Oriundo de Melo y de tradicional familia de productores agropecuarios, Romeo Silveira recuerda con orgullo su experiencia como pionero en introducir el cultivo de la soja en el nordeste de Uruguay y propiciar su auge en esa zona en los años 70. Se podría decir que fue un adelantado, o como se dice en portugués -que reproduce el “portuñol” en la zona fronteriza- un “desbravador”: aquel que abre nuevos caminos a una actividad productiva.
Realmente su impulso innovador constituía un emprendimiento revolucionario para una zona de tierras pobres que se consideraba marginal para la agricultura y en la que se creía que el único cultivo posible era el arroz irrigado, en la medida que se pudiera acceder a fuentes de agua. No sabemos si quedó claro o si la sociedad uruguaya es consciente de la importancia del impulso vital que este hombre le aportó al país productivo. Durante más de 10 años quien transitaba por la ruta 8 en verano entre José Pedro Varela y Río Branco, recreaba su vista contemplando el verde intenso de los cultivos en contraposición con el tono amarillento que los soles de enero reducían a los campos naturales. Porque cuando él y el sector que él lideraba sufrió un impase en su carrera ascendente no fue por errores humanos, ni por descuidos, ni tampoco por no aplicar el mejor paquete tecnológico que se disponía en ese entonces en Uruguay y Brasil, sino debido a una calamidad climática: la despiadada sequía de los años 1988/99 y sobre todo la de 1989/99. Esta última de efectos tan nocivos que se puede hablar de pérdidas totales en el cultivo de la soja del nordeste uruguayo. Y por más de 20 años ese cultivo despareció de la zona.
A veces sentimos vergüenza cuando se deja sucumbir iniciativas innovadoras de este tipo que son víctimas de un quebranto, producto de un capricho inexorable de la naturaleza, y se rehusa prever la importancia a que está llamado el cultivo de la soja en una estrategia de rotación agrícola eficiente, todo de sana diversificación a que debe apuntar todo el sistema productivo uruguayo.
Si bien Romeo Silveira hoy está retirado de la actividad agrícola luego de ejercerla durante 30 años, confiesa en la entrevista mantenida con La Mañana, que alienta a su hijo para que continúe en la actividad, “porque hoy o mañana puede darse un momento bueno”, afirma. Con 78 años Romeo mantiene su vínculo con el campo como propietario del Establecimiento Santa Aida en el Departamento de Cerro Largo, donde se combina la ganadería y, en menor proporción, la soja.
¿Cuáles fueron sus inicios como productor de soja?
Los comienzos fueron bastante movidos en lo personal porque en realidad, me formé en los talleres Don Bosco como mecánico tornero y luego me desempeñé por un par de años como maestro de la Escuela Industrial de Melo. La situación no era muy buena para iniciarme por mi cuenta en el sector de la metalurgia entonces a comienzos de los ´70 me mudé para Porto Alegre, recuerdo que tenía 27 años. Una vez instalado en Brasil pude abrir una empresa metalúrgica para desarrollar secadores de granos para soja, ya que era el boom en esa época por allá. Pasaron 8 años y mi familia – su esposa y tres hijos – estaba entusiasmada por volver a Uruguay. Fue así que vendí mi empresa en Brasil y compré campos en Melo para continuar con el impulso que había visto en Brasil con la soja, aunque prácticamente no se conocía aquí. Sí se conocía muy bien en Rio Grande Do Sul en donde este cultivo estaba bastante impuesto.
¿Cómo continuó con ese proceso para cultivar la oleaginosa en nuestro país?
Comencé a plantar soja con mi hermano y luego llegué a tener 60 productores asociados que seguían más o menos mis instrucciones, aprendían conmigo. Eran todos pequeños productores, de 150/200 has cada uno y con actividad en el departamento de Cerro Largo, principalmente de Melo y Río Branco.
También se sumaron algunos productores brasileños que les convenía tener tierras acá por el precio. Este movimiento de productores por así decirlo se asemejó a una cooperativa – aunque nunca la llegamos a registrar como tal – ya que nos reuníamos todos los productores porque nos interesaba el negocio y yo era el proveedor de semillas. Esa primera empresa que tuve vinculada a la soja se llamó “Emprendimientos Agropecuarios Sojeros”. En un plazo de 4 años llegamos a tener entre todos los productores 60 mil hectáreas plantadas de soja.
Recuerdo que el que realizaba una siembra más intensiva era yo y un brasilero que estaba instalado en Vichadero.
¿Cuáles eran los rendimientos de aquellos primeros cultivos? ¿Cuánto costaba producir?
Nosotros arrancamos con un costo de 800/900 kilos de soja para producir una hectárea con una idea de producir 1800/2000 kilos ha. Allí quedaba un margen relativamente bueno para trabajar.
Con el paso del tiempo el costo en kilos para producir una hectárea cada vez iba aumentando más y llegó a 1600 kilos pero nosotros seguíamos con la producción que era de 1800/2000 kilos por hectárea.
Hoy por lo que veo, los números de ese costo de producción de una hectárea