Un grupo de mujeres trabajan de forma voluntaria en una asociación que vela por la formación educativa y humana de jóvenes del medio rural. Para financiar la obra, cuentan con la tradicional Parrilla de SARU en la Expo Prado.
El Servicio de Ayuda Rural del Uruguay es una asociación civil sin fines de lucro fundada en el año 1955, que de forma silenciosa pero incansable vela por brindar oportunidades formativas a chicas y chicos del medio rural, que muchas veces cierran el ciclo educativo al finalizar la escuela, por falta de opciones o recursos. En su 65° aniversario, SARU enfrenta el desafío impuesto por la pandemia para continuar apoyando a los jóvenes, a la vez que procura nuevas voluntarias que mantengan el espíritu de servicio que históricamente ha desarrollado la asociación.
Llegamos cerca del mediodía el viernes previo al comienzo de la Expo, y un reducido grupo trabajaba barnizando mesas y limpiando mesadas para tener todo pronto en tiempo y forma. Además de la presidenta Beatriz Methol, se encontraban dos voluntarias, Margarita Brit y Carolina Pomi, que contaron su experiencia en SARU a La Mañana.
Llevando oportunidades a todas partes
Margarita trabaja con SARU hace cerca de tres años y Carolina un poco más, casi cuatro, pero ambas encontraron un lugar donde ayudar a los jóvenes de un medio que no les resultaba lejano. “Conocí a SARU por amigas, justo cuando dejé de trabajar como escribana de Mevir, donde estuve 28 años. Ambas son instituciones de perfil bajo pero con gran impacto”, comenzó diciendo Margarita.
Desde SARU se trabaja todo el año, atendiendo hogares, colegios y centros de niños y jóvenes, con distintos convenios estatales y particulares que apoyan por medio de becas y donaciones de insumos. “Los chicos viven ahí, comen y después van al liceo. Son chicos rurales que no tienen donde hacer el Liceo. Muchas veces no hay locomoción, entonces hay que alquilar una pensión en el pueblo, y eso a veces se hace imposible económicamente para las familias”, agregó Carolina.
Margarita continuó diciendo que “a los chicos rurales se les abre otro mundo, primero porque pueden hacer todo el liceo, e incluso a algunos estudiantes SARU les otorga becas para que sigan carreras universitarias. Colaboramos según la necesidad de cada chico y también controlando la escolaridad, para que aprovechen las becas”.
Para recaudar el dinero necesario para financiar esos proyectos, las voluntarias asociadas trabajan arduamente, en especial en las semanas del Prado, puesto que de la parrilla y el quiosco se obtiene la mayoría de los ingresos para todo el año.
“Nuestro objetivo es ayudar a los chicos del entorno rural a que puedan seguir estudiando. Cuando se inició SARU hace 65 años muchos no tenían ninguna chance de hacer el liceo. Ahora el mundo y las comunicaciones han cambiado bastante, pero el objetivo es el mismo, que puedan estudiar y formarse. En los hogares además se trabaja mucho en los valores, el compartir, la solidaridad. Y eso es un ida y vuelta con la familia también, porque aporta después a la vida familiar lo que aprenden”.
De este a oeste
La vasta obra de SARU se extiende a lo largo y ancho del país, alcanzando localidades quizá difíciles de localizar en el mapa. Además de las becas a jóvenes rurales de todo el país que cumplan con las condiciones estipuladas (Tacuarembó, San José, entre otros), brindan asistencia a varias instituciones.
“Cooperamos con la Fazenda de la Esperanza de Melo, que atiende a mujeres en situaciones de adicción. Las chicas hacen pan y lo venden en Melo, a la salida de la iglesia. Ahora con el tema de que no había misa se complicaron, y hubo que darles una ayuda extra, SARU les dona la harina, sobre todo”, comentó Margarita.
“En Guichón (Paysandú) tenemos dos obras, el Hogar San Francisco, que es sólo de chicas, y ‘Valoremos la vida’, que es para personas con alguna discapacidad, allí SARU ayuda con una ambulancia para traslados. Después en Carlos Reyles (Durazno) está el hogar SARU, que es mixto y hay 25 chicos a cargo de las Hermanas Franciscanas del Verbo Encarnado”. Carolina agregó, “En Reyles también está ‘ATR’, que es un centro juvenil y del niño, que lo inició un vecino para sacar a los chicos de la calle e incentivar que fueran al liceo, funciona a contraturno, les dan merienda, ayudan con los deberes, y también trabajan en los valores. Ahí también cooperamos, este año a causa de la pandemia con canastas para las familias”.
Sumado a las obras mencionadas por las voluntarias, SARU trabaja con el Club de Niños San José de Vergara (Treinta y Tres), de la Obra Social San Martín, apoyando en los insumos que el club necesita, y con el Colegio Madre Carmen, en Villa del Carmen (Durazno), donde otorgan becas para ayudar a solventar al Colegio, y en el Hogar de Ancianos y Sala de primeros auxilios de Fraile Muerto (Cerro Largo).
“Con la pandemia nos tuvimos que adaptar rápidamente porque, por ejemplo, una chica que hace magisterio, en Montevideo, ya no necesitaba para el transporte ni para la pensión, pero sí necesitaba una computadora para hacer clases virtuales, tenía otras necesidades. Es un año muy diferente, tuvimos que ver las necesidades de cada hogar y hacerlo a medida, según lo que se necesitaba”, aseguró Margarita.
Desafío a la parrilla
“Este es un año clave, en este momento lo que estamos esperando es que venga mucha gente a la parrilla y al quiosco, porque como es nuestra principal fuente de ingresos, con lo recaudado acá trabajamos casi todo el año. En este momento es nuestra prioridad. Estamos dando todo para que salga bien”.
Anteriormente, cuentan, solían hacer un bingo y un té, que complementaban los ingresos. Pero este año nada de eso se pudo realizar, así que juegan todas sus cartas a la solidaridad de la gente en el Prado.
“La ARU todos los años nos presta este local y el del quiosco. Así como también es muy importante la colaboración que tiene SARU para armar todo”, dijo Margarita, y Carolina agregó “tenemos empresas uruguayas que nos donan, desde SUL (Secretariado Uruguayo de la Lana), con los corderos, Disco, Teledoce, GEOCOM que presta los POS, Monte Cudine, Ottonello nos dona hamburguesas y chorizos, el Abasto Santa Clara, las colitas de cuadril y el peceto. Son empresas y particulares que realizan las donaciones. Este año hay gente mayor que no viene, pero de todas formas están aportando”.
Además del famoso cordero, las voluntarias cocinan cazuelas de lenteja, mondongo y poroto con los que deleitan a los visitantes, y postres caseros, donde destaca la vedette, el ‘postre SARU’. Además de comer rico tienen la posibilidad de apoyar la incansable obra de SARU.
“Todo lo que nosotros pedimos que falta, se consigue. Las voluntarias son súper generosas y están comprometidas con la obra. Además hay muchas colaboradoras, que pagan una cuota, cada uno lo que quiere, mensualmente, y eso también es una fuente de ingresos”.
Ayudar por ayudar
Ambas voluntarias saben que representan un recambio generacional en la obra. Al respecto, contaron como fue su proceso al sumarse al servicio. Margarita contó: “Cuando terminé de trabajar dije ‘voy a hacer lo que siempre quise hacer y no tenía tiempo’, que es ayudar, y se me fueron dando las cosas de casualidad. No es que lo busqué. Un día me invitó una amiga y me interioricé, porque ni sabía bien lo que hacía SARU. Me pareció re interesante, parecido a lo que venía haciendo en Mevir, que es mucho a pulmón, porque esa es una obra en definitiva social”.
Por su parte, Carolina dijo “yo a Beatriz la conozco hace muchos años, sabía de su trabajo, pero también los hijos, con mi esposo nos mudábamos muy seguido y eso me frenaba, hasta que me estabilicé y ahí Beatriz me volvió a insistir y se dio. En un momento hice un clic y realmente quedé asombrada de la obra que hace SARU, estas mujeres no paran. Obviamente esto es una cultura de la institución que se va pasando de una generación a otra. En general, todas están vinculadas al agro, saben de la realidad de aquel chico que hace la escuela rural queda ahí y no tiene otra salida. Eso la gente de Montevideo a veces no lo entiende”.
Finalmente, ambas coincidieron en la importancia de fomentar la formación de los jóvenes. “En este mundo no se puede no terminar el liceo. Además, hay que tener presente la formación en la parte humana, transmitir valores. La formación en valores es la vida misma, es lo principal. Primero tenés que ser buena persona y si estudiás, ayuda. Tiene que ir una cosa con la otra, los valores no se pueden dejar de lado. Eso es fundamental, SARU transmite mucho el valor de la familia, y eso en el medio rural afortunadamente está muy presente”.
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