio de transporte. Es lo que sucede cuando los integrante de la sociedad, como un puzzle de mil piezas, cada uno desarrolla su responsabilidad según sus capacidades y habilidades.
Esa fue la forma en que Uruguay supo crecer con productores de todos los tamaños, añadiendo y generando riqueza que se distribuye en toda la sociedad.
Sin embargo las políticas agropecuarias de los últimos años han ido desmantelando el campo con establecimientos que cierran y productores que se van a las ciudades en busca de una oportunidad que no siempre se les da. Menos productores implica mayor concentración de la tierra.
La semana pasada el subsecretario de Ganadería, Agricultura y Pesca, Ing. Agr. Ignacio Buffa, dijo que nuestro país pierde un trabajador rural cada cuatro horas. Un dato que impacta, pero no deberían asombrar si consideramos que el arroz, a pesar de ser el cultivo agrícola de verano más seguro que tiene Uruguay y de mayor eficiencia productiva del mundo, en los últimos años redujo su área en un 30%, pasando de 200.000 hectáreas a 135.000 hectáreas, afectando primero a los productores más pequeños, porque contradiciendo el discurso instalado por el gobierno pasado, los primeros que caen son los eslabones más débiles.
Lo mismo vino sucediendo con la lechería y así se va despoblando el campo y ensanchándose las ciudades por productores fundidos y sus empleados desocupados.
“Soy peón”, dijo Porciúncula, “con capacitación en aire acondicionado, pero prefiero trabajar el campo”, añade.
“La tradición del campo se está perdiendo, la gente ha dejado de plantar. Hace unos años las familias tenían unas hectáreas y allí plantaban, tenían algunas ovejas y vaca, y con eso se alimentaba. Eso se está perdiendo”, comentó.
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