La comunidad de Minas de Corrales en el departamento de Rivera comenzó su tercer semana aniversario bajo la denominación de Pueblo con la séptima edición de los Fogones Corrales Orientales, una actividad educativa y cultural organizada por el liceo local. En esta oportunidad la temática giró en torno a Santa Ernestina, localidad que sobre fines del siglo XIX fue un centro social y económico muy importante para el país y la región, impulsado por la fiebre del oro y el arribo de inmigrantes de varias partes del mundo.
Los cascos de los caballos rompen el silencio que dominan las calles del pueblo, mientras paisanas y gauchos lucen los tradicionales atuendos criollos y perfectamente alineados van detrás de los pabellones nacionales. Mientras algún que otro vecino festeja el tradicionalismo desde el patio de su casa y los flashes de los celulares retratan ese momento tan particular, la comunidad en forma masiva espera en el predio liceal la llegada del desfile que da origen a la actividad.
Las lluvias de los días previos dejaron a su paso un manto de incertidumbre y retrasos en la finalización de las construcciones que estudiantes, familiares, docentes y vecinos lograron sortear no sin dificultades. Y aunque el frío no fue el mejor aliado durante esa primera jornada del pasado viernes 3, tampoco fue una excusa para que todos asistieran a ese viaje por el tiempo que los trasladó a finales del siglo XIX.
Este año la consigna fue “Santa Ernestina. El origen”, la localidad que durante ese periodo de la historia del país tuvo una importancia económica y social que la llevó incluso a pensarse como capital de Tacuarembó, por pertenecer a ese territorio en momentos en que solamente Uruguay tenía nueve departamentos.
En diálogo con La Mañana, el director del centro educativo Sergio Rauduviniche confesó que al principio existieron muchas dudas en torno a los materiales que este año se iban a utilizar para levantar las construcciones de época. Para salvar esas dificultades, se asesoraron con el historiador Eduardo Palermo y la profesora Selva Chirico. En esa transición, las construcciones pasaron del barro, la chilca, la tacuara y la paja al ladrillo, piedra, chapa y madera como contó Luna dos Santos, estudiante de noveno grado. “Hubo un gran cambio en la estructura” porque los anteriores eran materiales que ya estaban en desuso durante el periodo que se reprodujo en esta oportunidad. La idea para esta edición fue “dar un salto de calidad” haciendo un estricto seguimiento del tema con rigurosidad académica.
Reproducir un pueblo y su gente a finales del siglo XIX
En tan solo tres semanas esa comunidad educativa logró levantar los ranchos que recrearon la administración de la compañía francesa, el teatro, un comercio, el lugar donde se alojaban los obreros de las minas y una panadería que además funcionó como punto de encuentro de esa sociedad. Además, los participantes recrearon un museo al aire libre y un cementerio como el que se acostumbraba por esas épocas.
Para la construcción de cada uno de los ranchos se conformaron grupos de cincuenta estudiantes acompañados por familiares y un docente, también llamado padrino. Juan Uriarte, también estudiante de noveno grado señaló que fueron “experiencias que nos ayudaron a trabajar en equipo”, fortalecidos además porque entorno a esta actividad “se mueve toda la comunidad de Corrales”.
Ataviados con vestimenta de época, los estudiantes recrearon la rutina de una comunidad que superaba los mil habitantes. En ese crisol cultural que fuera Santa Ernestina, convivían franceses, italianos, españoles, brasileros y criollos. Además de la puesta en escena que incluyó obras de teatro y danzas de época, explicaban a los visitantes las tareas que representaban y el significado de los materiales con que se caracterizaron las construcciones.
Como en toda sociedad, las vestimentas de sus habitantes se discriminaban de acuerdo con la clase social a la cual pertenecían. Tanto Juan como Luna no dudaron en reconocer que no fue una tarea fácil encontrar prendas que lograran reproducir aquellas que se utilizaron en su momento, como los pantalones de algodón de colores sucios, camisas o polainas para el caso de los miembros de las clases más bajas, o los vestidos y trajes propios de los integrantes de las clases dominantes del momento.
Pensada para retratar la historia de Minas de Corrales
Alejandro Nogueira es docente y adscripto en ese centro educativo. Ha estado participando activamente en las siete ediciones de los Fogones de Corrales Orientales, cuando en 2015 comenzaron esta atrapante aventura de rescate de orígenes, historias y tradiciones vinculadas con la localidad. Alguna de las temáticas abordadas en ediciones anteriores fueron los orígenes de Corrales, la mujer rural o el portuñol, dialecto muy utilizado en la frontera con el país norteño. Nogueira contó que desde sus inicios esta actividad se pensó como una forma de retratar “la forma de vida y los personajes que hubo en Minas de Corrales”.
“Seguramente no van a poder reconstruir esto tal cual fue”. Con estas palabras el historiador Eduardo Palermo dejó sus dudas sobre la idea de reproducir aquellas construcciones que fueron parte del desarrollo de Santa Ernestina. Pero gracias al arrojo, la claridad de los conceptos adquiridos, la cuota de optimismos necesaria para llevar adelante un proyecto de estas características y la disciplina académica con la cual encararon la tarea, justamente el mismo Palermo se llevó una gran sorpresa en momentos que se inauguraban las actividades.
Desde la ventana de la dirección del centro educativo, desde donde los entrevistados contaron sus experiencias recientes, pueden observarse los ranchos que ahora forman parte del paisaje local. En algunos días recibirán una delegación de estudiantes de su departamento y ya preparan algunas escenas que piensan compartir con sus visitantes. Con el pasar de los días, los ranchos se ven cada vez más lindos, coinciden todos. Cuál será el destino de ellos es aún una incógnita, teniendo en cuenta que el año próximo se viene la octava edición. Por lo pronto, quienes visiten Minas de Corrales pueden darse una vuelta por el predio liceal y apreciar la reproducción lo que alguna vez fue Santa Ernestina, llamada en su momento a ser una capital departamental por su desarrollo económico y social y un avanzado polo tecnológico que la destacaba en el país.
Ruinas de Santa Ernestina
Las ruinas de Santa Ernestina se encuentran a unos siete kilómetros de Minas de Corrales. Para muchos sigue siendo desconocida la importancia que a finales del siglo XIX tuvo esa población para el desarrollo regional y nacional. No solo estuvo relacionado con la extracción de oro. La represa hidroeléctrica de Cuñapirú, primera en construirse en América Latina, fue parte de todo un polo tecnológico que provocó el desarrollo económico, pero también social, hasta hacer que la localidad comenzara el nuevo siglo con el servicio de luz eléctrica. Las cuarenta toneladas de piedra que diariamente los trabajadores extraían procurando alguna veta de oro eran trasladadas por aerocarriles, otro de los vestigios de una comunidad mucho más avanzada que el resto del país. Pero también en momentos en que el anarquismo formaba parte de la vida social europea, ese desarrollo fue un caldo de cultivo para la utilización de mano de obra esclava, sobre todo provenientes de las fazendas brasileñas. Muchos venían a trabajar “por un mejor futuro”, señaló Luna dos Santos, pero siempre estaban debiendo, porque lo que ganaban se los cobraban con el alimento y el hospedaje. “Para reclamar más derechos”, esos trabajadores llevaron adelante la primera huelga que registra Uruguay. Precisamente, este fue el tema principal de una de las obras que los estudiantes teatralizaron en esta séptima edición.
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