“El desarrollo que estamos perdiendo en el interior es más que importante para el futuro”, dice en diálogo con La Mañana el ingeniero agrónomo Norberto Pereyra. Días atrás, llegó a nuestra redacción un escrito con su firma, donde a modo de relato daba cuenta de las importantes preocupaciones en campaña debido al avance de la forestación. El productor advertía del inminente cierre de escuelas rurales, de cómo las casas se tapean, la gente se va y los árboles crecen.
Pereyra nació y se crio en la sección 14 de Canelones. Es el hijo menor de siete hermanos. Trabaja en el campo desde sus primeras memorias. “A mis cinco años mi padre me subía a su falda en el tractor, y a los siete años ya andaba solo trabajando, en tractor y en caballo”, cuenta. Se trata de tareas comunes en el interior agrícola. “Uno se sentía útil, entendía que estaba continuando con una cantidad de tareas que venían de sus ancestros, pero menos dura que las de los abuelos”. En seguida admite: “Fue una etapa muy feliz de mi vida”, una en la cual se repartía asistiendo en las mañanas a la escuela y trabajando en el campo luego del mediodía. Para ir a estudiar debía viajar solo en un ómnibus al que le llamaban “El Correo” hasta la ciudad de Pando. Allí esperaba más de una hora –en ocasiones aún no había despuntado el día– hasta que el reloj diera las ocho y la escuela abriera las puertas. Los fines de semana no había fútbol, pero sí estudios.
Por ese entonces, en el campo de su padre, no ayudaba a atender el rubro en el que hoy se desempeña –la ganadería y la agricultura, como explicará más adelante–. El principal rubro de la familia era la actividad bodeguera. Pero las transferencias que hay desde el sector agropecuario hasta otros sectores han hecho que muchas veces la gente haya tenido que variar en su trabajo.
La clave para los ciclos
Pereyra menciona que siempre le gustó la ganadería, aunque confiesa que también ha tenido que “salirle a la agricultura”. Es que la actividad ganadera no siempre renta por sí sola. Claro, cuando los precios son buenos, sí, pero todas las cosas son cíclicas y, en la medida de que uno hace agricultura, aprovecha todas las oportunidades. “Con la propia agricultura luego se hacen praderas, y eso permite cerrar el ciclo”, explica.
Su actividad ganadera y agrícola corre por el norte y el sur del país. En Cerro Largo, en la novena sección, la actividad es más natural. Sin embargo, en Canelones, en la sección catorce y séptima donde se desarrolla, la actividad es más intensa, explica, a costa de los impuestos. “En este departamento la contribución vale bastante más que en otras partes del país y no nos posibilita hacer ganadería en sí”. Cuando uno más invierte, más caro es y cuesta más sacar una rentabilidad. “Tenemos años de bastantes pérdidas y otros donde las cosas valen y allí recuperamos un poquito”, evalúa. Los dos años de sequía al sur del país generaron “una catástrofe de pérdidas”, sobre todo en la soja, que junto con la situación de los precios desembocaron en más pérdidas. Debido a ello, este año este cultivo fue cambiado por el sorgo. “Este año empatamos, y nos quedamos contentos con ello, porque la sequía también impactó.
Pero el productor ganadero debe evaluar muchos costos antes de definir una rentabilidad. Dentro de ello se encuentran los costos fijos. Al cerrar las cuentas es cuando uno se asombra. “Al final trabajé para que me vieran, porque no tuve rentabilidad”, piensa en ocasiones.
En este escenario, el ahorro es fundamental. El entrevistado recuerda que, desde pequeño, sus padres le inculcaron la importancia del ahorro. Explica que esta actitud es algo que proviene de campaña. “Cuando en el campo uno saca una buena cosecha, el excedente se vuelca en más inversión para el trabajo, ya sea en una herramienta que necesitan o en más hectáreas de campo. Por eso es bueno que los productores ganen, porque es inversión segura”, afirma.
Menos personas, más árboles
La ganadería tiene más de 300 años en Uruguay y el desarrollo de la actividad ha sido tal que ha llevado al país a destacarse mundialmente. Además, sus pasturas naturales, su tierra fértil y su desarrollo agrícola, han sido históricamente bastiones del país. En este marco, el productor analiza: “A todos los políticos les gusta que se cree más riqueza, pero cuando uno ve que todas las transferencias del sector agropecuario se vuelcan a las ciudades, uno queda un poco preocupado porque el Estado no nos devuelve nada”.
Y esta frase la explica con un ejemplo. Es que a pesar del alto cargo que paga por la contribución inmobiliaria “uno debe luchar enormemente en la novena sección para que pasen una motoniveladora una vez cada cinco años”, y agrega: “hemos vivido toda una vida acá, debemos luchar para tener algo –y a veces no lo logramos– pero viene la forestación y le hacen todo”.
La forestación cuenta con subsidios desde el año 1987. “Los números no dan para muchos rubros, pero si subsidias algunas partes para promoverlo, el sector se beneficia y empieza a caminar, como lo hizo la forestación. ¿Es necesario seguir subsidiándola?”, se preguntó, en un tiempo donde cada vez más familias se vuelcan a las ciudades. “En el año 1998, 42 vecinos pedimos que nos pusieran la luz, porque la necesitábamos para trabajar. No lo logramos”, recuerda. De esos vecinos, solo quedan ocho. En la novena sección ya casi no quedan personas. Pero lo que sí abundan son árboles. “Si lo mirás en el mapa, es un punto negro del país”, ilustra.
Producir y estudiar sin caminos
“Se ha llenado de forestación, que va sacando los vecinos. Es verdad, van un día y atacan la zona con mucha gente, pero después se van y no queda nadie al menos por diez años”, cuenta. El productor se pregunta por qué los vecinos no pudieron tener condiciones para una caminaría que ayude a los niños de Cañada Brava a llegar a Santa Clara del Olimar y Cerro Chato para asistir a estudiar. Aseguró que en un auto en buen estado se demoran tres horas para recorrer 48 kilómetros. “Y no vayas más rápido porque te quedas sin vehículo”, advirtió. Los niños, entonces, no tienen otra solución que quedarse en el pueblo para poder estudiar. “Esos gurises no vuelven más a campaña”, asegura.
Respecto a los arreglos que se realizan en las carreteras nacionales para que los camiones que cargan troncos puedan llegar a sus destinos, Pereyra dijo: “Los arreglos que hacen en la carretera –algunos kilómetros pueden costar hasta un millón de dólares– se rompen enseguida, porque no soportan camiones de 45 toneladas”. Además, mencionó que los arreglos que se realizaron en ruta 7, cerca de Cerro Chato, hace menos de un año, ya no se notan. “La carretera está destruida en ese tramo”, comentó y se pregunta si alcanza lo que pagan los camiones para “pagar el destrozo de lo que se está haciendo con las carreteras en el Uruguay”.
En esta línea, argumentó: “Muchas veces, desde los escritorios se dictan medidas que no las entienden, porque hay que vivir en el medio rural para darse cuenta que es mentira que se arreglan los caminos. Se hace muy poco para lo que cuestan. Se han olvidado de que nosotros, para desarrollarnos, necesitamos una caminería que funcione. Cuesta enormemente que se entienda cómo funciona el interior, sobre todo a los políticos”.
Una pieza menos, una estructura que sea cae
Además, la forestación ha conquistado también a las grandes estancias del país, indica el entrevistado, ya que se desentienden de la actividad rentando sus campos para plantar árboles mientras que las familias que históricamente habían trabajado con ellos en otras tareas, pierden su fuente laboral. “Desaparece la actividad de los empleados y todo lo que vinculaban a los empleados con la ciudad, porque seguramente tenían alguna casita de Mevir o compraban en los boliches del pueblo”, enuncia.
En este arduo escenario, y ante la pregunta de qué es lo que lo motiva el despertarse cada día temprano –sobre todo en épocas de tanto frío, siempre más intenso en el campo que en las ciudades– para trabajar la tierra, el entrevistado responde: “porque lo llevo en la sangre, en mi cultura. Todo lo que muevo lo vuelvo a reinvertir en el campo”.
Una cultura perdida
“En la novena sección de Cerro Largo vivimos asediados por los chanchos jabalí”, asegura Pereyra. Es que estos animales se ven atraídos por la forestación. “Se ha llenado el país de especies muy bravas para la producción agropecuaria”, advierte, al tiempo en el que indica que Uruguay “está perdiendo la identidad”. Es que, explica, los ovinos –una de las opciones más alentadoras para los medios rurales gracias a su facilidad de reproducción frente a otros animales– son una de las especies presas por esta plaga. “Hoy no es beneficioso tener ovejas, porque hoy las tenés, pero mañana te aparecen treinta animales muertos”, dice el entrevistado.
¿Qué medida sería necesario tomar para ayudar a los productores en épocas de sequías?
Los apoyos que han salido del gobierno, poco menos hay que meterse en un crédito, que tiene costo. Decididamente no aceptamos el apoyo, porque era carísimo. No hay un apoyo real, es una facilidad para un crédito blando que te permite salir a flote, pero si uno lo analiza en términos de números, es contraproducente. En mi opinión, ante una sequía, se debería evaluar en qué zonas hay sequías y en ellas que el Estado brinde forraje a un costo, sin intereses. No digo que el Estado debería regalar, sino brindar materias primas al costo que permitan que los productores puedan seguir adelante.
Las consecuencias de la forestación en primera persona
“En un país que supo cobijar sueños de Hernandarias (y vaya si los cumplió), hoy las políticas públicas pueden más. Nos van llevando hacia un modelo deseado para algunos, y rechazado por otros. Historia pura. ¡Que no te la cuenten!
Esta historia se dio esta semana, pero es de todos los días en el Interior.
Hace un par de días llamaron al hijo del puestero que es albañil; el que vive en el pueblo. Lo llevaron al casco de la estancia. “Que dé presupuesto. Sacar ventanas y puertas. Tapear con bloques todas las aberturas”, le pidieron. Otra estancia completa que deja de ser ganadera para ser pastera. Se arrendó para forestación. Y van…
De 42 vecinos que alguna vez pidieron la energía eléctrica, hoy quedan solo ocho. Energía que nunca llegó a Cañada Brava. Pronto cerrará la única escuela que queda, de las tres que había en la zona. Es como verlo. No hay forma de mantenerla abierta.
La forestación trae la gente desde el pueblo y en poco tiempo queda todo plantado. Una buena dosis de Glifosato, al mes un surqueador y en setiembre una cuadrilla. Después las cría el tiempo y las cuida Dios.
Vienen a trabajar por la mañana desde Santa Clara y se van en la tarde. Vienen y se van. Nadie queda en la zona.
Otra tapera perdida en la inmensidad de un bosque artificial de eucaliptos. Otras instalaciones de ganado que esperarán a que el tiempo las sepulte para siempre como símbolo de quien domina esos ariscos y esquivos ganados de Cerro Largo.
Como su leña al decir del maestro. Como si un duende quisiera que no se escriba esta historia. Saben que no volverán a servir. Caerán de a poco sus postes y sus empalizadas. Quedarán casi sin luz. Entre los pastos tirada… Entre los árboles perdida…”
Ing. Agr. Norberto Pereyra
TE PUEDE INTERESAR