Enseñar a los demás lo que uno sabe, transmitir a los escolares, liceales y a todos los que tengan curiosidad por la producción orgánica, aceptando que hay otras formas de producción son válidas, y que el consumidor decida cuál es mejor.
A 15 km de la ciudad de Paysandú, hacia el sur por ruta 3, se encuentra la localidad Puntas Cangué donde se ubican varias chacras, una de ellas es El Mecenas, que se dedica a la producción orgánica. Su responsable es Alfredo Dolce, licenciado en Relaciones Internacionales y técnico en gastronomía que descubrió la agroecología e hizo de ella su forma de vida. “La agroecología es producir uno y ayudar a los demás”, definió.
El nombre del establecimiento hace referencia a Cayo Mecenas, impulsor de la cultura y las artes romanas en tiempo del emperador Augusto. “Nuestra chacra busca oficiar como un Mecenas de productores que quisieran trabajar de manera orgánica”, que como tal “genera mucho más trabajo que la convencional”, explicó Dolce al ser consultado por La Mañana.
Sobre la producción orgánica dijo que “consiste en no usar productos químicos y que cuando se consume un producto se sepa que es totalmente natural, como era antes a la revolución que se dio después de la Segunda Guerra Mundial”.
Dolce comenzó su vínculo con la agroecología en 2018. Con un amigo comenzó a trabajar con la producción de naranjas orgánicas, pero “poco después llegó la pandemia que frenó todo”, lo que le “dio tiempo para conversar con otros productores” y tuvo la oportunidad de aprender que “había todo un mundo que no se terminaba ahí”.
“La experiencia me gustó”, contó. Su amigo siguió con las naranjas y él alquiló una chacra. “Pasaba todos los días y la veía abandonada, lo que era bueno porque la tierra estaba sin uso luego de haber sido reventada con químicos en la producción de arándanos”.
Rentada la chacra y durante la pandemia, pudo contratar una bióloga mexicana que aportó conocimientos para dar los primeros pasos. Lo primero fue “revivir la tierra, después hicimos parcelas de diez metros por diez metros donde plantamos plantas aromáticas, medicinales, flores comestibles y verduras. Ese conjunto de cuatro tipos de plantas en un espacio reducido hace que se desarrolle un ecosistema donde comienzan a convivir un montón de bichitos que uno ni los ve, pero que hacen que la tierra reviva mucho más rápido y si llegan plagas inmediatamente actúa la contraplaga”, describió Dolce. “Verificamos que realmente hay un porcentaje de pérdidas por plaga, pero rápidamente se genera el depredador. Por ejemplo, si llega la hormiga cortadora, al otro día estaban las hormigas que no comen plantas pero que expulsan a las cortadoras”.
“Todo eso comenzamos a mostrarlo en las escuelas y liceos, trajimos la gente a la chacra, organizamos una feria de cercanía con expositores y una plaza de comida. Desarrollar la agricultura orgánica requiere invertir en conocimiento”, aseguró el productor. Por eso, “desde El Mecenas se busca difundirlo en los niños que nos visitan con sus escuelas o estudiantes liceales. Es un trabajo lento, pero nosotros lo transmitimos y que cada uno saque sus conclusiones, porque tampoco hablamos en contra de otros sistemas de producción, sino que tratamos de demostrar que lo nuestro es bueno y permite obtener productos de mejor calidad y sabor”.
Sobre la venta, Dolce dijo que “todos estamos de acuerdo en consumir sano y rico” y que “cualquier persona va a decir que prefiere lo orgánico por el color y ese gusto de cuando uno era chico, pero un kilo de tomates cuesta $ 130 y el otro (con aplicaciones químicas) $ 60. Frente a esa diferencia, el consumidor termina optando por el más barato. Falta un montón para que los orgánicos se pueden reducir y acercarse a los costos para que el consumidor pueda elegir por otros factores y no por el bolsillo”, reflexionó.
Consultado sobre qué genera esa diferencia de precios, explicó que El Mecenas hizo 600 plantas de tomates en 37 variedades distintas, con dos personas trabajando de continuo durante todos los días y un promedio de 2 kilos por planta que son 1200 kilos en total.
1200 kilos vendidos a $ 150, logran un total de $ 180.000, divididos los 6 meses de producción, dan $ 30.000 mensuales, lo que no alcanza para cubrir los gastos. “Esa es la explicación”, apuntó.
Esas mismas dos personas, trabajando en 3000 plantas con el método convencional y usando productos químicos, producen 5 kilos por planta que son $ 15.000 kilos en total, vendidos en $ 60 alcanzan una ganancia de $ 900.000.
“Estamos hablando de 2 personas en una chacra de 4 hectáreas y un invernadero de 12 por 24 metros. La realidad de precios es inmensa, y cuanto más grande la producción, peor para el orgánico”, que se limita a lo que produce una planta en estado natural y sin ningún tipo de herramienta química o genética que la haga crecer y rendir más.
“Por todo eso es importante la feria de cercanía que convoca gente y permite comercializar, porque de lo contrario y a la larga los productores orgánicos terminan produciendo para sí mismos hermosas lechugas que no pueden vender y se las terminan dando a las gallinas”. Sin embargo, y como todo productor rural, Dolce es optimista: “Debe haber una manera”, dijo, porque “al final se trata de “producir y colaborar con el entorno”.
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